Seguidores

domingo, 26 de enero de 2014

SÍNTESIS


         Mas de una vez, a lo largo de estos tres años largos de blog,  me he preguntado que esto cuando se acaba. No me he dado respuesta  y en este momento no la tengo. Tampoco puedo responder al sentido de estos textos porque no sé si los hago para alguien o para mí mismo. Me inclino más por lo segundo. Después de tantos años con los más pequeños creo que he aprendido que ellos son la fuente de la vida y en ellos se encuentran todos los avatares, gozos y dificultades del crecimiento quizás más a las claras que cuando ya crecemos.

         En estos primeros años no hemos aprendido todavía a fingir. Ahí es donde me parece que sigo colgado y quieto, mirando intensamente lo que puedo recordar de lo que he vivido. Es cierto que hoy no tengo la fuente delante de mis ojos y que ahora hablo solo de lo que soy capaz de sacar de mis vivencias pasadas pero también es verdad que me miro por dentro y me doy cuenta de que todavía soy capaz de producir en mi interior exclamaciones como  ¡PUES YA NO SOY TU AMIGO1 o similares cuando quiero castigar profundamente a alguien. Y es que de tanto contacto con la infancia no me cabe duda que me he vuelto un poco niño eterno. Cumplo años como es ley de vida pero mi cerebro razona con la lógica que he compartido durante tantos años. Y no me pesa. Al contrario. Creo que nunca se es tan radical como cuando se están formando en el cerebro las estructuras básicas del comportamiento. Entonces, y creo que sólo entonces o por lo menos entonces más que nunca, uno es capaz de cambiar radicalmente  muchas cosas:  afectos, costumbres,  espacios…., casi de todo y salir airoso de trances tan profundos.

         Yo, que no tengo perro ni quiero apegarme a ningún animal por cuestión de principio y con todo el respeto para los animales y para quien los tenga, he visto más de una vez cómo un perro callejero era capaz de seguir y pegarse a una persona, sencillamente porque  lo ha mirado con afecto. Algo parecido les pasa a los niños. No entienden de nombres concretos pero son catedráticos en afectos. Cuántas veces hemos visto cómo un pequeño se enganchaba a una pierna pensando que era de un familiar y era de un extraño. Lo que buscaba no era tanto una persona concreta sino una pierna a la que adherirse y que pudiera considerar amiga. También hemos podido experimentar miles de veces que tú dejas de tratar a un pequeño unos meses y cuando vuelves a verlo lo saludas con gusto y te das cuenta de que o no se acuerda en absoluto de ti o le queda un recuerdo lejano que necesita de nuevo recomponerse para conseguir intimidad. Esto se nota mucho en los hijos de padres que trabajan en el mar, por ejemplo o con camiones, que pasan muchos días fuera de casa. Cuando llegan al hogar, los pequeños los reciben como verdaderos extraños.


         También les sucede a las personas que están perdiendo la memoria. Llega un momento en que no conocen a nadie de los que han tratado en su vida. Seguramente no conocen ni a las personas más cercanas que los están cuidando cada día. Pero sí que reaccionan a los tratos amables y cariñosos que reciben, tanto si son de sus familiares como si son de personas con las que no tienen ningún lazo familiar. Un profesional, por ejemplo, que lo esté cuidando y lo trate con amabilidad. No sé si es que la vida no es más que un círculo que vuelve en los últimos años al lugar del que partió. Seguramente hay algo de eso pero no me interesan demasiado las figuras geométricas. Prefiero afirmar con la solvencia que me dan mis años de trabajo en este tema, que para los niños lo que importa no es quién está con ellos y la relación familiar que le une a una persona sino cómo se produce el trato que recibe de esa persona, tanto si es de su familia como si se trata de un extraño.  


domingo, 19 de enero de 2014

FRÍO


         Estamos en Enero. Son los días más fríos del año y no es extraño que los pequeños vayan a la escuela o salgan a la calle atascados de ropa. La idea de combatir el frío no tiene discusión alguna, pero sí que puede tenerla el atasco de ropa con el que se les viste. Si van en los carritos parecen muñecos. En estos últimos tiempos, encima con el suplemento del plástico que lo cubre todo y que supongo que su sentido fundamental será el de servir de paraguas exclusivamente.

         Hablamos del frío porque es ahora en Enero lo que prima en esta latitud pero lo mismo podríamos hablar del calor en verano. En realidad estamos hablando de cómo combatir las temperaturas extremas  para que los pequeños se sientan bien. En lo tocante al frío hay que ser bastante prudentes porque por el afán de que no pasen frío somos capaces de atiborrarlos de ropa de manera que no puedan moverse con soltura. En el carrito se les ve pero en la escuela muchas veces sucede lo mismo y resulta que el exceso de abrigo para lo que les sirve en realidad es para que se sientan atiborrados y pierdan la posibilidad de explorar las cosas o de relacionarse con los compañeros. Es difícil poner una norma en este sentido porque depende mucho de cada familia. Lo que sí se puede plantear es que a partir de un par de mangas de abrigo, lo demás no sirve más que para dificultar. En los más pequeños, además, el exceso significa una tortura a la hora, por ejemplo, de cambiarles los pañales o una dificultad añadida cuando de lo que se trata es de  que ellos mismos vayan encontrando la manera de resolver sus necesidades y precisan ropa cómoda que suba y baje con facilidad.

         En cualquier época, la mejor ropa no es casi nunca la que está más de moda o la que marca la tendencia de esa temporada. Lo que importa es encontrar una ropa que le sirva a la persona para lo que necesita en cada momento. En los primeros años, que son nuestro cometido, lo que necesitan son prendas que ellos puedan manejar solos, bien para el cuarto de baño o para jugar con cierta comodidad sin tener que estar en todo momento pendientes de si se manchan o no o de que les ayuden los adultos. Es más, la calidad de una escuela se podría medir en si los pequeños salen con su ropa impecable a la hora de recogerlos, lo que indicaría que han debido moverse bien poco, o, por el contrario los recogemos con la ropa lista para la lavadora, lo que seguro que nos está diciendo que han estado de aquí para allá las horas que han permanecido en el centro y que necesariamente se han tenido que manchar como cualquiera que interacciona con los elementos a su alcance: tierra, comida, colores, agua…. Lo que menos necesitan los pequeños es la servidumbre de la moda que, si en cualquier momento de la vida puede ser discutible, desde luego en estos primeros años habría que pasar por completo de ella en beneficio de la eficacia que facilite la vida y los movimientos.


         Algún pediatra amigo nos ha repetido más de una vez que la medida podemos ser perfectamente nosotros mismos. No es raro que nosotros nos encontremos suficientemente abrigados con dos o tres mangas y sin embargo a nuestros pequeños nos falten  siempre abrigos que colocarles encima “para que no pasen frío”.  Es más, hay unos monos en los que terminamos metiéndolos que no les sirven más que para que se sientan como muñecos embotados que no pueden moverse ni para un lado ni para otro. Sin ánimo de precisar ningún modelo concreto, seguramente será eficaz un tipo de ropa que permita que los propios pequeños puedan accionar con ella, tanto en los juegos de patio como en el cuarto de baño, lo que nos vendría a decir que deberían tener, al menos, una parte de abajo y una parte de arriba para facilitar los movimientos. Como síntesis, el exceso de ropa les impide hacerlo.

domingo, 12 de enero de 2014

DIVERSIDAD


         Una vez que ya ha pasado una semana de curso, los maestros habrán tenido ocasión de superar el bache de las vacaciones y la normalidad se habrá terminado imponiendo. Las aguas habrán vuelto a su cauce. Todo en orden de nuevo. Bien es verdad que eso significa a su vez tomar como modelo de comportamiento de los pequeños el que la escuela promueve. Podríamos tomar también cualquier otro: el que tienen en su casa, el que manifiestan con los abuelos…. Habría muchas normalidades si nos ponemos a profundizar pero nos centramos en la escuela como guía, un poco por principio y también porque nos abarca los tiempos más productivos de la jornada y a  un gran número de personas.

         La vida nos fuerza a multitud de adaptaciones y el saber adaptarse a tiempos distintos, acciones distintas, personas distintas es todo un valor que debemos defender. Pero la adaptación  tiene un coste importante para la persona, cuya tendencia es a que todo suceda  en el terreno de lo conocido y huir de las sorpresas que suponen las novedades y que fuerzan a sacar respuestas nuevas para  los nuevos retos. Las adaptaciones significan un esfuerzo y poner en cuestión las costumbres que vienen configurando nuestra vida. Son, por tanto, deseables desde el punto de vista del crecimiento personal, pero en educación todo hay que medirlo y saber que las cosas se han de producir con sus límites correspondientes. Podríamos cuestionar una vida que nunca se sale de la misma rutina porque empobrece a la persona que la vive y le reduce  sus posibilidades de crecimiento y de conocimiento de situaciones nuevas, pero lo mismo tendríamos que cuestionar otra que esté cambiando cada día porque la persona se termina perdiendo entre tantas novedades y no tiene tiempo de echar raíces en ninguna.

           Y es que la vida precisa armonía, ni demasiado mucho ni demasiado poco.  Que haya cosas y situaciones diversas a las que debamos irnos adaptando, pero a la vez con un ritmo que nos permita identificar lo nuevo que nos vaya sucediendo y nos dé tiempo a incorporarlo a nuestra vida como una propuesta diferenciada que para adaptarnos a ella tenemos que estructurar comportamientos también diferenciados y que a la vez estén a nuestro alcance. Recuerdo hace años que en la escuela nos entró la furia de las salidas y llegó un momento en que los pequeños no tenían una conciencia clara de a dónde venían. Lo tuvimos que reflexionar en profundidad y cambiar de rumbo porque los niños llegaban por la mañana y ya estaban preparándose para salir como empezaba a ser lo habitual. Y resulta que una actividad, la de salir y conocer el entorno, que es buena de por sí, termina distorsionando la percepción de los niños que empiezan a dudar de que la clase sea su punto de referencia básico. Aquello se cambió y creo que conseguimos un mayor grado de equilibrio.

         Lo mismo se puede decir de los afectos. De los muchos entre los que se han de desenvolver los pequeños: padre, madre, abuelos, compañeros, familiares, vecinos…, resulta que todos y cada uno de ellos pueden ser enriquecedores y de hecho lo son, pero han de vivirse es unas proporciones que no pongan en cuestión la armonía que requiere el crecimiento personal. Seguramente no sobra ninguna de las posibles influencias afectivas y todas pueden ser positivas pero tanto puede molestar un exceso de normativa como puede significar el afecto paterno, como un exceso de mimo que puede aportar el afecto de los abuelos como podemos echar en falta la intimidad necesaria si sólo nos relacionamos con compañeros… Y quiero insistir en que los componentes que cada sector aporta al conjunto pueden ser perfectamente válidos y deseables. Lo que sucede es que al final, la madurez de las personas ha de salir de una adecuada proporción de todas las influencias posibles.

         Y es que la vida  quiere un poco de todo. Necesita del frío y del calor, de la humedad y de la sequía, del viento y de la calma chicha… y de ese conjunto, más o menos armonizado, es de donde surge como resultado la madurez de la persona.


domingo, 5 de enero de 2014

ARTIFICIOS


         Mientras van saliendo estas palabras que buscan comunicación, reflexión y una cierta profundidad en el análisis de lo que pasa con la educación de los más pequeños, sé que en miles de calles y de plazas públicas, millones de personas van como locas de acá para allá para ver las cabalgatas de los Reyes Magos con sus hijos colgados. No sé qué pensarán los pequeños pero este ritual que se repite cada año invariablemente  no deja de ser un artificio, creo que excesivo, mucho más ligado al comercio y a la necesidad de solventar una campaña de venta de juguetes con el trasfondo religioso de la supuesta adoración de los magos que otra cosa.

         Es posible que los adultos seamos incapaces de ponernos en lugar de los pequeños o sencillamente que todos, al final, nos veamos arrollados por una corriente consumista que la publicidad se encarga de convertírnosla en necesidad o que nos sintamos inclinados a encontrar argumentos que nos lleven a soñar con paraísos artificiales y con delirios de grandeza. Es posible que haya un poco de cada cosa y puede que algún otro argumento que yo no detecto en este momento pero no deja de ser innecesario y escandaloso todo este ritual al que nos dejamos arrastrar con el argumento completamente falaz e inútil, de que los pequeños se emocionan con el espectáculo y que es para ellos en definitiva para los que se organiza todo este descomunal sarao cuando sabemos perfectamente que los pequeños son completamente sobrepasados y envueltos en el gentío, en el frío dominante y en la dificultad de ver lo que está pasando con toda esa muchedumbre que necesita mirar al mismo tiempo. Mi experiencia personal con mis tres hijos no ha llegado más allá de locas caminatas de acá para allá hasta encontrar el mejor espacio que les permita ver lo que pasa y un enorme cansancio una vez que se han pasado los primeros minutos de impacto  de tanto colorido y tanto ruido.

         En los textos anteriores ya hemos tenido ocasión de ofrecer las propuestas que consideramos idóneas para los pequeños y, por tanto, no vamos a insistir más en ese punto. Como, a pesar de todos los pesares será una realidad que mañana, que es fiesta, podremos ver en los noticiarios cómo se ha producido el ritual de recepción de los magos y todo su séquito, cómo se les ha dejados puestos el vaso con agua o con anís y el mantecado correspondiente buscando una magia imposible, cómo se madruga para abrir los regalos que los supuestos magos han dejado junto al árbol o en cualquier otro rincón de la casa y se muestra hasta la saciedad la cara de sorpresa de los pequeños que no terminan de creerse que todo o parte de lo que habían pedido a sus padres o escrito en unas cartas ahora esté delante de ellos y a su disposición para ser utilizado. A  esta especie de contubernio que se repite cada año no sé si le queda algo de mágico después de tanta envoltura comercial como le arropa. Lo que sí sé es que lo que importa para el beneficio de los pequeños no es el impacto deslumbrante de un momento de artificio, sino el estado permanente de que en la casa se cuente con ellos, se les respete y se les considere como miembros activos de la unidad familiar.


         Reconozco que puedo resultar un poco aguafiestas pero es que me parece determinante que nos demos cuenta lo antes posible y de la manera más profunda posible, que la educación no es ningún florilegio ni de reyes ni de fiestas ni de momentos deslumbrantes por la razón que sea. Que la educación es la construcción de relaciones que debe elaborar día a día la unidad familiar o la estructura escolar según los casos y que ladrillo a ladrillo se va agregando a la vida de todos y haciendo que los nuevos miembros que han nacido y que se han incorporado los últimos al conjunto que decidió darles la opción de que vinieran a este mundo, los acoja, les permita un espacio propio en el conjunto y los incorpore a la vida.