Seguidores

domingo, 28 de julio de 2013

POBRES


         Un breve análisis de la realidad del mundo es suficiente como para poner de manifiestos que las enormes diferencias entre unos lugares y otros claman al cielo si es que el término cielo quiere decir algo. Si nos ceñimos a nuestro cometido habitual, sobre la educación de la primera infancia, las comparaciones se vuelven más sangrantes si cabe, sobre todo porque encima tenemos que asumir que este estado de cosas tan escandaloso forma parte de la normalidad.

         Sería una temeridad por nuestra parte considerar sólo una división geográfica entre ricos y pobres. No nos faltarían razones si nos atenemos, por ejemplo, a la renta per cápita de los habitantes pero esa división para nuestro cometido se quedaría corta y no contemplaría una serie de pobrezas a las que hemos hecho referencia en artículos anteriores y que influyen poderosamente en el desarrollo posterior. El plantear la división sobre quién es capaz de ofrecer a sus menores tres comidas al día y quién no, es cierto que nos da una primera división nada desdeñable y que podemos considerar como una primera piedra de escándalo para el caso de que dispusiéramos de conciencia suficiente. Al parecer no es suficiente esta sangrante primera división para remover nuestras conciencias. Aceptamos esta primera vergüenza sin despeinarnos mucho. Somos capaces incluso, de aparecer en las zonas del dolor y del oprobio para sacar a la luz realidades así de crudas y seguimos como si tal cosa.

         Pero esta primera falla entre ricos y pobres no es más que la que se refiere a la corteza de la vida. Podemos ahondar un poco más y establecer las diferencias culturales como escalones insalvables entre unos y otros. No me refiero a lo que la cultura occidental entiende por cultura solamente. Sé que en otras civilizaciones se entienden por cultura aspectos, servicios y cuidados que nosotros no tendríamos por tales pero en todos los casos sí que se establece una distancia casi insalvable entre los que son capaces de destinar un tiempo y unas energías personales y sociales a sus menores y otros estamentos que son capaces de ignorar a sus menores hasta niveles de tirárselos a la cara unos a otros por causas de desentendimientos entre adultos como vimos en el dramático artículo de la semana anterior que, aunque extremo ciertamente, no es tan infrecuente en escalas un poco menores. La valoración de los grupos más frágiles de cualquier sociedad es la que ofrece la calidad y el valor de la cultura que representa. Hay en cada grupo una serie de miembros que se dedican casi por completo a la supervivencia y que apenas disponen de tiempo ni de ideas para nada que no sea eso.

         No es muchas veces una cuestión de dinero lo que diferencia unas estructuras sociales de otras. O, por lo menos, no es sólo una cuestión de dinero aunque no ignoremos la importancia del mismo en determinados ámbitos de la calidad de vida. Necesitamos seguramente tener resueltos los umbrales más elementales de la subsistencia para ser capaces de profundizar en otras necesidades, tan importantes como la subsistencia, que muchas veces abandonamos o prescindimos de su solución, sencillamente porque no disponemos de la paz interior suficiente como para verlas. En los primeros años del Rally Paris Dakar se comentaba que en alguna parte del  recorrido las familias echaban a uno de sus miembros para que lo atropellara un vehículo de la caravana porque aprendieron pronto que de ese modo el resto de la familia podía vivir dignamente con lo que les pasara el seguro del vehículo causante del atropello. Recuerdo los comentarios escandalizados por nuestra parte antes de entrar en ningún análisis, al mismo tiempo que, por ejemplo, nos hacíamos sordos y ciegos ante nuestras aberraciones de que en muchas familias los hijos no pueden plantearse siquiera la posibilidad de acceder a según qué niveles de estudios porque no disponen de dinero suficiente para costearlos.

         Para sintetizar diremos que la pobreza no es sólo una cuestión de dinero y que con los pequeños de manera especial  se manifiesta en la mayor o menor atención que cada comunidad cultural es capaz de dedicar a sus miembros más frágiles.

domingo, 21 de julio de 2013

EXTREMO

      

            Hace mucho tiempo que me hubiera gustado comentar la historia del matrimonio de Córdoba y Huelva  de sus hijos Ruth y José y del ahora parece que probado final a manos de su propio padre en un crematorio preparado por él para el caso. Ha sido mucho tiempo el que ha pasado desde que el padre habló de que los niños se le habían perdido en un parque público de Córdoba y el veredicto de culpabilidad emitido hace unos días por el jurado popular.

         Como supongo a todo el mundo informado del caso y de los extremos especialmente duros que han quedado demostrados en el juicio creo que no vale la pena entrar en detalles macabros. Lo que sí podríamos concluir es que por lo conocido ha sido el padre el que se ha salido con la suya en este juego de poder entre él y la madre. Porque los hijos en este caso, como en tantos, no han sido más que meros comparsas del juego de poder que se traían entre ellos, aparte de las víctimas propiciatorias para calmar la sed de venganza del padre contra la madre por el simple hecho de que en un momento determinado uno, en este caso la madre, decide que ya no quiere seguir viviendo con su marido y que prefiere volverse a vivir con sus padres. Pues este hecho tan simple y que hoy se repite con tanta frecuencia, es capaz de desencadenar un proceso tan perverso que llega al final que conocemos hoy y en el que todos han arruinado su vida, cada uno por imponer sus razones, tanto si estas se ajustan a las leyes como si no. Los que no podrán contarlo son los niños que han sido las verdaderas víctimas de este desencuentro sin comerlo ni beberlo.

         Y es que las cosas, por más sencillas que parezcan, nunca suelen ser simples y por el contrario suelen estar cargadas de matices que las diferencian a unas de otras y sin cuya comprensión no es posible entender nada. Parece que desde el principio los hijos vinieron a esa familia por expreso deseo de la madre y que al padre le importaban bien poco. Parece que el hecho de que el padre se quedara en el paro después de haber estado hasta en Bosnia de soldado, viviendo aquel horror y teniendo ahora que ser el hombre de su casa no podía asumirlo ni mucho ni poco. Parece que no podía interiorizar, dado su marcado carácter machista, que la madre decidiera por ella misma romper su relación y llevarse a sus hijos con ella tan ricamente y dejarlo a él con una mano atrás y otra adelante, afectivamente hablando. Parece que esto él lo considera motivo suficiente como para poner en marcha una jugada que lo único que pretende es hacer que su esposa no pueda olvidar nunca en la vida quién es él y que con él no se juega. Y sencillamente estos argumentos los encuentra motivo suficiente como para desencadenar una tragedia del calibre de la que ha llevado a cabo, según la cual sus hijos han muerto,  él se pasará la vida en la cárcel según parece y su esposa desaparece de su vida pero no podrá olvidarlo jamás porque le ha quitado lo que más quería en el mundo.



         Cualquiera de estos desencuentros se están produciendo por miles cada día. Y la gente, lo mismo que un día unen sus vidas, otro día se separan  porque cada uno tiene derecho a intentar siempre decidir lo que mejor considera sobre su propia vida. Se producen miles y miles de separaciones por mutuo acuerdo sin necesidad de provocar dramas para los protagonistas y mucho menos para los menores que en muchos casos tienen que aprender a vivir con sus padres separados y pueden encontrar dos casas en las que se les permite educarse y crecer con unos niveles de satisfacción suficientes. El caso de este drama nos tiene que llevar al ánimo de que la vida es para entenderse y no para que nadie se crea Dios y decida que las cosas deben ser como él diga.

domingo, 14 de julio de 2013

IMPREVISTOS


 

         Es posible que el verano se preste más que otras estaciones a tenernos que ver ante imprevistos de toda índole. Los referidos a la salud seguramente son los más conocidos y puede que los más frecuentes, pero de ninguna manera son los únicos.  Es un hecho constatado que mientras los pequeños están en la casa, las urgencias hospitalarias reciben muchas más visitas por incidentes que cuando se encuentran en la escuela. Pero los imprevistos pueden ser de cualquier tipo y siempre requieren una respuesta en la que los adultos deben manifestar su madurez porque de la calidad de la respuesta se derivan consecuencias de largo alcance educativo.

         Un golpe por caída, una puerta que cierra y se encuentra con un dedo por medio, un cuchillo que se desliza más de lo debido y traspasa la piel, un bocado a destiempo, un garbanzo que se introduce en el oído o en la nariz o sencillamente se atranca en la garganta y la bloquea o cualquiera de las mil incidencias posibles, propias casi todas de habitáculos muy poco preparados para pequeños y mucho más pensados para mayores. En cualquier caso lo que importa destacar es que ante cualquier imprevisto hay una reacción inicial que es la más difícil y sin embargo fundamental: No perder la calma. Estoy seguro que es mucho más fácil decirlo que hacerlo pero es inevitable insistir  porque es seguro que el simple hecho de no perder la calma significa un alto porcentaje de la solución del problema. Podremos resolverlo o no porque es verdad que no todas las soluciones estarán a nuestro alcance pero es completamente seguro que las soluciones se alejan si perdemos los nervios y nos comportamos fuera de control, cosa que, desgraciadamente, sucede con tanta frecuencia.
 

         Aunque las respuestas deban ser similares en todos los casos y sabiendo que los problemas más frecuentes son los referidos a la salud, sin embargo los problemas que se presentan y que precisan de nuestra madurez para reaccionar son de todo tipo. El hecho de que en un momento se vaya la televisión y no se vea, nos ponemos a preparar una comida y de pronto nos damos cuenta de que no contamos con elementos que creíamos tener a la mano, una visita inesperada…, sucesos que se producen en cualquier momento y que nos obligan más que nunca a dar la talla y a solucionar la convivencia inmediata desde una posición de equilibrio y de dominio de la situación. Por supuesto que nuestra reacción no está ni puede estar garantizada de antemano y que muchas veces es muy distinta a lo que sería conveniente pero sí debemos ser conscientes de que es en esos momentos más que nunca  cuando nuestra función es más determinante. Los pequeños suelen sentirse fuera de juego  y no saben cómo deben reaccionar ante lo nuevo. La reacción que vean en nosotros va a ser indicativa para ellos en su reacción inmediata y sobre todo en su manera de afrontar los imprevistos en el futuro, tan frecuentes siempre.
 

         En todo momento somos como un espejo en el que los pequeños se miran y del que obtienen sus esquemas de comportamientos iniciales. Luego será su aprendizaje combinado con su modo particular de ser el que vaya estructurando una manera  específica de comportarse pero en un principio la imitación es casi mimética. Pero si esto es así en cualquier momento de la vida, en los imprevistos se manifiesta de manera especial por lo que tienen de reacción muy poco controlada por parte de los adultos. Es en estas reacciones instantáneas donde ofrecemos lo mejor y lo peor de lo que somos. Por eso son tan importantes. Podemos, por ejemplo, estar explicando a los pequeños día a día cómo son determinadas cosas y, ante una reacción momentánea por nuestra parte, demostrar todo lo contrario. De ahí la importancia de nuestra formación personal profunda, esa que no se rige por las palabras en exclusiva, sino que deja ver nuestros sentimientos más profundos y más fuera de control por parte de nuestra mente por la inmediatez  con que se producen.
<object width="560" height="315"><param name="movie" value="//www.youtube.com/v/wAjiVoehpkM?hl=es_ES&amp;version=3"></param><param name="allowFullScreen" value="true"></param><param name="allowscriptaccess" value="always"></param><embed src="//www.youtube.com/v/wAjiVoehpkM?hl=es_ES&amp;version=3" type="application/x-shockwave-flash" width="560" height="315" allowscriptaccess="always" allowfullscreen="true"></embed></object>


domingo, 7 de julio de 2013

VERANO


         Desde septiembre hasta junio la vida, tanto de los pequeños como la de aquellas familias que los tienen en su seno y, por extensión, un poco de todos, se organiza en función de la estructura y del horario escolar. Es verdad que la estructura escolar no es muy estable y está impregnada de huecos que la desfiguran pero mantiene una cierta estabilidad sobre las horas de entrada y salida así como de los días laborables y los festivos. Globalmente  supone una ventaja esencial dentro de la que todos nos orientamos en espacio y en tiempo.

         Pero hay tres meses, entre el 20 de junio y la primera quincena de septiembre en que se inicia de nuevo el curso que, tanto niños como mayores han de recomponerse en otra estructura distinta. Han aparecido cursos de verano, colonias, campamentos que, previo pago de su importe de quien pueda costearlo, pueden facilitar de algún modo la vida a base de semanas o quincenas en los que facilitan a los pequeños contactos con sus compañeros, distintos de los del curso en la mayor parte de los casos, y contacto también con otras formas de vida al aire libre, en el campo, en contacto con el agua o en espacios nuevos, pero queda un gran espacio de tiempo no muy definido en el cual es la propia familia la encargada de albergar a todos los miembros y organizarse, en la medida en que sepa y pueda los espacios y los tiempos. Se puede pensar en el veraneo, de campo o de playa, que facilitará atractivos diferenciados para que, sobre todo los pequeños pero en realidad todos se recompongan y vivan estructuras de espacio y tiempo más o menos organizadas  y  atractivas.

         De cualquier modo no hay que pensar mucho para entender que se trata de una distribución, la del verano, sin mucho sentido por lo largos que se hacen los tres meses sin escuela y por lo cortos para crear estructuras permanentes en actividades alternativas en casa. La conclusión suele ser que gran parte del verano se convierte en una suerte de maremágnum de actividades familiares no muy organizadas pero encaminadas sobre todo a entretener la gran diversidad de iniciativas que surgen de los pequeños, que cuentan con todo el día para reclamar la atención de los adultos a la vez que para los adultos el hecho mismo del descanso conocido como veraneo, en el caso de los que se lo pueden costear, no deja de ser una  quimera encaminada sobre todo a la organización de la vida infantil y a poco más. En esta época de crisis en la que las posibilidades de veraneo se estrechan por la dificultad económica cada vez más extendida, lo que se impone como consecuencia más frecuente es la der buscarse la vida como se puede, reclamar a los colegios los cursos de verano para albergar a los pequeños unas horas al menos y sufrir el resto del tiempo hasta que aparezca de nuevo en el horizonte el próximo cuso.


         Cuando analizamos la estructura actual del verano no estamos en ninguna medida pensando en sobrecargar al profesorado con más trabajo, pero no podemos olvidar la cantidad de profesores que se encuentran con sus carreras terminadas y sin un cometido en el que poder ocuparse y con unos niños que no pueden asumir de ninguna manera que entre la terminación del curso anterior y el futuro que comenzará en septiembre puedan mantener  lazos de unión indispensables para que su educación tenga una cierta continuidad. Después de tres interminables meses inactivos, los niños suelen volver al colegio con la conciencia de comienzo porque los conocimientos aprendidos hasta junio, o han desaparecido en gran parte o han tenido que reforzarse de modo particular con personas y con maneras distintas. Para los niños, en síntesis, el comienzo del nuevo curso suele ser un suplicio y en cambio para las familias suele ser una liberación porque la organización de la vida se desplaza de nuevo a la estructura escolar y la familia se siente liberada de esta responsabilidad para la que en general, no está preparada.