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domingo, 30 de agosto de 2015

RECOMPOSICIÓN


         A estas alturas del verano las costumbres que los pequeños tenían adquiridas del curso que terminó en junio se han deshecho como un azucarillo en un vaso de agua. Para mal y para bien, este desorden que significa el verano se ha adueñado de todos y empieza a echar raíces de modo que hemos logrado una suerte de ritmo de vida en el que logramos identificarnos. No sé si debemos entrar en el significado de este nuevo universo que se nos ha colado. Quizá ni siquiera valga la pena. Sólo dejar dicho que al final las costumbres, malas o buenas, parece lo de menos. Lo que importa es que terminan por doblegarnos y logramos sobrevivir en cualquier estructura de comportamiento. Nos sobreponemos a los espacios y a los tiempos más hostiles.

         Pero no hay mal ni bien que cien años dure ni cuerpo que lo resista y cuando empezábamos a identificarnos con este caos veraniego que a veces nos dispersa y otras nos quiere hacer ver que también el orden es posible  fuera de las estructuras, de nuevo se nos avisa que de la próxima semana comienza de nuevo aquel ritmo perdido y tal vez olvidado por muchos y hasta nunca conocido por los más pequeños. Puede que para los adultos no suponga más que una vuelta a la normalidad conocida ya de muchos años  pero los menores viven como en otro planeta porque para ellos no hay historia que los haya fijado a ninguna costumbre sino que es en este momento en el que precisamente se están imprimiendo en sus mentes esos surcos que vemos cuando se nos muestra un cerebro en vivo y que almacenan millones de experiencias acumuladas y ordenadas en estructuras de comportamiento que se traducen en culturas que nos definen y nos diferencian según la época en que vivamos y el lugar del planeta que habitemos.

         Los grandes poderes publicitarios  martillean sobre el problema que va a suponer ahora, una vez que Agosto termina, coger de nuevo las rutinas de la vida, dando la imagen que dichas rutinas son una especie de desgracia que nos vemos obligados a asumir, una vez que se nos fuerza a abandonar el supuesto paraíso que significan las vacaciones. Un conjunto de tópicos cuya finalidad supongo que va encaminada a promover las ventas de otoño a base de argumentos ficticios o agrandados  para que las novedades propias del cambio de vida se conviertan en motivos suficientes que muevan a la compra del conjunto de elementos diferenciales que van a ser referentes en la nueva época que entra. Sin negar la base de verdad en la que se fundamentan estos nuevos mensajes con destinos prefijados de antemano sí considero correcto que nos demos cuenta de los intereses que circulan por debajo del juego de presiones con el que se nos intenta presionar para que no nos convirtamos en muñequitos de feria que se mueven en una dirección u otra en función de los intereses que presionen en cada momento.


         Los cambios que ahora deban producirse, y que se producirán de hecho, no tienen por qué significar ningún cataclismo para nadie. Sencillamente la vida nos ofrece una serie de propuestas vitales que según en qué momento nos van a hacer manifestar determinadas capacidades u otras pero la principal va a ser la de adaptación que somos capaces de ejercer y que en su ejercicio nos enriquece y nos hace más maduros, más personas. Seguramente es nuestra capacidad de adaptación la que más nos interesa destacar porque significa la más meritoria y la que más nos define como personas. De modo que fuera miedos ni dudas demasiado acusadas y a darnos cuenta de que podemos con casi todo lo que nos llega aunque muchas de las novedades no las entendamos del todo y a tirarnos a la vida día a día y a ejercer el hermoso oficio de la adaptación a situaciones cambiantes que nos hacen crecer en la medida que nos esforzamos por resolverlas y sobrevivir dentro de ellas. Con ese empeño los pequeños verán ejemplos de comportamiento en sus seres queridos que les marcan los caminos idóneos para su evolución como seres sociales que han de incluirse dentro del conjunto al que damos en llamar sociedad.


domingo, 23 de agosto de 2015

VERDAD


         A estas alturas de la vida se hace difícil creer en la pureza en ninguno de los órdenes de la vida. Cuando se trabaja con pequeños sabemos que es imposible que te crean algo de lo que les aportes que no sea de verdad. Y sin embargo cada día más son los mayores los encargados de acompañar a los pequeños durante más horas al día y de ser los familiares más cercanos por los problemas derivados de las jornadas laborales a que se encuentran sometidos sus padres. Parece una contradicción pero en la práctica no hay tal. Los pequeños escuchan cualquier cosa que se les diga y hasta pueden dejar entender que le hacen caso y que actúan en consecuencia, pero si un pequeño detecta que lo que se le ordena no va acompañado del comportamiento de quien se lo ordena, no tendrá la menor duda de que debe pasar de lo que se le ha dicho y hará caso a lo que vea de verdad en el comportamiento de quien se lo esté diciendo.

         Con demasiada frecuencia funcionamos a base de hacer lo que yo os diga pero no hagáis lo que yo haga y esto casi de manera cotidiana porque una cosa es sembrar y otra dar trigo. Con los pequeños, con inusitada facilidad nos comportamos como si fueran tontos. No nos damos cuenta de que no tiene nada que ver el ser pequeño con el ser tonto. Con toda facilidad entienden que les ofrecemos un conjunto de normas y les pedimos que las cumplan pero nosotros las ignoramos por completo. Sin solución de continuidad ellos van a pasar por completo de lo que les contamos, que les va a sonar a milongas y se van a comportar como nos ven comportarnos a notros. La influencia de cualquier persona de referencia sobre un menor es alta, muy alta, puede que incluso determinante pero no en relación directa a lo que el mayor pretende del pequeño sino en relación a lo que el pequeño recibe verdaderamente del mayor. La relación se mueve, por tanto, como en dos planos: el formal o aparente y el real o efectivo y verdadero.

         Podríamos poner miles de ejemplo del acontecer cotidiano para ilustrar lo que decimos aunque pienso que quien lea estas líneas estará de acuerdo con lo que se dice y tendrá de su propia relación miles de ejemplos que la ilustren. A título de muestra ahí van algunos. El maestro que entra en la clase y a voz en grito les ordena a los pequeños que hablen bajito porque si no no nos oímos unos a otros. Que hay que procurar aficionarse a la lectura  y leer cada día cuando los pequeños lo están viendo que  jamás lee. Que hay que respetar la opinión de los demás cuando el propio maestro es el que en todo momento dictamina cómo han de ser las cosas en clase y no atiende ninguna sugerencia de ningún alumno. Este conjunto de incongruencias forman un cuerpo de falsedades que son entre las que se desenvuelven los pequeños cada día y dan como resultado que los responsables adultos viven en una onda y los pequeños se mueven en otra. Pero los pequeños necesitan de la influencia de los mayores porque no conocen el mundo y tienen que aprenderlo de los que tienen cerca.


         Entonces sucede un fenómeno muy sencillo aunque muy desdichado. Los pequeños están asumiendo lecciones de los adultos sobre cómo han de comportarse en la vida, pero no son lasque los adultos les dicen cada día sino sobre las que ellos ven en sus comportamientos reales. Si ven a los adultos gritar, digan lo que digan aprenderán a gritar, si los adultos son violentos con ellos, digan lo que digan aprenderán a ser violentos. Si los adultos les dicen una cosa y hacen otra, los pequeños aprenderán a mentir de manera sistemática. Hay que ser muy humilde, por tanto para permanecer con un pequeño y saber que sólo lo que somos de verdad es lo que les transmitimos y que los sermones tienen un recorrido muy corto en educación porque sólo vale lo que somos de verdad. Que los niños necesitan de nosotros lo que somos, no lo que decimos que somos.


domingo, 16 de agosto de 2015

COMEDORES


         En los cinco años de vida que atesora en sus entrañas este blog, por lo menos en cinco ocasiones ya he tocado desde ángulos diferenciados el tema de la alimentación infantil. Hoy quiero volver sobre él porque parece como si estuviéramos escribiendo o contemplando la historia hacia atrás. El simple hecho de comer en un país como España muchos pensábamos que ya estaba superado afortunadamente y que todo el mundo tenía un plato de comida que echarse a la boca por lo menos, por más que las desigualdades persistieran y la lucha por conseguir mayores cotas de justicia y bienestar también. Han tenido que volver los conservadores al gobierno para demostrarnos que no hay nada irreversible y que, en el tema de la comida, que es el que queremos comentar, hemos vuelto a bastantes años atrás en donde una de las preocupaciones esenciales consistía en que cada niño tuviera un plato de comida cada día.

         Me interesa recordar específicamente  cuando se puso en marcha el comedor del Polígono de Cartuja en Granada y a su frente animamos y aceptó ponerse  nuestro compañero Pepe Quintero, quien con un enorme esfuerzo personal fue logrando que uno a uno, los niños del barrio se fueran convirtiendo en  usuarios del comedor y las familias abonando la mínima cuota que se les exigía, no tanto para que pagaran los costes, muy superiores a su aportación, sino para que se sintieran involucrados en el proyecto. También dimos cuenta de que nuestro compañero Pepe Quintero, después de haber logrado con mucho trabajo que el comedor se llenara de usuarios y de que su funcionamiento mantuviera aceptables cotas de funcionamiento y disciplina decidió volver a su clase y trabajar con su grupo de alumnos. El comedor entonces pasó a manos municipales quienes eliminaron la pequeña cuota buscando mayor interés social.  De responsables pusieron a personas al margen del proyecto educativo que se estaba llevando a cabo en el barrio. Al poco tiempo del cambio ya era fácil acercarse al comedor y darse cuenta del chillerío en el que se había convertido así como ver en cualquier momento los trozos de pan y las manzanas volando de una punta a otra con relativa facilidad.

         Si alguien pretende interpretar por lo que escribo que estoy en contra de los comedores sociales y gratuitos se puede dar con un canto en los dientes porque no es verdad. Lo que sí digo, lo he dicho siempre y lo mantengo es que la primera comida y la más importante que necesitamos es la de la educación y que cualquier servicio social que se precie tiene que conseguir que llegue a quien lo necesita pero sobre todo que los afectados por la necesidad de que se trata lo valoren y se conviertan en agentes defensores y difusores de ese servicio público, sea un comedor escolar, sea un centro de salud, una biblioteca o cualquier otro. Como hemos vuelto atrás de manera escandalosa y denigrante se han puesto de moda los centros privados benéficos en los que se reparte ropa y comida para quién no dispone de lo mínimo para salir adelante y la izquierda, en ver de reclamar justicia y servicios sociales públicos suficientes, parece que asume el estatucúo al que nos han devuelto las políticas conservadoras y tendremos de nuevo como Sísifo, que cargar la piedra del mundo a las espaldas y subir de nuevo la cuesta del progreso, tan ardua siempre, tan ingrata y tan frágil.


         Que la gente coma es urgente como que disponga de una escuela para los pequeños o un centro de salud cerca de su casa pero más importante que todo eso es que se dé cuenta de lo importante que son todos estos servicios y que, una vez que se disponen de ellos hay que defenderlos como un tesoro y luchar para que nadie se atreva a ponerlos en cuestión como está pasando para nuestra desgracia y con añagazas nos los vaya convirtiendo en instituciones privadas que empiezan a justificarse con el viejo truco de la mayor eficacia y que al poco tiempo, como también estamos viendo, terminan convirtiéndose en negocios lucrativos y preocupados por la rentabilidad para sus propietarios antes que en la utilidad para los ciudadanos. 


domingo, 9 de agosto de 2015

BLABLACAR


         En un par de ocasiones mi hija mayor, Alba, ha apetecido viajar, en realidad a ella siempre le apetece viajar pero ha tenido que esperar a sus vacaciones para poder permitírselo, hasta Tarifa, unos 400 kilómetros desde Granada donde reside. Me ha contado que ha hecho uso de Blablacar y eso le ha permitido la primera vez costearse el combustible de su coche y la segunda unos eurillos de beneficio. Yo, aparte de reirme de lo de Blablacar, sistema de viaje que no conocía y cuyo onomatopéyico nombre me ha resultado pintoresco y su contenido un buen sustituto de aquel militante autostop de los años sesenta, me ha venido al pelo para continuar con mis reflexiones sobre la primera infancia, que es lo que casi siempre tengo en el coco.

         No sé por qué he asociado el nombrecito de marras con el nacimiento del lenguaje hablado. Los primeros sonidos que se suelen escuchar en las personas son los que técnicamente se llaman balbuceos.  Bilabiales, bien sordos en el caso de papa o sonoros en el caso de baba y son simples porque solo consisten en dejar pasar el sonido entre los labios en el momento en que se abren. Viene a suceder alrededor del año y es la primera fiesta auditiva familiar. Propiamente no ha pasado nada mas que una simple casualidad  pero basta para que la familia monte un acontecimiento y ofrezca a los pequeños un significado concreto a esos sonidos casuales y terminen teniendo una intención y siendo a la vez motivo de ánimo para otros  siguientes y, en definitiva, para el nacimiento del lenguaje hablado, ese hermano pequeño de lo que luego se estudiará cada curso como materia troncal una vez que la estructura educativa lo aleje inexplicablemente de sus raíces y de sus fundamentos sonoros que curiosamente son su razón de ser.

         La otra conexión que da motivo a este texto es la presencia de mi nieta África en visita familiar con su padre y sentada en el suelo del salón en el que gatea a placer y en el que de un día a otro terminará por erguirse y andar sencillamente, una vez que han pasado los primeros minutos de adaptación a las presencias familiares menos cotidianas. Hace ya unos meses que salieron sus primeros balbuceos bilabiales y ahora se encuentra inmersa en ese mar de sonidos que la boca y la lengua son capaces de emitir y aprenden a base de repetir incansablemente , que no dicen nada concreto a la vez que están  hablando en todos los idiomas del mundo. Resulta un poco exagerado pero responde estrictamente a la verdad. Cualquier familia de cualquier parte del mundo centraría su comunicación con el pequeño a partir de esta capacidad y a la vuelta de un año más o menos tendríamos a ese pequeño comunicándose con normalidad en cualquier idioma posible sin mayor inconveniente. Todos los sonidos del mundo son parecidos. Sólo cambian las combinaciones y los pequeños son capaces de realizarlas atendiendo a como lo hacen los adultos que los rodean y complementándolos con la gestualidad de cada cultura y ya tenemos la comunicación a la orden del día.


         No sería capaz de explicar la asociación de ideas que me ha llevado de un lugar a otro pero a ambas secuencias  les he debido ver algún tipo de relación para traerlas aquí y hacerlas presentes a vosotros en un mismo artículo. Puede que el elemento onomatopéyico tenga alguna responsabilidad, quizá también la gracia, según mi criterio, de los sonidos de una y otra…, no sé. Lo que sí quiero dejar como colofón de hoy es que no tengamos ninguna prisa porque los pequeños digan palabras de nuestro idioma y permitámosles que disfruten a placer de su blablablá maravilloso con el que ensayan todos los idiomas del mundo, antes de que inevitablemente la cultura les fuerce a centrarse en una lengua concreta que, a la vez que les va a llevar a su conocimiento, les va a obligar al mismo tiempo, a alejarse de todos los demás. No hay nada en la vida que nos salga gratis y hay precios que deberíamos pensarnos un par de veces para ver si nos merece la pena pagarlos.


domingo, 2 de agosto de 2015

INTEGRADOS


         Hemos repetido de muchas maneras  que tantas  vacaciones no nos parecen aconsejables para los pequeños. Que hay demasiado espacio entre el último día de clase y el primero del próximo curso, para el que todavía  falta un mes. Que terminan por disociar los dos estilos de vida y que sufren verdaderos traumas para asumir los nuevos porque ya han desconectado del  que tuvieron el curso anterior. Que las personas terminamos por adaptarnos a casi todas la situaciones pero que eso no significa que no pudiera haber maneras de distribuir el tiempo más acordes a la evolución afectiva y que no parezcan dos compartimentos estancos y en muchos casos hasta contrapuestos.

         Visto que esta es la realidad más frecuente y que hay toda una manera de vivir en la que se desenvuelve la familia en época veraniega, quizá no esté mal dilucidar lo que podría ser mejor para los pequeños, una vez que han de vivir con todos los miembros de la familia y que no disponen del paraguas ordenado de la estructura escolar que los proteja. Los pequeños suelen ser esos seres que condicionan la vida de los demás  y que siempre andan por medio sin que nadie sepa muy bien qué hacer con ellos. No es raro encontrarlos de mano en mano sin orden ni concierto y más bien incordiando a unos y a otros porque ninguno sabe muy bien qué es lo que puede hacer con ellos y dónde localizarlos para que cumplan alguna función y desarrollen un papel en el conjunto. No es difícil encontrar una secuencia ordenada para la familia durante el veranos siendo así que todo el orden que conocemos está como en otro sitio y desarrollando una serie de actividades que están fuera o al margen de las que se desarrollan en periodos vacacionales.

         La idea de que los pequeños son miembros del grupo como cualquiera otro sea la primera piedra de convivencia que todos deben asumir desde el primer día. Con la única diferencia en todo caso que mientras los miembros mayores son capaces de valerse por sí mismos, en el caso de los pequeños tienen que estar en cada momento bajo o cerca de la mirada vigilante de alguno de los mayores del grupo porque no pueden valerse en todo momento por ellos mismos. Al mismo tiempo hay toda una serie de actividades, limpieza, comida, sueño, que son un tanto específicas de los pequeños y que se producen en tiempos distintos de los mayores lo que viene a reforzar la idea de que un adulto, el mismo o distinto según los casos, debe responsabilizarse de asumir esas atenciones diferenciadas del resto para que se sientan integrados en el conjunto. Si estas atenciones se cubren con la diligencia debida no estaría de más que, una vez resueltas, los pequeños pasaran a formar parte de las secuencias del grupo y se les pudiera ver en los mercados acompañando a quien tenga que hacer la compra, lo que les va a servir como magnífica fuente de relación social con los vecinos así como escuela de conocimiento sobre ingredientes y elementos que integran las necesidades alimenticias cotidianas, a la vez que se sienten miembros de su familia.


         Hay horas en las que es algo más fácil ofrecer una actividad como pueden ser aquellas en las que el resto de los miembros se solazan con el agua y con las sombrillas. Conviene entonces estar pendiente de la seguridad,  de los cuidados sobre la exposición al sol en exceso o de tener cerca de ellos una botella con agua para que de vez en cuando no les falte un sorbo, cosa que fácilmente se les va a olvidar porque ellos van a estar pendientes del juego sobre todo. Las comidas de mediodía pueden ser comunes sin mucho problema y sólo hace falta que un adulto se preocupe del cuidado y del orden de los pequeños para que su alimentación se produzca en tiempo y forma. Si las cosas se han hecho razonablemente bien podemos disponer seguramente de un buen rato de siesta reparador para todos y un grato paseo por la tarde, con lo que tenemos más o menos ordenado un ritmo de vida para estos tiempos sin escuela.