Tengo
una seguridad que no sé de dónde sale, que me dice que en la vida todo lo que
acontece está relacionado. Si hago memoria me remito siempre a aquel pasaje
evangélico en el que Jesús habla de que ni un pelo de la cabeza se mueve sin
que su padre que está en los cielos lo autorice. Hoy me siento muy lejos de
esos textos y del estilo de vida que ha derivado de la estructura que los
patrimonializa, que es la iglesia, pero eso no quita que no tenga memoria ni
que mi vida, un poco larga a estas alturas, no me haya enseñado la profunda
verdad que encierra la Biblia en su amplia recopilación de enseñanzas en el
conjunto de libros que la conforman. Mucho del saber que encierra, que es
mucho, es universal y se obtuvo en su momento de culturas variadas y de síntesis
hasta contradictorias. Para lo que hoy me trae me basta con decir que somos muy
limitados y la mayoría de lo que nos acontece no somos capaces de relacionarlo
por limitaciones nuestras pero que el hilo conductor está presente en todo
momento y de vez en cuando nos salta a la vista por más que lo ignoremos o no
sepamos verlo.
Llevamos
una semana en la que viene lloviendo o nevando de manera más o menos estable.
Nuestras reservas de agua se habían reducido a una tercera parte de su
capacidad, lo que indica que la ansiedad empieza a hacer mella y mostramos
signos de impaciencia y de fragilidad de muchos órdenes. En otras ocasiones nos
hemos atrevido a afirmar que los espacios cerrados acrecientan la agresividad y
los abiertos la calman, sencillamente porque lo hemos comprobado multitud de
veces. Es verdad que el desierto avanza por la zona que vivimos y probablemente
en unos años, en tiempo de la tierra, esta zona del mundo será desierto puro y
duro pero mientras eso llega nos hemos acostumbrado a vivir con un nivel de
lluvias y de almacén de agua que desde hace unos tres años no viene más que
bajando. Por el norte las intensas nevadas y los deshielos de estos días seguro
que les han puesto al corriente de la armonía necesaria. Por aquí por el sur
estamos en ello todavía.
La
sorpresa es la facilidad con que nos adaptamos a los cambios. Guardamos en nuestra memoria contenidos que
tenemos almacenados de épocas pasadas y que sacamos a la luz cuando es preciso.
La semana pasada saltábamos de angustia sobre lo que podría pasar si la
profunda sequía no se resolvía en breve. Hoy, que sólo llevamos unos días de
lluvia, parece que ya nos hemos acostumbrado a mirar por los cristales cómo el
líquido elemento nos regala esta templanza y este ambiente gris y sombrío y nos
olvidamos de los meses que veníamos viendo cómo las nubes se mostraban ausentes
y, o no aparecían o pasaban de largo como si no nos conocieran. Pues nada de
eso pasaba sin que las personas nos resintiéramos, sobre todo las más pequeñas
que por más que ignoren las causas y los efectos, sus cuerpos son más
receptivos y manifiestan antes y mejor sus consecuencias.
Si las
capacidades de aprendizaje nos sirvieran para algo podríamos leer en nuestros
comportamientos y darnos cuenta de que no somos los mismos hoy que llueve, que
no hay sol a la vista y que el día está gris pero que el agua que cae del cielo
nos va dejando, además de las gotas, todo un mensaje de confianza y de paz en
las capacidades de la tierra para renovarse y, por tanto, en nuestras posibilidades
de supervivencia. Es cierto que las ventoleras también nos hablan de que todo
tiene un precio y lo estamos pagando pero esta lluvia que nos cae es un factor
de estabilidad y de equilibrio que termina redundando en la propia confianza en
nosotros mismos y en la vida en este planeta.
Con tu texto me viene a la memoria tu tocayo Machado y no tanto su:
ResponderEliminarUna tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
sino su:
Fuera llueve un agua fina,
que ora se trueca en neblina,
ora se torna aguanieve.
Fantástico labrador,
pienso en los campos. ¡Señor,
qué bien haces! Llueve, llueve
tu agua constante y menuda
sobre alcaceles y habares,
tu agua muda,
en viñedos y olivares.
Te bendecirán conmigo
los sembradores del trigo;
los que viven de coger
la aceituna;
los que esperan la fortuna
de comer;
los que hogaño,
como antaño,
tienen toda su moneda
en la rueda,
traidora rueda del año.
¡Llueve, llueve; tu neblina
que se torne en aguanieve,
y otra vez en agua fina!
¡Llueve, Señor, llueve, llueve!
No sé lo que tienen los que no mueren. Antonio Machado, famoso por su descuido corporal en vida y hay que ver la vida que llevaba dentro y la que nos legó en sus palabras, que pasa el tiempo y siguen teniendo su hondura y su belleza intacta. Un abrazo y muy oportuna tu selección
EliminarBien visto ...
ResponderEliminarSaludos
Con seguridad: llueve, lloverá, caerán chuzos y se renovará la faz de la tierra!!
ResponderEliminarY todos, atentos nuestros oídos y ojos al espectáculo cambiante...
Lo de atentos al espectáculo cambiante me parece la única actitud sensata. Si acaso le añadiría la palabra humilde por darle un toque humanista, pero seguramente que al espectáculo le da lo mismo si humildes o no. Un beso
ResponderEliminarQuerido Antonio: Siempre leo tus entradas y ésta -escrita para grandes- tiene sabor a reconocimiento, a esa fe que sobrevive, tosca o fina, a largos años de aprendizaje, tropezones y logros. Para muchos madurar es olvidar la fe de antes; Para otros es dejar que se quede lo mejor de ella al fondo de nuestro cántaro, sin que se agríe si somos fieles.
ResponderEliminarAbrazos.