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sábado, 27 de febrero de 2010

EXPLOTACIÓN INFANTIL

EXPLOTACIÓN INFANTIL.-

Cada vez que la tele anuncia que va a hablar sobre este tema, ya sabemos lo que aparece: los niños de las minas de Colombia, los de los basureros de Manila, alguna niña tailandesa medio escondida tras una cortina a la espera de un cliente que le pague por prostituirla o alguna otra con un niño pequeño colgado a la espalda. Puede que alguna imagen más, pero de este mismo porte.

Se nos van desgranando con todo lujo de detalles las infames condiciones de vida en las que crecen estos menores y se denuncia que no gozan de ninguno de los derechos reconocidos en la DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS DERECHOS DEL NIÑO Y DE LA NIÑA por la ONU hace ya casi cincuenta años. Es verdad y está bien que se denuncie. Pero esos niños y esas niñas no están viviendo una vida muy distinta de la de sus padres y madres ni de la de la mayor parte de sus conciudadanos. Pertenecen a sociedades en las que la lucha por la supervivencia es así de cruel.

En cambio, aparecen en mucha menor medida análisis serios sobre las causas por las que suceden estas terribles injusticias. Muchas de ellas las podemos ver, casi tocar incluso, en la misma puerta de nuestra casa. Si tuviéramos que reducirlas a una sola palabra, a sabiendas de que es mucho reducir, las llamaríamos POBREZA. Esta pobreza tan ingente, que cubre al menos a la mitad de la población mundial, debiéramos saber, al menos, que no es una plaga caída del cielo sino que se produce por unas razones concretas, muchas de ellas perfectamente sabidas, sin que terminemos de poner en marcha los mecanismos, también muchos conocidos, para resolverla.

Pero nadie habla de ese nuevo ejército esos niños y niñas que se nos están metiendo por los ojos cada día para anunciar unos seguros, unos juguetes o las cosas más inverosímiles. Ni de esos concursos universales que se organizan para ver qué niños y qué niñas son capaces de ofrecernos el momento más brillante de imitación de los adultos. Ni de esas torturas físicas que terminan destrozándolos para ofrecernos el más difícil todavía de cualquier especialidad de las muchas en las que está dividido el Alto Rendimiento Deportivo. En nuestro debe de silencios, tenemos algunos tan clamorosos como el que cayó sobre el cadáver de aquella niña californiana de seis años, por poner un ejemplo, que apareció destrozado un buen día en el garaje de su casa y que llevaba año y medio ganando todos los concursos de belleza a los que se presentaba.

Cómo podemos llamar a esta explotación a la que se encuentra sometida la infancia en un contexto social en que no se puede hablar de pobreza. Qué buscamos poniendo los niños y las niñas como reclamo para lucrarnos de una u otra manera. Dónde se quedan los derechos de la infancia cuando somos nosotros los que tenemos que interpretarlos y no hay vecino, y mucho menos pobre, al que mirar para echarle las culpas. Aunque es posible parcializar aspectos de estos abusos, yo no quiero dejar de globalizar las responsabilidades. Empiezo por los padres y madres que son capaces de andar de la ceca a la meca buscando quien admita a sus hijos o hijas para un anuncio, para un pequeño papel en una película, para un concurso en el que demuestre mejor voz que nadie o más salero que nadie. En resumidas cuentas, que su hijo consiga alcanzar las metas que ellos o ellas creen que nunca lograron. Eso en el mejor de los casos. Porque también estamos hartos de oír refiriéndose a los hijos: “Este o esta me va a quitar a mí de trabajar”, o cosas parecidas.

Ya sabemos que son palabras, pero también sabemos que las palabras nunca son inocentes. Pero la denuncia empieza por los padres y las madres, pero no se reduce a ese ámbito, sino para la sociedad en su conjunto. Tanto más cuanto que es cierto que muchas veces hay dinero de por medio y en algunos casos hasta capitales importantes que los padres manejan a su criterio, y que han sido conseguidos por unos menores que no los necesitan para sobrevivir. Todos somos cómplices. Unos usando a los niños y niñas como reclamo para vender sus productos, otros comprando los productos anunciados, otros poniendo los programas para ver cómo se exhiben y otros, en fin, con su silencio. Muchas leyes, sí, muchos mimos, muchos bienes materiales si llega el caso, pero muy poco respeto. Y después, mucha queja de cómo está esta juventud de hoy .

Parece escandaloso que no tengamos inconveniente en que las caras de los niños salgan en la pantalla como reclamos publicitarios y sin embargo otras caras de otros niños tengan que estar convenientemente borrosas para que no se les pueda ver. No sé que bula tienen los niños-reclamo para que no vaya con ellos la obligación de protegerlos. Salvo que alguien se constituya en dueño de las leyes y por encima de ellas y sea capaz en cada caso de dictaminar lo que sí se ajusta o no a la ley, que debería regir para todos y en todos los casos.

No se pueden permitir estos abusos, más graves por gratuitos, ni un día más. Los niños y las niñas son menores de edad a todos los efectos y nadie tiene derecho a traficar con sus imágenes como objetos de reclamo para fines comerciales, haciéndolos aparecer como monitos de feria y poniendo en sus bocas lo que los guionistas ingeniosos consideran adecuado para la marca que los contrata. Aun sabiendo que todas las explotaciones son odiosas, es mil veces preferible la dignidad de un niño que se está dejando el pellejo para sobrevivir, cuyos ojos, por cierto, no pueden entender qué pinta ese foco delante de él o de ella cuando el mundo entero tenía que ir en su auxilio para sacarlo de esa situación degradante y permitirle ser un niño de verdad, que la mirada de engolamiento de cualquiera de estos fantoches, guaperas, niños-anuncio que son capaces de pasearse al día siguiente de haber aparecido en la tele como si fueran los amos del mundo ante sus compañeros, ante sus vecinos y ante sus propios padres incluso.

Se podría entrar en los efectos perversos de la explotación de la imagen para cualquier persona, no digamos ya para un niño o una niña que está todavía creándose la suya propia. Pero quizá no valga la pena porque es más simple y más contundente reclamar sencilla y llanamente la aplicación de la Ley para todos y en todos los casos. No es posible aceptar excepciones tan graves y mucho menos cuando hay intereses comerciales de por medio.

Si la cifra de ventas ha de caer un cinco por ciento, si vamos a quedar los quintos en gimnasia rítmica en vez de los primeros, si tenemos que cantar todos un poco peor o tocar tres instrumentos menos, pues esa es la situación porque no todo puede valer para lograr unos objetivos que nadie ha marcado de antemano y que hoy es posible contemplarlos, solamente después de haber caído en tanta miseria moral como la que estamos padeciendo con esta creciente explotación GRATUITA de una infancia indefensa por definición legal.

Antonio Fernández López