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domingo, 24 de abril de 2016

DESGARROS


         Es muy difícil que en casi seis años de vida de este blog, un tema tan relevante como los desgarros no haya aparecido, y puede que en más de una ocasión con variantes. Algo así es lo que pasa hoy. La excusa no es otra que la secuencia de desgarro por la que quien os escribe ha pasado una vez más en la vida. Con los años uno podría volverse insensible y que las cosas, tanto buenas como malas, no te afectaran. No sé si sería bueno o malo; lo que afirmo es que no es mi caso ni quiero que lo sea nunca. Quiero sufrir con mis desgarros porque eso sé que implica que he gozado en la misma medida con mis hallazgos y me hace sentirme vivo, que es lo que de verdad me importa.

         También he explicado reiteradas veces que el nombre de este blog no es más que un subterfugio para hablar de las personas, de la vida en definitiva con la excusa de los niños. Me vale el ardid porque aunque sea yo hoy el protagonista que ha dado pie al tema, es completamente cierto que los desgarros se están produciendo cada día en todos nosotros y que de la solución que adoptemos para integrarlos en nuestra vida como parte de la experiencia global de la que estamos constituidos y que nos configura se deriva que nuestro armazón afectivo se incline en una dirección o en otra. He dicho hace un momento que quería haber sufrido este desgarro reciente del que aun no me he resarcido porque significaba haber gozado su hallazgo en la misma proporción y me ratifico en lo dicho pese al dolor que implica. Lo contrario también lo hemos comentado en alguna ocasión. Cuando cayó el muro de Berlín y los occidentales entraron en los orfanatos de los países del este se dieron cuenta de que los niños los miraban con ojos terribles pero no mostraban ni gozo ni pena y esto fue precisamente lo que más se destacó entonces.

         Estamos en una época en la que cada día se impone más el miedo a todo: al frío, a equivocarse, a la enfermedad, al reconocimiento de la ignorancia, al calor, a la muerte, a la vida en definitiva porque de todos estos factores y de algunos más es de lo que la vida se compone. Yo no voy a cometer el atrevimiento de plantear que hay que promover penas para que los niños las pasen en beneficio de la experiencia. Creo que no hay que llegar a tanto. Pero del mismo modo considero que no hay por qué extremar los cuidados hasta el punto’ de que en la vida no se sienta ni el frío ni el calor porque eso también implica empobrecimiento de las percepciones y, por tanto, pobreza para las personas. En la Unión Soviética estaba estipulado que los pequeños salieran al aire libre un rato cada día, con todo el abrigo que hiciera falta, pero a las cinco de la mañana más o menos, con un montón de grados bajo cero, sencillamente para que supieran lo que es el frío y aprendieran a convivir con él. No creo que tengamos que provocar vivencias artificiales pero tampoco creo que debamos eludir experiencias para las que estamos perfectamente dotados por puro miedo al sufrimiento.


         Hay señales en nuestro tipo de vida que son un poco alarmantes. Cuando se ha vivido un drama de cierta importancia: un accidente múltiple por ejemplo, hay algo que cada día es más imprescindible y que la prensa suele destacar.  “Al lugar del suceso se ha enviado un equipo de psicólogos”. Yo me pregunto… ¿no estará claro que se han muerto los que se han muerto?, ¿qué aclaración necesita un familiar frente al cadáver de su amada víctima?  Estoy seguro que la misión de estos técnicos es importante en la asunción del drama y en encajarlo lo más razonablemente posible. Lejos de mi la idea de que su función no sea positiva pero me parece destacable que la figura del psicólogo cada día sea más necesaria para que terminemos por entender que nos está pasando lo que nos está pasando. Como si cada día estuviéramos menos dotados para asumir lo que nos trae la experiencia. Esto me parece empobrecimiento.


domingo, 17 de abril de 2016

MEMORIA


         Con demasiada frecuencia se ha querido confundir la inteligencia con la memoria y creo que a muchos de nosotros les será fácil recordar la secuencia de algún pequeño recitando una parrafada delante de los mayores y siendo alabado como si se tratara de una genialidad o de un signo especial de inteligencia. Yo recuerdo haberlo visto en más de una ocasión y, lo que es más dramático, haberlo sufrido en mis carnes. No se lo deseo a nadie, la verdad. A uno le cuesta poco creerse un ser especial cuando te lo dicen unas cuantas veces y luego viene el día a día de la vida, que te va clavando a la realidad desengaño a desengaño porque esa distinción a la que te aúpan en un momento determinado, con la misma rapidez que llega se va y tú sigues ahí, con tu verdadera dimensión, día a día, teniendo que asumir con dolor que, a pesar de tus destellos de brillo, no eres ni más ni menos que una persona como otra cualquiera.

         Defiendo el valor de la memoria en el aprendizaje y que no debemos eliminarla de nuestra escuela en ningún caso porque su práctica nos hace esforzarnos en ordenar lo que vemos y lo que pensamos para que nuestros conocimientos se almacenen en nuestro cerebro con algún orden que pueda ser reconocido en cualquier momento y evocado cuando convenga. Puede funcionar, por tanto, como una garantía que nos permita mostrar en un momento lo que hemos aprendido sobre cualquier asunto y esto es bueno, muy bueno. Pero no podemos confundir esta capacidad de almacenamiento o de evocación con la de adquirir conocimientos nuevos o de saber incorporarlos a los que tenemos que podría ser lo que definiéramos como inteligencia y que puede estar asociado a la memoria o no. Tenemos pruebas de personas de gran valía que en su vida cotidiana eran un desastre para desenvolverse, sencillamente porque su capacidad de razonar y elaborar conocimiento les ocupaba todo el tiempo y eran capaces de olvidarse de las cosas más elementales y cotidianas y hasta de pasar por torpes o, al menos, despistados.

         Visto con la perspectiva del tiempo hoy podemos hablar con cierta gracia de los componentes de inadaptación de Einstein pero, si somos capaces de ponernos en su pellejo cuando las manifestaciones se estaban produciendo, entenderemos que esta persona vivía traumatizada y siempre con la posibilidad real de frustrarse y ser incapaz, no ya de desarrollar todos los hallazgos por los que hoy lo conocemos sino sencillamente por ser capaz de soportar su vida y las consecuencias de su inadaptación, siempre dolorosas y con la amenaza real de hacerse insoportables en algún momento. No podemos medir cuántas personas inadaptadas, sencillamente se han quitado de en medio en un momento dado por no ser capaces de sobrellevar las contradicciones entre su manera de ver las cosas y el mundo que les rodeaba. También conocemos algunos ejemplos de suicidios prematuros suficientes como para saber que no estamos inventándonos consecuencias sino constatando realidades dramáticas.


         Cuántas veces he pensado, no sé si con razón o sin ella, si no hubiera sido mejor que Mozart hubiera sido una persona equilibrada, con el riesgo de que su música no hubiera llegado a las cotas que conocemos, en vez de poder disfrutar de su música, sabiendo que es una cima de la humanidad pero al mismo tiempo estar seguros de que sus treinta y pocos años de vida  fueron los de una persona inadaptada  que sufrió siempre por causa de esa inadaptación. En mi vida profesional he procurado respetar en la mayor medida que he podido cualquier manifestación para que los pequeños fueran ellos mismos todo lo que pudieran pero siempre con la conciencia puesta en lo que podemos llamar normalidad y procurando que esa zona se ampliara todo lo posible para que en vez de ser un camino estrecho y tortuoso fuera una autovía con espacios amplios en los que todos los pequeños se pudieran considerar incluidos. Hoy sigo pensando que cada persona merece respeto a su manera de entender el mundo y a su evolución, pero que los espacios comunes son los que debemos ampliar todo lo que podamos para que nadie se sienta un bicho raro sino un miembro necesario del conjunto. 


domingo, 10 de abril de 2016

ESTIMULACIÓN


         Ayer tarde tuvimos el privilegio de vernos con Salva, de Grazalema y su familia en la fuente de las Batallas en pleno centro de Granada y compartir un café en Plaza Bibrambla. Aparte de la hermosura de la tarde y de la grata conversación con él y sus amigos, con quienes no nos veíamos desde mi viaje a Grazalema para la presentación de su libro de poemas del que me encargó el prólogo, conocí a su hija Violeta y me contó que andaba en estimulación precoz por ciertas dudas en su desarrollo que pudieran estar provocadas por su nacimiento prematuro. Los padres se veían razonablemente tranquilos si no fuera porque uno conoce sobradamente que este tipo de procesiones suelen llevarse sobre todo por dentro.

         La estimulación precoz lo mismo que la vacuna sobre determinadas enfermedades es probablemente la mejor medicina que hemos inventado para promocionar la salud. En general hay que decir que sus beneficios se encuentran  bastante demostrados si bien no faltan detractores que censuran la alegría con la que usamos de un tratamiento  que puede ser beneficioso pero que es posible que necesite una mayor y mejor selección del momento de aplicación y de las personas a las que se les debe aplicar porque por más beneficiosa que se haya demostrado, en ningún caso está exenta de peligros. Hace bien poco hemos tenido algún episodio de tuberculosis que se creía superada ya y se ha demostrado que se trataba de pequeños focos de población muy localizados contrarios a las vacunas. Han tenido que ser aislados convenientemente y tratados con las medidas adecuadas para que resolvieran el problema sin que el resto de la población se viera en riesgo. El debate de si vacuna sí o vacuna no se ha visto muy vivo socialmente y espero que todos hayamos aprendido a no poner en cuestión los beneficios de la vacuna, pero también a ser más cuidadosos con una medida que, aunque necesaria, debe ser aplicada con la prudencia y el rigor que merece porque no está exenta de riesgos.

         Violeta se encuentra en este momento sometida a estimulación extraordinaria sobre su desarrollo, según los técnicos de la zona porque manifiesta un cierto retraso en su desarrollo lingüístico con relación a sus compañeros. En este momento tiene 20 meses y los padres reciben la información de los educadores de la escuela infantil a la que asiste de que ellos no tienen tan claro ese supuesto desajuste y más bien son partidarios de dejar tranquila a Violeta y permitirle que su evolución personal la vaya homologando en mayor medida con relación a sus compañeros. El propio hecho de que las opiniones de los responsables no sean unánimes dificultan los posibles beneficios del tratamiento en cuestión y, desde luego, ensombrecen los beneficios de un sistema como el de estimulación precoz que como planteamiento de normalización y de igualdad de oportunidades no tiene discusión pero que en la práctica debe estar sometido a todas las medidas   preventivas convenientes porque ningún recurso, por bueno que sea, es completamente inocuo.

         En ningún caso quiero que se pueda entender que pongo en cuestión el sentido y la conveniencia de la estimulación precoz. De ninguna manera. La estimulación precoz ha demostrado con creces su oportunidad y los beneficios a largo plazo en la solución de cualquier tipo de problemas médicos o del desarrollo. Lo que sí hago es un llamamiento al rigor en la aplicación de cualquier terapia, por buena que sea porque en el fondo de cualquier tratamiento siempre se encuentra alguna forma de marginación que los afectados deben asumir y que los señala y los diferencia muchas veces para toda la vida, sobre todo en las sociedades más pequeñas y más cerradas. Se trata, por tanto, de saber que no existe un recurso completamente inofensivo y que necesita de mucho rigor para señalar a una persona para que los beneficios que pueda tener su aplicación, ampliamente demostrados tanto en las vacunas como en las estimulaciones precoces, no se vean ensombrecidos por consecuencias inapropìadas que puedan ser imputables a la ligereza de diagnósticos o de tratamientos.

         Salva cierra nuestros encuentros con una maravilla de queso Payoyo de su zona que en mi casa degustamos combinado con el dulce sabor de la amistad. A tu salud, amigo.


domingo, 3 de abril de 2016

CALLEJEAR


         Me consta que lo hemos hablado muchas veces y, sin empacho ninguno, volvemos a comentarlo una vez más. La escuela son las cuatro paredes de los centros más los espacios deportivos pero es mucho más que eso con ser eso importantísimo. La escuela es la vida en su totalidad: los autobuses circulando, los pasos de peatones, la frutaría de la esquina, el olor del café, el supermercado, la pescadería, el colorido de las frutas, la peluquería, el concesionario de coches, los aparcamientos, las aceras en general… La escuela es todo lo que nos rodea y los pequeños son conscientes de que eso es así porque salen con sus familias y tienen ojos para ver y ven.

         Aunque todo lo anterior sea cierto, la propia existencia de por sí no nos garantiza a nadie el conocimiento por ciencia infusa de esa enorme cantidad de elementos que están cumpliendo su ciclo vital junto a nosotros. Su conocimiento, su inclusión en nuestra vida y la interrelación que mantengamos con ellos depende directamente de la manera que se nos permita relacionarnos con ellos. Y eso pertenece en gran medida a las decisiones que adopte la estructura escolar, aunque no sólo. Este tiempo de primavera que coincide también con que es el último trimestre y en general el más grato desde el punto de vista climatológico, nos ofrece las mejores posibilidades para que los menores visiten la calle de forma ordenada, que no quiere decir en filas ni mucho menos, se sientan parte de ella y den rienda suelta a su curiosidad por conocer todo lo que encuentran a su alrededor. Ya el simple hecho de callejear en grupo significa un importante estímulo para todos porque hay que saber que en educación, como en tantas cosas, uno más uno no son solo dos sino mucho más. Todo lo que se ve estará en boca de todos y cada uno lo tratará a su manera y en función de su experiencia previa.

         Es verdad que tampoco hay que perder la cabeza y estar a todas horas en la calle de modo que los pequeños lleguen a perder la noción de cual es su verdadera escuela. Alguna vez nos ha pasado que hemos perdido el son y hemos tenido que echar marcha atrás para no sacar las cosas de quicio. Me parece que un día a la semana puede ser suficiente para diversificar las salidas y al mismo tiempo no perder de vista que la escuela es nuestro punto de referencia del que partimos y al que tenemos que volver en todo momento. También conviene recordar que no se trata de salir por salir sino que cada salida, con su parsimonia correspondiente, debe ser como una esponja para los pequeños en la que deben introducir como si se tratara de un cofre, toda la información que la actividad nos da de sí, que un día puede estar relacionada con los elementos que miramos, pero que otro la verdadera lección es la información que nos llega de la boca de nuestro compañero, que puede ser tan rica como el precio al que hoy se venden los boquerones y que sin la salida no hubiéramos obtenido porque no hubiéramos disfrutado de esos momentos de intimidad imprescindibles para que surjan las confidencias.


         También conviene saber que aunque los libros de texto están diseñados para que una serie de temas que se consideran fundamentales sobre determinadas materias estén desarrollados allí, de ninguna manera significa que la vida se agote en un libro de texto por completo que sea. Es más, sería pretencioso pensar que fuera de los libros de texto no existe la vida. Muchas veces es al contrario y se hace imprescindible pasar de los libros de texto y mirar directamente a las cosas y a las personas que nos rodean que son sin duda ninguna fuentes vivas de información sobre nuestra propia vida y nuestra relación con ellos, una cátedra permanente de conocimiento y de madurez que se llama experiencia y que casi siempre es insustituible, sin menosprecio del valor de los saberes prefabricados en los libros de texto. Por tanto, a por la vida sin miedo alguno y con la confianza de que el contacto directo lo que nos va a dar es madurez y cultura que, de no ser por él, nos quedaríamos sin ella.