La
semana anterior no pude ni quise evitar meterme
en las historias que cuento. Sé que al final uno no habla de otra cosa
que de uno mismo. Lo sé y lo acepto. Lo que pasa es que me parecía que valía la
pena remarcar que cuando uno tiene la dicha de meterse en un proyecto en el que
se ha puesto todo lo que uno tiene y además logras llevarlo a cabo con otras
personas que, más o menos, comparten contigo el compromiso, automáticamente te
conviertes en un ser privilegiado que estás obligado a vivir a tope la
experiencia y después, si puedes a comunicarla para que alguien se entere y
entienda que en este mundo sucede mucho malo pero también mucho bueno. Era una
especie de confesión y sé que no será la última aunque no quiero dejar mi
objetivo de centrarme en la educación de los más pequeños.
Andábamos,
si recordáis, con la asamblea y decíamos que era el momento más importante de
la jornada y se producía mezclado con la primera comida de los pequeños, de
fruta del tiempo. Una vez exprimido el contenido del grupo y consumida la fruta
es el momento de pasar por el cuarto de baño. Hay que recordar que estamos en
una edad en la que, o bien están aprendiendo a ser autónomos o ya lo son pero
de manera frágil. Hay que proponer la visita de vez en cuando para normalizar
los momentos de higiene y, si es posible, conseguir que se produzcan los
menores incidentes posibles. Es verdad que en el caso de que se produzcan
conviene quitar hierro y cambiar de vestimenta sin dramas pero mucho mejor es
que todo se desarrolle en unos tiempos asumibles por ellos y que las visitas al
cuarto de baño sean normalizadas, y gozosas, con los menores contratiempos
posibles. No hay división en nuestros cuartos de baño y el hecho añadido a la
satisfacción de las necesidades es el de conocer nuestros cuerpos y los de los
demás, intercambiar opiniones sobre la importancia de lo que estamos haciendo y
aprender a bajarnos y subirnos la ropa si es que logramos de las familias que
lo faciliten con los tipos de prendas con que los visten.
Según
los cánones formales, para este cometido hay una serie de compañeros que deben
trabajar con los tutores de los grupos y cuya función es la de estar a la orden
de los tutores. Se llaman educadores, trabajan en el mismo espacio que los
tutores, pueden ser maestro como ellos y de hecho la mayoría lo son pero su
sueldo a fin de mes es significativamente menor que el de los tutores. En
nuestro caso, como ya he explicado en textos anteriores, esa diferencia de
funciones o de categorías no existe y
los pequeños se sienten en todo momento atendidos por sus tutores que en vez de
uno con su ayudante al lado, sencillamente suelen ser dos que se distribuyen
las funciones, todas las funciones de manera aleatoria de modo que los niños no
pueden distinguir ningún tipo de jerarquía entre las personas que los cuidan,
sencillamente porque no las hay. En la comida vamos a encontrar otro momento en
el que es posible que las atenciones puedan estar a cargo de educadores que no
son sus tutores, incluso que no ven a
los niños más que en este momento y que, una vez terminada la comida, vuelven a
desaparecer. En nuestro caso, sencillamente nos turnamos para poder comer
nosotros también pero quienes atienden la comida son los tutores aunque pueda
haber compañeros que colaboren.
El
momento de cuarto de baño con el momento de comida, el momento de patio y el de
entrada y salida en el que hay que quitarse o ponerse la ropa es el que las
grandes estructuras oficiales guardan para los educadores, creando una división
de funciones, con sus correspondientes diferencias salariales que, aunque los
niños no entiendan de economía, sí que integran automáticamente quien manda en
un lugar y quien tiene que obedecer. Y eso son aprendizajes esenciales y
profundos que quedan grabados para siempre. Aquí es donde debemos marcar a
fuego un proyecto educativo global y continuado en el tiempo porque el
aprendizaje que se va a producir como forma de vida va a ser muy superior a
cualquier lección del contenido del programa.