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domingo, 25 de octubre de 2020

HUMILLACIÓN

 


        Y cuando alguna fuerza política ya había aprendido a luchar por su hegemonía en el espacio en el que gobierna, cuando era capaz de decir delante de un micrófono que el gobierno de España estaba contra los habitantes de su espacio político, cuando tuvo la desfachatez de decir que su comunidad era España dentro de España, cuando llenó las calles de banderas de las de todos en un ejercicio indecente de apropiación indebida, cuando alcanzó una cota de cinismo suficiente como para sacar un lema que titulaba “Madrid, libertad”, acusando al resto de permitir que el gobierno autoritario los tuviera sometidos a base de normas restrictivas desproporcionadas por puro afán de protagonismo, llega el otoño en este hemisferio, ese que los expertos venían anunciando desde los confortables calores de agosto y nos encontramos en plena segunda ola, con miles de infectados por doquier imponiendo el toque de queda, término que nunca hubiéramos llamado aquí  por las infaustas connotaciones bélicas que trae aparejado.



        Henos aquí reclamando al gobierno central que decrete el estado de alarma en todo el territorio para que se puedan restringir algunas libertades de movimiento que sin esa figura legal no es posible tocar a juicio de muchos jueces que ya han paralizado otras fórmulas que se han intentado, produciendo el bochorno de que en unas comunidades se han aceptado y en otras no, lo que produce en la población el consiguiente desconcierto, cosa que con el estado de alarma no se produce. El truco estaba en que el gobierno, después de los tres primeros meses en que lo impuso de motu propio, planteó que fueran las distintas comunidades las que pudieran pedirlo y él se comprometía a concederlo. Eso se interpretó como una humillación en la que nadie quería caer para no sentirse poca cosa y mucho menos la de Madrid, faro y guía de las libertades y autosuficiente donde las haya.



        La realidad siempre supera cualquier fantasía. Ya dije la otra semana que si no diera risa sería para llorar porque, a todo esto, la dichosa pandemia no para de crecer en todo el mundo y de los países europeos nos ha llegado el toque de queda, que ya han impuesto a golpe de decreto y al que nosotros nos estamos adhiriendo sin pudor alguno, porque viene de fuera y no participa de nuestra guerra interna. Esta mañana se estará reuniendo nuestro gobierno para imponer el estado de alarma, una vez que las comunidades se lo han pedido porque así todos los ciudadanos se sentirán seguros jurídicamente si se reducen algunos de sus derechos fundamentales por causa de la pandemia y parece que la guerra de hegemonías de poder se ha diluido como por ensalmo, una vez que todos han sido superados por los efectos de este virus que nos trae de acá para acá como le da la gana.



        Pese a la miseria de las explicaciones y a los juegos de poder en los que estamos inmersos, en realidad de lo que estamos hablando es de enfermedad, de muerte, de pobreza, de paro y de ruina, que ya veremos lo que nos va a costar salir de este agujero en el que nos está metiendo la dichosa pandemia. Pero nosotros, mientras tanto, intentando clarificar quién es más y quién es menos en esta jerarquía de la miseria en la que nos desenvolvemos hasta el momento.   



domingo, 18 de octubre de 2020

PUDOR


         Sufrimos los tres primeros meses del COVIT 19 como algo nuevo, insólito. Se nos confinó en plan cerrojazo y de la noche a la mañana nos vimos en nuestras casas, casi teniendo que pedir permiso hasta para ir al cuarto de baño. Salían muertos hasta de debajo de las piedras. Nunca habíamos visto nada parecido. Sin terminar de reponernos del impacto fuimos viendo que la curva estadística descendía y alcanzaba niveles asumibles hasta que al final de Junio la dirección de la pandemia cambió de manos porque muchos creían que el gobierno les estaba quitando atribuciones y se quería poner todas las medallas de la desescalada. Se dijo entonces que cuidado con los brotes, los rebrotes y todo lo demás porque el virus seguía presente y volvería a dar señales de vida de nuevo. Nadie lo creyó en aquel momento y los poderes autonómicos entraron en la dirección como Pedro por su casa. La reflexión de entonces era la de que la lección recibida nos tenía que servir para aprender y que nuestra sanidad, de la que tanto habíamos alardeado durante años, había hecho aguas y nos había enseñado sus vergüenzas de manera obscena.



         Intentamos tan panchos abrir el verano a los millones de turistas habituales para que lo pasado no fuera más que un mal sueño. A las primeras de cambio empezamos a darnos cuenta de que la realidad seguía adherida al suelo y nuestra ancestral credibilidad desaparecía a velocidades supersónicas de modo que agosto, nuestro agosto, ese en el que te acercabas a cualquier playa y tenías que pedir perdones para no pisar a la multitud que se doraba apaciblemente y nos dejaba millones de euros como churros, no llegaba y la gallina de los huevos de oro nos volvía la espalda. Recurrimos a Europa y de allí salieron millones de euros para cubrir el hueco provocado por el virus y todos tan contentos de ver, una vez más, cómo salíamos de este atolladero, no diré que sin mancharnos, pero sí con la cabeza bien alta. Ha llegado el otoño, el virus sigue aquí y estamos en plena segunda ola. Nuestras discusiones siguen creciendo, nadie sabe hasta dónde y hasta cuándo y el virus no decae.



         Desde el primer día de confinamiento, allá por marzo, la lucha política intentó embadurnarnos la vida esperando hacer caer este gobierno de coalición  ante los sólidos y palmarios argumentos de la oposición, tan poco acostumbrada a digerir las derrotas y adherida desde siempre a círculos de poder: jueces, empresarios, bancos…con los que encontrar resortes para volver a la primera línea, que es la suya, al parecer por derecho divino. Y el tiempo pasa de manera desesperante y nos vamos quedando sin dinero, sin trabajo, sin argumentos y con el virus presente tanto o más que en la primera ola, si bien los muertos de entonces, hoy son bastantes menos, al menos por ahora. El gobierno no ha caído hasta el momento, la oposición, cada día más cerril, se desespera y ya empieza a decir que el 1% de la población de riesgo no puede condicionar al 99% de los normales.  O que no solo se muere del virus. Y en plena lucha dialéctica fratricida, Europa reacciona ante la segunda ola de manera que deja nuestras discusiones a la altura de un patio de colegio.



         ¿Seremos capaces de aprender algo, no ya ahora, sino en algún momento? Todos los técnicos argumentan que la mayor fuerza contra la pandemia está en la unidad de acción, pese a las legítimas discrepancias y nosotros con las discrepancias manifestándose en todo momento de manera creciente. Antes morir que ponernos de acuerdo en algo, parece que decimos con nuestro comportamiento. Se argumenta que la mejor lucha está en dotarnos de una atención primaria potente y en un ejército de rastreadores que detecten cualquier posible contagio para ir cortando las vías a la pandemia. Pues eso es exactamente lo que no vemos, pero las discrepancias sí. Ya hemos alcanzado una cota de bulos, de mentiras y de gritos que nos vamos a convertir en verdaderos catedráticos de la nada. Recordando a Groucho, partiendo de la pobreza, hemos alcanzado las más altas cotas de miseria. Y seguimos. 


domingo, 11 de octubre de 2020

LÍMITES

 


         La lucha política es el fundamento de la democracia. El juego del poder y del contrapoder significan  la garantía del equilibrio inestable que permite que nadie sea capaz de imponerse sin límites al conjunto de la sociedad. En muchos momentos se extiende la idea de que todos los políticos no son más que zánganos cuya función es explotar los recursos de la gente en su propio beneficio. Termina extendiéndose la idea de que lo mejor es pasar de los políticos porque todos son iguales y la política termina siendo el hartazgo de la mayoría. En ese momento es cuando aparecen salva patrias que aprovechan el deterioro para trabajar en su propio beneficio. Con el tema de COVIT 19 lo estamos viendo palpablemente. Los técnicos establecen desde el principio que el pilar fundamental para resolverlo es el acuerdo entre las distintas fuerzas políticas y vemos cómo cada uno maniobra por los lugares más insólitos para concluir de manera inexorable con un desacuerdo final.



         La premisa de la que parto se puede aplicar a cualquiera de las pugnas que se producen y estoy seguro de que en este momento que la lucha contra la pandemia afecta al mundo entero, las pugas políticas están presentes en todos los países entre las fuerzas de gobierno y las de oposición. En España lo están de tal manera que parece no tener fin. Los dos partidos hegemónicos llagaron a sentarse la semana anterior al objeto de alcanzar un punto  que permitiera avanzar mínimamente unidos y parece que alcanzaron un acuerdo casi inmediato, pero cuando empezábamos a respirar tranquilos, no habían pasado 24 horas y de nuevo aparecieron las diferencias irreconciliables. Hoy es el día en el que el gobierno ha impuesto unilateralmente una serie de criterios a seguir y hemos consagrado el desacuerdo a sabiendas de que la desavenencia  era y sigue siendo justamente lo que los expertos mantenían desde el principio como la peor manera de afrontar la pandemia.



         Podría dedicarme a cargar sobre las tesis de una de las partes porque yo tengo una opinión, como cada uno, sobre la mejor forma de salir de este enorme pozo de futuro en el que estamos metidos. No me faltan ganas, la verdad. Lo que pasa es que eso sería seguirle el juego a quienes consideran que lo mejor que se debe hacer es seguir con la bronca, a sabiendas de que es precisamente la bronca la manera más difícil de llegar a acuerdos y que son los acuerdos precisamente la piedra angular sobre la que tiene que descansar cualquier posibilidad de solución. Por esta razón me niego a entrar en la pugna sobre si son galgos o podencos. Sencillamente la considero una guerra inútil. Prefiero dedicarme a sufrir mientras los límites de los dos discursos hegemónicos se desinflan por su propia incompetencia y termina luciendo la razón en alguna medida. Sí me queda claro que las distintas posiciones son temas políticos que unos y otros exhiben contra el adversario y que el virus campa por sus respetos frente a tanta incompetencia.



         No creo que estemos asistiendo a una pugna especialmente irracional, aunque es verdad que lo parece. Cuando nos movemos cada día a golpe de reproche y a golpe de descalificación es difícil no entrar al trapo con una posición o con otra, por más que estemos viendo que se trata de posiciones sin salida. Y es que no son posiciones sin salida. Son posiciones sin salida para la pandemia pero no para los juegos de poder internos dentro del país, en este caso España, del mismo modo que podríamos centrarnos también en los juegos de poder que aparecen en EEUU por causa de las inminentes elecciones de principios de noviembre con las posiciones de cada uno de los dos candidatos. Lo que no quita para que uno se recluya en su rincón y constate que por detrás de los discursos que aparecen no hay más que un desinterés por los problemas reales, en este caso por la solución de la pandemia y sí, en cambio, por las luchas de poder, que son las que justifican las distintas posiciones aunque ni unos ni otros lo dicen claramente.



domingo, 4 de octubre de 2020

DELIRIO

 


         Si no fuera para llorar, daría risa. Estamos en plena segunda ola de la pandemia que nos invade, que ya supera los 35 millones de infectados y que supera el millón de muertos en todo el mundo. Con los conocimientos que hemos adquirido desde que empezó en marzo, no podemos eliminar al virus pero somos capaces, con unidad de criterio y un ingente esfuerzo, de articular mecanismos que nos permiten convivir con él y justo en ese momento se nos desmadran las opiniones encontradas, no sé quién nos cuenta por detrás de la oreja que es el momento de dar el do de pecho para montarse definitivamente por encima del gobierno o de la oposición, según quien lo mire, y en vez de aunar los esfuerzos para moderar el ímpetu de la pandemia, que seguro que con esfuerzo tendríamos a nuestro alcance, nos dedicamos, una vez más, a recordar a Goya  en aquel cuadro en el que los dos hermanos se golpean inmisericordes, dispuestos a destruirse por completo antes que cometer la tropelía de ponerse de acuerdo. Mirado desde dentro, la situación sangra de dolor aunque, si te alejas y lo miras desde fuera te da la risa tonta al darnos cuenta de hasta qué nivel de delirio somos capaces de llegar.



         España no está bien en el nivel de infecciones, que ya superan las 800000 y, con bastantes zonas, sobre todo el centro, con un nivel infeccioso que supera los 500/100000 cuando Alemania, por ejemplo, no supera los 50/100000. Somos uno de los países más infectado del mundo aunque, en honor a la verdad, también hay que decir que los niveles de peligrosidad de esta nueva ola no alcanzan, ni de lejos, la que tuvimos entre marzo y mayo. No está claro si la razón es que el virus ha perdido fuerza o sencillamente que las medidas que se han establecido, con una creciente contestación, van haciendo su efecto y amortiguan en buena parte el dramatismo y la gravedad de los miles de infectados. El nivel de asintomáticos, alrededor del 50% y de infectados breves hace que la mortandad, siempre dramática, haya descendido sustancialmente en comparación.



         En la primera ola el gobierno decretó un estado de alarma y un estricto confinamiento de la población, lo que permitió pese a la fuerza mortífera de la pandemia, que la curva de infección fuera doblegada y a los tres meses estábamos en unos niveles asumibles de normalidad, si bien poco parecidos a lo que conocíamos de siempre, pero suficientes como para que la vida volviera a mostrarse por las calles. Lo que pasa es que el coste había sido duro y el gobierno tenía que renovar el estado de alarma cada 15 días y se encontraba con una creciente contestación parlamentaria. Se le acusaba duramente de comportamientos dictatoriales por haber asumido el mando único. Con este estado de cosas, en cuanto el gobierno pudo presentar una curva de infección suficientemente baja, devolvió el control de la pandemia a las comunidades autónomas, que eran sus legítimas depositarias y dio paso a la desescalada. La recomendación fue hacerla despacio y con las debidas precauciones para no caer de nuevo en el pozo del que con tanto esfuerzo se había salido.



         Con la desescalada se relajó el sistema de vida y salieron a la luz el resto de los problemas que la pandemia traía en su cola: sociales y económicos, que adquirían una dimensión desconocida hasta el momento. Y cada uno, con su mejor criterio quiero pensar, se lanzó a revertir la situación como mejor supo, olvidándose probablemente que la medida más eficaz no era la rapidez sino el acuerdo de la empresa y la seguridad en los pasos que se fueran dando para, si era posible, no tener que volver sobre lo andado. Se hablaba de la posibilidad de nuevos brotes y puede que de una segunda ola, pero la euforia de la desescalada en la mano probablemente nos llevó a creernos a salvo del bicho y creo que pecamos de descoordinación  y de euforia prematura. Y hemos llegado a donde estamos. Hoy nos infectamos más que al principio, si bien la gravedad no tiene punto de comparación. Pero seguimos tirándonos los trastos a la cabeza como al principio y no quisiera pensar que como siempre.