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domingo, 28 de julio de 2019

COMUNICACIÓN



         Con atrevida frecuencia oímos que la actualidad está repleta de lagunas y que antes las cosas eran distintas y, en general, mejores. Como más verdaderas. El pasado es una forma de paraíso perdido que se añora. Lo aplicamos a nuestro asunto de la primera infancia pero podríamos aplicarlo a cualquier orden de la vida. Desde una simple manzana que no resiste compararla con las de antes, sobre todo si para alcanzarla había que saltar una tapia y arriesgarse a través del tronco del manzano madre. ¡Y las calles! Aquellas calles en las que nos pasábamos media vida sin que nadie nos echara cuentas. Aparecíamos a las horas de las comidas y no siempre. Muchas veces un pañuelo bien atado albergaba el típico canto de pan con aceite que nos acompañaba esparciendo sus manchurrones por aquí y por allá porque nos faltaba tiempo para el juego y comer se podía comer en cualquier momento y en cualquier lugar con tal de no perder una buena guerra a pedrada limpia o los juegos de lima en los que la propia vida pendía de un hilo en todo momento.

         Puedo explicar estas secuencias porque en más de ocasión he participado de ellas pero lo que no puedo defender a poco que me pare es que aquella vida tuviera en sus entrañas nada que no fuera altas dosis de soledad y de abandono que, eso sí que es riguroso, convertía cualquier día en un verdadero campo de batalla donde pasaban cosas como que a Juanito le saltaran un ojo con un perdigonazo del que su madre Teresa nunca logró reponerse del todo. Que Pepe Carlos lograra sacar una sábana de su casa y se tirara delante de nuestros ojos asombrados desde más de diez metros de altura en la Puente de lo que todavía nos reímos cada vez que nos vemos pero que aquella tarde fue un drama para su casa y para el pueblo entero, del que se habló durante mucho tiempo. O aquellas batallas campales contra los de Víznar que organizábamos en el Camino del Arzobispo a la altura del Cortijo de Pepino, no sé muy bien si recordando la guerra civil, todavía reciente o dando rienda suelta a esa libertad que hoy soñamos pero que sólo se llamaba abandono, miseria mental y física.

         Así se escribe la historia, plagada de sueños que añoran una juventud hoy perdida y olvidando una serie de deficiencias y perversiones que nos negamos a estas alturas a llamar por su nombre. Es verdad que hoy tenemos muchas deficiencias y algunos entre los que me cuento no paramos de denunciar y de proponer comportamientos que pueden recordar tiempos pasados pero que nunca deberíamos añorar su vuelta porque lo único que significaron fue miserias, coletazos de una guerra fratricida en la que jamás debimos participar por nada del mundo que tuvo como consecuencia un país devastado entre padres e hijos o entre hermanos, sin la grandeza siquiera de haber pertenecido a uno de los dos bandos que asolaron Europa con la Segunda Guerra Mundial y de la que fuimos apenas el experimento preliminar como seis meses después de terminar la nuestra pudimos comprobar. Nada, por tanto, por lo que enaltecer un país que se pasó tres años matándose solito con ayudas interesadas, eso sí y que vivió la historia desde fuera de la historia.

         Confianza en el futuro por todo lo que antecede y también porque la ciencia no entiende de barcos y no para de ahondar en nuevos argumentos de convivencia, en conocimientos sobre las miles de incógnitas que nos envuelven y en nuestra misión histórica que hay muchos que pensamos que por más tropezones a que nos someta, no para de avanzar, puede que incluso a pesar de nosotros. Es verdad que a muchos la impaciencia se nos dispara y no entendemos, por más que la realidad sea tozuda, cómo somos incapaces de elegir caminos del entendimiento, de respeto y de progreso a favor de las indicaciones que los pequeños no paran de mostrarnos en cuanto nos paramos a escucharlos y preferimos la pobreza intelectual de transitar por normas y estructuras de comportamiento de cartón piedra que, con la excusa de garantizar supuestos mínimos académicos, nos hacen saltar por encima de los avances técnicos y del sentido común de los pueblos sabios  y persistimos en los trágala a los que sometemos a nuestros niños y, en el fondo, a nosotros mismos. La vida será más fuerte, no tengo duda, y terminará por imponerse a pesar de nosotros.


domingo, 21 de julio de 2019

CONFIANZA



         Ya he comentado más de una vez en esta tribuna que la añoranza de tiempos pasados no deja de ser una quimera, una máscara con la que muchas veces intentamos disfrazar el presente en momentos en que nos viene gordo, cuando la realidad es que somos incapaces de responder a los retos que nos ofrece la actualidad y tratamos de disfrazarlos en sueños del pasado. En educación, como en tantas otras cosas, cada día vamos mejorando con ligeros pasos adelante, con algunos hacia atrás, que de todo hay y aprendiendo a duras penas que el camino es largo y las dudas muchas. En los ochenta partíamos de unos niveles de calidad bajos aunque en España la que se llamó Ley Villar no era desdeñable. Fue fácil abrazarse a la LOGSE, una ley descafeinada pero positiva globalmente. Llegamos a creernos que estábamos haciendo algo importante y hoy no dudo que lo hicimos. Nos volvimos modernos en educación como en otras muchas cosas. Tiempo después, a qué negarlo, fueron apareciendo las perversiones prácticas de una buena ley. Algunos pensamos incluso que nuestra mentalidad, cosa insólita, no estaba a la altura.

         Pero no quiero sino pasar por encima del contexto y dejar constancia del terreno en el que nos tocó jugar. Dos señales, inseguridad y desconfianza, nos llevaron a ir pervirtiendo un texto legal abierto y moderno para introducirlo en el túnel de la garantía de resultados mínimos sin darnos cuenta de que por ese camino terminaríamos por vaciar de contenido una propuesta ambiciosa y de altos vuelos. Hoy estamos en fase de receso en ambiciones si bien es verdad que hemos abierto el abanico de exigencias y hemos ganado en otros espacios: seguridad, alimentación, salud…, en los que es posible que estuviéramos necesitados y no tuviéramos suficiente conciencia. Seguramente por nuestra juventud también aquellos años lo fueron de ilusión en el futuro. Mi amiga María Rosa Pettri, italiana, cuando venía a nuestros congresos nos decía: Parece que os queréis comer la historia. Tenéis que daros tiempo porque los cambios han de ir más despacio.  Entonces no lo entendíamos porque todo nos parecía poco. Hoy sabemos que hasta se puede andar para atrás.

         Cuando teníamos la ambición en las manos nos empezó a temblar la inseguridad de no ser capaces de estar a la altura o bien de que los pequeños no fueran capaces de responder con la profundidad y la amplitud con que los estudios técnicos nos lo aseguraban  y nosotros lo veíamos en nuestro trabajo diario, sencillamente porque siempre se quedaban flecos sin resolver y nos metían la duda en el cuerpo. Esos gérmenes fueron haciendo mella y nos fueron cortando alas cuando las posibilidades legales nos permitían seguir volando y descubriendo horizontes nuevos que estaban a nuestro alcance, hasta que ayudados por cambios políticos conservadores que accedieron al poder por el desgaste de la izquierda, nos hicieron dirigirnos a los cuarteles de invierno de la seguridad administrativa y como segando nuestra capacidad de soñar para afianzarnos en las estrictas condiciones materiales, muy respetables también pero mucho menos ilusionantes. Aquí estamos hoy, mucho mejor dotados en medios sin duda, pero con la capacidad de soñar un poco embotada.

         Esto que antecede no quiere ser ningún lamento. En todo caso intenta ser un poco de sentido de realidad para que tengamos conciencia de dónde nos encontramos. No vale angustiarnos porque el futuro sigue estando ahí delante y nos sigue esperando como siempre. Necesitamos, eso sí, superar las inseguridades que nos encorsetan y nos llegan a anquilosar nuestras capacidades y saber que los pequeños a nuestro cuidado necesitan que se confíe en sus posibilidades, como siempre, y se les escuche porque cada día nos están enviando mensajes de lo que son capaces de aportar a su crecimiento y a su desarrollo. El viejo refrán de no me des pan, ponme donde haya, fue válido ayer, lo es hoy y seguro que lo va a seguir siendo mañana. No sé si hemos perdido tiempo o si necesitábamos este tiempo menos ambicioso para asegurarnos un poco más en el suelo que pisamos y sentirnos seguros en el momento en que nos decidamos a reanudar la marcha. “Es posible que sea verdad, amiga María Rosa, que teníamos que darnos tiempo”.


domingo, 14 de julio de 2019

RESPETO



         Con la desaparición física de nuestra compañera Irene Balaguer, como concluíamos la semana pasada, nos queda su legado. Su legado no es añoranza, ni desánimo, ni la más mínima sombra de duda sobre nuestra función de profesionales de la Educación Infantil. Su legado se llama compromiso. Ella siempre tuvo un partido político de referencia que era conocido y nunca fue motivo de conflicto insalvable porque el diálogo se produjo en todo momento, tanto en los acuerdos como en los desacuerdos. Otros, como fue mi caso, decidimos mantenernos al margen de los partidos pero nunca al margen de la militancia pedagógica que hemos compartido con Irene y con tantas otras personas que siguen comprometidas con causas que socialmente se podrían considerar perdidas como la primera infancia, los refugiados, la calidad del aire que respiramos o los alimentos que ingerimos. Es verdad que en algunos momentos he echado de menos la ausencia de un apoyo político de un grupo fuerte como puede ser un partido, pero su ausencia ha sido un peaje que he asumido desde el principio y lo he pagado. No se puede tener todo en esta vida y no he querido renunciar a la libertad personal que ha sido el precio, a veces demasiado caro.

         Una de las palabras que más sonó el seis de Julio en el encuentro en Barcelona en recuerdo de Irene fue la de respeto a la infancia. Esta idea ha sido uno de los motores de nuestro esfuerzo a lo largo de los años y estoy seguro que va a seguir vigente en el momento presente y garantizo que en el futuro. El respeto a la infancia significa un estilo de vida radicalmente distinto al que conocemos de manera mayoritaria desgraciadamente. El respeto no significa ni más ni menos que asumir un punto de partida en el que el recién nacido es una persona con todos los derechos, dueño de su destino y perfectamente capaz de desenvolverse en la sociedad, siempre que se le faciliten los medios y las personas durante sus años de formación, que son bastantes. Sabemos que con mucha frecuencia los pequeños llegan a una familia y se convierten en juguete por múltiples razones, todas ajenas a la persona que llega.

         Los más modernos estudios nos hablan de la familia como una constelación de afectos, de intereses, de limitaciones, de frustraciones y de expectativas que giran alrededor de los pequeños y que inevitablemente los están condicionan y arropan desde el primer momento de vida. No existe un proceso evolutivo puro sino que cualquier evolución individual se encuentra contaminada por fuerzas de muy diverso signo que condicionan la vida del menor. Esto es malo y es bueno a la vez porque le aportan a su vida un cierto colchón de afectos en lo que se siente seguro aunque al mismo tiempo significan también limitaciones para poner en práctica sus capacidades, que van a entrar en pugna con prejuicios de alguno de los miembros de su círculo más cercano. Parece un callejón sin salida y en muchos casos lo es porque toda esa maraña afectiva que envuelve al pequeño puede terminar por agostarlo y anularlo como persona.

         Por eso no nos cansamos de pedir respeto para los menores, sobre todo para los más pequeños. Son personas y como tales tienen unos derechos que tenemos que garantizarles las personas que vivimos a su lado. Son capaces de resolver muchas de las dificultades que la vida les plantean. Otras no y para eso estamos nosotros, para ayudarles a fortalecer sus capacidades, que son muchas más de las que pensamos y con nuestra colaboración puntual cuando la necesiten, con nuestro respeto a permitirles desarrollarse a su modo en un clima de confianza y de seguridad podrán crecer en un espacio y en un tiempo amigos. La escuela no debe servir para doctrinar a nadie ni para hacernos a todos amoldarnos a unas normas impuestas por alguien que busca unos resultados concretos en defensa de sus intereses. La escuela debe ser la garantía de libertad para quienes llegan a sus aulas con casi todo su desarrollo personal por ejercitar. En  la medida en que los pequeños se sientan respetados, que me gusta mucho más que queridos, serán más capaces de desenvolverse entre ellos y en la estructura social correspondiente, aprenderán a resolver mejor  las dificultades que inevitablemente les depara el presente y, sobre todo, el futuro.


domingo, 7 de julio de 2019

FUERZA



         Esta mañana tomaba el recién estrenado AVE de Barcelona Granada junto con mi amiga y compañera profesional de Educación Infantil, Mercedes Toro, tras haber asistido a una jornada especial con Irene Balaguer como recuerdo personal y como referente internacional a los pocos meses de su muerte. En la Escuela de Verano de Rosa Sensat, que la propia Irene presidió durante varios años, cada verano miles de maestros y maestras reflexionan sobre su práctica y profundizan sobre su trabajo en un intento por mantenerse actualizados sobre su misión pedagógica para encontrar la manera más acertada de responder a los retos que el momento presente va planteando. La organización ha tenido la magnífica iniciativa de dedicar una jornada especial, la de ayer, día 6 de Julio, a que quienes conocimos y tratamos a Irene reflexionáramos sobre su figura. Desde Brasil a Dinamarca, desde Uruguay hasta la Gran Bretaña, desde México hasta Francia o Italia o cualquiera de los puntos de España, sobre todo Granada que pese a su modestia poblacional ha concentrado 25 profesionales en Barcelona para recordar a Irene a la que hemos vivido tan ligados durante tantos años.

         Os dejaré al final un enlace para que quien lo desee acceda al texto que ofrecí en diciembre en este mismo blog, más íntimo y personal sobre su figura. No pretendo ofrecer una semblanza rigurosa sobre el contenido de las distintas aportaciones que imagino que en alguna de las revistas INFANCIA  irán apareciendo en los próximos meses. Prefiero centrarme en el aspecto personal de su figura en el sector para decir que la palabra que más ha aparecido en las aportaciones ha sido la de que nos ha dejado huérfanos con su desaparición de este mundo y por eso nos hemos visto en la necesidad de reunirnos para hablar de ella. Lo hemos hecho y, tanto su familia, su esposo Toni como sus hijos Marta, Clara y Pere, presentes en el encuentro con su dolor a cuestas, como su otra familia, esa que formamos los que hemos compartido vida y militancia pedagógica con ella, también rotos por su ausencia nos hemos mirados a los ojos y nos hemos dicho: Y AHORA QUÉ.

         Su propio testimonio personal en defensa de la primera infancia a lo largo de los años llevaba la respuesta dentro. La Irene como la hemos llamado como si se tratara de alguien de nuestra familia más cercana, nos ha dicho que la lucha ha sido larga hasta el momento presente y se han conseguido cosas importante por la presencia y por la dignidad de las personas en sus primeros años de vida pero el camino es arduo y las necesidades muchas. Con el desgarro en las entrañas por la inesperada marcha de Irene y con las lágrimas en los ojos hay que retomar la lucha porque los que la conocimos y la hemos visto reir y llorar muchas veces sabemos que la fragilidad no ha significado en ningún momento para ella aparcar la defensa de la primera infancia. Al contrario. Su recuerdo será siempre una palanca para saber que esta lucha por la dignidad y por los derechos de los más pequeños tiene con Irene un mito más que junto a tantos como nos han precedido: Marta Mata, Loris Malaguzzi y tantos otros, deben ser los pilares de nuestro trabajo desde su ausencia.

         Carmina Ferrero, otra significada luchadora desde Getafe en Madrid nos informaba en su ponencia que la división que desde 1983 se consagró en España de primera infancia en los dos ciclos de 0 a 3 y 3 a 6 a pesar de la oposición que mantuvimos muchos en el Palacio de Congresos de Barcelona precisamente, muy cerca del edificio Caixa Forum donde estuvimos ayer reunidos, está a punto de desaparecer del sistema educativo español y que el borrador que se está terminando de elaborar para sustituir a la denostada ley Vert puede que termine de una vez con esta división que hemos mantenido vigente durante casi 30 años y que no hay modo de justificar por ningún criterio técnico. Sólo se ha sustentado en criterios económicos manteniendo un primer ciclo de 0 a 3 profesional y laboralmente de más baja calidad que el resto del sistema educativo. Este podría ser el mejor tributo a la figura y a la memoria de Irene que tanto luchó por la dignidad de la primera infancia mientras estuvo entre nosotros.