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domingo, 31 de marzo de 2019

PRIMAVERA



         La vida humana se va configurando a partir de unos círculos concéntricos definidos por cuatro estaciones: otoño, invierno, primavera y verano. El cumplimiento de estos cuatro conceptos climáticos es particular en cada una de las zonas de la Tierra. En el hemisferio norte donde yo habito y en la latitud subtropical hay dos periodos, uno de frío en invierno y otro de calor en verano que se manifiesta con una determinación bastante clara. En medio aparecen dos zonas intermedias que llamamos primavera y otoño que, dependiendo de los años, se convierten en estaciones de transición con personalidad propia o sencillamente son conceptos que nos llevan del frío al calor sin solución de continuidad. En las conversaciones de la calle esta conciencia de que el otoño y la primavera no son muy fiables porque lo mismo nos van a llegar mostrando su cara, que casi ni somos capaces de identificarlas porque pasamos del frío al calor en cuestión de días.

         Estoy seguro que cada zona tendrá sus particularidades a las que la masa humana que las habita se habrá acostumbrado. Concretamente en esta Granada de mis amores en donde habito, los fríos y los calores son amplios y contundentes, de modo que es lo que mejor conocemos y sufrimos, dependiendo de los años. Y entre uno y otro, las zonas intermedias, que se corresponden con la primavera y el otoño son estaciones mucho más irregulares en extensión y en intensidad, de modo que nos cuesta más trabajo determinar duraciones. En cualquier caso esta explicación va encaminada a describir el elemento físico que nos rodea, pero lo que pretende de verdad es dejar claro que en los parámetros en que nos movemos, la educación de los más pequeños debería funcionar como si las personas fueran unas piezas más de la vida que, dependiendo del entorno en el que se sitúan, responden. Hemos llegado a dibujar una realidad en la que casi no se diferencia el calor del frío cuando en verdad deberíamos ser muy distintos si nos tenemos que desenvolver en uno que en otro.

         En estos días en los que palpamos cómo la tierra revienta de vida y por todos sitios se nos mete por los ojos la idea de nacer y vemos cómo los paisajes van adquiriendo la fuerza del verde hasta llenarnos de plenitud de un nuevo ciclo que nace, los pequeños deberían salir de las aulas, al menos una vez a la semana y tirarse a la calle para manifestar con su movimiento que se ponen en línea con el ciclo de la vida, que quieren formar parte de su fuerza y que no son tan distintos de cualquier otro ser vivo sino que no debe entenderse el conjunto si ellos no forman parte definiendo y manifestando su propia capacidad de transformación. No hay dos círculos iguales y aunque podamos ver que ha vuelto la primavera, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, que diría el poeta. Es profundamente educativo formar parte del lugar en el que se vive y participar como una pieza más del gran concierto de la vida.

         Es verdad que hemos descubierto muchas posibilidades de combatir los fríos, los calores, las enfermedades, la manera de alimentarnos y de cubrir nuestros cuerpos y creo que debemos alegrarnos por ello aunque a la vez que reconocemos estos logros no debiéramos olvidar que no en todos los sitios esto es igual y la desigualdad es una lacra que debemos asumir para corregirla en la medida de lo posible. Los que vivimos el privilegio de la paz y de un cierto bienestar, siempre mejorable pero con un aceptable nivel de calidad, se nos debía notar nuestro gozo por lo mucho que tenemos. Tampoco es tan raro que nos pasemos todo el tiempo lamentándonos de lo que nos falta, que siempre nos faltarán cosas, y olvidando que muy cerca de nosotros, muchas veces entre nosotros, otras personas tan dignas como nosotros, están necesitados de mínimos vitales que les hacen vivir una vida muy distinta a la nuestra. La grandeza y la miseria del mundo es que todas esas vidas se cruzan cada día y, lamentablemente, muchas veces se ignoran.


domingo, 24 de marzo de 2019

PEREZA



         Justo desde 1983, apenas unos meses después de que el Partido Socialista ganara las elecciones con aquella abrumadora mayoría de 202 diputados que no se ha vuelto a repetir desde entonces, en el Palacio de Congresos de Barcelona, junto a Monjuict se perpetró el primer desaguisado educativo desde el momento en que la Educación Infantil quedó dividida en dos y el primer tramo, de 0 a 3 años perdió su hegemonía educativa para quedarse con una utilidad de segunda, más ligada a la protección de la salud y a las necesidades laborales de las familias. Algunos nos desgañitamos intentando demostrar que semejante desatino tendría consecuencias incalculables y que no se podría soportar de ninguna manera porque cuando se empieza una casa ignorando los cimientos, el resultado final nunca puede ser sólido y siempre estará pendiente de que todo el armazón que se haya construido deje de bambolearse y se afinque definitivamente al suelo algún día.

         Desde entonces no hemos parado de decirlo en todos los foros en los que hemos tenido ocasión de hacerlo, sencillamente porque creemos que no hay modo de consolidar una estructura educativa si prescindimos de los primeros años. Hoy, casi 40 años después del error inicial se sigue reclamando que la escuela pública disponga de centros para atender a los menores de 3 años porque las familias necesitan poder conciliar el trabajo de sus miembros y los pequeños siguen necesitando atenciones públicas de las que no disponen. Estoy de acuerdo con la reclamación y creo que es cierta, pero el argumento sigue sin convencerme. No hay necesidad de escuelas para que las familias puedan trabajar y los hijos necesitan estar bien atendidos. El principal argumento es que no hay una etapa de la vida en que la educación de máxima calidad sea más necesaria para las personas que la primera infancia. Ese es el principal argumento. La necesidad de que estén atendidos mientras sus familiares trabajan también, pero nunca el primero.

         Ha pasado el tiempo, toda mi vida laboral, y el argumento no ha decaído en ningún momento ni la sordera de las administraciones tampoco, de modo que la necesidad sigue estando tan viva como el primer día, si bien las condiciones se han ido modificando en función de parámetros nuevos que el desarrollo social ha ido poniendo encima de la mesa. Los argumentos teóricos siguen siendo los mismos y están sin cubrir, pero la natalidad ha ido bajando continuamente por lo que el volumen del argumento hoy es más pequeño que en 1983. Hay zonas de España en que la escuela pública ha ido escolarizando menores porque de lo contrario tenían que verse abocados a cerrar escuelas por falta de niños. Un argumento extremadamente pobre pero suficiente como para que en gran parte del norte peninsular, el país vasco sobre todo, tenga una buena parte del problema resuelto por inanición, lo cual me parece bien poco meritorio.

         En el resto del país, sobre todo en el sur y en las zonas de costa la natalidad no ha disminuido tanto y la necesidad de servicios educativos para la primera infancia se mantiene en pie y los argumentos teóricos para reclamarlos siguen vigentes tanto en un sitio como en otro. Reconozco que da pereza, mucha pereza mirarse al espejo y verse como un vegestorio y seguir argumentando como si fuera una novedad insólita que los primeros años de la vida son los que más necesitan de la calidad educativa para los pequeños y también para las familias aunque no sea el de la calidad el único objetivo a cubrir y el tema de la conciliación familiar sea otro de los beneficios. De ninguna manera el primero por más que se haya puesto tan de moda en los últimos tiempos. Está feo que yo lo diga pero vendería mi alma reivindicativa al diablo y me callaría la boca si viera que, aunque fuera por la conciliación se crearan nuevas plazas públicas para los menores de tres años. En la intimidad, no os quepa ninguna duda, seguiría argumentando la educativa como el primer argumento, indiscutiblemente.


domingo, 17 de marzo de 2019

OLORES



         Lo bueno y lo malo de vivir en libertad es que nuestra vida pasará por miles de situaciones en función de hacia dónde empujen en cada momento los vientos sociales. Eso quiere decir que todo está abierto como principio y que se permite pensar, manifestar lo que se piensa y poner en práctica las ideas que se han pensado, pero tanto si los resultados empujan en el sentido de la liberación de las personas como si empujan en sentido contrario. Mi juventud profesional me tocó vivirla aspirando a salir de una larga época en la que todo lo que había que pensar ya estaba hecho y en España se vivía con la filosofía del  que piensen ellos y del vivan las caenas, principios ambos que, desgraciadamente, están impresos en la filosofía de vida del pueblo español y que, por más aberrantes que nos puedan parecer, han sido santo y seña de este país en largos periodos de su historia. En el siglo XIX se enseñorearon entre nosotros y siguen formando parte del imaginario colectivo. En alguna medida parece como si en este momento los echáramos de menos.

         Cuando en alguna ocasión he contado que en mi pequeña escuela esperábamos que apareciera la flor de la glicinia y que no había nadie que no pasara su nariz por la maravilla de sus racimos de flores moradas aunque eso supusiera que tenía que echarme al hombro a cada pequeño para que alcanzara su aroma puede que a alguien le pareciera que estábamos hablando de otro planeta. Pues no es verdad. También he llegado a comentar que cuando aparecían las rosas de olor y hacíamos que cada pequeño acercara su nariz, la respuesta era aquí huele a colonia y había que explicar que no era la flor la que olía a colonia sino la colonia la que tenía su olor porque se sacaba de la flor. Mi desarrollo profesional coincidió con  unos importantes vientos de libertad que nos permitieron a toda una generación romper ligaduras con una estructura educativa completamente rígida y bucear caminos nuevos ligados al desarrollo evolutivo de la vida.

         Nadie debe pensar que no cometimos errores porque sencillamente sería mentira. Estoy seguro que cometimos muchos, primero por inexperiencia y segundo porque desgraciadamente teníamos muy pocas agarraderas para impulsarnos. La situación era de tal pobreza que sólo era posible avanzar a partir de prescindir de lo conocido. Hoy han pasado ya muchos años y es posible ver los movimientos de entonces con una cierta perspectiva. Podemos y debemos ser capaces de mirar con el frío que da la lejanía lo que significó en su momento una importante ruptura con un paternalismo autoritario que no sólo colonizó la escuela sino todos los ámbitos de la vida. Una importante avalancha de avances tecnológicos han inundado el mundo y han puesto en evidencia que podíamos estar asumiendo una serie de riesgos quizá excesivos. Echo la vista atrás y sé que algunas de las prácticas que ofrecí entonces a los pequeños hoy no las haría. Pero también sé hoy que así debe ser la historia.

         Lo que hay que lograr es que nuestra necesidad de avanzar no venga de la mano de la destrucción de lo realizado sino de mirar el ayer con una mirada crítica, capaz de discernir entre lo que tuvo de aprovechable y lo que debe ser mejorado. Al mismo tiempo tenemos que ser capaces de no poner los ojos críticos sólo en lo que se hizo sino que tenemos que ser capaces de ver en el hoy,  dónde está el magma de lo que el hoy aporta y dónde está la escoria que viene a enturbiar los nuevos logros y que tenemos que apartar de lo mucho y bueno que nos aportan los nuevos logros. Toda una corriente de nuevas segregaciones tratan de abrirse camino de manera peligrosa y están asumiendo espacios que difícilmente nos harán avanzar. Más bien al contrario. Me refiero a la educación segregada a partir de las capacidades intelectuales que nos puede llevar a la aberración de hacer centros educativos que separen a las personas en vez de ser capaces, cada día más, de incluirnos como un género humano rico y diverso.


domingo, 10 de marzo de 2019

RESCOLDO



         El año pasado el 8 de Marzo, y para sorpresa de todo el mundo, España entera se llenó de mujeres. No fue sorpresa que hubiera manifestaciones sino que calles y plazas de todas las ciudades importantes se llenaran de jolgorio reivindicativo y nos llenaran a todos el corazón de fuerza y de necesidad de cambio. Con esa inyección hemos vivido todo el año, conscientes de que aquel día fuimos el faro del mundo entero por la extensión y por la intensidad de nuestra presencia. Es posible que muchos pensaran que aquello podía ser flor de un día porque a todos nos resultó insólito. Pero acaba de pasar un nuevo 8 de marzo y nos hemos dado cuenta de que se ha repetido lo del año pasado y considero que hasta se ha sobrepasado. Sé que hay intención de minusvalorar por parte de algunos tanto lo del año pasado como lo de éste pero el bofetón reivindicativo ha sido de tal calibre que aquí me los tienes por las esquinas buscando defectos para justificar su ausencia del festín de fuerza y de alegría mayoritario.

         Estamos abriendo una serie de puertas culturales que ahora mismo nos resulta difícil calibrar su envergadura y su profundidad. Los voceros del país van de aquí para allá intentando explicar como mejor saben lo que hemos visto y oído. Parece como que la angustia vital no nos permite sencillamente contemplar el poder de lo que empieza a pasarnos ya estos dos últimos ochos de marzo, y disfrutar con toda humildad conciencia lo que se nos ha venido encima que es insólito y que a todos nos ha pillado por sorpresa y pensar despacio cuántos y cuáles deben ser los pasos que a partir de este bofetón de humanidad que hemos recibido, ver como seguimos adelante. Los datos nos dicen que más de seis millones de personas han dicho en las calles que son sensibles a este grito de igualdad que nos ha ensordecido a todos. Eso es lo que importa y se trata de un camino que no es fin de nada sino seguramente principio de un mundo nuevo.

         La civilización, como la vida, no evoluciona de manera lineal. Muchos venimos diciendo toda nuestra vida profesional que la situación de discriminación de las niñas en la sociedad era insoportable y que no se fundaba en ninguna base ni natural ni sólida. Que estaba muy bien que los niños y las niñas fueran distintos pero que resultaba escandaloso que unos fueran sistemáticamente más importantes que otros en la estructura social por más siglos, en realidad todos los conocidos, que vinieran avalando esa desigualdad, que llegaría un día que esa situación tendría que cambiar y que deberíamos estar preparados para que ese día no nos sorprendiera como algo insólito. Pues ese día ha empezado a llegar y, por lo que se ve, piensa quedarse por lo que tendremos todos que asumir este salto como un hecho y aprender a vivir bajo estos nuevos parámetros que habrá que ir definiendo en la medida que sepamos y podamos.

         Ya podremos ir poniendo en remojo nuestros arquetipos relacionados con el género y, siendo consecuentes con este mar que nos ha inundado en las calles una vez más, aprender a nadar en esta marea de igualdad porque en realidad es mucho más un deseo que una realidad. Es cierto que muchas cosas están cambiando y hay situaciones que hace unos años nos hubieran parecido insólitas y hoy empezamos a darnos cuenta de que una nueva normalidad nos está cubriendo, estoy seguro que para bien de todos. Pero también es verdad que estas cosas que nos quedan por definir y por asumir son de profunda importancia y nos van a costar sudores, sencillamente porque significan poner patas arriba todas unas formas de relación en las que nos hemos venido desenvolviendo y empezamos a darnos cuenta de que  eran profundamente desiguales e injustas. Pero no hay que dramatizar. Se trata de afrontar estos retos nuevos del mismo modo que se afronta que un árbol crezca un poco más cada año. La vida puede con todo y ni nosotros mismos somos capaces de saber hasta dónde somos capaces de llegar.


domingo, 3 de marzo de 2019

IGUALDAD



         Muchas veces me siento avergonzado de haber crecido en el mundo en que crecí. No puedo olvidar, por ejemplo saber que he tenido en mis manos montones de nidos vacíos, otros con huevos y hasta con crías que, por supuesto nos duraban vivas más que unas horas. Quisiera olvidarlo pero no puedo hacerme concesiones para vivir como si no hubiera pasado. Era normal ir a buscar nidos, sencillamente para matar el tiempo. He llegado a tener en mis manos como juguete a una urraca o a un mochuelo que apenas me duraban vivos unos días y que mis parientes adultos me traían de la sierra de la Alfaguara como juguete. Cómo olvidar que cada vez que nos encontrábamos a un perro y una perra pegados, como decíamos entonces, nos dedicábamos a tirarles piedras o a darles patadas como si fueran un pin pan pum de una feria. Nuestras actividades lúdicas habituales eran las de apedrear perros o romper farolas. Ese tipo de cultura me sigue torturando todavía hoy porque quisiera no haberla vivido pero no puedo evitarlo y me sigue haciendo daño saber que entonces era parte de mi normalidad.

         Hasta los 25 años que salí de mi casa familiar gocé del mejor sitio en mi sala baja, que era lo más parecido a un salón. Tenía reservado el sillón y en el rincón frente a la tela para no tener que moverme. Desde los 14 años que viví en un internado ya había aprendido de sobra a buscarme la vida y a resolverme mis problemas, pero en cuanto llegaba a mi casa, allí me esperaba mi estatus de nene completamente intacto. Jamás hice una faena de la casa porque vivía con tres mujeres, aparte de mi padre cuyo trabajo nos mantenía a todos, que nunca me lo hubieran permitido porque antes de que  pudiera desear alguna atención, allí estaban ellas para resolverlas porque esa era su obligación. Creo que es la primera vez que lo estoy escribiendo con la crudeza elemental con que hoy lo vivo. Me siento avergonzado de haber estado tan ciego pero no puedo borrar lo que pasaba y era así. Sólo empecé a ser consciente de tanta injusticia fuera de mi casa.

         Hoy que vivo solo después de haber pasado por algunos desencuentros y de no haber sido capaz de estabilizar mi vida con ninguna de mis compañeras creo que soy una persona incapaz de asumir mis frustraciones infantiles de las que no me puedo librar. Creo que cualquiera de las compañeras de vida con las que he vivido eran personas mucho más maduras que yo para la convivencia pero mi necesidad de afirmación personal me ha superado siempre y hasta el momento he sido incapaz de vivir por mí solo. Todavía no puedo evitar que Rosa venga una vez a la semana y mantenga el apartamento en el que vivo con una cierta  limpieza aunque ya domino algunos aspectos, comida, lavadora..., de mis necesidades. La relación con mi hijo y con mis dos hijas ha alcanzado unas ciertas dosis de normalidad. ahora que todos somos adultos, pero nunca ha estado exenta de tropiezos y de incomprensiones. Las dosis de humildad que he ido introduciendo  en mi vida han sido a base de cincel y martillo porque el machito nunca muere y saca la cabeza a la primera de cambio.

         El día 8 de marzo aceptaré una vez más la humillación que significa reconocer que la reclamación social de igualdad que espero que llene las calles tiene que seguir imponiéndose por razón de justicia social y porque nadie somos menos que nadie. No me siento desgraciado en absoluto. Al contrario. Cada vez me siento más en paz conmigo mismo. He sido incapaz, por ejemplo, de vivir en pareja y siento ese vacío y esa carencia, pero mi vida está llena de  amores importantes: la educación, la lectura, mis hijos, este blog..., y el empeño de que todas las personas debemos ser iguales en dignidad que se va a quedar conmigo hasta mi muerte. Sé que no es suficiente porque las deficiencias tradicionales son muy fuertes pero la voluntad de conseguirlo es un empeño limpio y honesto. Creeré en la igualdad cuando un niño pueda ir, si quiere, con falda por la calle y todo el mundo lo acepte con normalidad.