Son los
últimos días de Agosto y aprovecho que mi ciudad, Granada, se encuentra con la
gente en las playas, para pasearme entre los muchos huecos que la próxima
semana se volverán a cubrir, una vez que cada mochuelo vuelva a su olivo. Los
grandes almacenes, puntuales a la rentabilidad de sus negocios, ya tienen
expuesto su verdadero Agosto que hoy se llaman libros de texto. Mi amigo Alfonso, responsable de la Librería
Escuela Popular en otro tiempo cooperativa, me dice que en septiembre se dirime
el ochenta por ciento de las ventas del año por causa de los libros de texto.
Les toca a las familias estrujar los ahorros que les hayan podido quedar del
veraneo o sencillamente encontrar el crédito necesario para hacer frente al
lote de libros que deben llevar los pequeños a sus colegios la próxima semana,
una vez que empiecen las clases. Nunca he tenido nada contra los libros de
texto pero sigo sin entender cómo es posible que los profesionales de la educación permitamos
que unas empresas sean las que nos marquen el camino a seguir en nuestro
trabajo y nos roben de hecho la potestad de diseñar y poner en práctica los
programas de trabajo que tenemos que desarrollar a lo largo del curso.
Sé de
sobra que nadie viene a ponernos una pistola en el pecho para decirnos cómo
tenemos que desarrollar nuestra labor y que los textos no son más que propuestas
en nuestras manos que usaremos o no según nuestro criterio. Eso es verdad. Lo
que pasa es que luego viene el tío Paco con la rebaja y la realidad es que todo
el trabajo que debiera correr de nuestra cuenta, si nos lo encontramos
recopilado en unos cuantos libros que tampoco están tan mal aunque
inevitablemente nunca pueden ofrecer un punto de vista tan cercano como el nuestro sobre unos alumnos con nombres y
apellidos determinados que deberían ser atendidos desde su realidad particular
en vez de disponer de unos libros que los ignoran porque para su rentabilidad
tienen que alzarse a base de generalidades que puedan abarcar miles usuarios de
necesidades tan distintas que al final todos resultan extraños, si bien los
maestros pueden sentirse muy cómodos con esos instrumentos en la mano.
Es
verdad que todos tenemos derecho a vivir y las editoriales también. Yo no tengo
nada contra eso. Lo que sí digo es que estamos hablando de pequeños de dos o tres años que
llegan a la escuela cargados ya de materiales en los que llevan desarrollados
los temas que deben trabajar a lo largo del curso, antes incluso de que nadie
les haya preguntado cómo se llaman, dónde viven y a qué familia pertenecen. Y
esto es un drama antes de empezar a trabajar. Cuando los maestros se encuentran
con todo ese arsenal de propuestas minuciosamente pautadas hasta por días para
que no quede ni un solo hueco por cubrir, ve tú y explícale a quien quieras que
el verdadero responsable del currículo es el maestro y que en sus manos está en
todo momento el desarrollo del trabajo que se ha de cubrir en cada aula. Habrá
de todo en la viña del señor pero si me lo ponen tan fácil, lo normal es que
cada mañana abra mi libro guía y me dedique a cubrir los objetivos y contenidos
que otros han pensado en mi lugar y que no entre en complicaciones.
Muchos
de nosotros hemos militado contra los libros de texto, sólo en defensa de la
independencia de cada maestro para responder con su mejor saber del plan de
trabajo concreto que debía aplicar a ese grupo concreto de pequeños. Es verdad
que eso conlleva algo más de complicación porque el compromiso es el de
particularizar los conocimientos para que respondan a los intereses de unos
alumnos concretos que viven en un lugar concreto. Siempre recuerdo, por
ejemplo, las alusiones al mar que venían en mi Enciclopedia Álvarez cuando yo
vi el mar a los once años. Lo mismo podríamos decir sobre las alusiones a las
tierras de interior. Los libros de texto pueden ser unos colaboradores al
servicio de los maestros para enriquecer y facilitar el desarrollo de los
objetivos y contenidos que deben desarrollar para cada grupo y no convertirse en catecismos que se aplican
cada día sin entrar a cuestionarse la utilidad de sus propuestas.