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domingo, 26 de julio de 2020

POBREZA



         Ya se empieza a hablar en España de la segunda ola de la pandemia. Seguimos sin saber muchas cosas sobre este virus que se ha colado en nuestras vidas, pero algunas cosas sí que vamos sabiendo. En este momento hay dos sectores de la población que parecen ser los encargados de mantener el contagio y hacer que vuelva a aumentar: los temporeros y la juventud y cada uno por razones muy distintas. España ha sido tierra de emigración hacia Europa y América del Sur. Hemos paliado la enorme desigualdad y la miseria que llevaba aparejada a base de cargar los cuatro bártulos y dejar la casa y la familia para buscar por el ancho mundo quien nos quisiera, vendiendo nuestra alma al mejor postor a cambio de unas monedas que paliaran la dimensión de la injusticia en la que estábamos inmersos al ritmo de la canción del EMIGRANTE de Juanito Valderrama. Los años sesenta del siglo pasado nos ofrecen lecciones sin cuento de lo que estoy hablando. Legales e ilegales hemos arrancado de aquí y de allá dólares, marcos, francos, coronas…, a costa de nuestra vida para conseguir la vivienda imposible o el pequeño negocio soñado que nos permitiera algún día volver y retomar nuestra vida en los lugares de origen.

         Hoy, cincuenta años después de lo que cuento, nos encontramos en Totana, un pueblo del sur con 30000 habitantes, 10000 de ellos inmigrantes de 160 países que han venido a la recogida de la fruta. Viven en chabolas de plástico y cartón porque nadie les alquila una vivienda y trabajan por el módico precio de unos 30 euros al día. No quieren que la televisión los entreviste para que nos enteremos de cómo viven en realidad por temor a que en sus países puedan ver cuáles son sus condiciones de vida y cuál es el verdadero precio que pagan por la cantidad que mandan a sus familias cada fin de mes. La mayoría se esconden para que no los entrevisten. Sólo algunos permiten que la periodista nos muestre nuestras vergüenzas por permitir tanta humillación a las mismas puertas de nuestras casas.

         Totana puede ser más al norte Albalate de Cinca, donde cientos de inmigrantes se hacinan en una nave en desuso sin agua y sin condiciones de habitabilidad o más al sur Lepe, donde miles de personas nos ponen las frutas del bosque en nuestras mesas por unos salarios y unas formas de vida que ocultamos en su día cuando a muchos de nosotros nos tocó vivirlas en medio mundo y que ahora, con todo el descaro las aceptamos y las argumentamos para otras personas, sencillamente porque los flujos de la economía nos han puesto del lado de los explotadores. No se explica con facilidad que un país que tiene varios millones de parados oficiales se vuelva loco para encontrar a miles de temporeros de otros países para que recojan las frutas. Solo se explica cuando nos enteramos de que cobran 30 euros por jornada. No sé qué nos pasa en la memoria que la usamos o la dejamos de usar cuando nos sirve para recordar o para olvidar lo que nos interesa en cada momento.

         Pues de estos núcleos y de estas formas de vida están saliendo los nuevos focos de contagio de este virus que nos ha colonizado en estos últimos meses, que nos está obligando a cambiar de vida a base de mascarillas para todo y para todos y a base de mantener distancias de seguridad que va a conseguir que terminemos por dejar de conocernos aunque nos pasemos el día cruzándonos unos con otros, pero sin saber cómo nos llamamos y qué cara tenemos. La pobreza se fue en su momento de nuestras vidas porque la dejamos oculta en la emigración, cuando nos tocó. Ahora parece que ya hemos olvidado aquella etapa y somos capaces de mirar a los temporeros de nuestra fruta sin querer entender que somos nosotros mismos hace unos años, dispuestos a conseguir unos euros para sus familias por encima de las chabolas en que viven y de los virus que los infectan porque viven sin las mínimas condiciones materiales que los protejan.


domingo, 19 de julio de 2020

DESCONFIANZA


         El bichito que ni siquiera es un ser vivo y que sólo es capaz de actuar una vez que se adhiere a un organismo vivo lleva ya la bicoca de más de 14 millones de infectados en todo el mundo y supera los 600000 muertos. Estos son hechos constatados y sobre los que no caben opiniones. Se dice que no estamos sino empezando pero también se dice que sabemos muy poco del proceso que se inició con este covit 19. Hemos vivido hasta el momento todo tipo de previos. Desde quien como China nos asombró por febrero cerrando a cal y canto a millones y millones de personas las fronteras de los domicilios y unos meses después se nos presentó libre del virus, hasta quien se reía en nuestras narices, tildándonos de pusilánimes y desafiando abiertamente a los criterios científicos. Ahora casi todos se han contaminado y ahí andan sobreviviendo como pueden con la sonrisa helada en la boca. Otros intentaron ofrecer una actitud razonable y hoy se encuentran en plena disputa acusándose entre ellos de si el virus es galgo o es podenco, cuando la única verdad es que hasta el momento está puediendo con nosotros.

         Esto, así a grandes rasgos, por dar una visión de conjunto. Tal vez convenga completar que lo que no ha faltado desde el primer día es la perorata de quién va a ser el primero en ofrecer al mundo una vacuna lo antes posible. Si por los voceros fuera la vacuna andaría ya por las calles buscando clientes, que es lo único que les interesa a unos y a otros. Las opiniones más rigurosas han puesto en cuarentena tanta alaraca y tanta balandronada, haciéndonos conscientes de que habrá una vacuna o varias vacunas sin duda, pero no cuando digan los voceros interesados sino cuando se cumpla el proceso científico que cualquier vacuna precisa, una de cuyas particularidades se llama tiempo porque los pasos indispensables han de cumplir los rituales de rigor. En realidad lo que busca cada uno no es la vacuna, que seguro que también, sino que la mirada del mundo se centre en su discurso para ganar mercado mientras admiran sus falaces argumentos y su proceso. Tendremos vacuna, eso sí, pero cuando sea posible.

         Por centrarnos en España, que es desde donde escribo, parece que empezamos a combatir en serio al virus un poco más tarde de lo conveniente, claro que eso es muy fácil señalarlo en este momento, a toro pasado y viendo lo que sucede en el resto del mundo. Esta tesis ha sido capitaneada por la oposición política, primero porque es su obligación para cumplir el papel que la sociedad le ha otorgado, pero también porque andamos metidos hasta las trancas en cuestionar el gobierno de coalición, instalado en el poder, que dispone de una mayoría débil y que la oposición ha considerado desde el primer día que puede hacerle la vida imposible si aprieta lo suficiente, exagerando las críticas a cualquier medida de gobierno, tanto si hay suficientes argumentos para ello como si no. Y aquí andamos, con un clima político exacerbado, sin una alternativa viable que pudiera suceder, en el caso de que el gobierno cayera, cosa que hasta el momento no ha sucedido ni tiene trazas de que lo vaya a hacer, y cada día un poco más cabreados.

         Estamos en plena oleada de brotes y rebrotes, dándonos cuenta de que la pobreza existe con virus y sin virus y de que los pobres, los abuelos de las residencias y los temporeros de la fruta, no solamente son los más feos y los que peor huelen sino que son los que más transmiten el virus porque son los más frágiles. El caso es que estamos dando señales de cumplimiento de las normas en su mayoría desde el principio, pero hay grupos cada vez más descreídos, seguramente arropados por estas críticas sin mucho fundamento que buscan otros intereses partidistas por encima que resolver la crisis sanitaria. Como muestra, un botón. Esta mañana he leído en la prensa que ayer se produjo un partidillo de futbol aficionado entre dos equipos: los contagiados y los libres de contagio. Sé que en España somos capaces de esto y de más. Este país es siempre capaz de las más extremas actitudes cuando quiere expresar el hartazgo, en este caso de la pandemia que nos invade. A esto se le llama tirar por el camino de en medio. 

domingo, 12 de julio de 2020

DUDAS



         Con distinto grado de intensidad hemos soportado 98 días de confinamiento. Desde el 21 de junio hemos vuelto a la normalidad. A la nueva normalidad, porque nos han quedado algunas normas como la presencia de las mascarillas con carácter general y la distancia de seguridad de dos metros, sobre todo en los lugares cerrados y evitar aglomeraciones de más de 50 personas en exterior o de más de 20 en interior. Mentiría si no dijera que salir del confinamiento no lo vivimos como una liberación. Fue así y hay que reconocerlo. Lo que pasa es que en estas tres semanas de nueva libertad están pasando cosas con las que no contábamos. Se nos decía y se nos sigue diciendo que hay que tener cuidado porque el virus sigue presente. De ahí que se mantengan las distancias y las mascarillas, pero la necesidad de libertad era importante y hay grupos frecuentes que relajan sus comportamientos provocan brotes y más brotes que se han ido controlando hasta que ha llegado un momento en que un par de comarcas han tenido que restringirse de nuevo porque empezaban a descontrolarse y eso se ha vivido como una agresión por más que se vea inevitable.

         Ahora la discusión se centra en si vamos a volver de nuevo como al principio o no. No quiero detenerme mucho en que lo más fuerte en este momento está en EEUU y en Brasil, cuyos presidentes han despreciado desde el principio la seriedad de la pandemia y ahora encabezan con mucha diferencia las listas de contaminados y de muertos en todo el mundo. Es más, el presidente de Brasil, que ha hecho alardes públicos de menosprecio a la potencia del virus se encuentra en estos momentos afectado por él, con lo que esto significa de desconcierto para millones y millones de personas a las que no les llega un mensaje claro y contundente con el que orientarse. Por España lo que vemos es que hoy conocemos bastante más al virus y tenemos algunas maneras de combatirlo con nuestro comportamiento, pero al mismo tiempo, nuestra propia necesidad de esparcimiento y nuestra resistencia a cambiar de vida, dificulta el cumplimiento.

         Las estadísticas hasta el momento conocidas nos han dicho que la gravedad de la contaminación crece según nuestra edad cronológica de modo que los niños se infectan menos y cuando lo hacen es de menos gravedad hasta llegar a convertirse en asintomáticos. Se convierten en transmisores de la enfermedad y ellos pueden estar infectados sin sentir ninguno de los síntomas que ya se han estandarizado. O sea que globalmente es una enfermedad de mayores, que son la franja de edad más frágil, sobre todo a partir de los 70 años. También nos damos cuenta de que las medidas que se han ido imponiendo, resulta que no son iguales para todos. Una de las comarcas que se han tenido que aislar de nuevo ha sido por causa de los temporeros que cada año acuden para recoger la fruta, que ni siquiera conocían las medidas que se difundían y que tradicionalmente duermen hasta en plena calle. Ni siquiera el virus deja de distinguir entre ricos y pobres, con lo que el racismo larvado ha vuelto a surgir para cebarse de nuevo con los más pobres.

    Con todo este batiburrillo de circunstancias nos encontramos en mejores condiciones que al principio de la pandemia porque ya hay cosas que sí sabemos, pero el cansancio, la fragilidad y el desconcierto de no disponer de vacuna adecuada o de medicamento eficaz que nos proteja, hace que nos sintamos inseguros ante este virus que ya se ha llevado a más de 2 millones de personas en todo el mundo y del que no disponemos aun de datos sobre si estamos saliendo o entrando en sus posibilidades infecciosas. Hay opiniones para todo. Los jóvenes empiezan a confiarse, a tener comportamientos inadecuados porque se sienten como si la cosa no fuera con ellos. Esperábamos que el calor disminuyera la capacidad de infección pero la realidad nos demuestra que no es así. Ahora esperamos con temor la llegada del otoño en el que pueden aumentar las posibilidades infecciosas de este visitante inoportuno que nos está cambiando la vida.


domingo, 5 de julio de 2020

REBROTES



         Llevamos ya dos semanas de nueva libertad. Podemos salir y entrar a criterio, desplazarnos por todo el país sin restricciones. Hasta empezamos a poder viajar al extranjero con algunos países que nos van permitiendo la entrada sin demasiadas cortapisas. Si no reconociéramos que eso es mejor, mucho mejor que lo que hemos tenido durante los tres meses de encierro, sería no querer reconocer los progresos. Se nos ha dicho y se nos sigue diciendo que tengamos cuidado que el virus sigue ahí y que ahora el contagio depende de nosotros porque somos cada uno los que podemos infectar, porque podemos llevar el virus dentro y todavía no ha mostrado sus efectos o también porque podemos ser asintomáticos, que estamos infectados pero que no tenemos síntomas. De ahí que las medidas en las que más se insiste es en mantener la distancia de seguridad, uno o dos metros y en las mascarillas con carácter obligatorio, que sirve como freno para infectar o para ser infectados. Y esta es nuestra vida a la espera de una vacuna o medicamento eficaz que, por ahora, no hemos conseguido.

         Estas medidas se proclaman cada día, pero la realidad nos muestra que la obligación se ha relajado sustancialmente y de mantenerla las autoridades en tiempo de confinamiento, ahora pasamos a tenerla cada uno de nosotros y la gente ha vuelto a la calle con verdadero mono de calle. Ya de por sí nosotros somos más bien callejeros, amantes del sol y del aire libre y hasta noctámbulos contumaces, sobre todo los jóvenes, que toman la noche como su espacio reservado. En condiciones normales esto es un problema más o menos conocido pero en estos momentos se presta a reuniones familiares o de grupos de amigos y hasta de explosiones de grandes grupos, bien en la playa, festejando resultados futbolísticos, manifestaciones puntuales por reivindicaciones concretas y hasta provocaciones manifiestas contrarias a cualquier medida coercitiva. O sea, que el mantenimiento de la nueva normalidad es compleja y hasta molesta.

         El resultado es que aparecen brotes de infección en lugares diversos de la geografía española y que en los últimos días proliferan en una cantidad que empieza a preocupar. La última medida llegó ayer en la que una de las autonomías, Cataluña para ser exactos, ordenó aislar una zona de su territorio y 200000 personas han dado un paso atrás y se encuentran recluidos de nuevo durante 15 días al menos, porque los brotes se estaban desmadrando en esa demarcación. Vivir con algunas limitaciones puede llegar a ser hasta irritante, pero volver a las andadas debe ser demoledor y puede que esta vuelta parcial al confinamiento se repita en otras zonas si las condiciones se salen de madre. Es verdad que no se para de insistir en que no hay que bajar la guardia pero me parece que empieza a sonarnos como a música celestial. También se nos recuerda la obligación de cumplir las normas de circulación y muchos no las cumplimos. Nos comportamos como si no fuera con nosotros hasta que tenemos el suceso encima.

         Mis compañeros me hacen comentarios, alegrándose de que vayamos saliendo de las situaciones más comprometidas y yo lo comprendo porque ellos puede que todavía se encuentren en medio de medidas menos esperanzadoras. Pero todos tenemos que ser conscientes de que el virus sigue entre nosotros. Lo que estamos pasando no es más que la primera ola y por pandemias anteriores como la de la gripe española de hace un siglo, sabemos que duró cerca de tres años y fue su segunda ola la más mortífera. Es verdad que hoy sabemos algo más de esta pandemia pero tenemos que atender lo que la OMS nos cuenta y es que estamos al principio y que este proceso puede ser largo. Unido a eso hay algunas noticias que resultan desoladoras para confiar en algo. EEUU unidos ya ha manifestado que ha comprado toda la producción de un medicamento,  remdesivir, que parece que mejora las patologías más graves y reduce la mortalidad y el tiempo de hospitalización. Con estos mimbres no podemos ir demasiado lejos.