La
cultura nos dice que desde el mismo día 22 de diciembre, una vez sucedido el
Solsticio de invierno, la luz empieza a ocupar minutos y a crecer hasta
alcanzar la cota máxima, allá por el 21 de junio. El mismo hecho de abarcar un
perio do tan lago, seis meses, hace que apenas si nos vamos dando cuenta del
ritmo en que la luz va ocupando el tiempo en detrimento de la oscuridad. Lo que
más claramente recuerdo es el color del día, más limpio, con más brillo que
hace que por el cuerpo empiece a bullir la vida. De hecho ya he visto las
primeras flores del año encima de las tortuosas ramas de los almendros.
No
conviene olvidar que enero, claro y helaero. No es raro que se ponga a nevar
por aquí pero lo que predomina más que la nieve es el frío. Este año un fuerte
temporal de agua y nieve se ha cebado por levante de modo que los pantanos que
tradicionalmente están bajo mínimos han tenido que desaguar porque rebosaban.
Las escuelas han permanecido varios días cerradas y los pequeños correteando
por la nieve fabricando muñecos o desplazándose en trineos de plástico por las
calles cuando para muchos era la primera vez que podían tocar la nieve. Por
Granada, aparte de un apretón de frío, nada del otro mundo, las típicas mañanas
de tres a siete bajo cero que luego se suavizan bastante en el golfo del día.
Ha habido importantes destrozos en las playas y el tiempo nos ha enseñado sus
dientes una vez más a ver si aprendemos a respetarlo y a no quitarle su
espacio.
Una
vez pasados los días agudos los niños pueden entrar en ese punto de vida que
bulle y que nos hace que todos los fenómenos del año vayan tomando presencia y
suscitando la curiosidad como si cada año fuera el único. Para aprender es
condición indispensable probar: tocarlo todo, olerlo todo, saborearlo todo,
mirarlo todo. Si hay una actitud científica por excelencia es la de ensayo,
error. Asumiendo además, que ese sistema lleva implícitos montones de
equivocaciones hasta que, bien por agotamiento, bien por intuición, bien por
hallazgo casual aparezca el acierto. Ya sabemos que las personas docentes
ofrecen sus mejores explicaciones con la idea de que en el menor tiempo
posible, los pequeños accedan al conocimiento de la manera más fácil. Lo que no
sé es si en todo momento somos conscientes de que los aprendizajes son
estrictamente personales y se producen uno a uno como consecuencia de procesos
de aprendizaje que deben ser respetados porque sólo de este modo es como se
interiorizan a partir de la experiencia y se incorporan a nosotros con la
solidez necesaria.
Es
posible que cada día estemos ganando en comodidades y en recursos técnicos para
que los espacios docentes o los destinados a la práctica deportiva se
encuentren mejor preparados pero puede que al mismo tiempo se nos muestren más
lejanos de de los verdaderos centros del conocimiento que suelen ser los
elementos más sencillos: el agua, la tierra, el viento, que cada día cuentan
menos en nuestra vida. No podemos ni debemos prescindir de los verdaderos
motores del conocimiento si lo que queremos es aprender. La curiosidad se está
manifestando cada día en las situaciones más diversas y toda la estructura debe
ir destinada a satisfacerla porque así es como se aprende. Sé que la tecnología
avanza que es una barbaridad pero el saber sigue hundiendo sus raíces en los
procesos más simples de la vida y es ahí donde tenemos que desplazarnos una y
otra vez porque en ellos está el tesoro del conocimiento que cada uno a su modo
buscamos con desesperación.