Hay
secuencias definitorias que uno ha vivido y que le es imposible sacarlas de la
memoria. Nunca dejo de recordar que en mi pobre escuela de pueblo había un
ridículo cuarto de baño que estoy seguro que fue pensado para los alumnos y que
sólo usaba el maestro. Tenía su llave correspondiente, que usaba solo él,
mientras los niños orinábamos en plena calle de manera habitual. Nadie, que yo
sepa, levantó la voz en ningún momento para poner las cosas en su sitio en
todos los años que permanecí en la Escuela. Sé que no es más que un ejemplo
pero es que así eran las cosas entonces y en alguna medida siguen siéndolo hoy
todavía. Decir que los niños deben ser los protagonistas de la escuela sólo es
una frase pero o logramos que eso sea así o la escuela no sirve. Lo podíamos
aplicar a otros órdenes de la vida como hospitales o consultas de muchos tipos
pero nos quedaremos con la escuela, que es nuestro objetivo.
Parece
de Pero Grullo decir que un pequeño asiste a la escuela o que asiste a su
escuela pero la diferencia es como entre el día y la noche. No quisiera ser
simplista pero es que hay cosas que se ven a ojos vistas. Tú miras a la cara
cómo llegan los pequeños a su escuela por la mañana y puedes conocer en gran
medida lo que se vive dentro. Cuando en muchos momentos hemos diferenciado
nuestra docencia, que han sido muchos, con la docencia tradicional, siempre he
dicho a las familias que miraran los ojos de sus hijos cada mañana cuando se
acercaban a la escuela. Unos días han sido de gloria y otros de sufrimiento
pero siempre han sido ellos los protagonistas y han estado seguros en todo
momento de que ellos eran actores fundamentales de lo que pasaba allí dentro.
Esta noción tan simple significa para los pequeños la seguridad de que la
escuela es de ellos y que ellos son una pieza angular del acontecer diario.
No sé
si será demasiada credulidad o inocencia pero sí que he experimentado que entre
Pepito y un alumno o entre Mari y un alumna hay todo un mundo perfectamente
diferenciado. Los apellidos: Rodríguez, López..., ofrecen un cierto carácter
militar que siempre me puso los pelos de punta. En Octubre de 1959 llegué a los
Maristas por primera vez con mi beca bajo el brazo y me encontré en un inmenso
patio con otros 1500 compañeros. A través del altavoz nos iban nombrando a los
nuevos para clasificarnos. Recuerdo perfectamente haber escuchado mi nombre y
no me moví porque no podía asumir que el que sonaba fuera yo. A lo largo de la primera mañana
todos terminamos distribuidos pero yo no podía pensar que nadie supiera que yo
estaba allí si no me miraba o si no me hablaba. Nunca sentí ese colegio como
mío y siempre me sentí un invitado, aunque al padre Marcelino lo sigo llevando
en mi corazón porque con él me sentía una persona. Me hubiera aprendido el
mundo entero si me lo hubiera pedido.
La
diferencia entre una escuela a la que uno se acerca para servirla y otra a la
que uno se acerca y la siente suya y está convencido de que está dispuesta para
servirte a ti es esencial desde el primer momento. Sería ridículo decir que con
eso basta porque el trabajo y el esfuerzo de cada día es esencial en todos los
casos, pero la motivación que se produce entre una institución que tú sientes
que te ignora y otra a la que sientes como tuya no tiene color. La primera idea
ha sido titular este texto ALEGRÍA pero tampoco me ha parecido que fuera lo que
yo quería transmitir. En la vida hay momentos alegres y otros no tanto pero lo
que verdaderamente importa es encarar unos y otros sabiendo que la institución
que te alberga, la escuela, te incluye en sus fundamentos y te trata como una
pieza fundamental de su función en la sociedad a la misma altura que los
docentes o que las familias, pero nunca como un apéndice que se mueve al son
que alguien toca.