Y
cuando alguna fuerza política ya había aprendido a luchar por su hegemonía en
el espacio en el que gobierna, cuando era capaz de decir delante de un
micrófono que el gobierno de España estaba contra los habitantes de su espacio
político, cuando tuvo la desfachatez de decir que su comunidad era España
dentro de España, cuando llenó las calles de banderas de las de todos en un
ejercicio indecente de apropiación indebida, cuando alcanzó una cota de cinismo
suficiente como para sacar un lema que titulaba “Madrid, libertad”, acusando al
resto de permitir que el gobierno autoritario los tuviera sometidos a base de
normas restrictivas desproporcionadas por puro afán de protagonismo, llega el
otoño en este hemisferio, ese que los expertos venían anunciando desde los
confortables calores de agosto y nos encontramos en plena segunda ola, con
miles de infectados por doquier imponiendo el toque de queda, término que nunca hubiéramos llamado aquí por las infaustas connotaciones bélicas que
trae aparejado.
Henos
aquí reclamando al gobierno central que decrete el estado de alarma en todo el territorio para que se puedan
restringir algunas libertades de movimiento que sin esa figura legal no es
posible tocar a juicio de muchos jueces que ya han paralizado otras fórmulas
que se han intentado, produciendo el bochorno de que en unas comunidades se han
aceptado y en otras no, lo que produce en la población el consiguiente desconcierto,
cosa que con el estado de alarma no
se produce. El truco estaba en que el gobierno, después de los tres primeros
meses en que lo impuso de motu propio, planteó que fueran las distintas
comunidades las que pudieran pedirlo y él se comprometía a concederlo. Eso se
interpretó como una humillación en la que nadie quería caer para no sentirse
poca cosa y mucho menos la de Madrid, faro y guía de las libertades y
autosuficiente donde las haya.
La
realidad siempre supera cualquier fantasía. Ya dije la otra semana que si no
diera risa sería para llorar porque, a todo esto, la dichosa pandemia no para
de crecer en todo el mundo y de los países europeos nos ha llegado el toque de queda, que ya han impuesto a
golpe de decreto y al que nosotros nos estamos adhiriendo sin pudor alguno,
porque viene de fuera y no participa de nuestra guerra interna. Esta mañana se
estará reuniendo nuestro gobierno para imponer el estado de alarma, una vez que las comunidades se lo han pedido
porque así todos los ciudadanos se sentirán seguros jurídicamente si se reducen
algunos de sus derechos fundamentales por causa de la pandemia y parece que la
guerra de hegemonías de poder se ha diluido como por ensalmo, una vez que todos
han sido superados por los efectos de este virus que nos trae de acá para acá
como le da la gana.
Pese a
la miseria de las explicaciones y a los juegos de poder en los que estamos
inmersos, en realidad de lo que estamos hablando es de enfermedad, de muerte,
de pobreza, de paro y de ruina, que ya veremos lo que nos va a costar salir de
este agujero en el que nos está metiendo la dichosa pandemia. Pero nosotros,
mientras tanto, intentando clarificar quién es más y quién es menos en esta
jerarquía de la miseria en la que nos desenvolvemos hasta el momento.