Me
consta que en más de una ocasión hemos
tratado el tema de los juguetes y de los regalos. Lo recuerdo y no me pesa que
hoy volvamos a él por varias razones: primero porque su aporte para los
pequeños es de primera importancia, segundo porque todo el entramado de la
industria siempre intenta convertirse antes que otra consideración en un asunto
comercial, desfigurando de ese modo su principal cualidad de ser un elemento
que contribuye al desarrollo educativo de los pequeños, a su madurez psicológica
y a su crecimiento personal. Todas las épocas y todas las culturas han usado
juguetes como vehículos de adiestramientos de sus retoños, como ensayos de
estructuras vitales esenciales. La voracidad del comercio dificulta que cumplan
la imprescindible función que las distintas culturas les tienen encomendada,
pero en ningún caso deben sustituirla.
La
semana pasada poníamos el ejemplo del abuelo satisfecho por el magnífico regalo
que le ofrecía a su nieto y el chasco que se llevaba cuando a los pocos minutos
contemplaba la escena de su nieto pasando olímpicamente de su regalo pero
gozando como un energúmeno con la caja
de cartón en la que el regalo venía envuelto. Es todo un ejemplo de lo
necesarios que son los juguetes para que los pequeños conozcan y ejerciten
destrezas imprescindibles para la convivencia pero también de la facilidad con
que los adultos podemos confundir la gimnasia con la magnesia y hacer
completamente inútil un vehículo que puede tener un papel fundamental en la
vida de un pequeño. Los niños necesitan objetos parecidos a los que se usan en
la vida para usarlos como ensayos de lo que en su día serán las distintas
funciones para valerse en el mundo. Su fuerte necesidad de crecimiento hará que
se interesen vivamente en los juguetes porque les permiten manipular y
perfeccionar sin peligro todo lo que necesitan ya que sólo se trata de ensayos
las funciones de las que la vida se compone.
En
alguna medida el juguete tiene la función de reproducir más o menos la vida que
el pequeño tiene a su alrededor. A través de su manipulación puede tener la
sensación de que está interviniendo en los elementos y en los procesos que la
configuran, siempre, eso sí, que le quede completamente claro lo que es de
verdad y lo que es un juego, cosa que entre los tres y los ocho años tiene
tiempo suficiente para experimentar y para conocer. Pero los procesos también
tienen su importancia interna según la referencia que los adultos tomen para su
elaboración y para su puesta en funcionamiento en manos de los pequeños. Si
nosotros ponemos en manos de un pequeño un caballo de plástico, el objeto no
puede ser otra cosa que un caballo. Si ponemos, por ejemplo, una pinza de la
ropa, en un momento podrá ser un
caballo, pero en otro podrá ser un coche o una pieza de una batalla o una pinza
de la ropa o una figura compleja si unimos unas pinzas con otras… Como
criterio, en función de la mayor simplicidad que tengan los juguetes que le
ofrezcamos al pequeño, más posibilidades le abrimos para que sea su propia
manipulación la que dé vida al juguete;
y su mayor concreción menos espacio para su creatividad. Esto explica el
ejemplo que hemos descrito del regalo del abuelo.
Un par
de observaciones todavía. Los niños juegan con gusto pero saben desde muy
pronto que los juguetes son sólo juguetes. Pasos intermedios para su objetivo
verdadero que son los objetos de verdad. Jugarán con placer, con una cocinita, pero en cuanto nos
descuidemos un momento comprobaremos que lo que de verdad quieren es usar las
ollas, los platos o los cubiertos de verdad. Y así con cualquier otro elemento
de la vida, incluidos los elementos informáticos que tan fuerte han irrumpido
en nuestra cultura en los últimos años. Por eso es indispensable que les
ofrezcamos posibilidades de manipulación lo más amplias posible pero también
que andemos siempre cerca de ellos para que cuando proceda podamos aclararles
dónde están los límites que no se deben saltar porque su seguridad se pone en
peligro. Deben tener posibilidades que les permitan desarrollarse pero también
límites que les dejen claro que no todo es posible.