Recordareis que hace un mes se celebraron en Brasil las elecciones presidenciales. Los dos candidatos más votados fueron LULA por la izquierda y BOLSONARO por la derecha. Ganó LULA, pero no con mayoría absoluta, la mitad más uno de los votos, lo que hizo necesario realizar una segunda votación, que se celebra hoy en la que saldrá proclamado el que saque más votos de los dos. En otros países, España, por ejemplo, no son los ciudadanos los que directamente eligen a sus gobernantes sino los parlamentarios, elegidos por votación directa, los que alcanzan mayorías suficientes para designar a quien gobierna en cada caso. Las democracias no son uniformes y cualquier manera de elección es discutible porque la perfección no existe. El caso de Brasil es por elección directa, como Francia y otros y al no haber salido ninguno en primera vuelta, es la segunda, o sea, hoy, la que dictará el resultado definitivo. Hay que recordar que el censo de Brasil supera los 200 millones de habitantes.
Podríamos
discutir interminablemente cual es la fórmula de elección más depurada y es
posible que no nos pusiéramos de acuerdo. Por esta razón, lo que hacemos es
aceptar como válida cualquiera de ellas y que sea el tiempo y la Historia los
que vayan perfeccionando la mejor fórmula posible. Otra cosa muy distinta es
que cualquiera de las fórmulas están fundamentadas en el juego limpio, pero
pueden pervertirse, por lo que se hace imprescindible que, sea cual sea la
fórmula que se acepte, los ciudadanos confíen en que los recuentos para que los
resultados sean fiables para todos, tanto si ganan como si pierden. Si la
confianza en los resultados está consolidada no conocemos una fórmula de
elección más perfecta que la votación popular, aunque sea mejorable. Pero si la
confianza de la ciudadanía en los resultados se resquebraja, el conflicto final
es inevitable y no tiene solución pacífica. Hace dos años, en las elecciones de
EEUU, uno de los dos candidatos cuestionó los resultados y tuvimos que
presenciar el bochornoso espectáculo de grupos de ciudadanos asaltando el
congreso para que los resultados finales, avalados por los tribunales, no
fueran proclamados.
Las
pugnas entre los candidatos, sobre todo cuando sólo quedan dos como es el día
de hoy en Brasil, se hacen muy fuertes por ambas partes porque todo el poder
está en juego y el resultado final puede ser muy estrecho. Por eso es indispensable
confiar en el recuento para que, sea cual sea el resultado, ambos contendientes
lo asuman y no desconfíen de la limpieza. Después de la experiencia del asalto
al congreso en los EEUU, los resultados finales terminaron por imponerse por el
criterio de los jueces, pero la semilla de la duda se hizo presente y no ha
desaparecido, quizá por el carácter ejemplarizante de la democracia americana.
Hemos escuchado algunas voces del candidato BOLSONARO, en el sentido de que si
los resultados no le son favorables podría impugnarlos. La sombra de la duda
puede ser el veneno que pudra cualquier posibilidad de entendimiento entre los
contendientes.
Nadie dijo que la democracia fuera fácil y en un día como hoy nos damos cuenta de que se construye en cada elección que se realiza. Mucho más si es en el caso de la segunda vuelta, que ofrecerá unos resultados que tendrán que ser aceptados por todos sin apelación. Por eso, y a pesar de que para mi gusto debería ganar uno de los dos candidatos, lo que de verdad debe imponerse por delante de cualquier otra cosa, es que el resultado final sea aceptado por ambos y las elecciones terminen hoy con uno de los dos aspirantes como presidente de su país y con cuatro años de gobierno por delante para desarrollar el programa con el que se presentó. Solamente la idea de que cualquiera de los dos pueda no asumir los resultados, sobre todo sin fundamento, es para que se nos pongan los pelos de punta por las posibles consecuencias. Con la de siglos que ha costado asumir la democracia como forma de gobierno y lo frágil que puede llegar a ser si cualquiera de los aspirantes a gobernar no actúa de buena fe.