Parece
que a medida que pasa el tiempo y la sociedad nos ofrece más posibilidades
materiales nos vamos volviendo más frágiles, más dependientes , sencillamente
el atiborramiento de información inmediata nos impide la paz imprescindible
para rumiar y digerir todo lo que nos llega. El otro día conocimos el drama de
un señor que se dejó en el coche a un pequeño de algo menos de dos años que
tendría que haber llevado a su cole como cada mañana. Cuando volvió al coche
por la tarde el pequeño estaba muerto. A él le dio un patatús y han tenido que
ingresarlo para que se recupere. Cuando todo esto se nos va diciendo sin ningún
análisis resulta que nosotros mismos nos vamos acostumbrando a recibir en bruto
las noticias y nuestra capacidad de análisis o de digestión se nos embota y al
final nos insensibilizamos. Estos días hemos vivido unas tormentas que han
inundado varios pueblos vecinos y hemos visto cómo la fuerza del agua se
llevaba cualquier cosa por delante. Pues algo así.
Los
equilibrios son siempre difíciles y hemos de asumir errores porque la propia
vida es un tanteo permanente y porque el conocimiento o la madurez no tiene
otra vía de producirse que a base de errores. No arriesgarse a vivir es una
manera de esconder la cabeza bajo tierra como los avestruces y pensar que a
base de negar los problemas vamos a superarlos cuando lo único que consigue
este comportamiento es hacernos más frágiles y pusilánimes ante cualquier
dificultad de las miles que la vida nos pone por delante. Tampoco sería prudente abandonar a los
pequeños en medio de los vendavales para que aprendan a valerse por sí mismos
sin los imprescindibles apoyos adultos para que vayan logrando su
fortalecimiento. Sé que el equilibrio es muy delicado porque unas veces te
pasas y otras no llegas, pero hay que asumir esas limitaciones y salir a la
vida cada mañana con la conciencia de nuestras limitaciones pero con nuestra
determinación a flor de piel.
En
nuestra escuelas cada otoño y cada primavera decidimos dormir
fuera de las familias y con su grupo, al menos una noche. Con el paso de los
años se ha convertido en un clásico. Le hemos llamado COLONIAS por llamarle
algo. Hemos experimentado salidas de playa, de sierra y hasta, según me comentó
Manuel el año pasado, pasar la noche en su propio cole, iniciativa que propuse
reiteradamente y no se me aceptó en aquel momento y parece que él ha
conseguido, por fin. Me alegro por los pequeños y por él. Estoy seguro que
habrá sido una vivencia muy particular que el grupo se dé cuenta que sus
espacios de cada día tienen otra vida que no conocían cuando se iban a su casa
cada tarde. Una razón más para darnos cuenta de las posibilidades que cualquier
secuencia de la vida no puede ofrecer si miramos lo mismo de siempre desde otro
lugar.
Sé que
la vida es muy variada y cada día más. Es posible que muchos pequeños hayan
experimentado la sensación de dormir fuera de sus padres, pero seguro que no la
de dormir con todo su grupo. Para mí, por ejemplo, uno de los momentos más
fuertes era siempre la hora de despertar sin que sus referentes espaciales o
personales sean los que tienen cada día. Me parecía como si tuvieran que
construir la vida con otros parámetros. Siempre era un riesgo y seguro que lo
sigue siendo y en todos los grupos se escapaban algunas lágrimas a las que
teníamos que acudir al momento porque en ese caso, los referentes habituales se
habían perdido y no había repuestos a su alcance. Crecer es algo emocionante,
pero nadie dijo que fuera gratis. Hay que dejarse la vida en ello y no siempre
tenemos los agarraderos que necesitamos a nuestro alcance. Más de una vez nos
sentimos perdidos. El reencuentro con las familias es sencillamente apoteósico.
Todos hemos crecido un poco y hemos pagado nuestro precio por ello.