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domingo, 23 de febrero de 2014

APRENDER


         A riesgo de que pueda estarme repitiendo necesito puntualizar determinados axiomas que en la práctica hay quien ignora o sencillamente los interpreta a su albedrío sin atenerse a lo que la ciencia experimental y contrastada nos dice. Es verdad que las costumbres tiran mucho y que la estricta rutina de hacer las cosas como deben hacerse nos llegan a anular cualquier razonamiento constatado por la ciencia. Pero la ciencia es muy tozuda y una vez que ha alcanzado un hallazgo y lo ha corroborado convenientemente, crea doctrina por encima o al margen de modas o de interpretaciones interesadas.

         En los primeros años de la vida no hay más que dos formas de desarrollar la inteligencia: hablar y moverse. Yo no sé si quisiera que las cosas fueran así o de otro modo. Seguramente dependiendo de qué momentos o qué estados de ánimo estemos pasando estaremos dispuestos a asumir esta verdad científicamente demostrada o no pero, por más vueltas que le demos, al final no nos queda más remedio que aceptar como verdad, sencillamente lo que es verdad. Lo grave del asunto no estriba en aceptar esta verdad ampliamente demostrada, sino que en ese momento la estructura escolar, sabe dios con qué  argumentaciones, mete a los pequeños en recintos cerrados y les ordena: siéntate y calla. Y de aquí partimos en la enorme mayor parte de los casos. De modo que los pequeños lo que tienen que hacer mientras están custodiados por la estructura escolar no es otra cosa que obedecer lo que en cada caso la persona responsable vaya proponiendo y lo que tendría que ser un sistema de desarrollo individual y colectivo, se convierte, y nunca mejor dicho, en una escuela de obediencia y de seguimiento de una serie de normas que se han de seguir por el simple hecho de que las personas responsables lo deciden así.

         No sólo es la ciencia, que ya lo ha constatado sobradamente, sino el propio sentido común el que nos responde con toda claridad cómo es posible que una persona sea capaz de aprender a hablar, a expresarse y a comunicarse que serían las dos funciones esenciales del lenguaje hablado, si cuando está en la escuela ha de callarse. Pues algo tan simple se convierte en un caballo de batalla sin remedio posible por la sencilla razón de que mucho profesorado es capaz de sacrificar lo que serían las inclinaciones naturales de los menores y lo que la ciencia demuestra cada día más ampliamente, sencillamente por el hecho de que su criterio particular le dice que la clase ha de mantener un nivel de ruido tan bajo que es imposible de lograr si los menores se están comunicando unos con otros. El lenguaje hablado es el germen de cualquier otro tipo de lenguaje más complejo que va a resultarles imprescindible en momentos educativos posteriores. Si no lo desarrollan convenientemente van a llevar esa lacra durante toda su vida por el sólo argumento de que el orden externo se ha impuesto a la evolución científica que cada niño debería haber desarrollado en su momento, o sea, en estos primeros cinco años de sus vidas.


         El segundo elemento fundamental para lograr un desarrollo integral y óptimo de cada persona es hacer que desarrolle su capacidad de movimiento hasta el límite de sus posibilidades en cantidad y en calidad. No hay más que darse una vuelta por la mayoría de las clases para que comprobemos que la misma disposición espacial y del mobiliario no contribuyen  a este objetivo. Más bien al contrario. Los espacios se convierten en un conjunto de obstáculos sin fin para lograr que los menores se puedan mover. A esto contribuye de manera especial el propio criterio de la mayor parte del profesorado, que casi siempre prefiere que los niños permanezcan sentados y en silencio a la escucha de lo que se les pueda explicar en cada caso. Este sistema de vida no digo que no pueda ser cómodo y ordenado pero lo que sí digo es que esta es la comodidad y el orden impuesto por la persona responsable contra lo que los niños requieren para su desarrollo. Hablar y moverse, qué drama.

domingo, 16 de febrero de 2014

ESCUCHAR


         Cada semana procuro que aparezca un aspecto significativo sobre  la educación de los más pequeños. Más de una vez he dicho que siempre que escribo tengo la conciencia de estar utilizando una excusa para hablar de mí mismo, de nosotros, de la vida en definitiva y que la educación no es más que un ángulo entre miles, que uno puede tomar para adentrarse en toda la problemática que envuelve nuestro desarrollo como personas,  lleno de interrogantes siempre, de contradicciones, de dudas, de trampas y también de hallazgos.

         La verdad es que no hay un aspecto que sea especialmente significativo para afrontar el tema del que hablamos. Quizás, eso sí, se pueda insistir más que en un aspecto, en una actitud que puede llevarnos a recibir los avatares de la vida con serenidad y, por tanto, con mayor y mejor equilibrio para afrontarlos, para encajarlos y para encarar una posible respuesta en el caso de que haya que producirla, de la mejor manera posible. Podemos defender con cierta seguridad que lo mejor que podemos hacer con la vida que nos llega a cada momento es adoptar una actitud de escucha. Por supuesto pienso en nuestra respuesta a los interrogantes para los más pequeños pero también pienso en los que nos llegan para nuestras circunstancias personales, que en ninguna medida me parecen distintas. Pueden ser distintas las respuestas concretas que requieran pero no tienen por qué serlo, y de hecho creo que no lo es para nada, nuestra manera de recibir los mensajes que la vida nos transmite en cada ocasión.

         Con bastante frecuencia he respondido a demandas de familias o de personas que han hecho prácticas conmigo cuando me han demandado respuestas concretas a situaciones que aparentemente requerían una intervención inmediata que, si no tenían claro lo que tenían que hacer, la respuesta podía ser mirar para arriba y silbar para dar tiempo a pensar un poco antes de responder. Tengo conciencia de que era una exageración y lo que intentaba transmitirles era la inutilidad y hasta el perjuicio de una respuesta inmediata y sin pensar. No digo que no pueda haber una urgencia que la requiera. Es posible. Pero lo normal es que nuestra respuesta inminente se vea desbordada por la urgencia y se convierta más en un  desahogo nuestro para mitigar nuestra angustia que una propuesta eficaz que resuelva de verdad la demanda que tenemos entre manos. Parecería ridículo dedicarse ahora a señalar la enorme diversidad de situaciones en las que se nos demanda una respuesta, bien por los propios menores, por nuestra propia apreciación o por razones objetivas y evidentes. Por tanto, no quiero hoy entrar en detalles. Más bien me interesa insistir en la actitud más conveniente que la compleja y diversa realidad nos pide.


         La mejor respuesta en al menos la mitad de las situaciones y estoy seguro de que me quedo corto, es la de no hacer nada. Ojo que no estoy hablando de desentendernos. Eso es otra cosa muy distinta y censurable a mi modo de ver. No. Yo lo que digo es que, desde dentro de la situación o del conflicto, probablemente con nuestra sola presencia basta para resolverlo o encauzarlo de manera satisfactoria porque todas las variables que no son nosotros mismos, con nuestra sola presencia intervienen y lo resuelven. En general eso es lo mejor que nos puede pasar y de lo que podemos sentirnos más satisfechos. Un pequeño porcentaje, por desgracia, ni con nuestra intervención ni sin ella podremos resolverlos. En ese caso nuestra intervención cuanto más serena se manifieste, menos daño hará al conjunto. Bastante habrá con el dramatismo de la situación en sí. Y luego puede quedar un porcentaje variable de alrededor de un treinta por ciento más o menos en los que nuestra intervención puede ser necesaria. En ese caso, siempre es mejor que vayamos despacio al problema y tratemos de encararlo a través del diálogo que sacándonos una respuesta de nuestra manga sin contar con nadie. Por mal que lo hagamos, dialogando y haciendo partícipes a los pequeños, siempre será una respuesta más global y más equilibrada que la que seamos capaces de ofrecer nosotros solos en un momento de urgencia.

domingo, 9 de febrero de 2014

MOMENTOS


         Con frecuencia sucede que somos capaces de admirarnos profundamente con algún gesto particular de un pequeño, con una frase concreta en un momento dado, con cualquier detalle aislado que nos sorprende, sencillamente porque nos parece impropio de su edad o de su manera de ser. Esto lleva consigo que con frecuencia andemos envueltos en calificativos globales sobre su comportamiento y normalmente para pretender que se encuentra en un estadio superior de lo que consideraríamos normal para su edad. No solo lo pensamos sino que nos faltan amigos para comentárselo y muchas veces hasta oyéndolo el niño protagonista.

         Lamentándolo mucho, nada más lejos de la realidad. No quisiera que esto sirva en absoluto para que ningún familiar se descorazone o quite mérito a la criatura que tiene a su lado. Al contrario. Completamente al contrario. Lo que nos tiene que hacer pensar porque es lo que más se acerca a la realidad es que no hay saltos en la educación sino que se trata de un proceso minucioso en el que se invierte la vida en sentido literal y no se construye  sino pasito a paso, muchas veces hasta para desesperación de las personas responsables del menor. Mi prueba del nueve o donde yo lo tengo más claro en mi mente es en los dibujos de los niños que yo, como su maestro, tenía que ver cada día. Hay que decir, eso sí, que nuestros niños han dibujado siempre lo que han querido, cosa por supuesto radicalmente distinta a las aulas donde los niños lo que tienen que hacer cada día es lo que les indica su persona responsable. En este caso será difícil localizar la verdad del menor en medio de tanta obediencia mientras que cuando ellos son libres de distribuir su espacio y su tiempo es como si se estuvieran retratando a cada momento.

         Pues a la hora de cotejar los dibujos de un día o de otro uno se da cuenta de que son prácticamente idénticos. Es más, como tienes que verlos cada día porque estás con los pequeños siempre, se convierten en imágenes monótonas y repetidas hasta el punto de que eres capaz con facilidad de identificar a quien lo ha realizado sin necesidad de que su nombre esté en la página, sencillamente porque ya conoces su estilo, su manera de expresarse y lo que podríamos decir, sus señas de identidad. Yo hablo sobre los dibujos porque es lo primero que me ha saltado a la mente. Lo mismo podríamos decir de cualquier otra particularidad. Lo que pasa muchas veces es que alguien de su familia que los frecuenta menos, un día cualquiera ve lo que ha realizado el pequeño y se sorprende, sencillamente porque no es capaz de unir la secuencia tan larga que ha tenido que ir enlazando día a día para llegar al motivo de su asombro. Nos pasa lo mismo con el tamaño. Los que estamos con ellos todos los días no nos damos cuenta de que crecen. Sólo quien es capaz de mirarlos de tarde en tarde es quien se puede sorprender de cuánto han crecido, o de lo bien que hablan o de cualquier otra cualidad que lleve implícito el desarrollo evolutivo.


         Y quiero insistir todo lo que pueda en el desarrollo como proceso porque creo que ahí es donde está la clave o el valor y no en los momentos especialmente desdichados o maravillosos. Lo que vale en lo que hacemos con nuestros pequeños es lo que hacemos cada día, esa gota a gota, la gota malaya que se llama, que es la que al final marca y deja una señal indeleble, imposible de eliminar en lo que nos queda de vida. No nos engañemos. Todos somos capaces de tener un día de ira o de frustración y provocar en un pequeño una vivencia desdichada. O lo contrario, un día de euforia que haga que se nos convierta un poco en inolvidable. Pero a la hora de la verdad la estructura de comportamiento con la que ese menor se va a manejar en la vida es la que hemos ido trasmitiéndole día a día sin que muchas veces ni nosotros mismos ni ellos nos hayamos dado cuenta.


domingo, 2 de febrero de 2014

PROPUESTAS


         Es posible que en textos anteriores haya dejado una crítica excesiva a los juguetes que disfrutan los niños. Quizá, incluso, se pueda entender que estoy en contra de los juguetes cuando he concluido de manera terminante que el mejor juguete somos nosotros, los pequeños y los adultos. No quiero desdecirme y lo mantengo pero hoy me quiero avenir un poco con la realidad por si a alguna familia le puede resultar de utilidad y para que no se me vea demasiado radical que no me parece malo, pero que creo que tampoco está reñido con determinadas propuestas que pueden resultar positivas.

         Por causa de mi salud aparte de por lo positivo que resulta para cualquier persona, me veo en la obligación, siempre que puedo que son casi todos los días, de andar un par de horas, unos diez kilómetros. Como Granada no es muy grande, me da tiempo a recorrérmela de cabo a rabo. Me cruzo con personas que se me hacen familiares y con espacios que no por conocidos me dejan de resultar nuevos cada día. Sobre todo los parques infantiles. En condiciones normales solitarios porque los niños están en clase a las horas que yo suelo pasar. Pero los fines de semana sí que ofrecen una imagen de actividad muy viva y sobre todo variada. La mayoría se entretienen con sus familias en los elementos que hay instalados al respecto. Se ha ganado mucho en seguridad y en diversidad, a pesar de que siempre hay errores como el otro día que le cayó un elemento encima a una niña de once años y la mató en no sé qué ciudad. Luego parece que el elemento en cuestión era para más pequeños y ella se saltó la norma que lo decía. Nunca se puede llegar a la seguridad completa por más que lo intentamos y está muy bien que lo intentemos cada vez más.

         Pero también llegan niños con juguetes de su casa y, entre los que más me interesan quiero destacar las bicis, por ejemplo. Ahora las hay desde las más pequeñas que ni siquiera tienen pedales sino que obligan a los pequeños a empujar con sus propios pies mientras se van ejercitando. Después, naturalmente las de ruedas supletorias y por fin con las dos normales. Disponiendo de espacio suficiente, la verdad es que la bici es un objeto excelente porque permite multiplicar la fuerza del pequeño y hacerle ver que es capaz de desplazarse por sus propios medios, pero multiplicados por la técnica. Afortunadamente estamos en una época donde están volviendo a ponerse de moda las bicis, de lo cual me alegro y mucho. Es verdad también que hay que contar con cascos y a veces hasta con verdaderos uniformes que complican un poco su manejo, pero aun así, creo que hay que felicitarse por eso y porque no queden ceñidas sólo a los parques sino que dentro de la misma ciudad cada vez se vayan viendo más carriles para bicis, lo que permite ir tomando la ciudad con un objeto que estuvo en decadencia con el auge de los motores y vuelve por sus fueros empujado por ese motor magnífico que es nuestro cuerpo.


         También voy viendo cada vez mas patines, de esos maravillosos que se llaman de línea con varias ruedas una detrás de otra y pegados a las botas. En mi época los que había, aparte de que eran pocos, eran los de cuatro ruedas en parejas lo que proporcionaba más base de sustentación aunque también era un problema el mantener el equilibrio. Quizá lo positivo era que no necesitaban bota incorporada sino que se podían atar con correas y cualquier calzado permitía funcionar con ellos. Todavía se ven algunos, pero ahora los que reinan a placer son los de línea. Da gusto encontrarse a veces a familias completas, cada miembro con sus patines ejercitando sus equilibrios y poniendo a punto sus musculaturas y sintiendo el placer de multiplicar su fuerza y su capacidad de movimiento. Estos dos objetos son para celebrarlos. Podríamos discutir por ejemplo, los pros y los contras de las patinetas y de los alardes acrobáticos tan peligrosos, pero eso va a ser en otra ocasión.