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domingo, 28 de agosto de 2016

CAMBIOS


         Estamos empezando a ver los primeros signos de que el verano se va. Como en la naturaleza casi nunca dos y dos son cuatro sino más bien ya veremos, las señales que se nos muestran nunca son directas ni definitivas ni claras ni contundentes pero cambios son. Durante los días las temperaturas máximas empiezan a no llegar a los cuarenta grados, cosa que en la segunda mitad de julio era frecuente pero el calor aprieta todavía con fuerza. Las primeras señales del cambio están en las noches, sobre todo en las madrugadas. Agosto, frío en rostro, lo que quiere decir que se puede dormir con cierta placidez y hasta se hace necesaria la presencia de una sábana que nos empiece a cubrir algunas horas de las madrugadas.

         De todas formas todavía se nos puede volver atrás la temperatura y provocar algún sudor inadecuado cuando ya parecía que se nos estaba despidiendo. Tampoco hay que desesperar y los cambios se pueden llevar con la misma paciencia que los calores o los fríos, sabiendo que los caminos tienen sus curvas y en cualquier momento, aunque tengas la certeza de ir avanzando tienes que aguantar la duda de si será cierto o tendrás que asumir algún signo en contrario. En el agua de la playa, por ejemplo, ahora son los mejores días con permiso del viento porque  ya han caído sobre el mar una serie de días de sol suficientes como para que la  temperatura haya subido unos grados y se haya estabilizado mas o menos. Es verdad que ahí está el poniente que en cualquier momento nos puede gastar una mala pasada pero no deja de ser una anomalía que no deja de mantener como verdad que los últimos días de agosto son los más templados.

         Todo este fenómeno de cambio anunciando el fin del verano y el comienzo del otoño forma parte del proceso atmosférico natural que suele venir acompañado de fuerte aparato eléctrico y de aparatosos truenos. Esto es el cambio en la vida. Normalmente no pasa de ser unos sustos más o menos, pero no se puede descartar que en cualquier espacio concreto se le vaya la mano a los elementos y de pronto tangamos que contemplar, por ejemplo, que en una tarde aciaga, una tormenta de granizo eche por alto la cosecha de frutas de toda una zona. Apenas unas horas son suficientes como para dar al traste con todo el esfuerzo de un año de trabajo y dedicación. Es verdad que hay instrumentos financieros que pueden paliar en parte un contratiempo de este calibre, pero eso no quita que tengamos que tener presente en todo momento que estamos en manos de los elementos mucho más de lo que pensamos y que por más que intentemos garantizar que el fruto de nuestro trabajo tenga algún arraigo en las posibilidades humanas y no se encuentre tan a la aventura de una nube, de un vendaval o de una sequía a destiempo.

         Lo mismo que podemos hablar de nuestros peligros materiales como hemos podido contemplar impotentes como nuestra vivienda se iba en un rato consumida por el fuego o unos segundos de movimiento de tierra con el bagaje de un pueblo destrozado y cientos de muertos bajo los escombros o la riada hace unos años del camping de Biescas en el norte de España con más de ochenta vida arrastradas por el agua. Cada uno de estos fenómenos nos habla de nuestra fragilidad y de los cuidados que debemos tener porque a fin de cuentas estamos en brazos de todo este tipo de incidencias que nos repiten machaconamente que somos muy poco, que somos muy frágiles y que tenemos que andar con todo el respeto del mundo con los elementos, sobre todo en estos tiempos de cambio de estaciones.   

domingo, 21 de agosto de 2016

IDIOMA


         Acabamos de volver a casa mi Elvira y yo. Voy con un poco de retraso en la edición de mi página porque hoy Elvira terminaba su examen de B2 de inglés. De hecho el inglés se está comportando como una asignatura al margen del curriculum. No ha contado el hecho de que sus años de secundaria los haya hecho bilingües. Con eso ha aprobado pero la idoneidad en inglés se la está dando estos exámenes en verano y en colaboración con alguna universidad inglesa, lo que viene a indicar que el nivel que alcanzan durante el curso no es suficientemente alto.

         Y no será porque no llevan años machacando el idioma. Quizá es que los niveles en los que se mueven no son muy elevados y cuando han de rendir cuentas no se puede esperar gran cosa de los contenidos trabajados. Se ha llegado a iniciar el segundo idioma a los tres años, como si la amplitud y profundidad dependiera de lo pronto que empiece a estudiarse. No es así. Cada cosa requiere su tiempo y no por mucho madrugar amanece más temprano. Las familias que son bilingües deben asumir su situación desde el principio y arrastrar con los dos idiomas a sabiendas de que van a dominarlos más tarde. Pero cuando los dominen serán dos y de manera natural. Pero los que no son bilingües siempre hemos pensado que habría que esperar al menos hasta los cinco años, sencillamente para que el idioma materno tenga arraigo suficiente. Sé que en este momento decir esto es nadar contracorriente pero alguien tiene que poner un poco de cordura y equilibrio en esta vorágine de velocidad para todo.

         El idioma materno necesita que sus raíces sean firmes para que el aprendizaje del segundo idioma se vaya asumiendo en su lugar adecuado. Implantar el segundo idioma de prisa y corriendo lo que puede significar es que el primer idioma se tambalee y no de tiempo a que su aprendizaje solidifique. Insisto en que no podemos mezclar los casos de bilingüismo en los que lo que hay que hacer es asumirlo desde el primer momento y comportarse con toda la complejidad que la situación tiene sin más. Las estructuras de la lengua materna conviene que se asienten bien en la mente de los pequeños y vean la nueva lengua como lo que es, una lengua distinta que se ha de asumir sobre los cimientos de la primera. Parece que las estructuras de estudio se encuentran  dispuestas para albergar la segunda lengua pero la realidad lo que nos dice es que el resultado no es suficiente y hacen falta esfuerzos suplementarios para lograr suficiente soltura en la comprensión y el ejercicio de la segunda lengua. Tienen que complementarse con cursos de distintas universidades para garantizar que los contenidos tengan más nivel que el que alcanzan con el desarrollo de los cursos normales.


         Siempre va a tener una influencia significativa el ambiente en el que los pequeños se muevan y en ese sentido no puede ser lo mismo vivir en un pueblo en donde cada palabra del segundo idioma significa un escalón a subir, que encontrarse en un contexto urbano y con acceso a otras personas  que dominen la segunda lengua, lo que permite familiarizarse con su ejercicio y perder ese punto de miedo para arriesgarse a hablar en la segunda lengua y asumir los primeros errores como dificultades propias de algo que se empieza y que para dominarlo no hay otro remedio que arriesgarse a su ejercicio a sabiendas de que su puesta en práctica llevará consigo muchos errores de principio. Una lengua nueva es como un mundo en el que hay que aprender a base de asumir riesgos. El hecho de adelantarse no es un riesgo bien calculado, sino el de calibrar sus dificultades y disponer de un buen fondo de idioma materno como defensa y garantía ante lo nuevo.    

domingo, 14 de agosto de 2016

PUEBLO

         El recuerdo de mi tía Ángeles lo tengo indisolublemente asociado a mi más remota infancia y a mi pueblo. Yo no tenía pueblo. Era pueblo como las yuntas de mulos que salían de las cuadras cada mañana a labrar la tierra, como las escapadas en verano para bañarme  en las charcas, como el implacable sonido de los gorriones cada mañana , que servía de obligado despertador desde la higuera del huerto de Prudencia frente a mi casa. Nunca he podido soñar con levantarme a altas horas de la mañana porque sé que los gorriones no me lo hubieran permitido y ellos estaban primero.

         Mi tía Ángeles tenía unas manos de oro. Lo mismo se pasaba las tardes frente al bastidor bordando las finas mantillas de tul que me cargaba con la maleta de las permanentes y allá que me llevaba de casa en casa rizando cabelleras a diestro y siniestro porque aquellas bolsitas de ceniza, debidamente manipuladas por las delicadas manos de aquel ángel en forma de mujer dejaba maravillas en las cabezas de las clientes. No hablaba mucho pero sus manos hacían milagros. Además, para hablar ya estaba yo, que para eso me llevaba. Mientras calentaba las bolsitas de ceniza que ella después instalaría en las cabezas con manojitos de pelos enrollados el tiempo suficiente para viciarlos  y terminar peinando con su primor habitual aquellos rizos de modo que el resultado final garantizara la belleza capilar según la moda durante varios días. Mi misión era desplegar y recoger los utensilios de la maleta, dar conversación a las clientes con mis ocurrencias y chascarrillos y cargar con la maleta hasta la casa de la siguiente,  mientras echábamos la tarde.

         Nunca pude ver a los veraneantes como miembros del mismo pueblo que yo llevaba gravado en mi mente porque ellos eran como aves de paso. Aparecían con los primeros calores del verano, se albergaban en las casas que rodeaban la Fuente Grande, que mucho después me enteré que se llama de Ainadamar y que en su tiempo daba de beber a la Alhambra, y desaparecían con las primeras nubes que anunciaban el otoño. Por eso, cuando años después me pusieron a estudiar en Los Maristas con ellos, aprovechando aquel cinco por ciento que permitía que algunos niños pobres pero listos accedieran al estudio, no me extrañó mucho verme entre como gallina en corral ajeno por más que ocupara cada semana los primeros puestos de la clase o escucharlos decir que los panes se cogían de los árboles cuando Alfacar, mi pueblo fabricaba a pulso miles de panes cada noche,  que ellos se comían al día siguiente,  sin saber lo que se estaban llevando a la boca.


         Tengo conciencia de que el día que murió mi tía Ángeles terminó mi infancia. Recuerdo estar en el Carril, frente a su casa, hablando con no sé quién de su muerte sabiendo de lo que hablaba. Mi tío Cristóbal, su novio, se casó mucho después, tuvo hijos y ha muerto no hace tanto,  muy mayor ya, pero para él yo siempre fui Antoñito, como me llamaba cuando llegaba a casa de mi abuela cada tarde después de vender el pescado por las calles, primero en la bicicleta y después en la LUBE. Sin mi tía me sentí perdido hasta que unos años después, una vez fracasada la experiencia de Los Maristas mis padres lograron que entrara interno en el Ave María y allí conocí otros pueblos que se parecían al mío y otros muchachos con los que pude compartir historias similares a las que llevaba cosidas al pellejo. Pero eso fue mucho después y para entonces yo ya había perdido la inocencia que, por más años que viva, siempre  la  siento ligada a mi tía Ángeles y a mi embobamiento con sus trabajos relacionados con la belleza, bien con el bordado de mantillas o con la magia de las permanentes, de las que en alguna medida yo participaba. 

domingo, 7 de agosto de 2016

TRABAJO


         Sé que a través de este medio el mundo es, por fin, un pañuelo. Alguien que me lea puede andar con bufandas para salir a la calle y pasando un frío de lo lindo. Esta Tierra que habitamos funciona así y permite que mientras en un hemisferio suceden estas cosas, nosotros nos estemos cubriendo y resguardando de un sol de justicia, sobre todo en las horas centrales del día y desplegando todos los medios disponibles para hacer que los fuegos que inevitablemente se producen cada verano sean sofocados a la mayor brevedad posible, cosa que no siempre se consigue. Y si no que se lo digan a la isla de LA PALMA, que lleva ya varios días ardiendo y en este momento supera las 4000 hectáreas de superficie arrasada y a merced del viento alisio que cambia a su antojo y los habitantes han de ser evacuados de sus casas para evitar males mayores aunque una persona de los servicios de extinción ha sucumbido sin remedio en los primeros momentos.

         Los medios nos recuerdan continuamente que debemos evitar la exposición directa al sol, al menos durante las horas que van de las doce de la mañana a las cinco de la tarde, que son las más peligrosas para la piel y siempre protegernos con suficientes cremas que nos eviten lesiones cutáneas, sobre todo a las personas mayores y a los más pequeños. Con semejante panorama por aquí los pequeños han de pasar los días sin la protección de la estructura escolar que, aunque tendría que luchar contra el calor asfixiante en las horas centrales, no cabe duda que ordenaría las horas del día ofreciendo mayor seguridad que la improvisación de la familia para la que cada día puede ser una aventura y platea retos imprevistos en cualquier momento. No dudo que las vacaciones puedan ser un tiempo agradable, pero estoy seguro que no para todos en la misma medida. Es más, me atrevo a apostar que más de una persona estará rezando cada mañana porque se terminen de una vez las dichosas vacaciones y volvamos cuanto antes a la rutina ordenada de la vida, esa en la que cada uno tiene una función y se cumple más o menos.

         Pero como el tiempo dura lo que dura y estamos en medio del magma veraniego me atrevo a sugerir algunas actividades que pueden ser muy cercanas, ilustrativas, gratificantes y provechosas. No estaría de más, por ejemplo, que los menores pudieran acompañar a quien se encargue de la compra diaria con la doble función de que los menores conozcan los contenidos del mercado y que participen en la preparación de las comidas de la familia, frías si es posible y más concretamente ensaladas que pueden ser verdaderos manjares gratificantes, diversos y suficientemente nutritivos. No hay más que recurrir un poco a los repertorios de abuelos para poner en práctica toda una serie de posibilidades combinatorias de productos crudos que supondrán una dieta excelente y una fuente de riqueza alimenticia y salud. Los pequeños pueden intervenir en la elaboración de muchos platos con esta base y a la vez los estaremos acercando a que tomen conciencia de sus capacidades, que midan hasta qué punto sus esfuerzos pueden redundar en beneficio del conjunto de la familia y lo cerca que se encuentran de ser capaces de ingerir muchos alimentos que no siempre aparecen en los anuncios de la tele pero que pueden estar muy ricos.

         Tampoco sería ningún milagro sino algo muy razonable y muy útil, que los pequeños colaboraran en el aderezo de la vivienda, en la limpieza, en las camas, en el ordenamiento de la ropa…, todo un conjunto de acciones perfectamente útiles que de no poder compartirse terminarán amargando la vida a alguien que tendrá que asumirlas mientras el resto se tumba a la bartola viendo como pasa la vida como si no fuera con ellos.