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domingo, 31 de enero de 2016

ERROR


         Todos queremos ser grandes, importantes no sé por qué. Somos capaces de matar y morir por ello, inexplicablemente. Sufrimos por conseguirlo las más grandes penalidades y nos inflamos como globos cuando se valora nuestro trabajo en el nivel que sea. Es posible que no haya trabajos más importantes que otros porque para cada uno, el suyo es lo más de lo más. Es el tiempo y la historia la que nos va dando la verdadera dimensión de aquellos hallazgos que un día fueron pequeños y que se han ido expandiendo en la memoria colectiva a medida que ha pasado el tiempo y la experiencia.

         Todo empieza con que nos están pasando cosas cada día, diría que a cada momento. Las vemos venir, chocan con nosotros, les prestamos un punto de atención mínimo y suelen perderse en el olvido al momento casi todas. Unas porque no nos interesan y otras, la mayoría, porque la cultura dominante las ignora. Lo que no nos interesa es respetable pero lo que nos selecciona la cultura dominante significa que nos está discriminando de todo lo que nos pasa lo que debe tener interés para nosotros y lo que no. No me puedo imaginar  a Newton descubriendo la Ley de la Gravedad en una clase. Sí, en cambio, dormitando debajo de un manzano, perdiendo el tiempo según los cánones dominantes y viendo caer la manzana como quien no quiere la cosa, una y otra vez. Y hay que ver lo que ha traído detrás la dichosa manzanita. Pues así han sucedido casi todos los progresos de la humanidad. Un buen día y como quien no quiere la cosa. Podríamos ir detallando una larga sucesión de hallazgos que vendrían a corroborar lo que decimos pero no veo que valga la pena insistir mucho más. Quizá, en cambio, sí convenga detenerse en que la estructura educativa no está presente en estos momentos, por si pudiéramos sacar alguna conclusión al respecto.

         La escuela anda demasiado ocupada en garantizar mínimos conocimientos para todos y con demasiada frecuencia sacrifica por esta causa millones de iniciativas que se están produciendo a cada momento. En realidad cada persona es una fuente de aprendizaje si se le permite que fluya a su humor. Lo que pasa es que las estructuras sacrifican casi todos los humores que podrían llevar en su interior miles de hallazgos de interés para parir el ratón de las lecciones aprendidas. Si nos damos cuenta, son opciones que se van tomando y que llevan aparejadas una serie de consecuencias de larguísimo alcance. No me atrevo a decir que los sistemas educativos  sacrifican el río inmenso de las capacidades personales de cada persona bajo su manto por la más que  discutible excusa de la lección de cada día. Al final, lo que tenemos como resultado es una serie de lecciones aprendidas en el mejor de los casos a cambio de haber sacrificado las iniciativas personales con el consiguiente desinterés que eso lleva aparejado. En otras palabras, para ganar uno aceptamos perder cien. Mal negocio.


         Cualquiera puede pensar que exagero y que la realidad no tiene por qué ser tan dramática como la planteo. Lo acepto. Cada uno está en su derecho y todas las opiniones son legítimas. Yo sé en mi fuero interno que me quedo corto, muy corto  y que cada día estamos abandonando miles de ocurrencias personales porque la distribución del tiempo no lo permite con el consiguiente resultado de que la mediocridad de unos mínimos prefijados se pueden haber logrado pero hemos sacrificado montones de iniciativas de distinto calibre y, entre ellas, algunas genialidades sin duda. Mi propuesta iría encaminada a respetar mucho más los tiempos de que disponen los pequeños para permitirles que de vez en cuando puedan dormitar a placer a ver si las miles de manzanas que la vida deja caer a cada momento de los árboles, de los bosques, del tiempo que pasa,  de los compañeros que nos rodean o del aire que respiramos nos deja la lección que trae consigo y la pone al alcance de nuestra mano. Lo siento pero sé de lo que hablo. El miedo a no ser capaces de presentar ante los padres y ante la sociedad unos resultados homologables que justifiquen nuestro trabajo es respetable pero no nos exime de culpa por tanta mediocridad.     


domingo, 24 de enero de 2016

ENSAYO


         Probablemente me voy a terminar convirtiendo en un abogado de pobres pero no se me ocurre mejor destino después de tantas quijotadas como he vivido en esta vida. Es más, en el momento en que me convenza de que he asumido definitivamente tal profesión, mi vida se habrá realizado plenamente y podré aceptar la muerte como una plácida compañera que llega en el momento justo para facilitarme la paz que ansío. Hay causas en la vida que nos degradan y otras que nos encumbran y esta de andar insistiendo cada semana en la defensa de los primeros años de la vida como protagonista en primera persona de su propia historia me parece tan meritoria que no se me ocurre otra que la iguale. Y no solo por los sujetos a defender, personas sin voz ni voto, sino por el valor añadido de aprendizaje que dejan de poso en mi cada vez más viejo cuerpo que, a pesar de los años, sigue rebosando salud mental y confianza en la vida.

         La muestra más cercana se puede llamar mi nieta África, pero sólo como ejemplo porque le vendría lo mismo que le pusiéramos el nombre y la figura más cercana que tengáis a mano. Y la guerra es sin cuartel y contra todos. Como se trata de alguien tan pequeño y tan indefenso, según criterio ampliamente extendido, hay que protegerlos hasta la asfixia y marcarles el camino porque qué sería de ellos sin nuestros cuidados. Y nos inflamos como globos cada vez que los miramos, sintiéndonos imprescindibles y responsables de esos muñecos que la vida nos ha puesto entre las manos cuyas vidas no serían posible sin nuestros cuidados y sin nuestra dedicación. Nuestra responsabilidad llega hasta el punto de que unimos nuestras vidas a las de esos nuevos seres que acaban de llegar y podemos hasta obsesionarnos y convertirlos en seres dependientes de nosotros y sus vidas pueden quedar unidas a las nuestras como si se tratara de secuencias ancladas en el tiempo que ya tendrán que ser siempre así.

         Pero sin ser mentira en alguna medida, desde luego la realidad dista mucho de ser así. Que hay un nivel de dependencia de los nuevos seres a las personas cercanas no cabe duda, pero que se trate de seres indefensos que solo dependen de nuestros cuidados para sobrevivir, nada más lejos. Es  más, lo mejor es que desde el principio entendamos que nuestra función como adultos, aunque imprescindible, nunca debe convertirse en troncal porque entorpecería el desarrollo del recién llegado sino que conviene que se mantenga cerca del pequeño pero permitiendo en todo momento el desenvolvimiento individual. El recién será pequeño y necesitará desarrollar sus músculos, su capacidad de comunicarse y de relacionarse pero trae consigo todas las posibilidades para hacerlo con tal de que las personas que estén a su lado, en vez de ponerse en medio y entorpecer su desenvolvimiento, le faciliten el camino y colaboren. La crianza no es un estado sino un proceso y los servicios que hoy son imprescindibles, mañana son innecesarios y en cambio mañana hacen falta unas aportaciones que hoy son completamente inútiles.

         En definitiva, que la crianza es un periodo de la vida imprescindible pero de ninguna manera  eterno,  destinado a desaparecer o a evolucionar hasta convertirse en el mejor de los casos en un hermoso recuerdo. Que lo mejor que podemos hacer por nuestros hijos no es mantenerlos pegados a nosotros sino facilitarles con el paso de los años, que su nivel de dependencia de nosotros sea cada vez menor. Que aprendan a volar por ellos mismos. Se trata de una función bastante ingrata, lo sé bien,  pero cualquier alternativa que no vaya en esa dirección es ponerse contra el viento de la vida y convertir la relación de mayores y menores en una enfermedad que perjudica a unos y a otros. Sintetizando, la función de los cuidadores podríamos decir con Dulce María Loynaz que vivir es aprender a perder porque nuestra verdadera ganancia en la educación es la de convertirnos con el paso del tiempo en innecesarios. Eso significará sin duda que las personas que se han criado bajo nuestros cuidados se han convertido en seres adultos con capacidad suficiente para vivir sus propias vidas y tomar sus propias decisiones.  


domingo, 17 de enero de 2016

PROTAGONISMO


         Casi hasta antes de ayer los pequeños han vivido en exclusiva junto a las faldas de sus madres y apenas les ha llegado información del mundo exterior. Todavía vemos  a pequeños empaquetados como regalos sin que apenas se les vea otra parte del cuerpo que no sea la cara. Eso en los países africanos o en los orientales. A nuestro alrededor están pasando y cruzando a cada momento paquetes como pequeñas momias que debidamente ancladas en sus carritos, muchas veces con plásticos deformadores  por encima para guarecerlos de la lluvia o del frío, nos miran con caras inexpresivas como si el espacio por el que pasan y cruzan no fuera con ellos. Esos mismos paquetitos, una vez que llegan a su casa, se convierten en los príncipes de los que toda su familia anda mendigándoles una gracia, un gesto, un sonido que suele convertirse en maravilla y que puede ser celebrado como un hallazgo excepcional.

         Desgraciadamente, entre encorsetamientos y sobrecarga de alabanzas, los pequeños van creciendo en un mundo que los ignora como personas y que, al mismo tiempo, está dispuesto a reírles la gracia por cualquier minucia sin mérito alguno. No dudo que esta manera de estar los pequeños en el mundo sea eficaz para los adultos que han de cuidarlos pero desde luego, para ellos no. Y es que el mundo está para todos y para cada uno de nosotros y en cada momento espera y necesita nuestra intervención, nuestro sello personal, ese que hace que podamos sentirnos todos incluidos en el proyecto común que conocemos como humanidad. Es cierto que el aprendizaje de los primeros tiempos de la vida es perceptivo pero eso no significa que nadie se tenga que sentir al margen. Los pequeños pueden y deben interiorizar las sensaciones básicas: frío, calor, luz, sombra, penumbra, viento, humedad…, sensaciones que para ellos son verdaderos tratados de conocimiento en los primeros meses y grandes lagunas si no los perciben. Hace falta un gran esfuerzo de los adultos cercanos que son los que les deben facilitar estas primeras vivencias con la seguridad adecuada.

         La ciencia ha dicho reiteradas veces que hacia los cinco años de la vida hemos desarrollado más o menos el 70 por cientos de nuestras capacidades, lo que quiere decir que, o nos damos prisa en dotar a los pequeños de la mayor parte de sus capacidades de aprendizaje o, sencillamente, cuando queramos acordar, habremos llegado tarde. Y no es nada del otro mundo lo que se necesita. Son cosas tan sencillas como que entendamos que la vida la tenemos que vivir cada uno en primera persona y que no es posible vivir por delegación. La tierra o el agua serán elementos muy sencillos pero tiene que ser cada uno el que experimente con sus propias manos su textura y el resto de sus propiedades. No hay otra posibilidad de conocimiento. Digo el agua como un ejemplo pero cualquier incógnita de la vida está sometida al mismo proceso. Reconozco que muchas veces desespera a dios y a su madre pero hasta el momento no hay máquina capaz de sustituir a la experiencia personal para producir el deseo de aprender.

         Es que toda la evolución que la humanidad ha experimentado a lo largo de su historia se ha de repetir en cada persona para lograr su educación. Podemos explicar mil veces las propiedades del agua, pero hasta que una persona no meta sus manos en ella no sabrá qué es el agua. Y lo mismo con cualquiera de los miles de aprendizajes que necesitamos. No hace falta que nadie se agobie suponiendo que se trata de una carga demasiado pesada. Nadie nos ha pedido permiso para traernos al mundo. Somos hijos de los deseos de otros y han de ser esos otros los que asuman la responsabilidad de sacarnos adelante, sencillamente permitiéndonos intervenir en primera persona en todos los procesos que la vida tiene guardados para su conocimiento. Hay tiempo para todo si se quiere. Lo que no se puede es pretender vivir con hijos lo mismo que cuando no habían nacido. Cada persona que nace necesita disponer de un espacio y de un tiempo específico y particular para su propio desarrollo y tiene derecho a que sus personas de referencia se lo faciliten.   


domingo, 10 de enero de 2016

CONFIANZA


         La fuerza de los estereotipos es mucha y luchar contra ellos requiere arriesgar el propio gregarismo de cada uno, cosa que no siempre encuentra solidez interior para convertirse en comportamiento. He aquí el axioma: Si cada uno hiciera lo que quisiera, a dónde íbamos a llegar. Y una vez pronunciado se da por supuesto que a todo el mundo le queda claro que es impensable que todo el mundo pueda hacer lo que quiera porque eso y el caos son la misma cosa. Pero un día de los muchos que componen una vida laboral de unos 40 años, uno se levanta fuerte y piensa…,  ¿y si no fuera verdad esto de estar condenados al caos?. ¿Y si pasara otra cosa?. ¿Por qué no probar a ver qué pasa?. Y, con todos los miedos del mundo, un día te arriesgas y saltas al vacío.

         De ninguna manera me voy a poner estupendo a enunciar normas nuevas ni estereotipos que he podido experimentar y que aunque puedan tener la fuerza de ser testimonios directos, no dejan de ser muy limitados y producto de momentos concretos, con la indiscutible fuerza de la realidad pero con la limitación de unas condiciones que podríamos considerar privilegiadas. No me resisto a decir que si cada uno hiciera lo que quisiera sería posible que aprendiéramos a entendernos. No puedo decir que siempre porque me faltan datos para tener la certeza, pero sí puedo decir que lo he visto en muchas ocasiones y que los pequeños me han dicho repetidas veces con su comportamiento que debía confiar en ellos porque eran capaces de desarrollar fórmulas de convivencia por ellos mismos. Cada día más me he ido convenciendo de que he vivido cerca de la fuente del conocimiento, del aprendizaje, del desarrollo de la vida y que a poco que abriera los ojos y mirara, podría aprender de ellos a valorar la incertidumbre y el riesgo como el estado normal de la vida en libertad y como una permanente oportunidad de crecer y de perfeccionarnos todos y cada uno de nosotros.

         No sé si he aprendido mucho o poco porque no tengo con quien compararme ni me preocupa mucho saberlo. Sí sé, porque lo he visto con mis propios ojos, que aprender a vivir en libertad es posible, que las personas lo deseamos y que cuando podemos ejercerlo, lejos de producir caos lo que se ve es que aprendemos a valorarnos unos a otros, que cada uno buscamos como locos nuestros espacios de realización personal y que asumimos niveles de frustración razonables si eso lleva como resultado el que todos nos sintamos integrados en un grupo y eso en mi tierra se llama armonía, paraíso, cielo…, lo que sea pero deseable y digno. No quiero ir mucho más allá para no poner en entredicho todo el aparato normativo que cada día se despliega por encima de nuestras cabezas y que pretende ofrecernos un marco de convivencia seguro cuando la mayoría de las veces lo que consigue es que con la excusa de la seguridad, más que dudosa y muchas veces un desastre como vemos con frecuencia, al final lo que resulta es que la autoridad no se busca como fórmula de consenso que nos pueda  incluir a todos sino que se ejerce por unos pocos para dominar la voluntad de la mayoría.


         Quiero ser comedido, es cierto, pero lo que he visto y vivido lo he visto y lo he vivido y negarlo sería indecente por mi parte. Vivir en libertad es posible muchas veces y la armonía no se puede imponer sino que tiene que surgir del acuerdo y del consenso, solo posible si conseguimos una fórmula de vida en la que todos nos sintamos integrados. Que las personas somos capaces de renunciar a una parte de las cosas que deseamos si con esa renuncia logramos sentirnos integrados en un grupo. Que la libertad es posible y nunca significa tenerlo todo seguro sino aprender a vivir con un nivel razonable de inseguridad porque eso también es una forma de sentirnos vivos y necesitados de perfeccionarnos cada día. La vida no está acabada sino que la vamos perfeccionando entre todos a base de aciertos, de dudas y hasta de errores a los que todos estamos sometidos en el quehacer diario.


domingo, 3 de enero de 2016

BOMBA


         En los primeros ochenta, cuando tocamos levemente el poder público en educación de la primera infancia adoptamos la opción de favorcer la estructura de escuela como la mejor fómula de atención. Consideramos que era indispensable instaurar la cercanía, incluso la intimidad como el clima afectivo idóneo para que los menores se manifestaran sin trabas ni espaciales ni sociales, con sus ritmos particulares y dominando sus tiempos. No solo nos pronunciamos por la escuela, también por el pequeño grupo, preferiblemente su propia clase, como espacio más conocido. Creímos encontrar el mejor clima para que los pequeños se sintieran en un contexto propicio donde no necesitaran emplear energías en preocuparse por su seguridad y pudieran entregarse por completo a la función de manifestarse y de relacionarse. O sea a su propio desarrollo.

         Aparecieron entonces las primeras respuestas masivas a las demandas para tiempos de vacaciones. En navidad  y en Granada se le llamó Juveándalus y se nos ofreció apadrinar y responsabilizarnos de aderezar un gran espacio que albergara a miles de niños de todas las edades a la vez y que permaneciera abierto todo el día. En un principio nos negamos horrorizados pero a la vista del desmadre de la primera  experiencia algunos decidimos participar para que al menos lo que se hiciera con los pequeños mantuviera una cierta coherencia con los valores educativos y no se dejara llevar por el aluvión del número, por la angustia de la prisa y del ruido y al final aquello se convirtiera en un conglomerado sin orden ni concierto que volviera a los niños locos en vez de hacerles pasar un rato agradable. Algo se pudo conseguir en los años siguientes pero la fuerza del tumulto fue de tal magnitud y las energías tan limitadas que estos encuentros masivos solo han servido para justificar unos servicios de acumulación de niños atendidos que los políticos se han encargado de que aparezcan en la prensa y poco más. No creo que haya importado a nadie el nombre propio de ningún pequeño ni sus particularidades personales.

         Es verdad que mi valoración de esas concentraciones masivas en recintos mastodónticos no es muy positiva que digamos pero es que no soportan la más elemental crítica. Como dato diré que traigo el tema a colación precisamente hoy porque este año es hoy cuando cierra sus puertas el presente, cuando estamos todavía a poco más de la mitad de las vacaciones navideñas. No puedo entender cuales son los intereses que motivan estas concentraciones masivas sin mucho orden y sin ningún concierto. Lo que sí puedo asegurar es que el beneficio de los pequeños, desde luego, no está entre ellos. He titulado bomba este trabajo porque parece que el beneficio último es el de que se lo pasen bomba. Y se quedan tan panchos familias, autoridades y no sé quién mas. Como si bomba fuera lo más de lo más. Parece que nos hemos dejado llevar por el trazo grueso a la hora de ofrecer servicios y ya no importan para nada los matices sino poder justificar miles de visitas que se han logrado concentrar aunque no hayan servido más que para titulares de periódico.


         En los primeros ochenta todo era nuevo en España. Salíamos de tanta miseria espiritual e intelectual que cualquier impacto podía tener un valor, aunque solo fuera el de deslumbrarnos. Hoy han pasado ya muchos años y tenemos experiencias suficientes para discernir lo que significa pasárselo bomba, un fuego fatuo a fin de cuentas que deslumbra en un instante pero que lo mismo que llega se va sin dejar huella y un servicio a la infancia con sus medidas acordes a la edad, sus espacios adecuados, sus dotaciones de personal que sepa lo que tiene entre manos y que persiga mas la profundidad de las vivencias que ofrece que el número de usuarios que las utilizan por hora. Seguramente pueden valer diferentes servicios educativos para momentos distintos, no lo niego, pero todos han de adaptarse a las personas a las que van dirigidos. Hoy somos capaces de discernir una propuesta encaminada a mostrar actividades de impacto y no confundirla con otra que busca que los pequeños interactúen con los elementos que se les ofrecen. No es bueno confundir el culo con las témporas.