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jueves, 22 de septiembre de 2011

OSLO

Las decisiones humanas obedecen a muchos argumentos, unos claramente definidos y otros imposibles de concretar. Por multitud de causas he tenido ocasión de vivir una semana en Oslo, disfrutar sus primeros fríos y darme cuenta de que a las 6 de la mañana puede ser de día. Aparte los cometidos concretos que me llevaron tal alto, los ojos se me iban como imanes en busca de los niños y en busca de las escuelas de pequeños por cualquier esquina. Sin duda deformación profesional. Han sido muchos años. Pero es que, además, me ha gustado mi profesión.


He visto muchos niños de bronce y desnudos en el emblema de Oslo por antonomasia: el Parque Vigueland, un amplísimo espacio magníficamente urbanizado y con cientos de estatuas humanas de todas las edades de la vida, sobre todo de los niños. La imagen característica de este parque es la de un niño encolerizado, seguramente por el gesto tan manifiesto con que ser expone. Puede que, incluso, por lo raro que es ese gesto en un pais tan apacible como Noruega. Aquí puede que fuera más normal. Claro que las apacibilidades también son discutibles, y si no que se lo dgan a los afectados por la matanza de la isla de Utoya. Tuve ocasión de llorar con los mensajes que todavía están presentes derntro y fuera de la catedral, que me impresionaron por su sencillez y su hondura.


He visto niños, grupos de niños de tres años más o menos, yendo de paseo por la ciudad. Me ha admirado su escaso número para tres personas mayores mínimo que los acompañaban. Todos llevabas su mochila a la espalda y un chaleco reflectante. Me parecía bien por la dignidad que supone el que un niño disponga de todo lo necesario para garantizar su sewguridad hasta donde sea posible, pero reconozco que soy de otra época y en mi profesión he optado siempre por algo más de espontaneidad de cada persona, aunque sea pequeña, a pesar de que hubiera que asumir un poco más de riesgo. No sé qué atractivo puede depararnos la vida si nunca asumimos riesgos. Por supuesto que entiendo y valoro los elementos de seguridad imprescindibles. No soy ningún irresponsable. Pero los límites y las prioridades los pone cada uno en las cosas que considera fundamentales y yo he preferido que la vida haya sido el santo y seña, aunque muchas veces se pudiera discutir si una determinada acción debía llevarse a cabo o no. No he tenido ningún incidente grave en mi vida profesional. Espero ser bienentendido.


He visto también niños sueltos, sólos, en su espacio y con su familia. Una preciosa niña rubia con su padre y con su madre iba en el asiento delantero de autobús que me trasladaba al aeropuerto. Hablaba tranquilamente con los dos y daba gusto y ternura presenciar una secuencia cotidiana sin las estridencias que muchas veces, sobre todo aquí en el Sur, tienen las relaciones con los más pequeños. Pero también es verdad que en el vuelo de vuelta de Oslo a Málaga se oían los gritos de un par de pequeños por la parte trasera del avión, como indicando que en todas partes cuecen habas y que los niños son niños aquí y en Sebastopol, por más que las culturas les den una cierta pátina según en el pais que vivan.


No dudo que en Noruega dispongan de más medeios para la educación de los más pequeños porque se trata de uno de los paises más ricos de mundo, pero puede que también porque valore más la disgnidad de los menores y eso debería ser una lección para nosotros.

domingo, 11 de septiembre de 2011

MIEDOS

Con desesperante frecuencia se nos oye hablar de la infancia como la época más feliz de nuestra vida. Los argumentos suelen estar referidos a que en ese tiempo no teníamos que preocuparnos por nada. Que todo nos venía dado y que siempre había alguien que se responsabilizaba de nosotros y estaba al tanto de nuestras necesidades. Algo así como que andábamos en el mar rubio, en que cualquier deseo se cumplía automáticamente. Nada mas lejos de la realidad.


Por supuesto que las personas responsables de nuestro cuidados seguramente se desvivirán por atendernos y hacer que nuestras necesidades se cubran de la mejor manera posible. Pero siempre hay que pensar que nosotros tenemos un hilo de comunicación con nuestros cuidadores que tiee unas claves que no siempre coinciden. Es más, casi nunca coinciden. Tenemos que estar en todo momento a expesas de que se jnos entienda la demanda concreta que estamos manifestando. Nadie puede pensar que un pequeño de un años es capaz de decir “necesito que se me rasque la espalda, exactamente en el homóplatro derecho en su parte superior”, y sin embargo, es posible que en un momento concreto puede ser esa la necesidad que precise.


Es cierto que, con el paso del tiempo, los niveles de comunicación con las personas de referencia aumentan y se perfeccionan a gran velocidad, pero siempre hay que contar con las interpretaciones y con las suposiciones, porque los niveles de comunicación son muy imprecisos. De aquí que sean los miedos los signos más significativos que motivan a los pequeños a demandar atenciones: a la soledad, a la oscuridad, al dolor, al hambre…. En realidad miedo a cualquier necesidad que el cuerpo manifieste. En un pricipio, como si dijéramos un brindis al sol. Yo grito demandando algo que no sé explicar y confío que quien esté cerca de mí me oiga y sepa qué es lo que estoy pidiendo en cada momento, lo que es casi tan arriesgado como esperar que te toque la lotería. Es un poco exagerado, pero en parte es así.


En la medida en que, con el paso del tiempo, muchas de esas demandas que el pequeño manifiesta se le van resolviendo y en la medida en que esas soluciones le van dando tranquilidad, los niveles de pánico se van moderando y hasta se convierten en otro tipo de reclamos más suave, más precisos y hasta diferencviados según la urgencia de las propias demandas, que empiezar a dejarse ver con distintos niveles de necesidad. En un principio es el llanto el emisor exiclusivo de todas las demandas. Con el tiempo el propio llanto se diversifica y se convierte en muchos llantos, con demandas distintas según los casos, a la vez que van apareciendo diversas formas de demandas que no son llantos y que van fortaleciendo la comunicación con los adultos y haciendo que los niveles de miedo que sientes los niños por cualquier contrariedad o necesidad que les aparece, se vayan armonizando y entren en un complejo entramado de comunicaciones entre pequeños y adultos. Pero para eso ha de pasar mucho tiempo y tnto mayores como pequeños, han de madurar en su conocimiento mutuo y en la confianza que cada uno deposita en el otro.
Al final toda se convierte en una forma de controlar y dosificar el miedo, que es el elemento más presente en un principio y que termina, si todo va bien, mas o menos controlado cuando los niveles de entendimiento se han establecido entre pequeños y mayores. Pero el miedo es el rey, no lo olvidemos.

domingo, 4 de septiembre de 2011

PALABRAS


La influencia de las personas mayores cercanas en los pequeños que viven con ellos es determinante. No se puede especificar punto por punto o aspecto por aspecto porque se transmite de manera global y porque no es posible concretar los aspectos concretos en los que se va a manifestar. Unas veces se detecta por simpatía y otras, por ejemplo, por antipatía, o por semejanza o por otras asociaciones difíciles de concretar de antemano.


Lo que tradicionalmente se llama el ejemplo es una de las transmisiones contundentes y sólidas. Los niños muchas veces no asumen lo que se les dice, pero lo que ven que se hace con ellos o cómo se vive a su alrededor, eso sí que tiene gran fuerza y se graba a fuego en sus esquemas de comportamiento. Hasta el punto de que los adultos, para explicar el peso de su ejemplo y para eludir en alguna medida su influencia, han inventado aquello de HACER LO QUE OS DIGA, PERO NO HAGAIS LO QUE YO HAGA.


Sin discutir ni un ápice la importancia de los ejemplos, creo que es importante comunicarse con los menores utilizando las palabras. Con las palabras, que sabemos que tienen un valor relativo, podemos aclarar muchas veces determinados comportamientos que pueden no ser correctamente interpretados. Podemos, sobre todo, explicar nuestros sentimientos y comunicarnos matizadamente, ya que los comportamientos que tienen la enorme fuerza de los hecho, también son comunicaciones globales que pueden precisar los matices y las aclaraciones que ofrecen las palabras para que la comprensión sea más ajustada y precisa.
Al mismo tiempo, la palabra es capaz de crear un campo de entendimiento y de riqueza comunicativa por ejemplo, en la transmisión de la cultura del grupo humano al que se pertenece a través de miles de historias y de cuentos. Todo ese corpus de leyendas y de costumbres pasa a través de la palabra de unas generaciones a otras muchas veces en los ratos muertos, en los momentos previos a dormirse y en general en situaciones de intimidad y de relajación en los que la confianza hace que nuestras alertas descansen y se de paso a la receptividad por parte de unos y a las ganas de transmitir por parte de otros.


En todo el conjunto normativo que ha de pasar de una generación a otra, es verdad que la mejor forma es con el ejemplo, pero al mismo tiempo, si es posible poder explicar el por qué de cada norma, las ventajas e inconvenientes de hacerlo de uno modo concreto y no de otro y estimular las ganas de comunicarse de los pequeños para que sus niveles de comprensión se amplíen y se perfeccionen estaremos contribuyendo a que lo que hemos dado en llamar cultura cumpla su función más noble permitiendo el entendimiento entre personas que pertenecen a mundos distintos porque han nacido cada uno en su tiempo y que, aun así, dispongan de maneras de conocerse y de entenderse.
Las palabras es verdad que son resbaladizas, que pueden tener significados ambiguos según los casos, que pueden ser, incluso, fuentes de conflictos dependiendo siempre de quién y de qué manera sean utilizadas entre las personas, pero no cabe duda que pueder ser al mismo tiempo vehículos insustituíbles de transm,isión cultural y de comprensión entre los seres humanos que seríamos unos verdaderos insensatos si las despreciáramos como elementos esenciales en todo el proceso educativo. Probablemente las palabras no serán suficientes para cubrir la misión educativa entre generaciones, pero sin duda es un valor insustituíble.