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domingo, 4 de agosto de 2019

PROCESOS



         Ya superará los 40 años pero nos apareció en la escuela diciendo que era celíaco y que no podía comer nada que tuviera harina de trigo. Traía su propio pan y sus propias galletas . Ninguno conocíamos por entonces lo que aquello significaba. Sólo por eso había que llamarlo por lo menos JEROMINÍN, aunque se nos podían haber ocurrido cosas peores. Ya nos llegaba marginado de casa. Cuando había que comer él se sentía el rey del mambo de ver a todos a su alrededor cómo comía aquellos panes tan raros , aunque no lo parecían, mientras nosotros, la plebe, sólo disponíamos de trozos de pan normales y corrientes. Explicamos en la asamblea de la mañana lo que le pasaba a JEROMINÍN y de las razones por las que todos teníamos que tener cuidado de que no comiera más pan o galletas que las que traía de su casa. Parecía un teatro y tal vez lo fuera. Lo cierto es que él se sentía protagonista porque era un espectáculo sin comerlo ni beberlo, nunca mejor dicho. Le fue difícil integrarse porque los demás pensábamos que se nos rompía en cualquier momento.

         Después apareció alguno que dijo algo parecido, pero éste con el huevo. No tuvo, ni con mucho, el impacto, no sé si porque JEROMINÍN fue el primero o porque nosotros nos llegamos a acostumbrar a que había personas a las que les iba la vida si comían de algo de lo que los demás nos alimentábamos con toda normalidad. Lo curioso del caso es que ninguna particularidad se cumplió como estaba previsto de antemano y, que yo sepa, en ningún momento hubimos de tomar medidas especiales aunque las familias nos dejaban en el botiquín lo que debíamos administrar a sus hijos en caso de incidentes. Estoy seguro de que todos nos saltamos las prohibiciones en algún momentos: los sufridores porque se les iban los ojos por probar lo que comían todos, que a ellos les estaba vetado. En algún caso hubo chivatazos de que se habían saltado las tajantes normativas al respecto pero como no los habíamos visto con nuestros ojos tuvimos que esperar algún síntoma de peligro para actuar en consecuencia y todavía estamos esperando.

         Llegué a convencerme por completo de que la fuerza de la normalidad era más fuerte que la bomba atómica y que las leyes de la vida no había fuerza capaz de ponerlas en cuestión. Todavía lo creo aunque, como ya soy viejo, aliño la creencia con un poco de escepticismo,  por si acaso. Un verano me dio por experimentar el logro de un intenso bronceado sin aplicarme una sola gota de ningún producto. Los míos se reían como tantas veces pero yo, a las cuatro de la tarde me subía a la terraza con las obras completas de Goethe como lectura y las carnes al aire y, con disciplina espartana, tomaba el sol dosificando los minutos de manera creciente. No se me ocurre pontificar sobre los efectos del sol en la piel humana, líbreme dios, pero sí confirmo que me puse completamente moreno, que en mi pellejo no entró una sola gota de potingue y que mi referencia para aquel empeño fue la de que en mi adolescencia, cuando trabajaba en los tejares por necesidad, nadie vino a decirme que tenía que protegerme la piel ni a mí ni a ninguno de mis compañeros.

         Insisto con toda lealtad que no pretendo de estos humildes testimonios dar lecciones de ciencia ni pontificar sobre nada. Sí respondo de que lo que cuento es verdad y que estoy seguro que los grupos de pequeños tienden en todo momento a ser más o menos como los demás. Todos aprendimos a comer galletas para celíacos y, aunque no tenga constancia directa, estoy seguro de que nuestro celíaco favorito, JEROMINÍN se buscó la vida para saltarse sus estrictas normas porque, aunque no llegó a ser preciso inyectarle lo que teníamos reservado para casos de urgencia, algo debió haber porque alguna diarrea lo señaló más de una vez. También nos lo fuimos tragando, él el primero, porque a nadie nos interesaba declararnos culpables. Es más, hoy pienso que esa misma fuerza de que todos busquemos ser normales y corrientes al precio que sea, aunque deba estar sometida a todas las excepciones que la ciencia nos indique, en ningún momento debemos hacerla desaparecer porque es la fuerza de la vida, que trata en todo momento de que la normalidad se imponga aunque para ello haya que pagar algunos precios. 


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