Marzo
es el mes que la administración tiene reservado para matricular a los pequeños
que empezarán la escolaridad en septiembre. Muchos de ellos será la primera vez
que saldrán de los brazos de su familia para integrarse en un proceso de socialización
que va a significar su entrada en la estructura social al margen de los lazos
de intimidad que ofrecen la sangre. Una importante revolución en la vida, nunca
comparable con la del nacimiento, que es sin duda la más impactante y la más
profunda, pero sí la que nos ofrece el cambio del yo al nosotros. Si todo ha
ido normal hasta el momento quiere decir que las personas disponen en este
momento de la vida de un desarrollo muscular pleno, que dominan la marcha y los
esfínteres y que están en condiciones de, a través de la palabra, expresar su
mundo interior, comunicarse con los compañeros y aprender juntos a crecer
socialmente y formar parte de un grupo unido por la amistad.
Me
gustaría quedarme aquí y que este ritual administrativo abriera la puerta de la
sociedad a todos los pequeños, pero no es así. Con eso le damos carta de
naturaleza a los mayores de tres años que, por ejemplo en España, sin que sea
obligatoria su escolarización, estamos en condiciones de garantizar una plaza
escolar para todo el que lo necesite y esto es mucho y muy importante. Pero no
sería justo echar las campanas al vuelo porque esta posibilidad real se debe a
los esfuerzos de las administraciones que habilitan espacios y personas para
llevarlo a cabo, no quiero quitarles mérito tampoco, pero también a que el
crecimiento de la natalidad es muy pequeño, estamos en la cola del mundo junto
con Japón y casi con los mismos gastos podemos ofrecer plazas para todo el que
lo solicite. Los espacios necesitan inversión suplementaria sin duda, pero ni
punto de comparación con lo que significaría hacerlos de nuevas.
El
drama son los menores de tres años que, para no reconocer de forma explícita
que están fuera del sistema escolar, se les habilita el mes de abril para que
se busquen la vida y vayan de aquí para allá preguntando cómo locos a ver quién
puede garantizarles un espacio digno que los acoja a partir de septiembre
porque la administración no dispone, no digo ya de las plazas que lo demanden
que, aunque no lo sabemos porque nadie lo ha estudiado hasta el momento, ni de
lejos son todos los nacidos porque muchas familias prefieren criarlos con ellos
hasta que cumplan los tres años y se hagan mayores. Nadie le exige a la
administración que tenga dispuestas plazas para todos, pero sí que al menos,
pueda cubrir la demanda real. Pues hoy por hoy ni eso es posible.
La
semana pasada expliqué el origen de esta injusta segregación y solo añadiría
que la injusticia llega a tal grado de profundidad que a las personas que han
de cuidarlos se les exige una titulación menor que al resto de los
profesionales de la educación y los lugares donde pueden vivir en los centros
tienen menos exigencias que el resto. Los que ya tenemos una edad sabemos que
al final de cada problema sin resolver se encuentra la economía, menores
sueldos vamos, bien por falta de visión
política o de disponibilidades presupuestarias o por ambas a la vez que será lo
más probable. Hoy que ya he terminado mi servicio laboral obligatorio y que me
he desgañitado por donde he ido contando y cantando esta injusticia para con
los más pequeños, sigo sin poder comprender cómo no es capaz la administración
de darse cuenta de que la mejor inversión para el futuro de las personas está
en dotar adecuadamente las necesidades de los primeros años en edificios y en
profesionales que atiendan a estos ciudadanos que están empezando a vivir.