Con la
desaparición física de nuestra compañera Irene Balaguer, como concluíamos la
semana pasada, nos queda su legado. Su legado no es añoranza, ni desánimo, ni
la más mínima sombra de duda sobre nuestra función de profesionales de la
Educación Infantil. Su legado se llama compromiso.
Ella siempre tuvo un partido político de referencia que era conocido y nunca
fue motivo de conflicto insalvable porque el diálogo se produjo en todo momento,
tanto en los acuerdos como en los desacuerdos. Otros, como fue mi caso,
decidimos mantenernos al margen de los partidos pero nunca al margen de la
militancia pedagógica que hemos compartido con Irene y con tantas otras
personas que siguen comprometidas con causas que socialmente se podrían
considerar perdidas como la primera infancia, los refugiados, la calidad del
aire que respiramos o los alimentos que ingerimos. Es verdad que en algunos
momentos he echado de menos la ausencia de un apoyo político de un grupo fuerte
como puede ser un partido, pero su ausencia ha sido un peaje que he asumido
desde el principio y lo he pagado. No se puede tener todo en esta vida y no he
querido renunciar a la libertad personal que ha sido el precio, a veces
demasiado caro.
Una de
las palabras que más sonó el seis de Julio en el encuentro en Barcelona en
recuerdo de Irene fue la de respeto
a la infancia. Esta idea ha sido uno de los motores de nuestro esfuerzo a lo
largo de los años y estoy seguro que va a seguir vigente en el momento presente
y garantizo que en el futuro. El respeto a la infancia significa un estilo de
vida radicalmente distinto al que conocemos de manera mayoritaria
desgraciadamente. El respeto no significa ni más ni menos que asumir un punto
de partida en el que el recién nacido es una persona con todos los derechos,
dueño de su destino y perfectamente capaz de desenvolverse en la sociedad, siempre
que se le faciliten los medios y las personas durante sus años de formación,
que son bastantes. Sabemos que con mucha frecuencia los pequeños llegan a una
familia y se convierten en juguete por múltiples razones, todas ajenas a la
persona que llega.
Los más
modernos estudios nos hablan de la familia como una constelación de afectos, de
intereses, de limitaciones, de frustraciones y de expectativas que giran
alrededor de los pequeños y que inevitablemente los están condicionan y arropan
desde el primer momento de vida. No existe un proceso evolutivo puro sino que
cualquier evolución individual se encuentra contaminada por fuerzas de muy
diverso signo que condicionan la vida del menor. Esto es malo y es bueno a la
vez porque le aportan a su vida un cierto colchón de afectos en lo que se
siente seguro aunque al mismo tiempo significan también limitaciones para poner
en práctica sus capacidades, que van a entrar en pugna con prejuicios de alguno
de los miembros de su círculo más cercano. Parece un callejón sin salida y en
muchos casos lo es porque toda esa maraña afectiva que envuelve al pequeño puede
terminar por agostarlo y anularlo como persona.
Por eso
no nos cansamos de pedir respeto para los menores, sobre todo para los más
pequeños. Son personas y como tales tienen unos derechos que tenemos que
garantizarles las personas que vivimos a su lado. Son capaces de resolver
muchas de las dificultades que la vida les plantean. Otras no y para eso
estamos nosotros, para ayudarles a fortalecer sus capacidades, que son muchas
más de las que pensamos y con nuestra colaboración puntual cuando la necesiten,
con nuestro respeto a permitirles desarrollarse a su modo en un clima de
confianza y de seguridad podrán crecer en un espacio y en un tiempo amigos. La
escuela no debe servir para doctrinar a nadie ni para hacernos a todos
amoldarnos a unas normas impuestas por alguien que busca unos resultados
concretos en defensa de sus intereses. La escuela debe ser la garantía de
libertad para quienes llegan a sus aulas con casi todo su desarrollo personal
por ejercitar. En la medida en que los
pequeños se sientan respetados, que me gusta mucho más que queridos, serán más
capaces de desenvolverse entre ellos y en la estructura social correspondiente,
aprenderán a resolver mejor las
dificultades que inevitablemente les depara el presente y, sobre todo, el
futuro.
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