Seguidores

domingo, 25 de febrero de 2018

ESCUCHAR


         Ya llevamos unas pocas semanas que, aunque con el trasfondo de la educación infantil siempre como norte, estamos hablando de política. Sé que al final todo es política porque hablamos de la vida en definitiva, pero me gusta llegar al meollo de las cuestiones teniendo como elementos centrales la vida de las personas en sus primeros años. Allí es donde me he encontrado una y otra vez la cátedra de los hallazgos, de las contradicciones a flor de piel en los comportamientos más sencillos. He llegado a pensar y seguramente lo pienso todavía, que lo esencial del comportamiento humano se encuentra a flor de piel en el devenir diario de los primeros contactos con las cosas, de la primeras combinaciones del comportamiento y de los primeros aprendizajes. En ese sentido hay una potencia que quienes nos dedicamos a la educación tenemos que desarrollar sobre casi todo, nuestra capacidad de escuchar.

         Siento que inevitablemente me repito, pero acepto mis limitaciones y la única objeción que pondría a mis ejemplos sería el que no fueran adecuados y creo que éste lo es. Alba y Fernando quieren jugar: - Yo soy el padre y tú la madre, ¿vale?, plantea Fernando. - Vale - acepta Alba. -No, el padre soy yo - impone Cristian metiéndose entre los dos por la fuerza como suele hacer con frecuencia. - Y Fernando era el perro - sugiere Alba al rsto,  para dar salida a la tensión creada por la imposición de Cristian. Fernando acepta de mala gana el collar de perro y se deja llevar por Alba hasta que los dos terminan lejos de Cristian,  donde se ponen a jugar tal como querían desde el principio. A Cristian no se le discute su papel de padre pero no puede jugar con Alba y Fernando como quería y termina sólo. Todo esto necesita de unos ojos que hayan aprendido a leer la realidad y aislar la secuencia válida porque la vida sucede como un río,  imparable.

         La lección viene a cuento porque cuando los pequeños son respetados y se les permite que vivan, disponen de mecanismos que les permiten niveles de satisfacción suficientes como para que la vida les merezca la pena pero al mismo tiempo han de asumir frustraciones que significan de hecho que la vida es perfectible y que vale la pena vivir para perfeccionar lo que nos pasa porque siempre nos quedan deseos de que sea más gozoso. En la secuencia narrada Cristian logra ser el padre pero no logra jugar con Fernando y Alba. Fernando logra jugar con Alba pero no logra ser el padre como quería desde el principio y Alba logra jugar con Fernando pero no como padre, que es lo que quería sino como perro. La situación queda resuelta por el momento y supera la posible tensión que se hubiera producido si alguno de los tres intenta romper la baraja, pero todos seguirán buscando una solución mejor porque la que tienen no les satisface completamente.

         Y eso es el progreso y eso es la vida. Se trata de encontrar situaciones que nos permitan ir tirando con algunas cotas de satisfacción, sabiendo que las soluciones coyunturales no son sino peldaños que nos hacen subir pero que son partes de un proceso infinito. Sabemos perfectamente dónde está el final de nuestro proceso pero mientras éste llega, lo que importa es ir encontrando escalones que nos ofrezcan la sensación de ascender mientras vivimos,  lo que indica satisfacciones y frustraciones combinadas convenientemente para gozar de lo que la vida nos ofrece al tiempo que desarrollar nuestro deseo de perfeccionamiento o de crecimiento con las cuentas pendientes que nos van ofreciendo los límites de las vivencias que la vida nos permite. Lo que importa no es el fin. Lo que importa es el camino.   

domingo, 18 de febrero de 2018

HISTORIA



         Manuel me dice que un padre quiere hacer un documental sobre la experiencia educativa de Granada. Me sugiere la posibilidad de contar con mi testimonio para ilustrar el proyecto, que se llama El árbol de las escuelas. Como cada vez que me han pedido participación me pongo a su disposición, nos intercambiamos los teléfonos y espero que en algún momento de esta semana nos podamos ver y desde luego, en la medida que yo pueda no le va a faltar mi colaboración para dar a conocer esta experiencia que se inició a duras penas pero con todo el empeño del mundo en 1980 y que al cabo de casi 40 años de historia ya forma parte de esta prodigiosa ciudad como cualquiera de los monumentos que la adornan. Una pequeña pieza más, ésta viva y gozando de una mala salud de hierro, para adornar un poco más, si cabe, la historia de Granada, cuyo presente muestra evidentes lagunas de difícil justificación.

         Estoy seguro que la historia de aquel momento era especial por muchas razones pero también porque desde muchos ángulos de las fuerzas vivas bullía la ilusión de proyectos innovadores en muchos frentes y no faltaron políticos que escucharon, que arriesgaron y que terminaron comprometiéndose. Como fruto nació aquel Patronato Municipal de Escuelas Infantiles que a lo largo del tiempo ha venido a convertirse en la Fundación Granada Educa de hoy y que en medio de muchos sube y bajas propios del devenir de la historia, se puede decir que hoy es una institución adulta, que ha contribuido a que muchas generaciones de niños y niñas de Granada hayan vivido una experiencia inolvidable de alegría y protagonismo sobre sus vidas en sus primeros años que llevarán cosida a su pellejo y a la que siempre podrán recurrir cuando necesiten echar la vista atrás por cualquier circunstancia.

         Se me escapa una sonrisa cuando a cada paso hoy se comenta el enorme problema, por ejemplo, de la obesidad infantil, por poner uno de palpitante actualidad. En nuestras escuelas no hemos conocido la obesidad y sí la solución a algunos casos de sobrepeso que hemos recibido, después del tiempo prudencial de haberse alimentado con la dieta de cada día y con nuestra forma de vida. Qué gracia ver un anuncio en la tele que dice: es verdad que lo que tenemos que comer es fruta pero como no tenemos tiempo, ahí tenéis este potingue que sabe como la fruta. Y se quedan tan frescos. Nuestro camino no ha sido este, no. Ha sido el contrario. Recuerdo cuando nuestros niños empezaron a comer fruta a media mañana a modo de bocadillo. Nadie se opuso pero les resultaba pintoresco por insólito. Qué gusto ver cómo hoy nos podemos encontrar en cualquier acontecimiento un bol de gruta como alimento más adecuado.

         Reconozco que no he sido un modelo de equilibrio y tal vez me he pasado haciendo que los pequeños pasaran muchas más horas al aire libre que entre cuatro paredes pero sí que puedo decir con toda rotundidad que el aire libre baja de manera significativa la agresividad en el comportamiento entre las personas. Se nota siempre pero entre los más pequeños más. También sirvió mi posible exceso para que asumiéramos los momentos de patio, no como un recreo al uso de descanso en medio de la actividad que se desarrollaba en el interior de las aulas sino como una aula más en sí, con valor por sí misma y capaz de ofrecer a los pequeños un ambiente grato para vivir y relacionarse y para desarrollar toda una manera de crecer con el cielo como techo, el aire como paredes y la tierra y el agua como soportes para elaborar una serie de comportamientos gozosos e instructivos que tienen recorrido para la historia, para el presente y que nos impulsan para el futuro desde las plataformas más sólidas. Hemos aprendido tanto, que aquí seguimos con el deseo intacto.


domingo, 11 de febrero de 2018

SUPERVIVENCIA



         Año de nieves, año de bienes, reza el refrán y no seré yo el que lo ponga en duda. Sí puedo decir que el refranero encierra prropuestas para lo bueno y para lo malo, de modo que parece que su ancestral sabiduría siempre va detrás de la intención de quien habla. No sé si España es muy grande o no. Lo que sí veo es que llevamos ya más de dos semanas que toda en conjunto la tenemos unida por el frío invernal. En determinados puntos del Pirineo se han llegado a medir más de veinte grados bajo cero, que eso no es frío, eso es directamente que se congelan hasta las palabras. En la mitad sur no se ha llegado a tanto pero es cierto que este invierno, aparte de los record de frío, sí que lo estamos notando por la cantidad de noches bajo cero que requieren buenas dosis de abrigo, no siempre al alcance de todos.

         La semana pasada concluía mi crónica de la vida con una muestra de la exageración de mi madre, quien haciendo gala de sus miserias infantiles, que las tuvo sin cuento, se sublevaba de cuerpo entero al más mínimo atisbo de peligro y se encerraba directamente en el cuarto de baño, que al parecer le ofrecía más seguridad que nuestros argumentos tranquilizadores. En los momentos álgidos siempre termina saliendo a la luz la experiencia de nuestros primeros años, que es la que llevamos albergada en los espacios más profundos de nuestro conocimiento. Casi media España, todo el norte se encuentra cubierta hasta con metro y medio de nieve y es la cantidad la inusual porque nieve suele haber todos los años pero tanta y durante tanto tiempo es más raro. Muchas carreteras cortadas, muchos colegios cerrados y muchos días de permanencia, tantos que las nevadas que empiezan siendo un acontecimiento gozoso se empiezan a convertir en un problema de supervivencia puro y duro.

         Y es que nos hemos convertido en unos espectadores de nuestra vida y parece que lo bueno y lo malo que nos pasa no llega más que para ser vivido como un acontecimiento. Yo estoy seguro que mi madre exageraba con su dramatismo a flor de piel, aunque ella lo encontraba siempre justificado, pero también parece un poco iluso que la crónica del tiempo se haya convertido en el programa estrella de todas las cadenas que no paran de mostrarnos imágenes de un creciente dramatismo porque lo que el primer día de nevada significa el gozo y la belleza de un meteoro reservado para algunos días del pleno invierno, que es el que estamos atravesando, se empiezan a convertir en dramáticas cuando empiezas a ver las principales carreteras que las máquinas han logrado limpiar a duras penas cubiertas de animales salvajes: cabras montesas, jabalíes, lobos y hasta osos, que terminan por salir de sus cobijos y se arriesgan a lo que sea necesario para encontrar comida que el persistente espesor de la nieve les dificulta.

         Las principales vías, mal que bien están practicables porque las máquinas quitanieves no paran de pasar, pero las bajas temperaturas hacen que la poca nieve que queda en el asfalto se convierta en hielo y los vehículos no pueden circular si no es con cadenas. Parece que la próxima semana vamos a seguir más de lo mismo lo que empieza a agravar el problema de la supervivencia. Los pueblos suelen disponer en sus despensas de reservas para incidencias parecidas, pero ésta es ya la tercera semana con este difícil panorama de modo que sin quitarle ni un ápice de belleza al manto de nieve, empieza a aflorar su cara dramática, que también la tiene, y no sé si estamos preparados para una adversidad tan prolongada. Y es que personas tan hipersensibles  como lo mi madre habían llegado a ese nivel de dramatismo es sus percepciones porque la vida las había llevado a ello.


domingo, 4 de febrero de 2018

NIEVE


      


         Más de la mitad de España se encuentra en el día de hoy bajo un importante manto de nieve. Miles de pequeños han tenido que quedarse en sus casas por León o Burgos porque hay carreteras que no están practicables para los autobuses escolares y porque hace un frío que pela. Por mi Granada, que es tan particular, tenemos nuestra Sierra Nevada de bote en bote a 30 kilómetros de la capital. Cuando no hay nubes la vemos espléndida como un manto blanco inmenso que la cubre por completo, pero no podemos engañarnos. La sequía sigue, a pesar de tanta nieve,  muy presente y nuestros almacenes de agua dulce, los pantanos, se encuentran unos veinte puntos por debajo de lo normal si bien la situación está mejorando claramente. Esta nieve a fin de cuentas es un importante almacén que terminará surtiendo los ríos cuando deshiele después de empapar la tierra. De todo esto, hasta hoy Granada capital no ha recogido más que frío, seis grados bajo cero esta noche, y apenas unas gotas cicateras.

         Es esta una tierra de grandes contrastes y los que la vivimos terminamos siendo personas que se adaptan a esos contrastes y que terminan siendo como ella. En los pequeños también se nota. Las escuelas siguen abiertas y los interiores están adaptados para garantizar una manera de sobrevivir a las temperaturas exteriores pero es evidente que hay que entrar y salir, incluso pasear en los momentos en que no se está en la escuela y terminar adaptándose a los vaivenes del tiempo. Para sobrevivir en las mejores condiciones lo mejor es no hacer mucho caso a tanta subida y tanta bajada de temperaturas. Durante el día, si hay sol,  podemos ver sin mucha dificultad los 20 grados en el termómetro por lo que los fríos de la mañana terminan siendo apenas una coyuntura en el conjunto del día,  que ha de combinarse con la templanza de las horas centrales.

         La bajísimas temperaturas pedirían grandes abrigos para los pequeños, con el consiguiente problemas de que sus capacidades de movimiento se verían muy mermadas. Ciertamente hay que abrigarse para evitar enfriamientos perjudiciales, pero sabiendo que las capacidades de movimientos son una fuente de calor y vitalidad mucho más saludable que cualquier medicina y un freno natural para las infecciones que la inacción produce. Las familias tienden a que la cantidad de abrigo no falte cuando hay que moderar los cuidados también para fortalecer los cuerpos. De estudiante recuerdo en mis lecturas de Makarenko, que en Rusia se procuraba que las familias sacaran a los pequeños al menos media hora al aire libre a sus implacables temperaturas invernales sencillamente para que se acostumbraran al clima de su madre patria. En nuestro caso tenemos que acostumbrarnos a los contrastes porque en ellos hemos nacido y a lo largo de nuestra vida vamos a convivir con ellos de manera habitual.

         Mi hija Elvira que como sabéis vive en la playa con su madre y que este fin de semana lo pasa conmigo porque le toca, se acaba de levantar y me protesta porque todavía no ha visto nevar en Granada aunque sí ha sufrido los seis bajo cero de esta noche. El curso próximo tendrá que vivir aquí porque empieza sus estudios universitarios y se queja todo el tiempo de que quiere ver nevar. Ya le digo que no se queje tanto porque yo también he conocido nevadas y tormentas catastróficas que hubiera preferido no haber visto en la vida, con cuevas derrumbadas, con cantidades importantes de muertos y con ruinas y destrozos desgarradores. Durante mi infancia era motivo de cachondeo en mi casa que cada vez que se escuchaba un trueno, un fuerte aguacero o una hermosa nevada ya sabíamos que a mi madre había que encontrarla en el cuarto de baño porque se le descomponía el cuerpo. Hasta el color de la cara le cambiaba.