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domingo, 31 de julio de 2011

PRIMERO

Ni que decir tiene que cada persona que nace es única y como tal debe ser contemplada, pensada y querida. Nada está escrito de antemano y vamos escribiendo nuestra vida a medida que la vivimos. Es importante que esto no se olvide porque aunque hablemos a continuación de algunos aspectos comunes con otras personas o grupos, en ningún caso quiere decir determinismo alguno ni posibilidades de confusión entre unas personas y otras.


Una vez sentado lo anterior sí que importa hablar de algunos parámetros que nos hacen más cercanos a otros o más lejanos, según que compartamos algunas características o no.Los primeros miembros de la familia , los hijos mayores comparten una serie de rasgos que los van a definir durante toda la vida. No sólo rasgos personales, que por supuesto, sino por su estricta condición de ser los primeros. Llegan a un hogar que, en el mejor de ls casos, los desea y los recibe con los brazos abiertos, pero con muy poco conocimiento del profundo significado de su presencia. Puede disponer de una espacio para él, pero también ha de acarrear muchas dudas sobre las atenciones que debe recibir o no, sobre la mejor distribución del tiempo que su cuidado requiere y sobre un ecceso importante de afecto volcado en su persona, no sól de sus padres que en principio lo tiene todo, sino del resto de la familia.


Lo que podríamos denominar, el prícipe de la casa se encuentra en unas condiciones materiales y afectivas en general descompensadas, aparentemente a su favor, porque puede disfrutar más tiempos, más espacios y más personas der las que podrían considerarse normales. Pero esto es algo que él no puede saber ni conocer porque no puede tener ninguna idea de normalidad. Lo que le dan lo asume como propio y lo lógico es que asuma que las cosas son así para todos porque no conoce otra cosa.
Ya sé que decir esto no deja de ser una aproximación localizada en un espacio y en un tiempo bastante concreto. Lo voy escribiendo y me voy acordando de lo que esto puede significar para las inmensas colas de niños en el cuerno de África, que han de pasar largas colas en las espaldas de sus madres para conseguir un puñado de harina que les permita no morirse der hambre, por ahora. Y pongo este ejemplo porque es de palpitante actualidad. Podría poner muchos más. Pero no quiero dejar de comentar las particularidades más o menos inherente a la condición de primero.


Uno se acostumbra fácilmente a todo y cuando las circunstancias son más bien favorales, al menos en algunos aspectos porque también las deficiencias derivadas de la inexperiencia y del mismo hecho de ser los primeros cuentan y no precisamente a favor, significa que se aprende a vivir con la conciencia de que así debe ser siempre y desgraciadamente, la realidad es bien distinta. La condición de primero va asociada a tener que asumir un proceso de pérdida permanente durante mucho tiempo, bien por la aparición cuando sea de un nuevo hermano o bien porque la propia famila no puede mantener indefinidamente ese nivel de atenciones.
De este modo, los primeros son los que a la vez que reciben más mimos y privilegios, se habrán de forjar a lo largo de su desarrollo en un proceso de pérdida más acusado que los que tienen otra posición en la familia. De aquí derivarán, como no, una serie de marcas en su personalidad que, para bien y para mal, los dejarán definidos de por vida.

domingo, 24 de julio de 2011

DUDA

Los primeros años de la vida de un menor se desenvuelven como si se tratara de un volcán que vomita imparable deseos, tanteos, iniciativas, planes, intentos, propuestas…. Todo ese conjunto de señales son los indicadores de que esa persona está viva y quiere participar de la vida. Fácilmente se puede colegir que por sí sólo, el conjunto de intentos están abocados a la dispersión y a no poder orientar en una dirección concreta, aspecto imprescindible para que esas energías invertidas tengan sentido.


Esa es la labor que le compete al adulto que ese menor tenga de referencia. La función del adulto es la de aportar cauces de salida a todas esas energías más o menos informes, que los menores dejan salir de su interior, a través de las cuales se van definiendo y no van diciendo quiénes son y qué les motiva o les mueve a comportarse de una manera o de otra.
Ellos siempre se van a resistir a entrar por un cauce, sea el que sea. Lo que quiere decir que en cierto modo tiene que ser nuestra presión la que les va haciendo salir y andar no por donde ellos lo harían de manera espontánea, sino por donde nosotros le proponemos. La realidad hace que las relaciones se conviertan e un juego de fuerzas, las de los menores y las de los adultos, que normalmente empujan en direcciones distintas o contrarias y que ha de encontrar un cauce que sea asumible por ambas partes para que permita a los pequeños expresar su manera de ser y a los mayores garantizar unos cauces seguros y adecuados que los pequeños puedan reconocer y valorar.


En ese juego de presiones cabe, y de hecho se da continuamente, los errores. Todos se pueden corregir y pedir las correspondientes excusas, cosa perfectamente saludable y enriquecedora para todos. Lo que suele matar el desenvolvimiento de lo que hablamos es la duda por parte de los mayores. La duda hace que los papeles se uno y otro se desdibujen y acaben, por ejemplo, los niños pensando que las cosas que ellos planean se deben desarrollar como ellos piensan y que la labor de ls adultos no es otra que la de hacer de criados de ellos para faciltarles l que les vayan pidiendo en cada momento.


Si un pequeño pide algo, le decimos que no, se pone a chillar y al rato nos rendimos para no oirlo y se lo ofrecemos, esa es la señal más clara de por dónde no debemos caminar con los niños. Es preferible, si uno cree que no va a poder soportar la presión, darle lo que pide desde el principio, antes de entrar en el juego de las presiones, a esperar que empiecen y hacer que los niños se salgan con la suya por la fuerza de sus caprichos. Lejos de conseguir personas satisfechas por el hecho de haber cumplido a base de chantajes una serie de deseos, curiosamente lo qe conseguimos es tener junto a nosotros unos menores dispersos, antojadizos e insatisfechos siempre porque no sienten junto a ellos esa seguridad que le debe de aportar la fuerza normativa de los adultos.
Seguiremos aportando ejemplos de lo que hablamos porque son la esencia de la educación. En principio lo que sí podemos asumir es que la duda mata a grandes y a pequeños. El error es humano y todos cometemos errores, pero se pueden corregir siempre. El verdadeo medo no tiene que ser a equivocarnos sino a no decidir, porque decidir es nuestra función y debemos ejercerla.

domingo, 17 de julio de 2011

FRUSTRACIÓN

Hace poco comentábamos la importancia de los noes de los niños. Decíamos que se trataba de señales positivas que indicaban que los menores buscaban afirmarse frente a nosotros y hacernos ver que tenían un criterio personal diferente al nuestro. Que ese no necesitaba nuestro respeto porque surgía de una actitud profunda.


Hoy quiero que valoremos otros no que me parece lo mismo de importante. Es el que sale de la boca de la persona responsable del menor en un momento determinado como respuesta a una acción del pequeño que el adulto considera inadecuada. Normalmente va seguido de un gesto de estrañeza del pequeño y de su correspondiente manifestación de desacuerdo y protesta porque su intención, sin duda es hacer lo que quiere siempre y nuestro no le molesta.
Pero nuestro no, es para un pequeño su tabla de salvación, el asidero que necesita para saber si lo que está haciendo es correcto o no, para que lo que hace sea identificado como perteneciente a un grupo social, a una cultura, a un tiempo. Para poderse reconocer como miembro de un grupo social concreto. Nuestro no, no solo es importante, es fundamental. Los niños que crecen sin un no adulto son niños perdidos, que no saben nunca dónde están ni si lo que hacen está bien o mal, ni a qué cultura pertenecen.


Quiero, por tanto, dejar claro hasta qué punto el no que la persona adulta le impone a un menor en un momento determinado es fundamental y no quero dejar dudas a este respecto.
Una vez dicho eso, aclaro que los menores necesitan que alguien les pare los pies en un momento determinado, pero que en cada caso le ofrezca una salida airosa para que esa frustración que el menor tiene que asumir disponga de alternativa que no le impida crecer y no se quede sólo en una actitud castradora que le niegue su papel en el grupo.


Ese no que de vez en cuando podemos imponer a los pequeños se parece a ls indicdores de las carreteras que a la vez que nos limitan algunas de nuestras posibilidades, también nos permiten saber con claridad cual es la dimensión del espacio legal de que disponemos.
Entre las limitaciones que les vamos imponiendo a los menores, ellos deben poder crecer, con seguridad de límites por una parte, pero con espacio suficiente como para desarrollar sus capacidades. En ese sentido es importante aclarar que muchas veces lo que importa es si les imponemos uno o mil noes. Lo más importante es que el no de hoy debe seguir siendo no mañana, para que el pequeño pueda asumirlo como tal. Ese vicio tan extendido de que lo que hoy se prohibe mañana puede estar permitido tiene como consecuencia que los pequeños dejen de creer en las normas y en la fiabilidad del criterio de los adultos. La vida, entonces, se convierte en una selva en la que cada uno se salva como puede y todo se permite o todo se prohibe sin referencia alguna.
El respeto a nosotros mismos y a los menores a nuesto cargo nos obligan a marcarles un camino en donde se sientan seguros . Ese camino siempre puede ser discutible porque nadie tiene la verdad absoluta. Lo que no puede ser es hoy uno y mañana otro en función de normas difusas. Eso mata por completo la solidez de la relación entre mayores y pequeños y nos convierte a todos en caprichosos desorientados.

domingo, 10 de julio de 2011

CELOS

La primera persona pequeña que llega a la famila se encuentra con una serie de particularidades, unas positivas o favorables y otras negativas o adversas. La más destacada de las positivas es que todo es suyo: tiempo, espacio, personas… No tiene competencia por ningún sitio. Tiene a todos a su servicio y puede disponer de todo lo que ve a su antojo porque parece que todo está pensado y dispuesto para ser utilizado a su criterio. En principio este estado de cosas puede leerse como favorable pero el tiempo y la experiencia de la vida le irá convenciendo dolorosamente de que la realidad es un poco más compleja de lo que parece en un principio.


Un buen día, sin saber cómo ni de donde, después de haber pasado un raro periodo en el que ha visto a su madre engordar hasta deformarse y aguantar una serie de conversaciones sobre un supuesto hermano que va a venir a casa donde él reina a su antojo, al que habrá que querer y que cuidar porque será muy pequeño y necesitará del afecto de todos, sobre todo de él, que tendrá que portarse muy bien con él y llamarle hermano, su madre desaparece sin avisar durante varios días y cuando vuelve, resulta que no vuelve sola sino que trae en un cesto un nuevo inquilno que se instala a vivir con nosotros y que, según comentan, se queda para siempre llevándose consigo la atención, sobre todo de su madre, pero también de los demás miembros que, hasta el momento no hacían otra cosa que reirle la gracia.


En un principio, no se lo puede creer. Les sigue la corriente a los demás tocando y sonriendo al recién llegado para que nadie lo pueda acusar de mal hermano o de mala persona en general. Lo que pasa es que los días se suceden y la situación no cambia. Al contario. Todo hace pensar que la verdad es que se tiene que ir olvidando de una serie de vivencias y de atenciones que eran suyas en exclusiva y aprender que, a partir de ahora se tendrá que apañar con lo que le quede prque el primero de la fila ahora es el recién llegado. Y eso ya no lo puede soportar.


Empieza entonces para él una guerra a muerte en la que tiene que procurar que los demás crean que verdaderamente quiere a su hermano, pero que tiene que encontrar cualquer fórmula para hacerlo desaparecer. Si no puede conseguir eso, que es lo que desea, al menos tiene que procurar ocupar el mayor espacio posible y hacer que al nuevo le suceda lo contrario. Y lo que le resulta más doloroso es que sus padres no colaboran para nada en este cometido. Más bien al contrario. Parece que están en contra de él y a favor del intruso, con lo que su guerra está llena de dolor y desesperación porque ha de llavarla a cabo, incluso contra sus padres, que son lo que más quiere y de los que depende.
Esta situación no tiene cura. O la admitimos desde el principio los adultos y aprendemos a vivir con ella y a encontrar fórmular que amainen la desesperación del primogénito y le vamos procurando salidas razonables en las que se sienta aceptado hasta que la vida le ofrezca alternativas afectivas con los amigos, o lo que tendremos en la casa será u ser lleno de frustración y de rencor que intentará pagar en cualquier momento con el primero que se le ponga delante. Sobre todo con quien se comporte con él como si no pasara nada, como si todo fuera un capricho suyo.

domingo, 3 de julio de 2011

AGRESIVIDAD

La comunicación sensoral tiene su escala de acercamiento y no es casual que cuando hablamos de los sentidos digamis vista, oído, olfato, gusto y tacto. Siempre he pensado y lo sigo pensando hoy, que la comunicación sensorial es como círculos concéntricos cuya extensión es inversamente proporcional a la intensidad, de manera que tendríamos la visa como el más extenso y superficial y el tacto como el más cercano e intenso.


Desde ese parámetro podemos ver cómo la relación con los más pequeños es fundamentalmente tactil. Intervienen todos los sentidos, pero la prevalencia del tacto es abrumadora. Por otras razones, la relación tactil es hegemónica también, por ejemplo entre los ciegos, pero eso es asunto distinto que un día puede que toquemos. Lo que vengo a afirmar es que el tacto es el rey cuando estamos con los pequeños. Con fracuencia, producto de esa relación la agresividad se manifiesta en toda su simplicidad en forma de golpes que el bebé nos infringe y que nosotros no sabemos muy bien cómo reaccionar ante ellos. Unas veces no le hacemos caso, como si no se hubieran producido. Otras, en cambio, somos capaces de reaccionar de manera violenta, como si el pequeño fuera consciente de lo que significa un golpe. Pronto nos damos cuenta de que esto no es así y de que ls pequeños no entienden nuestras reacciones violentas.


Para los pequeños, insisto una vez más, la relación corporal tiene una hegemonía que ls mayores hemos perdido y que tántas veces añoramos sin remedio. Esto quiere decir que los niños pueden ofrecer respuestas corporales con mayor frecuencia que los adultos y es casi normal que, en un momento determinado un bebé nos propine un golpe por cualquer razón. En ese caso, que suele ser muy frecuente, tenemos que medir nuestra reacción, sobre todo para que sea entendida en su justa medida. Ni debemos hacer como si no hbiera pasado nada, porque es verdad que hemos recibido un golpe, pero tampco sería justo asociarle al pequeño un nivel de intencionalidad como si fuera un adulto, porque sencillamente no tiene capacidad para tanto y estaríamos dando palos de ciego.


Tenemos que responder de manera proporcional. Primero, enender que se trata de una reacción normal de protesta, de rechazo o de disconformidad a la que el niño tiene derecho, pero también es cierto que hemos de hablar con él y explicarle que esa no es forma de reaccionar y qe n o le vamos a permitir que se siga relacionando con nosotros de esa manera. Y lo que me parece más importante, después de explicado, el niño debe ver que eso que le decimos no son sólo palabras, sino que estamos dispuestos a cumplirlo. De no ser así, él aprenderá que lo que decimos no tiene valor y que puede seguir dándonos golpes cada vez que se le antoje porque se lo vamos a tolerar. Podemos y debemos explicarle que no debe hacer eso, pero a la vez podemos alejarlo de nosotros para que vea que, en efecto, no se lo consentimos e, incluso, hasta explicarle cómo sería la cosa si nosotros nos comportamos lo mism con él, a travé de un ejemplo lo que puede llevarle al ánimo las consecuencias de esos golpes que nos dan.
Necesitan nuestra enseñanza siempre, tanto en los mmentos gozosos para encontrar formas variadas de comunicación del afecto, como el los momentos de hostilidad y dersacuerdo, por la misma razón y con el mismo objetivo. Los pequeños no son ángeles, es verdad, pero tampoco son diablos.