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domingo, 31 de enero de 2021

LOGÍSTICA

 


         En el momento que se explicó que la primera vacuna contra el virus estaba a nuestro alcance, final de diciembre, la noticia se vendió como un punto de esperanza al final de este largo túnel en el que el mundo se encuentra inmerso desde hace ya diez interminables meses. Hoy que termina enero, con cerca de 2 millones de dosis puestas y más de 200000 con los dos pinchazos exigidos y, por tanto, completamente inmunizados, ya hemos encontrado motivos suficientes para mantener la guerra en alto y hacer que el primer plano de cada mañana sea de amargura y desesperación. Estoy seguro, y hablo en primera persona, que no nos faltan razones. No hemos conocido una etapa tan negra en lo que tenemos de vida, salvando la desdicha de la guerra civil, de la que apenas quedan testigos vivos a estas alturas. Pero no me explico por qué nos emperramos en emponzoñar todo lo que nos está sucediendo, lo negativo, que está bien a la vista cada día, por negativo, pero el incipiente positivo, que asoma tímidamente la nariz, también.



         En todos los medios apareció Araceli, una enfermera de más de 90 años, natural de Guadix, Granada y usuaria de una residencia de Guadalajara, como primer punto de luz, lejano pero cierto, iluminando la larga noche de pandemia y de ruina que nos invade. Se empezó a vacunar a buen ritmo con vistas, según las previsiones del gobierno, a que para el verano pudiéramos haber alcanzado la inmunidad de rebaño con un 70% de vacunados para entonces. Reto difícil porque suponía varios meses más de espera cuando empezamos a dar señales de desesperación por la tardanza. Pero se ve que, una vez más, poco dura la alegría en la casa del pobre, fuimos capaces de encontrar argumentos para seguir la pugna que se sigue imponiendo, hasta el momento, con más fuerza que cualquier atisbo de esperanza. La provisión de vacunas se retrasó un día por problemas de la empresa suministradora y fue suficiente para desatar las iras contra el gobierno. Tampoco faltó la competición entre las comunidades sobre quién ponía más vacunas que las demás.



         Hoy llevamos un mes de vacunación, las empresas suministradoras han mostrado su verdadera cara buscando su beneficio por encima de cualquier otro objetivo, y vemos cómo intentan alargar el servicio comprometido con Europa, después de haber usado los fondos europeos para poner su producción en marcha, y se dedican a servir a países que les pagan cantidades mucho más altas por unidad. Israel está vendiendo ante el mundo su imagen de eficacia, una vez más, porque está vacunando más porcentaje de la población que nadie a los precios más altos mientras poca gente advierte que al mismo tiempo, los musulmanes con quienes conviven en los territorios ocupados no tienen acceso a esas vacunas que circulan orgullosas entre sus vecinos israelíes. Como todo transcurre entre empresas privadas no podemos soñar con que haya vacunas para todos porque será el dinero el verdadero dictador que diga quién se vacunará primero y quién tendrá que esperar.



         Europa se encuentra pugnando porque las empresas cumplan sus compromisos de servicio porque ya ha pagado, y no le falta razón. Tampoco falta razón a que cualquier persona a la que le afecte la pandemia, todos los habitantes de este mundo, deberíamos tener la misma oportunidad de lograr la inmunidad por la vacuna y no está siendo así ni lo va a seguir siendo en el futuro próximo. Este entramado de dificultades, bastante previsibles como algunos anunciamos desde el principio, vista la enorme envergadura del proceso de vacunación está siendo, una vez más, un nuevo argumento de pugna política implacable y a cara de perro, poniendo de manifiesto hasta qué punto nuestra capacidad de acuerdo se queda a bastante distancia de la de pugna y litigio, para la que cada día ofrecemos sobradas muestras. Por cierto, para completar el panorama, los aprovechados que se cuelan y reciben las dosis de vacuna antes de que les toque son una buena guinda que adorna nuestra imagen menos edificante y está a la orden del día.



domingo, 24 de enero de 2021

TÁCTICAS


         Hemos mencionado en alguna ocasión cómo, ni en los momentos más confusos, como es el caso de esta pandemia que atravesamos, las distintas opciones políticas, todas legítimas sin duda, aparcan sus intereses particulares para encontrar acuerdos comunes que tranquilicen a la gente a la que se deben y suavicen las angustias más agudas que no faltan nunca, mucho menos ahora. El resultado de la legítima punga se parece mucho a un gallinero en el que lo que más resalta al profano que mira es la gresca permanente, como si cualquier forma de acuerdo estuviera fuera de programa. Es cierto que en política, la crítica es el fundamento de la democracia en la que, por esencia, cualquier opción lleva en su discurso una parte de la verdad pero no cabe la menor duda que hay momentos, y este de plena pandemia es uno de ellos, en los que los que no militamos en primera línea, estamos en nuestro derecho de quejarnos de tanta chispa de las que saltan y nos caen encima a los que miramos el acontecer cotidiano con ojos de supervivencia día a día y no solo de confrontación.



         El comienzo de año lo hemos comenzado en España con todos los indicadores en contra y con una curva de infección en el pico más alto conocido, por tercera vez. Esperamos angustiados que de un momento a otro, la curva se estabilice y comience e descender, aunque tenga que ser con la desesperante lentitud que ya lo ha hecho en las dos ocasiones anteriores, y seguramente así será porque así lo dice la estadística pero es que el tiempo pasa,  las fuerzas se terminan agotando y uno empieza a darse cuenta de que es la vida la que está pasando al mismo tiempo y son ya diez meses de espera de no sé qué los que llevamos ya en el cuerpo los que resistimos mal que bien y no encontraos en los discursos políticos que se tiran a la cara unos y otros como si fueran guijarros los que dejan de traernos algún consuelo por la situación hostil que ciertamente atravesamos y que cada día necesitamos con más urgencia.



         Estoy seguro que, aparte de consideraciones pegadas a la realidad de cada día que hacen aflorar las distintas maneras de ver los mismos problemas que compartimos, existe una falta de cultura política o de educación para la discrepancia. Inevitablemente me sale mi vena de maestro que ya ha agotado su tiempo oficial de servicio a la sociedad y que ha vivido hasta la extenuación las particularidades de la convivencia con los menores y que se da cuenta cada día de que nuestros líderes levantan la voz por cualquier causa, plantean debates maximalistas que no encuentran cauces de salida desde su mismo planteamiento o manifiestan actitudes intransigentes que solo permiten irritar continuamente el discurso imprescindible, pero no alcanzan la madurez de conseguir puntos de salida que permitan al cuerpo social respiros parciales y no mantenerlos en todo momento en un grito, cosa que es de todo punto imposible.



         No sé en qué momento, ni los muertos y el desamparo que necesitamos dejar en el camino, pero tenemos que terminar asumiendo cosas tan básicas como que el que no piensa como yo no tiene por qué ser mi enemigo, que sus posiciones ideológicas, tan lejanas de las mías, encierran una carga de verdad que yo no comprendo pero que tengo que aprender a aceptar con la mima naturalidad que acepto que amanece cada mañana, que la VERDAD no existe ni con pandemia ni sin pandemia y que convivir es el derecho a discrepar, porque no todos pensamos lo mismo, pero también es la obligación de encontrar acuerdos porque no se trata de encontrar la VERDAD, que no existe, sino ir elaborando pequeñas verdades cada día que nos permitan resolver nuestras discrepancias y no tener que pensar que para que cada uno viva se vea como imprescindible que nuestro vecino no. Tenemos ejemplos en la historia que nos manifiestan reiteradamente a dónde nos conducen las actitudes maximalistas y excluyentes. Siempre echo de menos la ausencia de una signatura troncal que se llame convivencia. Hoy la necesitamos con mucha urgencia. 

 

domingo, 10 de enero de 2021

INMOVILIZADOS


         El 14 de Marzo de 2020 España tenía una seria de problemas como cualquier otro país de nuestro entorno, más el de la coalición de gobierno recién creada que logró salir adelante con una mayoría suficiente. Las fuerzas de la derecha decidieron, valiéndose de sus argumentos peregrinos, que tal gobierno era legal pero no legítimo. Con ese planteamiento decidieron atacarlo sin piedad desde el primer día, en el convencimiento de que podrían derribarlo. De repente el gobierno decide decretar el Estado de Alarma como mejor forma de combatir el COVIT 19, que ya era una realidad. Desde aquel día la legitimidad del gobierno se ha venido discutiendo, sencillamente porque no se soporta que pueda estar sustentado parlamentariamente por las fuerzas de izquierdas. La derecha promueve que su representatividad, que nadie discute, vale más que otras representatividades, presentes en el Congreso por el mismo procedimiento que el de ellos. Como si fueran ellos y no los votos de los ciudadanos los que deciden quién debe estar y quién no o que haya representantes que sean más legítimos que otros.



         Con ese tira y afloja se nos ha ido el primer año de gobierno y han sido el virus y sus consecuencias los que se han llevado el grueso del discurso político, aunque el tono bronco innecesario no ha faltado en ningún momento. Hoy 10 de Enero de 2021el discurso ha cambiado radicalmente, sencillamente porque la mitad de España ha aparecido con un manto de 50 centímetros de nieve y promete terminar de nevar a lo largo del día de hoy, pero mantener las heladas toda la semana próxima. Lo que no terminaban de lograr, porque la pandemia lo necesitaba, que los ciudadanos nos mantuviéramos en nuestras casas salvo casos indispensables, parece que lo está consiguiendo la nieve que, aparte de la belleza de la estampa blanca y del corte de 20000 kilómetros de carreteras, está logrando que entendamos que hay que confinarse, aparte de para combatir al virus, ahora por la dificultad añadida de movernos entre la nieve helada, que hacía por lo menos 50 años que no habíamos visto.



         Parece que la mejor manera de que un problema se resuelva es ponerle encima otro más gordo. Es evidente la enorme dificultad que representa desenvolverse en medio metro de nieve y con temperaturas bajo cero, pero no deja de tener interés darnos cuenta de que ya llevamos algo más de 24 horas sin tirarnos los trastos a la cabeza como si el manto blanco bajo el que nos moveremos durante los próximos días nos sirviera al mismo tiempo como calmante de nuestro exacerbado ánimo, que necesita un poco de paz y asumir algo tan simple como que dos y dos son cuatro, que en política significa que la mayoría que sustenta un gobierno no depende de que lo diga nadie que no sean los votos de los ciudadanos, que son la verdadera fuente de legitimidad. De paso tampoco estaría mal que asumiéramos que quien no piensa como yo no es mi enemigo, sino mi adversario pero tan ciudadano como yo.



         A lo largo de mi vida he pisado nieve suficiente como para, sin quitarle un ápice de belleza, tenerle un nivel importante de miedo, porque significa una dificultad para desenvolverse de primera magnitud. Si encima, como parece, las temperaturas van a mantenerse suficientemente bajas como para que todo ese manto se endurezca y permanezca entre nosotros varios días hasta que se termine convirtiendo en agua, sé que la vida no va a ser fácil durante el tiempo que esta situación dure. De todas formas no quiero ser derrotista y prefiero animar a unas y a otros a que, aprovechando este cúmulo de penalidades que se nos acumulan, pudiéramos bajar un poco la presión política y nos volcáramos en resolver los problemas que nos agobian y nos demos cuenta de que no hace falta que nos amarguemos la vida artificialmente con nuestras exageraciones, que ya se encarga la vida por sí misma de complicarnos la lucha de cada día. Un poco de luz, por favor, ahora que tenemos tanto blanco a nuestro alrededor.  

 

domingo, 3 de enero de 2021

REALIDAD

 

         Levantarse cada mañana con los estímulos que comentábamos la semana anterior cambia por completo la manera de ver la vida. De hecho ya estamos aplicando al año recién estrenado una serie de adjetivos positivos, incluso entusiastas que, indiscutiblemente tienen su fundamento, pero que se encuentran muy lejos de la realidad que palpamos. Hemos vivido el privilegio de conocer a Araceli Hidalgo que, con sus 96 años, nos ha infundido ánimo mientras ofrecía su brazo para que le inyectaran la primera vacuna. Eso no se puede discutir y es radicalmente estimulante. Pero han empezado a pasar los días y vemos que el mismo proceso de vacunación es muy difícil por la propia complejidad física del transporte y manipulación de la primera vacuna disponible Pfizer. Mucho más si tenemos en cuenta que la influencia de las navidades han acuñado una frase que resulta cruel, pero que me parece cierta en España preferimos festejar a salvar vidas. A modo de ejemplo, en diciembre han muerto 6000 personas por causa del COVIT 19 que, con ser muchas menos que en los peores momentos en los que llegamos a acercarnos a los 1000 diarios, debiera resultarnos insoportable.



         Y es que, sin ser mentira los estímulos positivos que nos han  vendido con la llegada de la primera vacuna, no es menos cierto que las curvas de contagio siguen subiendo como producto de los incumplimientos de las normas durante estas fiestas que no terminarán hasta el miércoles día 6 con la cabalgata de reyes. Al comienzo habíamos bajado dolorosamente la curva de los 200/100000 y en el día de hoy acariciamos los 300/100000 y subiendo y no parece que nos escandalicemos demasiado. Es verdaderamente dramático ver con la facilidad con la que sube la curva de contagios y los sudores que nos cuesta bajarla. Al final eso significa muertos que se van quedando en el camino y que nos acusan más porque cada día sabemos mejor cómo combatir el virus y, por tanto, somos más responsables si no lo hacemos.



  Con el estímulo positivo entre manos, antes de entonar cualquier nota de victoria, ya podríamos mirar a los ojos la realidad y concentrar nuestros esfuerzos en bajar la curva de contagios lo más cercano al 0 posible, como llegamos a lograrlo a final de junio del año pasado y colaborar con nuestro esfuerzo al efecto benefactor de la vacuna, que es indudable desde el primer momento pero que no nos va a permitir relajarnos hasta que pasen bastantes meses, que será, eso esperamos, cuando más de la mitad de la población se encuentre debidamente vacunada y logremos la tan ansiada inmunidad de grupo. Las previsiones teóricas nos dicen que sobre mitad de año podemos haberlo conseguido y ojalá sea así, pero hay que irlo viendo paso a paso. Puede ser y hay datos que lo avalan, pero no faltan complicaciones como la aparición, por ejemplo, de la cepa británica, que son palos en las ruedas del camino de salida, que nos pueden complicar y mucho la solución.



         Suponiendo que la solución se alcance más o menos en el tiempo previsto, hacia mitad de 2021, qué nos encontramos entonces. Pues un mundo que se va a parecer poco al que abandonamos allá por marzo de 2020 porque habrá que afrontar una enorme reconstrucción social y económica como si acabáramos de salir de una guerra. Los mejores augurios nos dicen que no alcanzaremos los niveles previos, por lo menos hasta el 2022 con mucha suerte. Pero es que lo de volver a la normalidad, que ojalá consigamos, desde luego no tiene por qué ser a la que dejamos. En medio han pasado cosas, hemos visto nuestras fortalezas y también nuestras debilidades. Eso debería enseñarnos que se puede y se debe aprender porque no estamos inmunes de que cualquier otro fenómeno imprevisto, aunque no tenga por qué llamarse COVIT 19, nos pueda alcanzar de nuevo y nos debería encontrar con la guardia alta y las debilidades mejor cubiertas y no con la cara de lelos que nos encontró la que tenemos encima.