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domingo, 26 de septiembre de 2010

ASOMBRO




No es la muerte lo que asombra.

Detrás de cada mano que se niega,
junto a cada silencio,
decorando el grito,
surge, como del agua,
la estampa en flor de lo desconocido.

Como si el ojo ignorara lo que canta su pupila,
como si en medio de la nada se instalara una fuerza
con las piernas cerradas a la vida que empuja.
Como si nuevos soles pretendieran
cambiar los puntos cardinales :
convertir la mañana en insolente,
en azul la medianoche,
en piedra el mar
y el fuego en frío.

No saber estremece.
Se niegan las imágenes para tapar la angustia,
pero la muerte es fiel y compañera,
ni respira ni aparece más que a un sólo reclamo :
manifestar su inmenso poderío.

Lo que asombra es navegar en su estela,
saber que va contigo, que estructura tu carne
que reserva un espacio junto a cada latido.

Lo que importa es el tiempo a cuyos lomos te desplazas,
plataforma sin rumbo,
incertidumbre
de ser un extranjero
en una tierra a la que llamas tuya.

domingo, 19 de septiembre de 2010

NO ES CUESTIÓN DE ESTATURA




¡Olvido mi estatura si pienso exactamente
de qué lugar, por qué razón y cuándo,
surge como un volcán incontenible,
se desborda la palabra, universal, como un emblema,
y precisa, definiendo distancias y horizontes!.

Yo pudiera ser pulga, ¡es lo de menos!,
o elefante o ballena, o espiga o torbellino.
La palabra seguiría siendo la fuente.
Cada objeto que define desgarra la cortina,
ese velo que oculta lo que ignoro,
como si el sol se compusiera de música celeste.

Ejemplo: digo VIDA y de la misma lengua, al punto,
me empiezan a surgir atardeceres,
ardillas, nubarrones, robledales.
Mi regocijo, entonces, se agiganta, se transforma.
De suspiro impreciso, florece en ruiseñores.

No sé de dónde nace la magia sorpresiva
que esconden tras los dientes los sonidos.
De qué lugar del cuerpo me nace el fundamento,
la certeza, de que el silencio es muerte.
Que es preciso nombrar para prender la vida
y que vivir se reduce a la palabra.

¡Ni una estela! ¡Ni un punto! ¡Cerrada noche oscura!
¡Sometido, indefenso, me entrego a su grandeza!
¡Para qué necesito explicaciones, ni excusas,
como si hablar, decir, nombrar, fuera una culpa,
una condena que se arrastra, un lastre misterioso
que se purga en infiernos degradados!.

Desnudo, diminuto, pero más vivo que nunca,
aparto los temores con un sencillo gesto.
¡Qué extraña dimensión me ofrece la palabra!
¡Libre al fin!. ¡Insaciable tiburón,
que destripa cuanto late, poniéndole sonido!.
¡Ardiente sinfonía de caricia y de muerte,
compromiso sin límite, desvelo sustantivo!.







domingo, 12 de septiembre de 2010

INDEFENSO




Te extiendes implacable sobre mí,
inundándome de sombra cada miembro,
dibujando de noche este cuerpo que habito
hasta elevarlo a nada.
Tu presión persistente no descansa, ni afloja, ni desciende;
quiere llegar, a toda costa,
hasta la punta del aniquilamiento.

Mi defensa de otoño - lo comprendo -, es poca cosa,
los pálidos acordes del bullicio
o este empeño que no ceja en combatirte
- lo comprendo -,
pueden poco frente al plomo de tu cuerpo
que sólo sabe a suelo y a cadenas.

¡Quizá si exhalo un grito,
si derramo por las calles mi impulso enloquecido,
si ausculto minucioso cada esquina
por si un muro perdido, alguna acera,
pueda toparme un drama, una angustia, un sufrimiento
y, con ellos, anule -¡tiempo amigo!- tu presencia.

Pero es vano el intento.
¿Qué le pasa a mi deseo? ¿Se apaga en las tinieblas,
o es tu cómplice y se duerme cuando más lo necesito?
No veo salida alguna. La espita está cerrada a cal y canto.
Sólo escucho silencio.

Tan adentro has llegado que hasta el sueño me habitas.
Te vas constituyendo en mi propia familia.
Puedo tocar tu gusto de amargura
y me voy acostumbrando a sentirlo cercano.
Quizá, sin darme cuenta,
mañana encuentre amable tu odiosa vestimenta,
o el ritmo monocorde de tu voz envenenada.
Quizá tus ojos fríos, posados como frenos en mi aliento,
consigan reducir mi palabra incipiente.
Quizá también tus manos, sobre todo tus manos
- como garras de acero -,
logren aprisionarme a tu cuerpo metálico.

No habrá entonces para mí ningún escape.
Ni mirada, ni voz, ni lengua, ni caricia,
que permitan a este empeño desvalido
eludir tu contacto de hielo, de cuchillo,
que hoy extiende su poder sobre cada molécula
de mi ser que, a todas luces, no te acepta.

No vislumbro otra defensa que hilar, desde la misma angustia,
un modesto ramillete de palabras,
miserables y ahogados exabruptos,
que, sin ser suficientes ni de lejos,
para contrarrestar tu pesada artillería,
puedan, sí, dejar constancia,
de que existe un enemigo de tu miedo, de tu sombra,
y que no se te rinde por completo.
Que océano, tu cuerpo, no está incólume,
que se siente tocado en la refriega
y se aprecian en sus lomos leves signos de lucha,
marcas leves, levísimos destellos, vida al fin
que, obstinada, vende cara su derrota.

Terminarás venciendo - estoy seguro -, en esta guerra,
pero no como quisieras. Y, entonces, no te basta.
Yo sé que no te basta.
Sé que un simple suspiro de protesta es suficiente
para empañar de duda tu victoria.
Sé que el mínimo fracaso del éxito rotundo
puede hacer que se desplome, como un naipe,
tu potente montaña de arrogancia,
monstruo despiadado,
tu inapelable orgullo de tirano.





domingo, 5 de septiembre de 2010

FANTASMA




He pasado mucho tiempo en el tranco de la puerta
contemplando miedoso la forma de la casa,
midiendo con el deseo sus dependencias
pero sabiéndome lejano al calor de sus paredes.

En este momento he dicho: "¡Basta!.
Este es mi hogar, he nacido aquí,
formo parte de él como sus muebles.
Hasta el día de hoy he vivido en la calle
porque la calle era la casa de todos
y porque los compartimentos interiores
mantuvieran impecable la cualidad de disponibles,
pero he aquí que en este punto me siento un extranjero,
viviendo en un pais que no reconozco como propio,
en un espacio que no se parece al que me ha visto crecer,
y me doy cuenta que el lugar que he ocupado hasta el momento
no permite que me sienta vivo.

Necesito, por tanto, decir: ¡Basta!
por expresa voluntad de desplazar el cuerpo hacia otros ámbitos,
en este caso, interiores.
Quiero conocer los mármoles del suelo con los que tanto he soñado,
mirar de arriba abajo las paredes,
identificarme en cada una de las habitaciones,
saludar el aire de primera mano palpando sus moléculas,
escuchar los fantasmas con sus formas y sus voces diferenciadas
haciéndoles que vivan sin contar con ellos
y gozando su miedo en el vacío.

Quiero sentirme mío por primera vez.
Sé que la casa está compuesta de ladrillos, de pintura, de mármol y escaleras,
pero esos elementos los siento cotidianos,
los comprendo y no los siento extraños.
Me preocupan, en cambio,
los sueños que se pueden haber instalado en los rincones
los múltiples deseos que se han ido aposentando
con el paso del tiempo
sin que los haya podido descifrar de antemano
y ahora pretendan salir a la luz como si fueran ruidos que el calor dilata
y me lleguen en formas cuyo lenguaje no comprenda,
ocupando cavidades de misterio que he guardado intactas pensando en el mañana.
No puedo consentirlo.

Tengo que abrir los ojos por completo,
sentir en mis pupilas el pálpito del aire nuevo,
identificar cada uno de sus ámbitos
y tocar con mis dedos sus ausencias
para sentirlas fundidas con mi cuerpo.

Una vez dentro, cerrar la puerta con sigilo
para evitar que se distraiga
toda la intimidad que penetró conmigo.