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domingo, 26 de abril de 2015

DESOLACIÓN


         Hay momentos y situaciones en que uno no sabe dónde acudir. Esta semana se me han clavado como dos flechas y no hay modo de quitármelas de la cabeza. La una, al principio de la semana, aquí, en el Mediterráneo, a un paso como quien dice. Ni se sabe cuántos venían, personas todas, pero niños muchos. Se les acerca un barco para socorrerlos y la desesperación les hace ponerse todos a un lado para ser los primeros en ser rescatados y la barcaza en la que venían sencillamente vuelca. Todo el mundo al mar. Nadie sabe cuántos, varios cientos,  cerca de mil dicen algunos, demasiados en cualquier caso.  Europa, que no sabe cómo protegerse de la miseria ajena,  se ha reunido para ver qué hace. Han liberado dinero parece ser pero me temo que lo van a destinar a intentar que los que quieren venir entiendan que aquí no se les ha perdido nada,  más que a ayudarles a paliar sus desdichas de guerras, de hambre y de miseria. Aquí no hay quien se salve porque estas tragedias las hemos ocasionado entre todos aunque los muertos sean siempre los mismos, los más indefensos.

         Pues no salimos de Poncio y nos metemos en Pilatos. Ayer mismo por la mañana un terremoto de 7´9 grados azotó Nepal y a estas horas llevan ya dos mil muertos y varios miles de heridos desbordando los hospitales y la gente con la angustia en el cuerpo porque las réplicas no cesan y siguen siendo muy fuertes. A quién le colgamos la responsabilidad de esta tragedia. Quién responde de estas muertes. Cómo podemos asumir en este caso que no somos sino pavesas que van y vienen en función de la dirección del viento y que esta tierra que nos cobija y a la que tantas veces llamamos madre, en realidad no es tampoco más que otra pavesa a su vez del cuerpo vivo que llamamos universo que se mueve según sus propias leyes y para el que no somos sino una minucia que muere o vive en función de movimientos que no tenemos forma de controlar.


         De manera que por nuestra responsabilidad en el mal gobierno o por nuestra insignificancia en relación con los elementos, lo cierto es que esta semana no he podido sustraerme y testimoniar que en ambos sucesos había niños, muchos niños y ellos suelen ser los más indefensos y los primeros que caen y dejan la vida cuando no habían hecho más que iniciarla. Me consta que son dos acontecimientos muy distintos y si los muestro unidos no es por intentar mezclar las cosas sino por confirmar que por unas razones o por otras, los niños siempre están ahí, en primera línea y, si bien en el caso de los terremotos lo que se puede hacer no es más que activar los servicios de socorro y atender de la mejor manera posible a los que puedan necesitar ayuda y reparar cuanto antes sus miles de viviendas reducidas a polvo en unos minutos,  en el drama del Mediterráneo por el contrario no es ni con mucho el mismo caso. Allí, bajo las aguas sí que nos señalan con su muerte y nos están reclamando medios, justicia y humanidad porque sus vidas deben de valer tanto como las nuestras cuando la verdad es que ni siquiera vamos a saber sus nombres. Como si el mar los hubiera cubierto con un manto de olvido y nosotros, una vez derramadas nuestras lágrimas de cocodrilo, nos olvidemos del drama hasta que, desdichadamente otro más gordo llegue cualquier día de estos y nos empuje a acostumbrarnos, como si las cosas tuvieran que ser así.


         Reconozco que me siento incapaz, que no sé por dónde tirar, que la desolación me manda que hable de estos dos dramas, que son los últimos por ahora, pero que apenas sé algo más que contarlos y, como mucho, separar la cualidad de uno y de otro porque el terremoto de Nepal me deja desconcertado e impotente pero los cientos de muertes por ahogamiento me dicen que algo muy importante estamos haciendo muy mal cuando damos lugar a estas desgarradoras situaciones. No me permite mi conciencia pasar por encima de semejantes dramas sin hablar de ellos. 

     

domingo, 19 de abril de 2015

INFLUENCIA


         Muchas veces las convenciones nos engañan y tenemos que andar cada día repitiéndonos que en la vida, dos más dos no siempre son cuatro. Es una forma como otra cualquiera de afirmar que los razonamientos  no siempre son los que se imponen sino que hay lógicas que no entendemos o que tenemos que andar aprendiendo cada día porque la distancia más corta entre dos puntos, no siempre es la línea recta. Esta reflexión con carácter general se complementa con saber que cuando uno emprende una obra de largo alcance como puede ser para mí este empeño de profundizar en aspectos educativos de la primera infancia sobrepasa la labor de un individuo, yo en este caso, y termina convirtiéndose en una obra colectiva. Sin la información que me llega de los comentarios de cada semana mi grado de profundización sería más limitado. Gracias a vuestras aportaciones muchas veces, como en este caso, encuentro temas con los que continuar y en los que no hubiera caído por mí sólo.

         Todo vino por una conversación en la que mi interlocutora se quejaba de que sus tres hijos no tenían mucho aprecio a la lectura. Había empezado yo afirmando que los míos sí que eran lectores desde pequeños y que creía ser gracias a mi influencia. Primero por haber sido siempre un lector empedernido, pero también por haber creído que tras la lectura se encuentra una cultura amplia, profunda y variada y que, por tanto, leer no es sólo vivir otra vez, que lo es, sino acceder a un universo cada vez más amplio en el que caben palabras nuevas, conceptos nuevos e historias infinitas de las que podemos aprender continuamente. También leer es un esfuerzo que cada persona tiene que hacer si quiere acceder a sus contenidos y eso requiere trabajo y constancia. Le contaba que mi propuesta a mis hijos había sido que leer es un privilegio, como una especie de premio que la vida tiene reservado a quien se atreva a dar un paso adelante y también que yo siempre he leído con ellos.

         He visto a muchos padres y maestros explicar a los niños los beneficios de la lectura pero he visto a muy pocos padres y a muy pocos maestros leyendo, mucho menos leyendo con los niños. De modo que su lección como podríamos decir de muchas otras cosas, se limita a pedirles que los pequeños hagan lo que se les diga mientras que el mayor interés de los pequeños se centra en imitar lo que los mayores hagan. De algún modo los niños pasan mucho de lo que les contamos y se fijan mucho más en lo que somos y en cómo somos. De mi experiencia sé decir que he tenido dos profesores de matemáticas, que recuerde. Con uno casi nunca superaba el aprobado y con el otro sacaba casi siempre sobresaliente. Todavía me lo cruzo por la calle y nos saludamos con cordialidad. Lo que vengo a concluir es que las influencias que nos quedan de las personas que se han cruzado en nuestra vida, no son tanto de lo que nos han explicando cada día sino de lo que ellos nos han transmitido de su interior. De modo que el dicho de hacer lo que yo os diga pero no hagáis lo que yo haga no es más que un sofisma para consolarnos los mayores porque nosotros tenemos una gran influencia en los pequeños, pero no en la manera ni en la forma en que deseamos sino en la que ellos necesitan.


         Después de una larga conversación mi interlocutora me ha admitido que  no vivió cerca de sus hijos cuando eran pequeños y que es ahora, con el paso de los años, cuando la cercanía se ha hecho más estrecha. Pero ahora sus hijos ya son adultos y han construido sus vidas sin su influencia o con muy poca y mucho más con la de su padre, que no tenía relación alguna con los libros. El ejemplo no pretende en ninguna medida ofrecerse como modelo de nada porque ser lector no tiene por qué querer decir que se es buena persona. Se trata, simplemente de una propuesta de influencia que ha tenido su efecto y de la que desde luego yo me siento muy satisfecho.


domingo, 12 de abril de 2015

FLORES


         Los temas como el de la semana pasada no están relacionados con relato de actividad que sea coherente con el tiempo que pasa, pero surgen como parte de la vida y desde luego están muy relacionados con nuestra temática de fondo. Otros,  como el de hoy, sí que lo están aunque desgraciadamente se encuentren al margen de cualquier programación que haya conocido. Sin embargo hay que hablar de ellos porque son realidades radicales y debieran formar parte de la programación. A medida que fui cumpliendo años profesionales  me alejaba de las programaciones al uso y me acercaba a secuencias como las que vamos a comentar.

         En el patio de la escuela, entrando a la izquierda, había un rosal que ya ha muerto pero que al principio del 2000 vivía y, lo que era más importante, olía. El color de las flores era discreto, como casi todo lo auténtico y sencillamente rosa. Las rosas estaban altas, fuera del alcance de los niños. Los ponía en fila y los subía hasta su altura uno a uno para que pudieran oler. Un poco en broma y un poco en serio todos posaron su nariz en sus pétalos y exhalaron ese ¡huuummm ¡ medio admirativo medio sorpresivo. En  el patio había otros rosales más vistosos que no olían a nada. Alguno llegó a decirme que las rosas olían a colonia. Me sirvió para explicarles con detalle que las rosas no huelen a colonia sino que es la colonia la que huele a rosas. Cuando pasan estas cosas siempre me acuerdo de cuando llegué a los Maristas en octubre de 1959. Mis compañeros decían que los panes se cogían de los árboles. Y me lo decían a mí que soy de un pueblo, Alfacar en Granada, en el que la mitad de sus habitantes vive del pan y el pueblo entero huele a pan recién horneado cada mañana. Pensaba que mis compañeros estaban locos pero también vivía la duda si el loco no sería yo.

         No sé si por esa razón o si hay otras, lo cierto es que he vivido una tendencia creciente hacia la autentificación de las vivencias y a no conformarme con lo que leía y aprendía de memoria. Cada vez más he necesitado encontrar la verdad más profunda de las cosas y como maestro, transmitirla de la manera más fiel posible. Una vez aclarada la verdad de la rosa tomamos como reto la glicinia, la grande que cubría medio patio y la que fue naciendo en el arenero que ahora lo cubre por completo. En este tiempo es un bofetón morado que echa las flores antes que las hojas y que la encontramos a todas horas repleta de abejas, lo que me valía para explicar en vivo y en directo el tema de la polinización, intentando que perdieran el miedo a las picaduras porque los abejorros o las abejas no iban a por ellos sino que lo que buscaban  era comer y el polen los vuelve locos. Por más que insistía en esa idea sé que algunos no me creerían pero también sé que otros sí y sobre todo sé que les estaba diciendo la verdad y con eso es con lo que me quedo.

         Tampoco sé de qué manera les pudo llegar este pequeño poema que me pareció adecuado hacerles y que lo leímos varias veces. Algunos se lo aprendieron y yo lo guardo con pasión, como todo lo que he hecho porque en todo he volcado lo que sabía y lo que era. En unas cosas habré acertado y en otras me habré equivocado como cualquier persona pero sé que los pequeños de lo que no han podido dudar nunca es de mi autenticidad  y de que lo que les he transmitido era exactamente porque yo creía en ello. Os dejo el poemilla por si a alguien le interesa:

         La Glicinia


Soy racimo morado

De  nombre glicinia.


Tengo olor de trompeta.
Llamo abejas, mosquitos,
Avispas  ,  abejorros...
Mi corazón los alimenta.

Anuncio  Primavera.
Detrás, con mucha fuerza,
Vienen  las hojas
Y  el ciclo de la vida

Que  no espera.


domingo, 5 de abril de 2015

CERCANÍA


         Con Ivonne, mi bogotana favorita, me une ya una relación cibernética de cuatro años .  En este momento ambos estamos involucrados, desde cierta distancia de abuelos, en la crianza de dos niñas. De la mía ya di cuenta en su momento y no quiero parecer demasiado reiterativo. Por parte de Ivonne se trata de una sobrina nieta que, por razones particulares, le hace tener con ella un papel destacado. A través de skype nos comentamos las cuítas de cada día, sobre todo ella porque su pequeña no llega a los dos meses mientras que la mía se acerca ya al primer año
.
         El otro día nos enzarzamos, no sé si más de la cuenta, en una discusión relativa a las normas de comportamiento que los adultos debían seguir para evitar que las pequeñas fueran adquiriendo determinadas costumbres que se podían considerar mimos y que podían traer como consecuencia que sus personas de referencia se convirtieran ya en una especie de lacayos al servicio de sus deseos con el consiguiente problema después, vaya usted a saber cuándo, de que hubiera que volverse mico para doblegar esos posibles caprichos cuando en este momento la solución se encontrada muy cercana a poco de disciplina que se instaurase en la distribución de tiempos y atenciones.  Se ve que se me calentó la boca explicando la necesidad universal que cada ser humano de encontrar una teta, seguramente la teta de la vida y cómo en este tiempo rige una importante corriente de crianza que aboga por la lactancia materna pero a demanda, de modo que es la pequeña en estos casos la que marca el ritmo y los tiempos en que la madre deba estar a su disposición.

No sé si esta manera de criar es la mejor ni creo que la mejor exista pero, si bien puede ser cierto que la que yo viví como padre, más inclinada al cumplimiento de unas normas que se pudieran convertir en hábitos relativamente pronto pudiera ser discutible y un tanto precipitada, esta disponibilidad sin condiciones que se le exige a la madre en este momento también puede ser discutible. Claro que al mismo tiempo las dos propuestas tienen aspectos dignos de consideración y no toman cuerpo social de manera caprichosa sino que obedecen a corrientes de pensamiento sólidas y bien fundamentadas. Creo que la síntesis de nuestra prolija conversación se centró en que las pequeñas necesitaban cercanía de sus personas de referencia y que la lactancia materna no sólo tiene una función alimenticia de excepcional calidad en los primeros momentos de la vida sino que propicia un contacto estrecho con la madre o con la persona que se encargue de su crianza a través del contacto corporal, del intercambio de ritmos cardíacos, de olores que terminan siendo familiares a todo lo largo de la vida…, influencias primarias pero de gran calado que sobrepasan con creces la estricta función alimenticia.

En un momento en que logré callarme, recuerdo que se me había calentado la boca con el tema, Ivonne me comentó que era posible que el asunto mereciera una de mis aportaciones semanales. En aquel momento no le di más importancia pero después lo he pensado despacio y me ha parecido que podría llevar razón y que tal vez  mereciera pararse un poco en el asunto del contacto directo con los más pequeños, tanto si está ligado a la lactancia materna, corriente hegemónica hoy en día, como sobre todo a lo que significa el aporte de seguridad que se transmite de piel a piel y que tal vez a este último aspecto pueda no habérsele prestado la atención debida  y merezca la pena corregirlo. Una vez entrado en materia quizá convenga aclarar o insistir que no sólo hablamos ahora de lactancia materna, que sería sólo un aspecto de este contacto directo que promovemos desde aquí, sino que se trata de insistir en el valor del contacto corporal, sin ropa, piel a piel, por la gran complejidad de influencias profundas que somos capaces de intercambiar con los pequeños.

Estoy seguro ahora de que tendremos que insistir de otras maneras sobre este tema de las influencias profundas corporales pero me doy por satisfecho de haber aprovechado una excusa como esta discusión con Ivonne sobre nuestras crianzas para ofrecer la propuesta a situaciones parecidas.