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domingo, 27 de marzo de 2016

OLOR


         Cada época del año tiene sus particularidades, sus elementos que la definen y la diferencian de cualquier otra. Me arriesgaría a decir que ésta es la del olor y, apurando precisaríamos que alrededor del naranjo. El perfume de azahar es el rey sin duda en calidad y en extensión. No sólo en los campos de naranjos: toda la zona de Levante y aquí en Granada el Valle de Lecrín y sin poner ningún pero a ese reinado, la maravilla de las mandarinas que empiezan a ser sólo recuerdo de lo que fueron en su día. Prácticamente están desaparecidas en beneficio de las Clementinas, casi sin huesos, con mucho más jugo y mucho más atractivas para el mercado pero renunciando definitivamente a ese bofetón de olor que significaba arrugar la cáscara y dejar que la mano se impregnara de su intensa fragancia que podía durar en la piel todo el día.

         Los campos de naranjos rezuman azahar por los cuatro costados desde ahora hasta bien entrado abril. La costumbre de plantar naranjos en muchas calles de nuestras ciudades nos ha traído el olor de azahar hasta nuestra pituitaria sin tener que pagar ningún canon para gozarlo. Entre la cantidad de procesiones que se han paseado por las calles esta semana y el frío que por fin parece que recula y se concentra sobre todo en las madrugadas, durante el día el sol se adueña de las calles y nos reclama hasta la manga corta en el golfo del día. Quiere decir que los pequeños pueden salir de esos cubículos con ruedas en los que los traemos y llevamos para cumplir más o menos con nuestros tiempos, que no con los suyos. La invitación es la de saborear la maravilla del azahar que nos envuelve desde cualquier calle y nos impregna del perfume que un día fue reservado para los ramos de novia como el símbolo más claro de la pureza y de la intensidad del amor.

         En alguna ocasión he mencionado que teníamos un rosal de olor en el patio del cole  y que yo levantaba a los niños para que olieran y decían que olía  a colonia y yo tenía que explicarles que no, que era al revés, que era la colonia la que olía a rosas. Sencillamente los niños habían perdido el hilo de las cosas y sólo reconocían los efectos y no las causas que los producían. Pues con el azahar puede pasar otro tanto. Vamos andando, de pronto nos envuelve una fragancia, pasamos de ella y la dejamos sin pararnos, mirar de dónde viene, a que flor pertenece, en que tiempo se produce,  cómo se llama el árbol que nos la ofrece y qué pasará con su color y con su olor, una vez que la flor haya cubierto su ciclo de vida y haya muerto. No suelo ver a ningún pequeño, alzado por algún familiar adulto, para empaparse de la fragancia, ahora que la tiene tan a la mano. Hablamos del azahar porque está muy cerca pero lo mismo podemos decir de la glicinia, que también anda en flor en estos días y nos llama con su hermoso color morado para que nos acerquemos a ella sin ninguna reserva.


         La idea, como fácilmente se puede suponer, no es la de establecer ninguna lista exhaustiva de olores para que el asunto se convierta en una lección más que, de las muchas que ya nos ofrecen las estructuras bien familiares o escolares. No. El asunto es más simple que todo eso. Se trata, sencillamente una vez más, de pasar por la vida con los sentidos un poco alerta para que todo lo que nos rodea, en este caso el olor que nos impregna no sea ignorado por nuestro olfato sino que  lo detectemos, lo interioricemos, lo reconozcamos y lo relacionemos con un tiempo, con un espacio, con un lugar y con un árbol concreto que es el que lo produce. No tiene ningún valor especial nuestro conocimiento olfativo. Sólo se trata de un sentido normalmente muy infrautilizado que si lo abandonamos significa una fuente de conocimiento que hemos despreciado cuando la hemos tenido tan cerca. Poco a poco podemos estar perdiendo muchas fuentes de conocimiento que aisladas no significan gran cosa pero que en conjunto constituyen un importante bagaje de conocimiento que no usamos.  

    

domingo, 20 de marzo de 2016

PRIMAVERA


         […]
Jugarán otros niños en el prado,
dormirán bajo tierra otros cansancios;
pero la pensativa primavera
como la nieve llegará a su tiempo.
                          Emily Dickinson

La Glicinia

 

Soy racimo morado

de nombre glicinia.
Tengo olor de trompeta.
Llamo abejas, mosquitos,
avispas, abejorros...
Mi corazón los alimenta.

Anuncio Primavera.
Detrás, con mucha fuerza,
vienen las hojas
y el ciclo de la vida
que no espera.
Antonio Fernández López


         Y cuando parecía que este año nos íbamos a quedar con un incipiente recuerdo de la nieve llega marzo con la primavera de la mano y nos ofrece la maravilla del manto blanco sin el que no terminamos de ser nosotros. Se nos descuadra un poco el panorama porque la página del frío se desplaza hacia un espacio que no es propiamente el suyo pero, a fin de cuentas, quiénes somos nosotros para pedirle cuentas a la vida de cual es o no su sitio si ella es la señora por excelencia y ocupa lo que le place por derecho propio. Cada año el diseño llega con personalidad diferenciada y termina tomando un dibujo particular para grabar en la memoria, no en la nuestra, que apenas si llega a cubrir cien años, sino en la general del tiempo, que ya estaba cuando llegamos y que promete quedarse una vez que todos hayamos desaparecido.

         Necesito que hoy me permitáis elevarme unos metros  por encima de nuestro asunto de fondo para ofrecer unas palabras de bienvenida a este volcán de olores y de colores que ya tenemos entre manos. Hace unos años Granada se empeñó en ofrecer una fiesta de saludo al nuevo ciclo de vida que nace con la llegada de la primavera y pareció una buena idea. Se ve que al poco tiempo la colaboración de las instituciones públicas decayó y la fiesta siguió por sus propios medios convertida en un inmenso botellón al que se sentían convocados hasta veinte mil jóvenes con el único objetivo Pergamino horizontal: 1 sentirse vivos, fuertes y juntos aunque desamparados de todas las instituciones que sólo respondían desde la censura como si la corriente que los reunía se pudiera desviar así como así. Este fin de semana se está produciendo la concentración del presente año y parece que los poderes públicos han decidido acercarse al festejo con algo más que con las porras de la policía. No sé bien el resultado porque el acontecimiento está vivo aun, pero ese tiene que ser el sentido. No podemos ver a los ciudadanos como extraños y mucho menos como enemigos.


         Para no dar puntada sin hilo también conviene concluir con una invitación a que los pequeños, de alguna manera puedan sentirse concernidos por este acontecimiento que los define a ellos mismos mejor que a ningunos otros porque también están empezando a brotar de la vida y son por tanto los mejores embajadores de la primavera.   


domingo, 13 de marzo de 2016

FRÍO


         Se confirma, una vez más, que cada año meteorológico tiene sus propias características y que, al margen de las tendencias de fondo que nos llevan a calentamientos o a otras particularidades, cuando llega octubre no podemos evitar en Granada estar atentos a la primera nevada que, aparte de ponernos ante los ojos el magnífico espectáculo de la blancura inmaculada de Sierra Nevada, nos informa del cambio de estación y de la inminente llegada del invierno. Esta temporada empezó normal pero luego se fue retrasando y ha sido ya en marzo, muy tarde. cuando por fin se puede contemplar en todo su esplendor  el manto blanco del invierno que nos diferencia del resto del mundo. Si la Sierra está blanca, nosotros seguimos siendo nosotros. Algo así.

         Los pequeños deben vivir las particularidades de un espacio o de un tiempo para sentirse orientados y aprender que pertenecen a una cultura como el resto de las personas que los rodean. Lo mismo que aprendemos a cantar unas canciones concretas, a bailar unos bailes concretos, a comer unas comidas concretas o a vestirnos con unas ropas concretas está bien que hagamos que esta nieve que nos identifica y nos diferencia de otros forme parte de nosotros como una pieza más de nuestra forma de vivir. Recuerdo cuando subí por primera vez a mi hija Elvira a pasar el día en la nieve. Ella vive en la playa con su madre y sólo conocía la nieve por la tele. Tenía ocho años y ese año había nevado mucho. El espectáculo, por tanto, era sobrecogedor. Cuando logramos acceder a una altura suficiente y aparcar el coche se volvió loca con tanta blancura a su alcance y se tiró a ella como si estuviera en la playa. En pocos minutos me llegó quejándose de que estaba fría. Desde entonces, cuando queremos tomarle el pelo le decimos que le vamos a comprar nieve de veinte grados. Nos sirve de chanza aunque a ella no siempre le sienta muy bien. A veces se siente un poco ridícula.

         Los niños deben conocer las particularidades del lugar donde viven y de su cultura: ir  la playa y jugar con el agua, subir a la Sierra y tocar la nieve, vestirse con ropa apropiada en cada caso y saber desenvolverse con cada uno de los elementos que determinan su vida según la estación del año que atravesamos. En este tiempo parece que se ha impuesto con mucha diferencia la cultura de la seguridad por encima de ninguna otra característica y tal vez convenga revisar algunas prácticas que pueden llevarnos a ignorar nuestra cultura aunque nos sintamos muy protegidos. Recuerdo siempre mis conversaciones con el pediatra Parrilla en las que me tenía que reconocer que en los quirófanos había momentos de tanta limpieza que había que abrir las ventanas para que el aire se hiciera un poco normal porque las heridas, por ejemplo, no suturaban. La limpieza es buena, sin duda, pero no es bueno meter a los niños ni a nadie en una burbuja porque lo que conseguimos es seres cada vez más frágiles y más propensos a ser infectados. Los niños tienen que aprender a vivir en el frío o en el calor, convenientemente vestidos por supuesto.


         En un momento determinado puede ser necesario proteger a un pequeño por alguna infección y ofrecerle los medicamentos apropiados para que salga de ella pero en condiciones normales debemos poner a los pequeños al sol, al frío, al viento, a la lluvia con las ropas adecuadas para que se acostumbren a convivir con esas particularidades climatológicas y se hagan fuertes y sanos. El abandono es un problema que hay que combatir en más de medio mundo pero en el otro medio hay que cuidar que la sobreprotección no convierta a los pequeños en seres frágiles, incapaces de sobrevivir sin la protección permanente de medicamentos o de cuidados especiales. Al abandono ya sabemos cómo se le combate. A base de guerra a las guerras y a base de amor. A la sobreprotección también hay que combatirla a base de vida, de conocimiento de lo que nos rodea y de permitir que funcione nuestra capacidad de adaptación al medio permitiendo que salgan a la luz los mecanismos que nuestro cuerpo tiene dispuestos para sobrevivir.   


domingo, 6 de marzo de 2016

SIMBIOSIS


         Después del lapsus sociopolítico de dos semanas, que hemos empleado en apoyar una empresa educativa de Granada, en la que he tenido el privilegio de trabajar hasta mi jubilación hace unos años, vuelvo la vista a nuestro tema educativo que es el verdadero objetivo de nuestro empeño. En todo caso lo voy a ligar hoy a la imagen que ofrecían los pequeños en la fiesta reivindicativa en la que participaban como protagonistas, junto a sus maestros y a sus familias. Desde el punto de vista educativo en estado de plenitud.  No había más que mirarlos para darse cuenta de que era así. Toda su capacidad de acción en una plaza pública, animada por sus maestros y acompañada por el calor de sus familias. No se podía pedir más.

         Me quedo con esa estampa como símbolo de la fuerza que puede sentir un menor arropado para calificarlo como condiciones ideales en las que los menores, y creo que cualquiera, se sienten en plenitud y dejan salir todas sus capacidades expresivas y comunicativas. Imposible predecir a dónde seríamos capaces de llegar en esas condiciones si pudiéramos mantenerlas en el tiempo. Con mucha más humildad yo no puedo olvidar las noches en que mi padre me llevaba a su trabajo a que le acompañara hasta que le llegara el relevo a las tres de la tarde del día siguiente. Con qué dulzura me preparaba un jergón para dormir y con qué sensación de fuerza yo le acompañaba durante los cuatro kilómetros de ida al trabajo y los otros cuatro de vuelta para llegar a nuestra casa,  estragados pero juntos y con mil experiencias compartidas. Esa misma sensación de fuerza es la que se veía en las caras, yo creo que no sólo de los menores sino de todos. Es como una sensación atávica que se manifiesta en el momento de sentirnos acompañados y que nos dice que no hay nada en el mundo que no podamos conseguir si estamos juntos.

         Es fácil entender que las circunstancias cotidianas no permiten mantener esas vivencias durante mucho tiempo. La lucha por el sustento diario hace que cada uno ande disperso buena parte del día y que solo en contadas situaciones podamos disfrutar del privilegio de estar juntos pero eso no quita que ignoremos la importancia decisiva de hacerlo y las trascendentales consecuencias de su realización. En la actualidad, las concentraciones periódicas más visibles son los botellones en los que, con la excusa del alcohol como principal nexo de unión, los adolescentes en particular y los jóvenes en general se ofrecen a sí mismos secuencias del poder de estar juntos, aunque el objetivo no sea más que una vulgar y perniciosa borrachera,  a falta de más nobles finalidades. Y es que no podemos disimular nuestra condición de seres gregarios que no se sienten completos más que cuando están juntos y se sienten apoyados los unos por los otros. No estaría de más que, conociendo esta realidad indiscutible, fuéramos capaces de organizar acontecimientos como el que hoy nos ocupa para inyectarnos buenas dosis de fuerza con alguna frecuencia y no dejarlo al albur del alcohol, del fútbol o de acontecimientos parecidos.


         Un día de campo, un paseo por la calle, un encuentro familiar, una buena película pueden ser excusas perfectas para reunirnos. Es posible que el objetivo no tenga por qué ser lo fundamental si nos damos cuenta de que la finalidad no es lo que importa sino que puede haber muchas excusas válidas que nos produzcan la sensación de sentirnos grupo, juntos, fuertes y que hacia ese objetivo es hacia donde conviene dirigir las energías y los proyectos que pongamos en práctica. Cualquier concentración puede ser válida para conseguir un objetivo suficiente. Tradicionalmente organizaciones de muy diverso tipo se han dedicado a desarrollar concentraciones o encuentros de vida en común que, tanto si su intención era la que comentamos como si no, han conseguido objetivos de ese orden y debemos agradecer el esfuerzo a los organizadores a pesar de que nos enteremos que de vez en cuando que se han producido abusos indeseables y condenables que hay que denunciar, pero el objetivo de reunirnos para proyectos comunes sigue siendo válido y merece la pena mantenerlo como un valor en sí.