Seguidores

domingo, 17 de noviembre de 2019

FRÍO



         Hemos tenido una entrada de otoño en la que las noticias eran de sequía. Cada día nos mostraban pantanos con menos de un veinte por ciento de agua. En este momento la media España del norte se encuentra con más de cien carreteras secundarias cortadas y con un metro de nieve. Y seguimos, porque hoy se espera lluvia a base de bien. En Granada las noches ya bajan de los cero grados y puede que mañana esté Sierra Nevada hasta arriba de nieve. Los programas meteorológicos se han convertido en estrellas porque en vez de contarnos lo que pasa nos lo venden. Hasta del tiempo hemos hecho un espectáculo. Me consta que bastante gente es capaz de ignorar las noticias pero se plantan delante del televisor y no se pierden ni un detalle de lo que cada cadena es capaz de mostrarnos sobre el tiempo. Pienso en aquellos mapas hechos a mano y las tizas de Mariano Medina.  Me da ternura cuando los comparo con los que se muestran hoy con evoluciones en directo de los vientos, de las isobaras o de las previsiones bastante precisas a tres días vista.

         Cada vez se ven por la calle más abrazaderas en donde los pequeños de menos de dos años van colgados de sus familiares calentándose con los calores corporales de sus mayores. Me parece una magnífica idea y no creo que exista un sistema de abrigo más natural y equilibrado que el cuerpo y los latidos de la persona que me cuida. Recuerdo que nos trajeron una bolsa para transportar a mi hijo el mayor que hoy tiene cuarenta y siete años y cómo íbamos por la calle haciendo gentes como si estuviéramos ofreciéndole al niño algo del otro mundo. Lo que conocemos como modernidad no ha llegado para anular aberraciones en las que hemos caído pero sí permite que convivan al mismo tiempo distintas culturas sobre. En los setenta se nos quiso hacer creer que el aceite de girasol era mejor que el de oliva, sencillamente porque los Estados Unidos no sabían qué hacer con su superproducción. A los niños había que operarlos de anginas a la primera de cambio porque quitar las anginas, al parecer, era mejor que mejorar los cuidados. Estuvo en profunda crisis la lactancia natural supongo que para aprovechar mejor el tiempo de sus madres, que por entonces empezaban a incorporarse al mercado de trabajo.

         Lo que quiero destacar es la de vaivenes que somos capaces de dar poniendo de moda determinadas costumbres y adornándolas debidamente de argumentos sesgados, sencillamente porque en cada momento somos capaces de defender lo que interese, tanto si el fundamento en el que nos basamos es sólido no. La cultura de la libertad que ahora disfrutamos, al menos en el país que vivo, permite que no se imponga un solo discurso y que seamos capaces de ser diversos en nuestros fundamentos y en nuestras prácticas. De vez en cuando se ven por las calles carritos de bebés perfectamente rosas o azules dependiendo de los inquilinos que llevan dentro y se simultanean con las abrazaderas. Yo tengo claro cuál es mi opción como he explicado unos renglones atrás, pero me quiero felicitar porque en el cuidado de los pequeños como en cualquier otro aspecto de la vida podamos cruzar verdades de índole diversa sin que ninguno se tenga que sentir con la verdad ni tampoco marginado por el hecho de ser distinto.

         He puesto el ejemplo de la información meteorológica porque me parece paradigmático de a dónde se puede llegar a base de exagerar un tema, sencillamente por el hecho de que la gente pueda estar más interesada en él. Tenemos que aprender que la diversidad, tanto en conocimientos como en cualquier otro orden de la vida es una riqueza sin paliativos y que tenemos que aprender a vivir en la diversidad, sencillamente porque en la vida somos diversos y el hecho de serlo y de que aprendamos a vivir como diversos es una de nuestras mayores riquezas. Nunca faltan corrientes integristas de la índole que sea, que buscan uniformarnos porque el enemigo para ellos tiene que existir y es el otro, el que no es como yo. Hoy el mundo es suficientemente pequeño como para que necesitemos aprender que todos tenemos cabida en nuestra admirable diversidad y sin necesidad de que nadie se crea más que nadie.


domingo, 10 de noviembre de 2019

OTOÑO


         Ahora no hay escapatoria. Las primeras nieves, el cambio de hora que hace que empiece a anochecer a las seis de la tarde, el contacto con los cero grados de madrugada, signos todos inconfundibles de que el otoño nos ocupa de pleno. Para mi gusto nos adentramos en los dos meses más tristes del año pero eso va en gustos. Tampoco falta quien celebra ese dominio de las sombras aunque no sea mi caso. Es cierto que, incluso para mí, esta estación tiene aspectos de belleza incomparable. Debería ser obligatorio pasearse por la Alpujarra y gozar de esas gamas de amarillos, rojizos y marrones increíbles que cada familia de árboles nos pone delante de los ojos antes de que el invierno termine con el ciclo vital y todo quede desnudo hasta que pasen unos pocos meses y la vida se muestre de nuevo en todo su esplendor. Lo primero que habría que calibrar con los pequeños es que el frío que se va apoderando de todos les debía permitir moverse. Muchas veces resulta agobiante verlos completamente abrigados y sin poderse mover.

         El propio cuerpo es perfectamente capaz de generar calor si dispone de suficiente movimiento. Eso no impide entender que hace frío y que debemos cubrirnos para sobrellevar las temperaturas, la lluvia y los demás accidentes meteorológicos que nos cubren cada día. En esta ciudad, Granada, sabemos bastante de fríos porque la estación lo impone pero también porque apenas a 30 kilómetros del casco urbano, se encuentra Sierra Nevada, Sulair de los musulmanes, que ahora se cubre de blanco hasta bien entrada la primavera, aunque hay umbrías que no terminan de deshelarse en todo el año  y el viento que nos llega de la nieve nos hace movernos todo el invierno en contacto con los 0 grados y de ahí para abajo. Los pequeños deben conocer con su cuerpo el lugar en el que viven y aprender a desenvolverse con esas características. Por encima del frío los pequeños van a querer jugar porque en ello les va la vida. Esto tenemos que saberlo y disponer para ellos espacios y tiempos para que lleven a cabo su asignatura por excelencia: el juego.

         Dentro del  aula he tenido predilección con disponer de una cocinita pequeña que nos sirviera para ofrecer los resultados de las transformaciones más elementales que, por más sencillas que nos parezcan y que lo son, la mayoría de .los pequeños no las han presenciado. Los ciclos del agua están al alcance de la mano y seguro que todos los conocen de manera aislada pero lo que dudo que hayan experimentado es echar en un cazo unos cubitos de hielo, verlos cómo por efecto del calor se vuelven líquidos en unos minutos y dejarlos calentar de nuevo y que se conviertan en vapor delante de sus ojos y, una vez que el vapor se acaba darnos cuenta de que el cazo está completamente vacío. Lo he realizado muchas veces y siempre impacta porque todo sucede en pocos minutos. La humilde realización de una tortilla es otro de los ejemplos que impresionan. El estrellar el huevo, batirlo delante de sus ojos y que vean cómo cambia de textura y de color para convertirse en una rica tortilla que termina repartida y degustada en pequeños trozos. Esos experimentos caben en cualquier época, pero el otoño es especialmente rico en  sabores al amor de la lumbre.

         En nuestro cole hay varios caquis que son la delicia de muchos ahora que maduran y que pueden ser degustados a placer. En las pruebas de cualquier tipo hay que tener manga ancha porque hay quienes se vuelven locos con lo nuevo mientras que también hay quien no acepta probar nada que se salga de su rutina de cada día. Un membrillo troceado y mezclado con los trozos de un boniato y hervidos con agua abundante, una rama de canela y azúcar al gusto puede ser un manjar de dioses para quien lo acepte de buen grado. O asar unas castañas, pelarlas y dejarlas de un día para otro y al día siguiente cocerlas también con agua abundante, una rama de canela y azúcar al final del cocido, una vez que el caldo espesa y se convierte casi en un puré. El otoño ofrece opciones abundantes para conocer sabores y descubrir que la naturaleza es siempre una sorpresa, estemos en la estación que estemos.

domingo, 3 de noviembre de 2019

COLONIA



         En nuestro programa de trabajo había dos momentos, primavera y otoño,  en los que salíamos de colonias con todo el grupo. Al principio era de lunes a viernes, lo que significaba un esfuerzo muy notable, tanto más cuanto que al lunes siguiente había que estar de nuevo al pie del cañón. Reflexionando en grupo descubrimos que el objetivo que pretendíamos, que era que durmieran juntos y lejos de sus familias, lo podíamos alcanzar con dos días y una noche, con un importante ahorro de energía para nosotros. Salíamos un jueves por la mañana y volvíamos el viernes por la tarde. Seguramente ese ahorro estaba directamente relacionado con que nos íbamos haciendo mayores y dosificábamos mejor nuestras capacidades físicas. Pero el principal objetivo se cumplía. Eso era verdad. Me pasé muchos años proponiendo al equipo que me permitieran pernoctar en el mismo cole para que viviéramos la experiencia de no cambiar de espacio, aunque sí de actividad. Siempre se votó en contra y me quedé con las ganas. Años después, mi compañero Manuel Ángel lo ha conseguido. Me alegro por él.

         Cuando se trabaja en grupo hay que asumir que las ideas no basta con tenerlas sino que deben ser compartidas por la mayoría para que el grupo las asuma. Esto es una de las cosas que más trabajo me ha costado interiorizar. Ya es difícil tener una idea pero el verdadero problema estaba en persuadir a los compañeros y no siempre se tenía la paciencia necesaria. El resultado era que cuando una cosa se hacía era del grupo y el grupo en su conjunto respondía de ella, pero también que muchas ideas podían no llegar a realizarse por problemas personales si quien las proponía no gozaba de las simpatías de la mayoría o no la defendía con la consiguiente capacidad de persuasión. Llegaba a resultar injusto y hasta desesperante, pero nadie dijo nunca que trabajar en grupo fuera fácil y si alguien llegó a decirlo no sabía bien de lo que hablaba. He conocido casi todos los niveles de trabajo en nuestra empresa y me siento muy satisfecho por ello, pero ha sido a base de constancia porque mi ímpetu muchas veces despertaba recelos y no era suficientemente persuasivo.

         Otro día nos detendremos en la vida en grupo pero hoy no me resisto a contar la experiencia de la zorra, que pasan los años y no se me va de la cabeza. Habíamos ido de colonias de otoño a Ermita Vieja en Dílar, a unos 20 kilómetros de Granada. Por la tarde, con las linternas en la mano, salíamos de paseo antes de que anocheciera y en un recodo del camino nos sentamos para hacer una asamblea y hablar de lo que veíamos. Estamos dando las primeras palabras y vemos salir a una zorra que se planta en medio del camino por el que habíamos subido y nos mira descarada. Nos quedamos impresionados y callados como muertos. La zorra camina hacia abajo, se acerca a la linde del camino y orina en la hierba. Nos vuelve a mirar y sigue andando hacia el otro lado. Vuelve a orinar y nos mira de nuevo. Repetía la operación y nosotros no abríamos la boca. A los pocos minutos llegó a una curva y desapareció. Alguien dijo: Está buscando novio. Y seguimos nuestro paseo porque la luz del día se iba y teníamos que iluminarnos con las linternas, que era nuestra intención.

         Seguramente de cada colonia tendremos recuerdos de impacto que a poco que hagamos memoria afloran. En su momento cada uno de ellos supuso una experiencia que hizo que cada colonia se diferenciara del resto. Cuando salían de nuestro cole de Infantil, los pequeños habían vivido hasta seis colonias, lo que supone un arsenal de experiencias nada desdeñable. Cada uno podrá hablar de las que más le hayan impresionado pero yo mantengo en el recuerdo la secuencia de la zorra por dos razones. Por parte de la zorra porque nos mostró claramente lo que quería hacer y los pequeños la entendieron. Por parte de todos, el silencio sepulcral que se produjo en aquellos breves minutos, cosa nada fácil, que nos permitieron seguir a la zorra en su cometido hasta que llegó a la esquina y siguió su camino dejándonos a todos con la boca abierta.