Seguramente
sería pretencioso comparar momentos distintos de la humanidad. Pensar, por
ejemplo en lo que significaba en su momento una entrevista entre Ronald Reagan
y Mijail Gorbachov en la que, asumiendo las guerras locales, que nunca han
faltado, se empezaba a ser conscientes por primera vez de que cualquier de los
dos bloques era capaz de destruir el mundo en su conjunto, el reto estaba en lo
que entonces se llamaba el desarme y en la necesidad de que cualquiera de las
dos potencias en las que estábamos divididos, tenía que negociar con la otra la
manera de lograr un desarme de ojivas nucleares porque el otro camino, el del
rearme, nos había llevado a un callejón sin salida. En este momento nos damos
cuenta de que los bloques que dominan el mundo no están tan claros. Hay que
contar con China, que en aquel tiempo no contaba, ni siquiera como fuerza
emergerte y en este momento se encuentra en un punto que empieza a oscurecer a
cualquiera de los dos bloques tradicionales: Rusia y su ámbito de aliados y la
Otan, con la hegemonía indiscutible de EEUU.
No sé
si faltan dos figuras tan destacadas como Reagan y Gorbachov ni sé siquiera si
nos hacen falta porque hoy sabemos, una vez que los dos han muerto, que más que
sus personas en sí, lo que contaba en su momento era la conciencia de su poder,
que era la novedad que ambos representaban en su momento. Con la descomposición
de la antigua URSS, Rusia que quedó como heredera, no quedó como bloque tan
compacto como había representado en la guerra fría. El ascenso imparable de
China hace que pocos discutan que a la vuelta de muy pocos años se va a
convertir en el número uno en poder y en influencia en el mundo. Quedarían, por
tanto, los dos contendientes históricos sin un papel tan definido como el que tuvieron.
La Otan, a fin de cuentas, se ha mantenido como área de influencia bajo el
patrocinio destacado de EEUU y lo que un día fue la URSS no ha corrido la misma
suerte, de modo que Rusia no significa hoy un bloque como tal y puede que sea
eso precisamente lo que esté buscando.
Si en
la época del desarme, los objetivos de eliminar toda la fuerza nuclear de ambos
contendientes se hubiera consumado, seguramente no estaríamos con este miedo en
el cuerpo. Los propósitos del desarme no se cumplieron y ambos bandos lo que
hicieron fue dejar pasar el tiempo y mantener cada uno de ellos la capacidad
nuclear intacta y hoy nos encontramos con que la fuerza nuclear a la que se
había llegado, si bien no ha aumentado de manera significativa, desde luego lo
que no ha hecho ha sido disminuir, de modo que nuestras reservas destructivas
siguen almacenadas con todo su poder. Como todos somos conscientes de la
capacidad del contrario nos dedicamos a amenazarnos y a enseñarnos los dientes
para que nadie olvide con quién trata y los peligros que corre si a cualquiera
de los dos les da por sacar los pies del plato y tirar por la calle de en
medio. En este límite de ultimátum permanente van pasando los días con Ucrania
como escenario de operaciones, conteniendo ambos la respiración porque en
cualquier momento el endiablado equilibrio se puede romper por cualquiera de las
partes y, en ese caso, nadie ganará y todos perderemos.
Si no estuviéramos hablando de tanto poder destructivo por cualquiera de las partes podría parecer sencillamente un juego de niños que mantienen un conflicto vivo con el único fin de mantener el pulso al contrario con la certeza de que ninguno puede doblar el brazo al otro porque si esto se produjera serían ambos los que saltaran en pedazos. Siempre se dijo que en cualquier guerra pierden todos. Hoy, una vez conocida nuestra capacidad destructiva almacenada y, por tanto, amenazante, lo único que nos queda es valorar hasta dónde llega nuestra sed de muerte y destrucción o sentir la profundidad del empeño en el que nos hemos metido, sentarnos en cualquier mesa frente a frente y dar fin a este maldito sinsentido que nos tiene en un sin vivir permanente y sin salida a la vista.
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