Seguidores

domingo, 27 de febrero de 2011

INTEGRACIÓN

La principal grandeza de una escuela es la de tener grupos de personas de la misma edad juntos. Comprendo que es poco grandilocuente y que se trata de algo sencillo, tal vez demasiado sencillo. Pero después de tantos años de trabajo estoy empeñado en ser lo más honesto posible conmigo mismo. Por eso no quiero desbarrar ni buscar argumentos enrevesados que vengan a darle realce a una afirmación que se sostiene por ella misma y que se encuentra al alcance de todas las entendederas.


Sé que hubo un tiempo en que los niños se agrupaban con los niños y las niñas con las niñas. Hubo otro tiempo en que los blancos tenían que estar con los blancos y los negros con los negros. Hoy mismo, sin ir más lejos, hay mucha gente empeñada en poner a los listos con los listos y a los tontos con los tontos. Y cada uno de los que pensaron y piensan esas cosas tienen sus razones perfectamente lógicas que yo no quiero entrar a discutir porque me he pasado la vida discutiendo y ahora tengo una profunda pereza de ponerme a perder el poco tiempo que me queda, que es cada día más precioso y que estoy comprometido conmigo en aprovecharlo lo mejor posible. Es como una especie de ardor que me sube de los pies a la cabeza y que me empuja a mirar la almendra de las cosas y pasar de las zarandajas.
Un grupo de tres niños y tres niñas de 10 meses, por ejemplo, con una niña ciega, con un negro, una china y alguno cuya familia la forma un solo adulto es incomparablemente más rico que cualquier otro grupo de la misma edad con un nivel de inteligencia similar, un color de piel, sea el que sea, y una situación social y económica semejante.
Sé perfectamente que la mera composición no es gran cosa por sí sola y que depende después de mil factores: persona que está con ellos, espacio en el que se desenvuelven, las familias concretas que los traen y los llevan…. Todos estos factores van a ser agentes activos con poder suficiente para que las vidas que empiezan se conviertan en fuentes de aprendizaje o en factores de frustración, pero quiero destacar que ya el hecho mismo de la composición determina en gran medida lo que va avenir después.

Cuando hablamos de integración sabemos que hay que tener e cuenta que cada problemática personal tiene unas dificultades concretas y deberá disponer de unas propuestas de trabajo específicas para lograr el mejor desarrollo posible de cada persona. Esto es verdad y no cabe duda al respecto. Pero quiero destacar especialmente el hecho de la diversidad como factor de riqueza porque tal vez es el que menos se destaca y sin embargo considero que es el fundamental. Recuerdo aquel refrán de NO ME DES PAN, PONME DONDE HAYA.


Y es que Don Perogrullo, ese que a la mano cerrada la llamaba puño, todavía tiene mucho que enseñarnos y nosotros mucho que aprender de él. Y pasa el tiempo y creo que cada vez más. Las tecnologías se complican por momentos pero el sentido común se hace cada vez más necesario y mas raro a la vez.

domingo, 20 de febrero de 2011

DISCAPACIDAD

Nacemos de todos y cada uno somos un mundo. Todo esto es verdad, pero siempre desde parámetros de lo que llamamos normalidad. Siempre encontraremos que nuestro hijo no es tan guapo como el vecino o que nuestra hija es más bajita que la de enfrente, pero nos iremos conformando con el tiempo y a medida que los vayamos conociendo e identificando.

Otra cosa muy distinta es cuando me voy dando cuenta con el paso del tiempo que no ve, o no oye, o no sujeta la cabeza, o tiene los ojos achinados, o no me mira y parece perdido… Será mas pronto o mas tarde, dependiendo de nuestra experiencia o de nuestra perspicacia, cuando nos demos cuenta de que algo serio tiene nuestro retoño que lo va a definir de por vida y que se sale de lo que se entiende como normal. Es entonces cuando el martillo pilón de la vida nos estampa un mazazo seco en la cara y nos deja de una pieza. Lo primero es la sensación de nuestro fracaso personal, nuestra incapacidad para ofrecer a la vida un hijo sano. Lo segundo es hundirnos en la miseria de la depresión. Y los días pasan que vuelan sin que muchas veces reaccionemos con la celeridad necesaria y empezamos a perder un tiempo precioso para entender lo que nos ha pasado y para empezar a trabajar en la dirección que beneficie al recién nacido por encima o por debajo de nuestras vivencias interiores.
Y es que hace falta entender que nuestros hijos no son nuestros. Son nuestra responsabilidad pero ellos y nosotros nos debemos a la sociedad en la que vivimos. Probablemente cuesta entender esto, sobre todo cuando nuestro fruto vemos que ha nacido con deficiencias importantes y nos sentimos por los suelos. Pero es justamente entonces cuando esta idea es mas necesaria. Primero para saber lo antes y lo mejor posible, el alcance del problema con el que ha nacido nuestro hijo. Y en segundo lugar para encontrar lo antes posible la mejor forma de tratar su desarrollo en la conciencia de que cuanto antes seamos capaces de asumir lo que tenemos entre manos y nos pongamos manos a la obra, mayores y mejores efectos vamos a conseguir en su beneficio.

Con frecuencia la reacción es esconder y escondernos el problema como si con esa actitud lo estuviéramos conjurando para que desaparezca. Sobre todo perderemos un tiempo precioso porque cualquier tratamiento a seguir necesita que sea cuanto antes. Con todo el dolor o la sensación de fracaso que se nos venga encima, pero tenemos que ser conscientes de que nuestro hijo depende de nosotros pero se debe a la sociedad y es ella, con nuestra incansable dedicación, la que tiene que articular la mejor fórmula de vida para él. Ya ha pasado el tiempo de enclaustrarnos con nuestro problema y hacer que el ser que nos ha llegado se desenvuelva en una jaula de oro bajo nuestro cuidado pero fuera del mundo.


Es fundamental nuestra reacción rápida y lo más desapasionada posible, sobre todo en beneficio del recién nacido. Eso no quita que, a la vez, podamos sufrir todo lo que queramos, pero procurando que nuestro sufrimiento o nuestro complejo no interfiera en las posibilidades de recuperación de nuestro hijo

domingo, 13 de febrero de 2011

ENTRE IGUALES

Cuando se piensan en personas de pocos meses de vida, no es extraño que susciten ternura, afán de protección y conciencia de que son muy indefensos. Estos son los mecanismos que usa la naturaleza para que al recién llegado no le falten los cuidados necesarios. Pero la sensación no deja de ser un espejismo. Cada persona dispone de mecanismos de supervivencia suficientes como para cumplir su misión en la vida desde el lugar en que se encuentra. Un recién nacido no es tan indefenso como parece.


Los que hemos defendido desde hace más de 30 años que, cuanto antes, los niños donde mejor se educan es en contacto con otros niños, a veces hemos parecido ogros despiadados y faltos de la imprescindible sensibilidad afectiva. Es posible. Pero para no tener sensibilidad, algunos hemos pagado el precio de nuestra vida laboral en contacto con estos seres recién llegados y de ellos hemos aprendido algunas cosas. Ahora que ya hemos concluido el ciclo activo hasta nos interesa seguir reflexionando sobre el asunto y hasta intentamos comunicar, por si alguien quisiera escucharlo, algunos datos fríos y ampliamente constatados sobre la mejor forma de evolucionar en la vida.

Miles de veces hemos dicho desde la Escuela que HAY CARIÑOS QUE MATAN. Aunque sea un dicho sin más, encierra una verdad terrible y que toca los interiores más profundos de las personas. No es posible dudar de los amores paternofiliales así, sin más. Pero uno no se explica muchas veces cómo es posible tratar a estos pequeños de manera que, lejos de que vayan encontrando sus propias formas de salir adelante, de crecer, de ser cada día un poco más capaces de resolver sus problemas, lo que nos encontramos es situaciones de dependencia tan fuertes que hacen que se acabe el mundo para el pequeño o para el mayor si algo de su estructura les cambia y que se cree un esquema de vida en que ninguno de los dos parezca capaz de salir adelante sin la influencia del otro.

Comprendo que las críticas que se puedan hacer a las familias también se pueden hacer extensivas a la Escuela porque en cualquiera de las dos situaciones se cuecen habas. Pero la situación de Escuela me parece que tiene algo que la familia es incapaz de ofrecerle por más que lo intente: la presencia junto a él de otros miembros del grupo con las mismas demandas que él y con cuerpos y posibilidades muy similares. Desde poderse mirar de vez en cuando, escucharse, desear cosas casi idénticas y demandar atenciones parecidas y en momentos determinados: comida, sueño, limpieza u otros. La solución de estas demandas hace que ellos se vayan dando cuenta casi desde el principio, de que no son solos en el mundo, de que sus demandas son muy parecidas a las de los demás y de que casi todo lo que quieren se puede lograr con tal de tener un poco de paciencia para que los que le rodean también vayan satisfaciendo sus demandas. Esto tan simple resulta ser de los aprendizajes más profundos de esta edad de pocos meses de vida. En la familia es casi imposible que algo así se produzca.


domingo, 6 de febrero de 2011

ESCUELA






Cuando pensamos en los recién nacidos la mente se nos va a una habitación confortable, en penumbra, casi en silencio, muy limpia, oliendo a colonia de bebé y una madre abnegada que entra y que sale con mucho cuidado de no molestar al recién legado que yace en una cuna reluciente, casi todo el tiempo durmiendo. En contados momentos la madre lo coge en sus brazos amorosos y le hace mamar de sus pechos. Una vez que termina se lo suele cargar sobre el hombro izquierdo a la espera de que eructe, le cambia los pañales y vuelta a la cuna, su verdadera cada los primeros meses.
Ojalá que, al menos, este fuera el esquema mínimo de todos los recién nacidos. Desgraciadamente, nada más lejos. La mayoría han de asumir desde demasiado pronto un tipo de vida directamente relacionado con el de sus madres y no sometido a sus propias necesidades, como sería lo lógico, sino adaptándose más o menos a situaciones, espacios y tiempos en los que sus madres dispongan, aparte de sus obligaciones, de tiempos a salto de mata para atenderlos y andar satisfaciendo sus necesidades mientras cumplen con las obligaciones que la vida les impone.

Cada país, del mundo desarrollado se entiende porque los demás no cuentan pese a ser la mayoría, reserva unos tiempos de crianza que normalmente los satisfacen las madres y que últimamente se los turnan si lo desean madres y padres para dedicarlos a la atención del recién nacido. Van desde las 16 semanas que reserva España a las más de 50 de algunos países del norte de Europa. El tiempo reservado a la crianza de los hijos suele servir como uno de tantos indicadores de progreso. Más tiempo dedicado, más rico el país. Y no me parece mal. Pero me resulta chocante que no se contemple la posibilidad de medir como factor de progreso el disponer de espacios públicos, Escuelas Infantiles, donde los niños asistan para afrontar su crecimiento y desarrollo, no aislados sino en grupo. Los grupos adecuados para los más pequeños están alrededor de cinco o seis miembros por cada persona dedicada a ellos.

Los pocos centros que existen reciben a las familias con su sentimiento de culpa acuestas porque se ven obligadas a desprenderse, según ellas demasiado pronto, de sus más tiernos vástagos y se ven obligadas a dejarlos en manos extrañas con todo el dolor de sus corazones. Con tales planteamientos, esas fórmulas de vida en común desde los primeros meses nacen viciadas y teniendo que abrirse camino casi contracorriente. Los que hemos vivido nuestro desarrollo profesional con semejante planteamiento nos damos cuenta hasta qué punto, y no sé por qué, se favorece la fórmula de cada hijo con su madre, y se deja sólo para los casos en que no hay otro remedio, la de vida en común. Podría aducirse la dificultad económica por lo caro que resulta mantener a una maestra para cinco o seis pequeños, pero no creo que sea más barato mantener a uno de los progenitores completamente dedicado al nuevo ser una serie importante de meses con cargo al presupuesto público. Podría, al menos, la administración disponer de plazas suficientes para la demanda que existe y no permitir que el disponer de una plaza sea como una lotería. Esta es la contradicción. Conseguir una plaza es extremadamente difícil y pones al hijo con complejo de abandono. ¡Viva la coherencia!