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domingo, 27 de octubre de 2019

INCLUSIÓN



         Las noticias doblan su valor si son directas, recientes y de primera mano. Acabo de acondicionar las fotos que me han parecido más apropiadas y me siento delante de la pantalla del ordenador para daros cuenta del acto que ha inaugurado a las 10 de la mañana el Alcalde de Granada. Se trata de la 6ª Marcha Asprogrades por la Diversidad. Acabo de dejar a los participantes con su paseo otoñal gozoso y me he venido a cumplir mi compromiso semanal conmigo mismo y espero que también con muchos de vosotros, para que os llegue calentito. Supongo que dentro de unas horas, otros informativos más objetivos darán cuenta del acto, como debe ser. Digamos que esto es una confidencia entre amigos, casi familiares, que no busca tanto hacer crónica sino valorar la importancia de que unos cientos de personas con necesidades específicas y sus familias inunden una serie de calles de la ciudad, se hagan presentes para el resto de los ciudadanos y manifiesten con su presencia que el espacio público mejora si estamos todos y que la diversidad no es una limitación sino una riqueza.

         El contenido es ni más ni menos que promover la diversidad como riqueza y la forma es la de un paseo por una serie de calles acotadas entre el Quiosco de la Música en el Paseo del Salón y la sede de Asprogrades junto al Palacio de los Deportes. En medio, una serie de tenderetes por los que hay que pasar y que te sellen la hoja de control, aprovisionarte en ellos con lo que te ofrezca cada uno, (la imagen ofrece el de la Fuente de las Batallas en el que se puede retirar un rico bocata de Pan de Alfacar con aceite de oliva virgen extra de los Montes Orientales). En otros puntos de control ofrecerán otras propuestas, todas livianas y que contribuirán a que la mañana de este domingo se convierta en una secuencia de vida en la que Granada aparezca más diversa. El Alcalde ha tenido la amabilidad de estar en el punto de salida a las 10 de la mañana y a cada pequeño grupo de caminantes les ha ido deseando un feliz paseo, cosa que la organización le ha agradecido.

         Valorar un acto tan sencillo no es más que mostrar dónde quiere poner este que os escribe el acento sobre lo que merece destacar y lo que no. No vais a encontrar en el recorrido ni competición ni record ni figuras espectaculares que nos impresionen por alguna razón al resto de los ciudadanos. Vais a encontrar, eso sí,  pequeños grupos de personas, grandes, pequeñas, bastante distintas entre sí en aspecto y en capacidades, que toman la ciudad, que la hacen suya y que nos dicen con su presencia que el espacio público es de todos y que cuanto más distintos seamos los que lo vivamos, más calor tendrá el conjunto. Como sabéis, a Granada no le faltan monumentos que mostrar a quien la visita, que cada día son más, afortunadamente. Pero esta mañana ha lucido con luz propia uno que luce como el que más y ha sido el de su gente, joven y vieja, en zapatillas o en carrito pero todos formando parte de un mismo cuerpo social que nos enriquece. No sólo es digna de ver la Alhambra y tantos otros monumentos como encierra Granada. Sus ciudadanos son también un monumento vivo que pasea por sus calles esta mañana.

         La lección que quiero dejar a quien se acerque y lea este texto es que juntos y todos valemos más que cada uno separado de los demás y mirándonos de reojo con desconfianza. También que esta lección tan sencilla pero tan profunda al mismo tiempo está al alcance de cualquier colectivo que se lo proponga y pague con el esfuerzo de organización el precio de su presencia. Es importante que nos metamos en la cabeza que todos juntos valemos más y somos mejores que uno más uno, más uno.. que, a fin de cuentas no es más que un conjunto de soledades repetidas hasta el infinito. Había sonrisas esta mañana dignas de inmortalizar, no por la relevancia social de quienes la mostraban, sino por la hondura de su gesto y su valor dentro del conjunto dispuesto a comerse la ciudad. Argumentaría hasta morirme el valor de la diversidad pero os animo a organizar algo parecido y a que lo sintáis vosotros mismos en primera persona.


domingo, 20 de octubre de 2019

PENSAR


         No me voy a cansar nunca de insistir que, en educación como en tantos órdenes de la vida, no hay forma más idónea de optimizar las capacidades que encontrar el viento a favor de las capacidades personales y aprovechar el impulso que nos motiva a actuar siguiendo nuestras inclinaciones. De no ser así todo se convierte en una guerra sin cuartel, en una historia de desdichas y en unos resultados por el que se paga el precio de la amargura de vivir, que me parece excesivo en todos los casos. Me ratifico en los argumentos de la semana pasada, en los que cada día creo más y mejor y hoy intento dar un paso más en el camino de seguir los fluidos naturales no conduce más que a resultados gozosos, a los que cada pequeño se entrega con entusiasmo, estimulantes porque es lo más hermoso de nosotros mismos lo que se manifiesta y permanentes porque las vivencias que vamos experimentando, lejos de darnos miedo o pereza, lo que producen en nuestro interior es que se materialice lo mejor que tenemos en sentimientos y es aspiraciones. Es posible que los paraísos se encuentren al alcance de nuestras manos.

         Hablamos de la palabra como de la principal fuente de lenguaje y como vehículo indispensable para estructurar el pensamiento. Sabemos lo que somos capaces de pronunciar y no hay forma de conocimiento que no pase por poner palabras a cualquier hallazgo al que podamos acceder por intuiciones. Es posible que la luz del progreso nos llegue por cualquier vía instantánea, es cierto. También es cierto que sabemos muy poco de cómo nuestro cerebro termina por inclinars4e por un camino y no por otros cuando razona, pero del mismo modo es verdad que cada hallazgo no es tal hasta que no somos capaces de transformarlo en palabras y lo comunicamos a los demás. Cuando nos encontramos con alguien de tres años enfrascado en interminables soliloquios ligüísticos consigo mismo estamos en presencia del manantial de donde brotan las ideas.

         Creo incluso que lo que la escuela tendría que favorecer es que todas las personas fuéramos capaces de dar rienda suelta nuestras capacidades fonéticas aunque las aulas parecieran manicomios o jaulas de grillos, sencillamente porque ese jolgorio incomprensible con el que se comienza, poco a poco se va convirtiendo en una fábrica de palabras, de frases, de ideas en definitiva. Inexplicablemente para la lógica científica somos capaces de sacrificar el gozo de vivir, que es lo más grande que nos puede suceder por conseguir unos escuálidos objetivos mínimos a los que logramos acceder con miles de desigualdades personales, dejando por el camino toda nuestra alegría de vivir y aprendiendo con la mayor desdicha que hemos venido al mundo a sufrir y que lo que logramos a través del sufrimiento es lo que vale. Yo siempre pensé que cualquiera que viera llegar a nuestros pequeños con esos ojos que perece que se les van a salir de las órbitas, consciente de que llegan a un espacio de vida que los espera con fe en ellos.

         Ayer acompañé a mi hija Elvira a una extracción de sangre. En la sala de espera crucé la mirada con Miguel, síndrome de Down, acompañado de su madre, que llegó para lo mismo. Inmediatamente nos reconocimos, nos sonreímos y nos saludamos como si nos hubiéramos visto ayer. Según comentó su madre, Miguel había cumplido 30 años y yo lo tuve con 4 y 5. Le vi los mismos ojos de alegría y el encuentro nos alegró la mañana a nosotros y al resto de los que esperaban su extracción en completo silencio y cada uno hablando consigo mismo a través de sus móviles, última manera que hemos inventado de estar solos. Cuando me fui escuche que Miguel le comentaba a su madre: ¿Has visto que Majo? Mientras ella le pedía que hablara más bajo y la gente parecía que había despertado. Cuándo nos vamos a enterar que la palabra es la vida y que al principio fue el verbo, que el verbo estaba en dios y que el verbo era dios y que Jesucristo no fue más que el verbo hecho carne.  

domingo, 13 de octubre de 2019

HABLAR



         En el momento de la vida en que el desarrollo intelectual se produce a base de hablar y de moverse, la escuela dice a los pequeños siéntate y calla. No sé en qué momento pero esta frase la he usado en alguna otra ocasión. Desde que la fragüé, hace ya muchos años, se ha convertido en un santo y seña profesional que me orienta y que me indica por dónde no se debe ir. Hemos hablado de la lectura y de la escritura y de las perversiones que la estructura escolar ha llegado a tener como referentes aceptables, como leer 60 palabras por minuto, para enfrentarse a primero con apenas seis años de edad. Y nos hemos quedado tan panchos. El lenguaje se lee y se escribe pero, sobre todo, se habla. Y aquí de lo que se trata es de que los pequeños aprendan a inhibir las irresistibles tendencias comunicativas hablándose y moviéndose para alcanzar en cada uno la insoportable condición de isla que, una vez asumida con mucho esfuerzo, estaremos lamentando el resto de nuestra vida. Sé que parece endiablado, pero es que lo es y no quiero edulcorarlo por nada del mundo.

         Entre los 0 y los 3 años, las personas somos una fábrica de desarrollo muscular. Es irresistible el deseo de conocer cada músculo y de ponerlo en movimiento en toda su capacidad. Nos resulta casi insoportable a los adultos, sencillamente porque ya pasamos esa etapa hace muchos años. Pero en vez de comprender esa situación y tratar de encontrar posibilidades para que los pequeños pongan los suyos en movimiento como están exigiendo con todas sus fuerzas, que sería lo lógico y lo razonable, lo que buscamos casi siempre es desactivar esa fuerza interior que tienen  y, casi siempre con mucho dolor y con mucha frustración, terminamos imponiendo nuestras normas coercitivas por encima de su fuerza explosiva natural y el resultado es que los pequeños aprender a templarse por imperativo adulto y solo sacan a la luz sus impulsos naturales, bien a nuestras espaldas o cuando logran zafarse de nuestra vigilancia. En ambos casos un desarrollo penoso, pobre y con conciencia de ilegalidad. Vamos abriendo un abismo entre lo que se desea y lo que se permite que se irá ampliando con el paso del tiempo.

         Con el lenguaje hablado, otro que tal. Hacia los 3 años ya se dominan más o menos los distintos sonidos de cada lengua y, a partir de ahí, los pequeños se lanzan a combinar esos sonidos como energúmenos, tanto si responden a palabras con sentido como si no. Es como una orgía de los sonidos. Si respetamos y protegemos esa tendencia, lo que debe pasar es que poco a poco esas cotorras que no meten la lengua en paladar pronunciando lo comprensible y lo incomprensible, vayan acoplándose a los significados de su lengua materna y entre los cinco o seis años los veamos dominando su lengua con toda la soltura que les ha dado ese ejercicio desenfrenado previo. Como normalmente lo que sucede es que nos molestan con toda esa verborrea que se traen consigo mismos, terminamos con mucho esfuerzo, sobre todo en la escuela, imponiéndoles un doloroso silencio, pues lo aceptan de muy mala gana en general y nos escuchan lo que les decimos mientras intentan zafarse de nuestra vigilancia todo lo que pueden para volver a sus andadas.

         Nunca he entendido el empeño que la familia y, sobre todo, de la escuela, de caminar contracorriente poniéndose frente a las tendencias naturales de los pequeños en vez de remar a su favor, hacer que se sientan acogidos, respetados y favorecidos, con todos los medios que la sociedad pone a su disposición remando a favor de ellos. Esto que debería ser lo lógico, lo natural, lo deseable, se convierte en una rareza, las veces que sucede, o sencillamente en una guerra sin cuartel entre alumnos y maestros, en la que inevitablemente son los maestros los que tienen que perder porque los pequeños tienen que crecer y convertirse en .personas capaces, bien con el concurso de los maestros y de la institución escolar, o sin ella. Sé que me está resultando el texto dramático pero, creedme, la realidad es mucho más dramática de lo que mis pobres capacidades exponen en estos renglones. Otra cosa es que intentemos cubrirlo con un manto de normativa que nos justifique. En medio se queda la dicha de vivir y un sin fín de posibilidades perdidas.


domingo, 6 de octubre de 2019

APREMIO



         Ya la semana pasada tratábamos el tema de los conocimientos a destiempo como una manera de andar hacia atrás. Para la interpretación general de la vida tenemos pocas dudas. A nadie se le ocurre ponerse a comer una fruta si no está madura. Tampoco sería muy razonable habitar una casa a la que le falta la techumbre. Es una manera de decir que cada cosa tiene su tiempo y cada conocimiento su momento. El proceso de aprendizaje con frecuencia se convierte en una carrera de alta velocidad con la pretensión inútil y hasta contraproducente de llegar cuanto antes a saber qué letra es la a, por ejemplo, cómo se escribe tu nombre o cualquiera de los tópicos que cada cultura usa en un momento determinado. Y ante semejantes contrasentidos nos podemos quedar tan panchos como si hubiéramos realizado una obra de moros cuando lo que realmente conseguimos es, en el mejor de los casos, un efecto inocuo y la mayor parte de las veces, desencadenar procesos perversos en el normal desarrollo de los pequeños.

         Mientras fui docente no nos ocupábamos de enseñar a leer a los de cinco años. Nos las veíamos y nos las deseábamos para frenar las apetencias de las familias, que eran las que más remetían con la dichosa lectura y escritura. Con los niños no había ningún problema porque el que quería leer, sencillamente leía porque en clase siempre disponía de una aceptable biblioteca o escribía lo que le parecía oportuno sin ningún problema. Pero las familias ya era otra cosa, bien porque los hijos del vecino ya leían y el nuestro todavía no era capaz o falacias de ese calibre. Al comienzo de mi docencia conocí exámenes de lectura y exigencia de hasta 60 palabras por minuto. Aberraciones que llegaban incluso a hacer que un pequeño repitiera el último curso de párvulos porque no alcanzaba la suficiente velocidad lectora. ¡Con cinco años y ya repitiendo!. Y se quedaban tan tranquilos vendiendo su idoneidad técnica a la sociedad de su tiempo. Los nuestros llegaban a primero y casi todos se encuadraban en el pelotón de los retrasados porque normalmente no leían. Otra cosa muy distinta era cuando llegaban las navidades porque la tornas habían cambiado como de la noche al día y casi todos leían sin problema, sencillamente porque era el momento oportuno.

         Hay refranes que debíamos meternos en la sesera con cincel y martillo. No por mucho madrugar amanece más temprano, o vísteme despacio que tengo prisa o sentencias lapidarias por el estilo forman parte de la cultura popular, son usados con frecuencia para ámbitos de la vida muy diversos pero todos encaminados a respetar los niveles de desarrollo y a conseguir una armonía entre lo que una persona es capaz y lo que le exigimos. La cantidad de aberraciones que podemos introducir en las vidas de los pequeños, sencillamente por no ser respetuosos con los tiempos y someter a los aprendices a esfuerzos inadecuados de comprensión, con lo fácil que resulta aceptar que cada uno tiene su propio desarrollo y que hay en la vida tiempos para todo y nosotros lo mejor que podemos hacer es ponernos a favor del respetos a los pequeños y a sus capacidades. Algunas familias nos han reconocido, tiempo después, lo cómodos que han evolucionado sus hijos sin que nadie les haya forzado a lograr cotas para las que no estaban maduros. Pero la mayoría han pasado página y puede que mantengan la duda de lo que sus hijos hubieran sido capaces de saber si se les hubiera apretado un poco en el aprendizaje.

         La vida no se puede convertir en una carrera de obstáculos que tenemos que superar, a todas horas con la lengua fuera. No entiendo si para eso merece la pena el esfuerzo si no aprendemos a gozar de lo que aprendemos y de cómo nos relacionamos con los demás. La escalinata de las dificultades no resulta amarga si se supera en compañía y con el ritmo adecuado. El apremio es muy mal consejero porque, una vez que se inicia puede no tener fin, con lo que la educación puede convertirse en un agobio, cuando lo primero a lo que tenemos que aprender es, sencillamente, a vivir y no es fácil. Cuántas veces nos encontramos dando indicaciones a los pequeños que nosotros no cumplimos, consejos doy que para mí no tengo o haced lo que yo os diga pero no hagáis lo que yo haga. Como puede verse, ni siquiera me remito a la ciencia, que no hace sino confirmar lo que comento. Me quedo en lo que podríamos llamar sentido común que pienso que tiene suficiente eficacia para superar los contrasentidos más comunes.