Seguidores

domingo, 27 de diciembre de 2020

ESTÍMULOS

         Ya he reiterado en domingos anteriores que la verdadera lucha contra la pandemia, al menos en España, no se libra en el terreno de la salud sino en la disputa política que, desde mediados de marzo, que tuvimos el disgusto de verle la cara al dichoso COVIT 19 no hemos parado ni un  momento de tirarnos los trastos argumentales a la cabeza, a sabiendas, desde el primer momento, que la mejor medicina era el remar todos en la misma dirección. Hemos llegado a la navidad con la disputa en dos frentes: bajar la curva de contagios hasta 25 cada 100000 habitantes o las tesis de los de enfrente que cada día se desviven un poco más por abrir bares y comercios al menos una hora más de la que aconseje el gobierno. Producto de la pugna hemos logrado que en el puente de la Constitución que ya empezábamos a bajar de los 200 cada 100000 después de haber subido hasta 1000 cada 100000, la Comunidad de Madrid decidiera que habría que abrir la mano de manera intermitente, al menos para hacerse ver. Total que hemos llegado a la navidad con la curva de nuevo en ascenso.



         Hoy hemos pasado el primer rubicón de la nochebuena, que no se ha salvado para nada y que la hemos vivido como hemos podido, pero muy distinta a la habitual y aquí estamos a la espera del segundo rubicón de la nochevieja que esperemos que no se desmadre demasiado y nos permita salvar la cara con la conciencia de que lo que tenemos entre manos es serio y necesita del concurso de todos. Esta mañana viviremos, por fin, un estímulo material positivo porque en una residencia de mayores de Guadalajara se va a inyectar la primera vacuna a bombo y platillo a una usuaria de 90 años y a una cuidadora. Habrá millones de cámaras para grabar el momento. Se pondrán algunas dosis más a otras personas porque es verdad que empieza la vacunación con la velocidad que se puede, que no es mucha porque dependemos de las disponibilidades que Europa nos ofrece y de la capacidad nuestra para distribuirla.



         Es apenas una pequeña señal, es cierto, pero es un punto de luz muy esperado. Significa el inicio de la solución de este problema que nos ha encontrado sin ninguna capacidad de respuesta para enfrentarlo. No soy muy amigo de la publicidad pero comprendo que estamos muy necesitados de estímulos, sobre todo positivos, porque desde mediados de marzo navegamos a la deriva en cuestión de salud y los estímulos que elaboramos no van dirigidos en ningún momento a moderar los ánimos sino a todo lo contrario, precisamente porque la intención no ha sido hasta el momento salvar la salud sino lograr la caída del gobierno, que la oposición considera ilegítimo pese a estar apoyado por una mayoría indiscutible del Congreso de los Diputados. No me gusta nada que las cosas sucedan así, pero eso es lo que tenemos hasta el momento.



         La primera vacuna de que disponemos, Pfizer, es endiablada de manejar. Viene a 70 grados bajo cero, se administra en dos dosis a cada persona con un intervalo de unos 21 días entre una y otra. Con esta complejidad no será fácil llegar al verano con la mayoría de la población, sobre el 70 por ciento, vacunados, que es lo que necesitaríamos para sentirnos inmunizados como grupo y volver de nuevo a conseguir cotas de bienestar que, con todas sus limitaciones y defectos, habíamos conseguido hasta mitad de marzo de 2020 en que nos arrolló este huracán que nos ha cambiado la vida desde entonces. Es posible, por tanto, que las previsiones no se cumplan una vez más y las vacunaciones se alarguen más de lo previsto. Lo que nadie nos va a quitar es el gozo de ver esta mañana a las dos primeras personas que reciben la primera vacuna que esperemos que sirva, cuanto antes, para parar este virus de la desesperación que, desde marzo, nos tiene en el limbo del desconocimiento y del desconcierto. No creo que la guerra política amaine tan fácil, entre otras cosas porque forma parte de la democracia, aunque no sea obligatorio que en todo momento tenga que ser a cara de perro. Bienvenida la vacuna. 


domingo, 20 de diciembre de 2020

NAVIDADES

 


         En la ansiada búsqueda de la confrontación política, que no cesa, el contexto en el que nos desenvolvemos, Europa, se está encargando de imponernos cauces de convivencia que solos no hubiéramos soñado. Sin pretender demasiada exactitud hace como un mes se nos impuso la idea del toque de queda como un elemento que ayudaría a mitigar esta pandemia que los invade. En España estos términos militaristas no habían cabido jamás. Ha bastado que varios países europeos los hayan hecho suyos y este es el momento en que el toque de queda entra y sale por nuestras calles como Pedro por su casa. Estuvimos a punto de liarla a cuenta de si salvábamos la salud o la navidad. Ha bastado que algunos países que hasta el momento habían tenido buenos datos suban en la curva de contaminaciones de unos días acá para que ya no haya caso. Nos hemos vuelto de la noche a la mañana defensores implacables de la salud y estamos dispuestos a descafeinar nuestras profundas esencias religiosas y acotar la festividad al mínimo con tal de mantener a raya al bicho.



         Hasta la llegada de la vacuna se convirtió en posible motivo de discordia porque alguien sugirió el siete de enero como día para empezar las vacunaciones y eso se convertía en una posibilidad de reivindicar el cuatro y, si no, pues guerra al canto. En medio ha vuelto a entrar Europa, nuestra madre, nuestro mar de la tranquilidad, nuestro líquido casi infinito en el que con facilidad nos diluimos y nos ha dejado con la boca abierta y con nuestros deseos de grito en los labios porque ha logrado adelantar la entrega de las primeras vacunas un par de semanas y nuestra furia de arañarnos se ha visto frustrada ante la cortante orden de que va a ser el día veintisiete de diciembre cuando empiecen los primeros pinchazos. Hay más de uno y más de dos que se están quedando demasiadas veces con la boca abierta y con los gritos en la punta de la lengua sin terminar de materializarse. Claro que a falta de argumentos siempre se puede aprovechar las casi lágrimas de Merkel para concluir que nuestro presi no suelta ni una porque es un frívolo, que es lo que es.



         De modo y manera que se nos van disolviendo los motivos de enfrentamiento como azucarillos. Ni todo el aparataje navideño, con lo que eso ha significado tradicionalmente para este país, ha sido motivo suficiente para enfrentarnos. Es más, a medida que van pasando días sin que las chispas de la discordia salten desde los asientos del Congreso de los Diputados, hay un peligro real de que muchos nos vayamos acostumbrados a ese vicio implacable de la convivencia y nos alejemos inexorablemente del insulto y de discrepar por el gusto de discrepar. Camino peligroso que nos puede llevar, a poco que nos descuidemos, a ver cómo pasa el tiempo sin que vuelen las diatribas y puedan verse los primeros asomos de acuerdos sin que nadie sienta la imperiosa necesidad de poner el grito en el cielo. Igual cualquier día nos encontramos con que se han renovado los órganos de gobierno de los jueces, sencillamente porque su mandato lleva cumplido más de dos años y ya va siendo hora de cumplir con las normas establecidas en nuestra Constitución, esa que tanto nos llenamos la boca de que todo el mundo cumpla, en vez de empezar a dar ejemplo cumpliéndola nosotros.



         Total, que a pesar de que no cesamos de buscar con denuedo motivos de disputa, van pasando los días y somos capaces de que, a la vuelta de la esquina, se nos hayan pasado las navidades sin haber lanzado un buen dardo al de enfrente. Igual tiene que ver todo aquello del tiempo de paz que tanto se ha cantado y el que millones de personas han insistido en creer aunque los argumentos que lo abalen no siempre se han podido ver. Y es verdad que los conflictos locales no han cesado, que las caravanas de refugiados siguen deambulando de un sitio a otro sin que nadie los quiera y que la pobreza se extiende por las esquinas, mientras seguimos intentando encontrar motivos de discordia, bien agrandando los que tenemos o, sencillamente, inventando bulos por aquí y por allá, aprovechando que internet nos lo pone fácil. 


   

domingo, 13 de diciembre de 2020

APRENDIZAJE

 


         A estas alturas de nuestro contacto con el COVIT 19  el principal aprendizaje es que parece que hay salida de este largo y oscuro túnel que nos tiene en sus manos, va para un año. Seguimos sin saber de manera fehaciente por dónde pero ya no es novedad hablar de vacunas porque hay abundantes pruebas de que la ciencia ha metido mano y muchas de ellas están en los últimos estados de experimentación. Concretamente en Europa, que es desde donde yo hablo, hay contratos cerrados con varias y otros a punto de firmarse, aunque lo cierto es que sólo conocemos la primera Pfizer, de la que se están repartiendo los primeros miles de dosis. En Gran Bretaña hemos visto los primeros pinchazos introducirse en los brazos de algunos ancianos, que han resultado ser los primeros seleccionados por orden de prioridad. Seguirán los profesionales de la salud y, poco a poco, el resto de la población hasta alcanzar el total de las necesidades. En China y en Rusia también están comenzando los primeros repartos, pero nos quedan lejos y, o bien ni siquiera los conocemos o no los tenemos en consideración. Como mucho los insinuamos a título informativo.



         Esta zona del mundo en la que vivimos, que hemos dado en llamar Occidente, nos ha enseñado que todo está movido por el padre dólar, o euro. Ya se ha establecido toda una jerarquía de trato en función de las cantidades a cuenta aportadas a las empresas titulares de las vacunas que van estando listas para uso o a punto  de estarlo. A España le toca esperar hasta dentro de un mes, más o menos, para que lleguen las primeras dosis del pedido global que Europa como conjunto ha contratado y pagado a cuenta, antes incluso de tener constancia de si las reservas abonadas se cumplirán o no en los términos comprometidos. No quiero ni pensar cuándo y cómo tendrán acceso los países llamados en vías de desarrollo, que siguen albergando la mayoría de la población del planeta.



         El presidente saliente de EEUU, señor Trump se ha visto frustrado en sus aspiraciones iniciales de ser el primero en el mundo en conseguir para su país las primeras dosis, pero ya nos ha hecho saber que la próxima semana estarán operativas para sus compatriotas, esas que él venía guardando encarecidamente como elementos de poder en la recámara y que afortunadamente no le han servido tampoco para ganar las elecciones de noviembre, a pesar de que están siendo los tribunales de su país los que le van clavando en la frente, sentencia a sentencia, que ha perdido y que él sigue sin reconocer, cada día más solo. La primera que estamos viendo, que es la Pfizer y resulta que ha llegado a su comercialización en unas condiciones bastante incómodas. Para empezar, a menos de 80 grados bajo cero y con un importante peligro de romper la cadena de frío que la invalidaría automáticamente. Al mismo tiempo, aunque han salido con una eficacia nominal de alrededor del 95 por ciento, cosa que habrá que comprobar en la realidad, resulta que ha de administrarse en dos dosis, con tres semanas de intervalo entre una y otra,  para complicar un poco más la entrada en vigor de sus efectos.



         Hasta el momento hemos aprendido que las mascarillas tendrán que seguir con nosotros hasta que veamos los efectos de las vacunas que se están administrando. Que las medidas de higiene hay que mantenerlas como elementos complementarios y benefactores sin precisar demasiado. Que el aire libre, del que los primeros momentos huimos como de la misma peste, podemos buscarlos con garantías como benefactores de por sí por contraposición a los espacios cerrados. Y que con esta forma de vida que nos ha quedado, más o menos encorsetada, podemos seguir tirando hasta que alguna de las vacunas que van estando en vigor se vayan imponiendo en esta realidad triste e indefensa por la que atravesamos y nos vaya abriendo camino para encarar el futuro. Como cada inclemencia, muchos no la han superado y tienen que pasar a nuestro recuerdo y a nuestras lágrimas, a la espera de que todos terminemos reuniéndonos con ellos, allá donde se encuentren.    



domingo, 6 de diciembre de 2020

VACUNA

 


         Pasan los días y la pandemia se nos va metiendo en nuestras vidas como un elemento más y no diré que se nos hace indispensable, pero sí que cada día se nos hace más difícil pensar en nosotros sin virus. Es más, no hace ni un año que tuvimos el disgusto de conocerla y esta es la hora en la que ya disponemos de fases de nuestra historia común con una evolución significativa. Recuerdo las primeras reacciones y estaban impregnadas de incredulidad, como si no llegáramos a creernos que nos había pasado lo que nos había pasado. Hoy eso no se discute y un elemento tan insólito en nuestras vidas como era una mascarilla, que yo no me había puesto jamás, se ha convertido en algo habitual. No se me ocurre salir a la calle sin instalarme este elemento entre oreja y oreja. Sigo con los mismos elementos de juicio sobre su utilidad, o sea, poquísimos si es que tengo algunos, pero no se me ocurre salir sin ella. En mi caso concreto, el simple hecho de tener que ponérmela es el principal elemento disuasorio de mi presencia en la calle, sencillamente porque en casa puedo estar sin ella.



         Repasando así por encima los hitos de este larguísimo año que está a punto de terminar y que va a ser de infausta memoria, se han instalado en nuestra mente palabras que casi no conocíamos y que hoy nos suenan como campanas: covit 19, guantes, desinfección, uci, pandemia y muerte, sobre todo muerte que nos ha llevado a prescindir del doble de ciudadanos que en cualquier otro año. Estos días nos levantamos y nos acostamos con otra nueva: vacuna, que nos suena a niño, a visita rutinaria al médico y a pinchazo a traición con su llanto correspondiente y alguien muy allegado que nos intenta tranquilizar inútilmente y al que miramos con odio porque con su concurso el médico nos ha hecho pasar un mal rato. Nuestra salvación, se nos explica hasta la saciedad, es la vacuna. El mundo entero está como loco por obtener la mejor en el menor tiempo posible. Ahora nos enteramos de que no hay una sino un montón posibles de las cuales algunas ya están a nuestro alcance.



         Conocíamos el sentido de la vacuna como la mejor utilidad de los cuidados médicos. La medicina podía curarnos de las inclemencias de la vida pero podía, sobre todo, prevenir de posibles enfermedades desconocidas que, a través de la VACUNA nuestro cuerpo podía volverse inmune a virus nuevos que se han hecho presentes en el mundo y que no conocíamos hasta el momento. La vacuna va a conseguir que seamos capaces de integrar el bicho como parte de nosotros. Es verdad que conocimos en su momento, por ejemplo, la vacuna contra la poliomielitis, contra la malaria, contra la tuberculosis y contra tantas otras enfermedades, alguna de ellas completamente erradicadas hoy. Lo que no habíamos valorado era que la tal vacuna había supuesto un proceso de conocimiento de varios años. Esta contra el COVIT 19 nos ha puesto a funcionar a toda velocidad de modo que parece que en algo menos de un año ya existen varios modelos y uno de ellos se empieza a inocular en Gran Bretaña la próxima semana.



         Estoy seguro que mucho del posible beneficio de la vacuna super rápida que ya se ha hecho presente no va a tener el grado de utilidad que dice que tiene. En gran medida la fulminante presencia está más ligada a la publicidad que a la eficacia. Pero esto no quiere decir más que los lobis económicos han producido su efecto y gran parte de la aportación unida a la vacuna se va a quedar en menos a la vuelta de poco tiempo. A pesar de esas miserias de coyuntura no conocemos mejor forma de combatir una pandemia como la que tenemos encima que a base de vacunas. Con buen criterio las autoridades han dado en ofrecer la posibilidad de que la población la asuma con carácter voluntario, al menos de momento, para que no la perciba como un enemigo sino como el mejor medio de defensa ante la presencia de un patógeno desconocido. A nosotros parece que nos va a tocar para enero y ya vemos la posible solución al alcance de la mano. El tiempo lo dirá.



domingo, 29 de noviembre de 2020

REVUELTA

 

         Definitivamente vemos que la curva de infectados vuelve a bajar. Parece como si no hubiera pasado el tiempo y nos encontráramos de nuevo en junio. Pero no estamos en  junio sino que vamos a entrar en diciembre, seis meses después, el doble de ruina que en junio a las espaldas y a la espera de que los jueguecitos de quien lo hace mejor se logren superar. Hoy sabemos que la motivación de salvemos el verano pudo ser un incentivo entonces pero la prisa nos devolvió al punto de partida, no se salvó el verano sino que hemos sufrido una segunda ola de contagio que, aunque no ha sido tan furibunda como la primera, debería habernos enseñado que no hay trochas para resolver este COVIT 19. Más muertos y más miseria social sí que hemos conseguido. Dramáticamente estamos ante un nuevo comienzo en el que la curva de contagio baja de nuevo. Ahora lo que nos angustia es la lentitud de bajada por lo que significa de nuevos muertos, nuevo gasto y más impaciencia por el tiempo que pasa.  Aparece el discurso de salvemos la navidad y algunos nos ponemos a temblar porque huele a repetición de errores.



         Sabemos que se puede controlar porque ya lo hemos hecho. Hemos aprendido algunas cosas aunque nos quede mucho por aprender sobre esta pandemia, sobre todo que pese a haber tenido en la segunda ola más infectados que en la primera, las consecuencias no han sido tan mortíferas pero no hemos medido el precio de que ya llevamos siete meses con el peso de la impotencia sobre nosotros. Pensamos que aprenderíamos y parece que no hemos aprendido mucho. El peligro de que de nuevo la carrera por ser los primeros y los que más es un peligro real aunque sabemos mejor que en junio a donde no lleva. En los últimos días se está escuchando un silencio sobre el tema de la navidad y quiero pensar que es que algunos de los entusiastas de la prisa puede que estén aprendiendo que puede haber sido suficiente con una repetición por ignorantes y por pretenciosos. Puede que la presencia de las primeras vacunas, que ya está detrás de la puerta, sea un nuevo muro de contención.



         No paran de salir técnicos en los medios de comunicación y en las redes sociales afirmando por activa y por pasiva que las prisas no son buenas consejeras y que ya ha habido suficiente con un tropezón que nos ha costado seis meses de tiempo y más pobreza como para reiniciar otra aventura de competición por ganar esta nueva desescalada y otros miles de muertos más. No estoy muy seguro de que la sensatez nos haya abierto los oídos de escuchar. Ojalá seamos capaces de entender que ciertamente es posible doblegar la curva del todo de nuevo y llegar a las vacunas, que pueden llegar en diciembre o en enero, pero pronto. En esta ocasión no estaría mal que aprendiéramos aquello de vísteme despacio, que tengo prisa y lográramos ponernos de acuerdo en que no hay por qué elegir entre soluciones de salud y soluciones sociales porque podríamos haber aprendido que sin las soluciones sanitarias no hay soluciones sociales posibles.



         Visto desde la pantalla del ordenador reconozco que es bastante fácil y que uno no se explica cómo puede ser que no nos entre en la mollera. Pero la realidad con todos sus matices se termina imponiendo y soluciones que en principio se ven al alcance de la mano terminan por ocultarse envueltas en disquisiciones de un sigo o de otro, hasta tapar los cauces de salida. No asumir hoy lo que parece evidente por segunda vez puede significar que siga la guerra y la incomunicación, otros seis meses más o menos de desaliento y de hartazgo, más muertos que ya no podrán vivir ninguna navidad más, cuando el camino se ve cada vez más claro y más cerca. Quisiera ser de nuevo optimista como tantas veces aunque la realidad me ensombrezca la mirada. Pero…, ¿es que no vamos a ser capaces de aprender?..., ¿por qué la experiencia no puede servirnos para todo lo que decimos que sirve?. Voy a cerrar los ojos y espero ver que ahora sí vamos a ser capaces de tocar la solución sin mirar quién rompe primero la cinta de meta.


domingo, 22 de noviembre de 2020

PREPARATIVOS

 


         Se llegó a decir con todas sus letras, lo comentamos aquí en su día: No vamos a sacrificar al 99% para salvar al 1%. Quienes lo dijeron entonces siguen en la línea de que son los guías mundiales de las mejores medidas posibles para combatir la pandemia y buscan una especie de cartilla, tipo Catón, en la que se recojan las principales indicaciones para que todos terminemos grabándonoslas a fuego para no olvidarlas jamás. En un caso como el que vivimos no se puede dudar ni nos puede temblar el pulso. Se sacrifica lo que haya que sacrificar para que el circo social siga en pie y funcionando. Lo voy escribiendo y me va dando escalofríos de lo que digo. Sobre todo porque no es un chiste, que podría serlo, sino que es verdad. Sólo recojo palabras que salen de sus bocas cualquier día, hoy por ejemplo. Lo último que han decidido ellos, que dicen ser los adalides de la libertad y lo proclaman con todo cinismo a los cuatro vientos, es que van a cerrar a cal y canto Madrid el puente de la Constitución porque no pueden soportar la idea de que las navidades no se celebren como dios, su Dios, manda.



         Ya pasó en verano cuando después de tres meses de durísimo confinamiento se venció la primera curva de contagios y el gobierno, criticado hasta el delirio durante todo el proceso, decidió soltar el mando del estado de confinamiento para compartir la dirección de la pandemia con las comunidades autónomas. A casi todas les faltó tiempo entonces para abrir la mano de playas y de turismo en general como manera desesperada de que no se nos fuera a escapar la gallina de los huevos de oro que, por lo visto, nos pertenecía como derecho divino y que el malvado gobierno central nos lo estaba secuestrando y llevándonos a la ruina, como si la pandemia universal tuviera como único destino España. Hoy estamos sudando la gota gorda para aplacar la segunda curva sin que nadie haya entonado el mea culpa de habernos traído de nuevo a donde estamos, después de otros tres meses de suplicio y de ruina que pudieron haberse evitado si hubiéramos aprendido entonces y actuado en consecuencia.



         Lo de aprender se vendió en verano como algo al alcance de la mano, pero una vez que la primera curva mordió el polvo y bastantes miles de muertos, sobre todo abuelos, se instalaron definitivamente en los cementerios y en la responsabilidad de nuestra ignorancia. Se nos cayó la venda que nos había hecho creer que nuestra sanidad era sólida y competía con las mejores del mundo y nos vimos de la noche a la mañana con los hospitales a rebosar de enfermos, con el personal sanitario sin material adecuado y enfrentando una situación de calamidad para la que no estábamos preparados. Íbamos a aprender entonces porque las lagunas se habían manifestado en toda su crudeza. Pues ahora estamos torciendo de nuevo una curva de contagios que ha llegado más alto que la primera aunque, en honor a la verdad, con algo más de conocimiento y con varios puntos menos de mortandad afortunadamente pero con el mismo nivel de arrogancia para seguir enfrentando una situación que era y que sigue siendo desconocida, si bien con algunos conocimientos que no teníamos al principio.



         Si logramos doblegar la segunda curva, cosa que parece probable, lo lógico sería que con toda humildad pusiéramos en marcha los conocimientos que hemos obtenido de los dos fracasos anteriores hasta ver si, por fin, terminan de llegar las ansiadas vacunas, que ya se dejan ver en lontananza, y nos permiten volver a la normalidad en la que nos hemos criado y de la que no parábamos de echar sapos y culebras cuando la teníamos entre manos. Todo pinta a que la secuencia del verano y su desmadre correspondiente puede aparecer de nuevo entre turrones y peladillas navideños para iniciar una tercera ola, con lo que podríamos tener una nueva demostración de lo cerriles que somos y de lo que nos cuesta ver dónde está la piedra con la que tropezamos una y otra vez, en vez de sortearla discretamente y darnos cuenta, por fin, que hay muchos caminos para sortear las dificultades que esta vida nos presenta.



domingo, 15 de noviembre de 2020

COMUNICAR

 

         Parece que el mundo, en los últimos ocho meses no ha tenido otro tema que el COVIT 19 porque ha inundado los noticiarios de arriba abajo. Hay emisoras que lo han tomado como asunto monográfico. Mi hijo me comentaba ayer que escuchaba las informaciones y tenía la sensación de oír los deportes, con su propio formato escueto y referido a números. Unas provincias competían con otras sobre cuál era capaz de presentar mejores números de infectados y las pantallas se llenaban de gráficos para que los televidentes no se perdieran el más mínimo detalle sobre los entresijos de la pandemia. Anoche resulta que el tema estrella era que las organizaciones médicas colegiadas exigían la dimisión irrevocable del responsable de comunicación, Fernando Simón porque una de las frases de su información del día anterior aludía al cuerpo médico y a su poco ejemplar comportamiento al margen de su trabajo y eso no se podía permitir. La guerra por los relatos trae a la prensa endemoniada porque lo que en principio era pura ignorancia general, en este momento los grandes medios se han convertido en catedráticos que, sin pudor alguno, exponen diagnósticos, veredictos sobre el pasado y prospecciones de futuro a placer.



         Recordamos que los más altos niveles de eficacia para combatir la pandemia estaban en que todas las fuerzas concernidas se pusieran a remar en la misma dirección. La realidad de cada día, si nos deja constancia de algo es que todo aquello que se pueda convertir en desacuerdo, en pugna, en disparidad de criterios, en enfrentamientos estériles por conseguir primeras páginas para cualquiera de las opciones políticas, eso es justamente lo que nos llega por tierra, mar y aire en cada noticiario, en cada tertulia, mientras los ciudadanos de a pie dirigimos nuestra mirada aquí o allá siguiendo la dirección de la pelota del discurso en pugna y cada día más tristes, mas resabiados y más lejos de la esperanza por más que los anuncios nos repitan que justo detrás de la puerta del tiempo se empieza a tocar la primera vacuna de la salvación.



         A estas alturas de la edad lo que nos va quedando claro es que la solución del problema interesa un comino y cada uno no tiene más preocupación que hacer que sus ideas penetren en el cuerpo social con  la fuerza que puedan. El mundo acumula 1300000 muertos por COVIT 19 y no se habla de otra cosa. Cada año la misma muerte se lleva a 5 millones de personas por causa del alcohol y a otros 8 millones por causa del tabaco, ambas sustancias perfectamente legales y de las que no se habla ni se estudian tratamientos porque no se las consideran pandemias, por más que sus efectos asesinos se dejan sentir de manera inexorable. Lejos de mí tratar de quitar importancia a la pandemia del COVIT 19 que está sobre nuestras cabezas y dentro de ellas en este momento. Mi reflexión va dirigida a no dejarnos llevar con tanta ligereza sobre los últimos acontecimientos del último minuto, a lo que somos muy dados y a contemplar nuestras miserias, que son unas cuantas y no sólo el COVIT 19, para que de camino que buscamos soluciones para la última, no olvidemos las que llevamos de la mano sin resolver cada día que pasa.



         No me puedo olvidar de la pandemia del hambre y la pobreza, para la que no hay vacuna y no para de aumentar, las guerras localizadas, que mantienen en la angustia y en la muerte a millones de personas cuando la vacuna se encuentra en nuestras manos  hoy mismo, mientras miramos con angustia justificada solo al COVIT 19, como si fuera la única. Yo no sé si la cacareada vacuna Pfizer va a ser la primera ni la más eficaz de las muchas anunciadas y varias de ellas en los últimos niveles de comprobación, de modo que el próximo año es posible que podamos disponer de varias. Lo que sí digo es que Pfizer ha subido en Bolsa millones y millones de euros su cotización sin que hayamos visto todavía la primera persona en el mundo con el pinchazo milagroso en su brazo. 

 

domingo, 8 de noviembre de 2020

POLÍTICA

 

         La semana pasada terminamos con la parodia del desfile en el que delante va un corneta con el ritmo distinto al del resto de la formación y su madre que lo contempla desde el público exclama admirada: ¡Miradlo, todos llevan el paso cambiado menos él! Lo dijimos como ejemplo de empecinamiento y a la espera de que una anomalía tan clara fuera subsanada a la primera de cambio, tanto más cuanto que todo el mundo confirma como primer valor de la lucha contra el virus el hecho de remar en la misma dirección. Pues este es el tiempo en el que, no solo no se ha resuelto semejante anomalía, sino que el consejero de justicia de esa comunidad, de Madrid por más señas y magistrado de amplia experiencia jurídica a sus espaldas, ha salido a la prensa con unas declaraciones en las que manifiesta que su comunidad está sirviendo para España y para el mundo como modelo de buen hacer en el  que unos y otros pueden y deben mirarse y tomar ejemplo. Y se queda tan pancho. En medio de esta maraña no seré yo el que disponga de una solución que ofrecer porque no la tengo pero sí me atrevo a decir que aquí hay gato encerrado y que detrás de una actitud tan cerril no estamos hablando de salud sino de otra cosa.



         Tradicionalmente cuando los conservadores  han intentado implantar en la sociedad sus tesis, han procurado no llamar al pan pan ni al vivo vino. Por el contrario han ido acuñando argumentos sucedáneos, tipo como dios manda, es de sentido común…, o similares para que la gente termine asumiéndolos como propios cuando detrás de ellos no hay otra cosa que una opción política enmascarada que intenta imponerse, seguramente con su derecho legítimo a defender sus postulados, pero con una manera espuria de introducirse en el corpus social a base de subterfugios, argumentos equívocos y salidas de emergencia que esconden que detrás de sus postulados no se encuentra la consecución del bien común sino la toma del poder. Eso se podría aceptar como derecho si detrás no estuviéramos hablando de salud pública y de muerte, de muchas muertes de los más vulnerables que están siendo los verdaderos paganos de esta y de todas las pandemias que en el mundo han sido.



         Lo cierto es que en este momento estamos en alturas de infección de niveles desconocidos hasta el momento, si bien con la mortandad, dramática siempre, mucho más moderada que en la primera ola debido al mejor conocimiento de los procesos infecciosos, mayor dotación de equipamientos protectores y cuidados más certeros que, si bien no son capaces de eliminar todas las consecuencias de la infección, sí que logran que la mortandad haya bajado sustancialmente y que las disponibilidades clínicas estén mejor dispuestas para quien las pueda necesitar, siempre teniendo en cuenta que el resto de las enfermedades siguen presentes como siempre y que los enfermos tradicionales siguen necesitando servicios médicos al margen de la pandemia. Podríamos decir que la sociedad dispone de unos servicios más equilibrados para encarar este drama coyuntural y desconocido sin desatender sus obligaciones que le dan sentido.



         No quiero terminar sin señalar un elemento diferenciador, los colegios están abiertos, cosa que no pasaba en la primera ola, porque al margen de la incomodidad que origine el cuidado de las mascarillas, la higiene de manos, la toma de temperatura, la adecuada ventilación o la distancia de seguridad, los inconvenientes que el confinamiento de los pequeños en espacios cerrados produciría es muy superior al de ver que de vez en cuando hay que cerrar un aula o incluso todo un centro por causa de contagio. El confinamiento general de la infancia es un drama muy superior a todo este tipo de cambios en el comportamiento al que no vemos abocados para enfrentar este drama desconocido, hasta ver si logramos acceder a alguna vacuna o vacunas que nos permita sentirnos protegidos. La protección de la segunda ola, a pesar del inmenso drama que origina y del hartazgo social que produce en la medida en que se dilata en el tiempo, tiene una lógica mayor que la inicial que eran palos de ciego producto del desconcierto y de la ignorancia.   


domingo, 1 de noviembre de 2020

ARROGANCIA

 

         A día de hoy, 45 millones de infectados en todo el mundo y 1200000 muertos. Hace unos meses el virus se había centrado en América pero en este momento la capacidad de infección está centrada en Europa de nuevo con una fuerza que supera los 50000 casos cada día. La letalidad no es tan alta por el momento como lo fue en marzo pero ya supera con creces los 200000 muertos y el frío no ha hecho más que empezar. La mayoría de los países europeos estaban razonablemente satisfechos de la evolución de los contagios porque tenían unas cifras que, salvo España, no superaban los 100/100000. Pero este mes de octubre la intensidad se ha dado un vuelco y, aunque España sigue empeorando de las malas cifras que arrastraba, el resto de los países han crecido de manera exponencial. Las medidas de urgencia no se han hecho esperar. Se comenzó con los toques de queda, nomenclatura que España nunca se había atrevido a proponer por las implicaciones bélicas que tradicionalmente traía aparejadas. Hoy ya está perfectamente asumido y en cuestión de días hasta se ha quedado obsoleto.



         Entramos en el mes de noviembre con el alma en un hilo porque los números nos asustan y no paramos de mirar la curva que sube y sube con un nivel de infección superior incluso a la de marzo, si bien la cifra de muertos no llega a tanto por el momento. Ahora los ojos se vuelven a los hospitales porque empezamos a ver cómo las disponibilidades se van llenando de enfermos de COVIT 19, lo que quiere decir que el resto de las enfermedades se van quedando sin espacio para diagnósticos y tratamientos. Algo así pasó ya en marzo y nos dimos cuenta de que las personas no sólo necesitaban cuidados para la pandemia recién llegada sino que seguían enfermando de las enfermedades tradicionales y no teníamos capacidad para hacer frente a tantas necesidades. Durante todo el verano se ha venido insistiendo que necesitábamos reforzar nuestra atención primaria y contratar grupos de rastreadores para que el virus no se desmadrara pero los resultados han sido en general decepcionantes. La euforia de la desescalada nos hizo pensar que todo había pasado y que la cosa tampoco era para tanto.



           Después de haber dominado la primera curva las infecciones no han parado de subir, si bien de manera más relajada en el tiempo. Los expertos seguían diciendo que era en ese momento precisamente cuando había que aprender de nuestras lagunas sanitarias, que habían quedado claramente al descubierto pese a lo que veníamos pensando tradicionalmente, y dotarnos de suficiente personal que detectara los focos de contagio y los siguiera paso a paso para que las cadenas nunca se nos fueran de las manos. El resultado ha sido irregular. Así como ha habido comunidades que se han esforzado en seguir las indicaciones y se ha visto que, si los contagios se mantenían, el virus no ganaba terreno, tampoco han faltado los gobernantes que han considerado que el 1% de la población no podían estar tiranizando al 99% restante y que había que pensar en los problemas económicos y sociales que la pandemia seguía dejando y dejar de insistir tanto en los aspectos sanitarios.



         Estamos en plena ebullición de la segunda ola, con España confinada en pleno fin de semana de todos los santos y pensando que hay que profundizar este confinamiento porque los hospitales  están dando señales de agotamiento y las camas disponibles no pueden de nuevo emplearse sólo en los enfermos de COVIT, como si el resto de enfermos fueran  menos importantes. Pues, aunque parezca imposible, todavía está Madrid, completamente sola y al margen de todos los acuerdos que semanalmente toman las comunidades autónomas con el gobierno central, inventándose confinamientos de fines de semana con el argumentos de que hay que abrir los establecimientos y no pensar sólo en la salud. Y se quedan tan panchos. Me recuerdan a aquel desfile militar en el que el corneta que iba en cabeza llevaba el paso distinto al resto y su madre, que lo miraba desde el público decía arrobada: Qué listo es mi hijo, el único que no lleva el paso cambiado.   


domingo, 25 de octubre de 2020

HUMILLACIÓN

 


        Y cuando alguna fuerza política ya había aprendido a luchar por su hegemonía en el espacio en el que gobierna, cuando era capaz de decir delante de un micrófono que el gobierno de España estaba contra los habitantes de su espacio político, cuando tuvo la desfachatez de decir que su comunidad era España dentro de España, cuando llenó las calles de banderas de las de todos en un ejercicio indecente de apropiación indebida, cuando alcanzó una cota de cinismo suficiente como para sacar un lema que titulaba “Madrid, libertad”, acusando al resto de permitir que el gobierno autoritario los tuviera sometidos a base de normas restrictivas desproporcionadas por puro afán de protagonismo, llega el otoño en este hemisferio, ese que los expertos venían anunciando desde los confortables calores de agosto y nos encontramos en plena segunda ola, con miles de infectados por doquier imponiendo el toque de queda, término que nunca hubiéramos llamado aquí  por las infaustas connotaciones bélicas que trae aparejado.



        Henos aquí reclamando al gobierno central que decrete el estado de alarma en todo el territorio para que se puedan restringir algunas libertades de movimiento que sin esa figura legal no es posible tocar a juicio de muchos jueces que ya han paralizado otras fórmulas que se han intentado, produciendo el bochorno de que en unas comunidades se han aceptado y en otras no, lo que produce en la población el consiguiente desconcierto, cosa que con el estado de alarma no se produce. El truco estaba en que el gobierno, después de los tres primeros meses en que lo impuso de motu propio, planteó que fueran las distintas comunidades las que pudieran pedirlo y él se comprometía a concederlo. Eso se interpretó como una humillación en la que nadie quería caer para no sentirse poca cosa y mucho menos la de Madrid, faro y guía de las libertades y autosuficiente donde las haya.



        La realidad siempre supera cualquier fantasía. Ya dije la otra semana que si no diera risa sería para llorar porque, a todo esto, la dichosa pandemia no para de crecer en todo el mundo y de los países europeos nos ha llegado el toque de queda, que ya han impuesto a golpe de decreto y al que nosotros nos estamos adhiriendo sin pudor alguno, porque viene de fuera y no participa de nuestra guerra interna. Esta mañana se estará reuniendo nuestro gobierno para imponer el estado de alarma, una vez que las comunidades se lo han pedido porque así todos los ciudadanos se sentirán seguros jurídicamente si se reducen algunos de sus derechos fundamentales por causa de la pandemia y parece que la guerra de hegemonías de poder se ha diluido como por ensalmo, una vez que todos han sido superados por los efectos de este virus que nos trae de acá para acá como le da la gana.



        Pese a la miseria de las explicaciones y a los juegos de poder en los que estamos inmersos, en realidad de lo que estamos hablando es de enfermedad, de muerte, de pobreza, de paro y de ruina, que ya veremos lo que nos va a costar salir de este agujero en el que nos está metiendo la dichosa pandemia. Pero nosotros, mientras tanto, intentando clarificar quién es más y quién es menos en esta jerarquía de la miseria en la que nos desenvolvemos hasta el momento.   



domingo, 18 de octubre de 2020

PUDOR


         Sufrimos los tres primeros meses del COVIT 19 como algo nuevo, insólito. Se nos confinó en plan cerrojazo y de la noche a la mañana nos vimos en nuestras casas, casi teniendo que pedir permiso hasta para ir al cuarto de baño. Salían muertos hasta de debajo de las piedras. Nunca habíamos visto nada parecido. Sin terminar de reponernos del impacto fuimos viendo que la curva estadística descendía y alcanzaba niveles asumibles hasta que al final de Junio la dirección de la pandemia cambió de manos porque muchos creían que el gobierno les estaba quitando atribuciones y se quería poner todas las medallas de la desescalada. Se dijo entonces que cuidado con los brotes, los rebrotes y todo lo demás porque el virus seguía presente y volvería a dar señales de vida de nuevo. Nadie lo creyó en aquel momento y los poderes autonómicos entraron en la dirección como Pedro por su casa. La reflexión de entonces era la de que la lección recibida nos tenía que servir para aprender y que nuestra sanidad, de la que tanto habíamos alardeado durante años, había hecho aguas y nos había enseñado sus vergüenzas de manera obscena.



         Intentamos tan panchos abrir el verano a los millones de turistas habituales para que lo pasado no fuera más que un mal sueño. A las primeras de cambio empezamos a darnos cuenta de que la realidad seguía adherida al suelo y nuestra ancestral credibilidad desaparecía a velocidades supersónicas de modo que agosto, nuestro agosto, ese en el que te acercabas a cualquier playa y tenías que pedir perdones para no pisar a la multitud que se doraba apaciblemente y nos dejaba millones de euros como churros, no llegaba y la gallina de los huevos de oro nos volvía la espalda. Recurrimos a Europa y de allí salieron millones de euros para cubrir el hueco provocado por el virus y todos tan contentos de ver, una vez más, cómo salíamos de este atolladero, no diré que sin mancharnos, pero sí con la cabeza bien alta. Ha llegado el otoño, el virus sigue aquí y estamos en plena segunda ola. Nuestras discusiones siguen creciendo, nadie sabe hasta dónde y hasta cuándo y el virus no decae.



         Desde el primer día de confinamiento, allá por marzo, la lucha política intentó embadurnarnos la vida esperando hacer caer este gobierno de coalición  ante los sólidos y palmarios argumentos de la oposición, tan poco acostumbrada a digerir las derrotas y adherida desde siempre a círculos de poder: jueces, empresarios, bancos…con los que encontrar resortes para volver a la primera línea, que es la suya, al parecer por derecho divino. Y el tiempo pasa de manera desesperante y nos vamos quedando sin dinero, sin trabajo, sin argumentos y con el virus presente tanto o más que en la primera ola, si bien los muertos de entonces, hoy son bastantes menos, al menos por ahora. El gobierno no ha caído hasta el momento, la oposición, cada día más cerril, se desespera y ya empieza a decir que el 1% de la población de riesgo no puede condicionar al 99% de los normales.  O que no solo se muere del virus. Y en plena lucha dialéctica fratricida, Europa reacciona ante la segunda ola de manera que deja nuestras discusiones a la altura de un patio de colegio.



         ¿Seremos capaces de aprender algo, no ya ahora, sino en algún momento? Todos los técnicos argumentan que la mayor fuerza contra la pandemia está en la unidad de acción, pese a las legítimas discrepancias y nosotros con las discrepancias manifestándose en todo momento de manera creciente. Antes morir que ponernos de acuerdo en algo, parece que decimos con nuestro comportamiento. Se argumenta que la mejor lucha está en dotarnos de una atención primaria potente y en un ejército de rastreadores que detecten cualquier posible contagio para ir cortando las vías a la pandemia. Pues eso es exactamente lo que no vemos, pero las discrepancias sí. Ya hemos alcanzado una cota de bulos, de mentiras y de gritos que nos vamos a convertir en verdaderos catedráticos de la nada. Recordando a Groucho, partiendo de la pobreza, hemos alcanzado las más altas cotas de miseria. Y seguimos. 


domingo, 11 de octubre de 2020

LÍMITES

 


         La lucha política es el fundamento de la democracia. El juego del poder y del contrapoder significan  la garantía del equilibrio inestable que permite que nadie sea capaz de imponerse sin límites al conjunto de la sociedad. En muchos momentos se extiende la idea de que todos los políticos no son más que zánganos cuya función es explotar los recursos de la gente en su propio beneficio. Termina extendiéndose la idea de que lo mejor es pasar de los políticos porque todos son iguales y la política termina siendo el hartazgo de la mayoría. En ese momento es cuando aparecen salva patrias que aprovechan el deterioro para trabajar en su propio beneficio. Con el tema de COVIT 19 lo estamos viendo palpablemente. Los técnicos establecen desde el principio que el pilar fundamental para resolverlo es el acuerdo entre las distintas fuerzas políticas y vemos cómo cada uno maniobra por los lugares más insólitos para concluir de manera inexorable con un desacuerdo final.



         La premisa de la que parto se puede aplicar a cualquiera de las pugnas que se producen y estoy seguro de que en este momento que la lucha contra la pandemia afecta al mundo entero, las pugas políticas están presentes en todos los países entre las fuerzas de gobierno y las de oposición. En España lo están de tal manera que parece no tener fin. Los dos partidos hegemónicos llagaron a sentarse la semana anterior al objeto de alcanzar un punto  que permitiera avanzar mínimamente unidos y parece que alcanzaron un acuerdo casi inmediato, pero cuando empezábamos a respirar tranquilos, no habían pasado 24 horas y de nuevo aparecieron las diferencias irreconciliables. Hoy es el día en el que el gobierno ha impuesto unilateralmente una serie de criterios a seguir y hemos consagrado el desacuerdo a sabiendas de que la desavenencia  era y sigue siendo justamente lo que los expertos mantenían desde el principio como la peor manera de afrontar la pandemia.



         Podría dedicarme a cargar sobre las tesis de una de las partes porque yo tengo una opinión, como cada uno, sobre la mejor forma de salir de este enorme pozo de futuro en el que estamos metidos. No me faltan ganas, la verdad. Lo que pasa es que eso sería seguirle el juego a quienes consideran que lo mejor que se debe hacer es seguir con la bronca, a sabiendas de que es precisamente la bronca la manera más difícil de llegar a acuerdos y que son los acuerdos precisamente la piedra angular sobre la que tiene que descansar cualquier posibilidad de solución. Por esta razón me niego a entrar en la pugna sobre si son galgos o podencos. Sencillamente la considero una guerra inútil. Prefiero dedicarme a sufrir mientras los límites de los dos discursos hegemónicos se desinflan por su propia incompetencia y termina luciendo la razón en alguna medida. Sí me queda claro que las distintas posiciones son temas políticos que unos y otros exhiben contra el adversario y que el virus campa por sus respetos frente a tanta incompetencia.



         No creo que estemos asistiendo a una pugna especialmente irracional, aunque es verdad que lo parece. Cuando nos movemos cada día a golpe de reproche y a golpe de descalificación es difícil no entrar al trapo con una posición o con otra, por más que estemos viendo que se trata de posiciones sin salida. Y es que no son posiciones sin salida. Son posiciones sin salida para la pandemia pero no para los juegos de poder internos dentro del país, en este caso España, del mismo modo que podríamos centrarnos también en los juegos de poder que aparecen en EEUU por causa de las inminentes elecciones de principios de noviembre con las posiciones de cada uno de los dos candidatos. Lo que no quita para que uno se recluya en su rincón y constate que por detrás de los discursos que aparecen no hay más que un desinterés por los problemas reales, en este caso por la solución de la pandemia y sí, en cambio, por las luchas de poder, que son las que justifican las distintas posiciones aunque ni unos ni otros lo dicen claramente.



domingo, 4 de octubre de 2020

DELIRIO

 


         Si no fuera para llorar, daría risa. Estamos en plena segunda ola de la pandemia que nos invade, que ya supera los 35 millones de infectados y que supera el millón de muertos en todo el mundo. Con los conocimientos que hemos adquirido desde que empezó en marzo, no podemos eliminar al virus pero somos capaces, con unidad de criterio y un ingente esfuerzo, de articular mecanismos que nos permiten convivir con él y justo en ese momento se nos desmadran las opiniones encontradas, no sé quién nos cuenta por detrás de la oreja que es el momento de dar el do de pecho para montarse definitivamente por encima del gobierno o de la oposición, según quien lo mire, y en vez de aunar los esfuerzos para moderar el ímpetu de la pandemia, que seguro que con esfuerzo tendríamos a nuestro alcance, nos dedicamos, una vez más, a recordar a Goya  en aquel cuadro en el que los dos hermanos se golpean inmisericordes, dispuestos a destruirse por completo antes que cometer la tropelía de ponerse de acuerdo. Mirado desde dentro, la situación sangra de dolor aunque, si te alejas y lo miras desde fuera te da la risa tonta al darnos cuenta de hasta qué nivel de delirio somos capaces de llegar.



         España no está bien en el nivel de infecciones, que ya superan las 800000 y, con bastantes zonas, sobre todo el centro, con un nivel infeccioso que supera los 500/100000 cuando Alemania, por ejemplo, no supera los 50/100000. Somos uno de los países más infectado del mundo aunque, en honor a la verdad, también hay que decir que los niveles de peligrosidad de esta nueva ola no alcanzan, ni de lejos, la que tuvimos entre marzo y mayo. No está claro si la razón es que el virus ha perdido fuerza o sencillamente que las medidas que se han establecido, con una creciente contestación, van haciendo su efecto y amortiguan en buena parte el dramatismo y la gravedad de los miles de infectados. El nivel de asintomáticos, alrededor del 50% y de infectados breves hace que la mortandad, siempre dramática, haya descendido sustancialmente en comparación.



         En la primera ola el gobierno decretó un estado de alarma y un estricto confinamiento de la población, lo que permitió pese a la fuerza mortífera de la pandemia, que la curva de infección fuera doblegada y a los tres meses estábamos en unos niveles asumibles de normalidad, si bien poco parecidos a lo que conocíamos de siempre, pero suficientes como para que la vida volviera a mostrarse por las calles. Lo que pasa es que el coste había sido duro y el gobierno tenía que renovar el estado de alarma cada 15 días y se encontraba con una creciente contestación parlamentaria. Se le acusaba duramente de comportamientos dictatoriales por haber asumido el mando único. Con este estado de cosas, en cuanto el gobierno pudo presentar una curva de infección suficientemente baja, devolvió el control de la pandemia a las comunidades autónomas, que eran sus legítimas depositarias y dio paso a la desescalada. La recomendación fue hacerla despacio y con las debidas precauciones para no caer de nuevo en el pozo del que con tanto esfuerzo se había salido.



         Con la desescalada se relajó el sistema de vida y salieron a la luz el resto de los problemas que la pandemia traía en su cola: sociales y económicos, que adquirían una dimensión desconocida hasta el momento. Y cada uno, con su mejor criterio quiero pensar, se lanzó a revertir la situación como mejor supo, olvidándose probablemente que la medida más eficaz no era la rapidez sino el acuerdo de la empresa y la seguridad en los pasos que se fueran dando para, si era posible, no tener que volver sobre lo andado. Se hablaba de la posibilidad de nuevos brotes y puede que de una segunda ola, pero la euforia de la desescalada en la mano probablemente nos llevó a creernos a salvo del bicho y creo que pecamos de descoordinación  y de euforia prematura. Y hemos llegado a donde estamos. Hoy nos infectamos más que al principio, si bien la gravedad no tiene punto de comparación. Pero seguimos tirándonos los trastos a la cabeza como al principio y no quisiera pensar que como siempre.