Cada
semana procuro que aparezca un aspecto significativo sobre la educación de los más pequeños. Más de una
vez he dicho que siempre que escribo tengo la conciencia de estar utilizando
una excusa para hablar de mí mismo, de nosotros, de la vida en definitiva y que
la educación no es más que un ángulo entre miles, que uno puede tomar para
adentrarse en toda la problemática que envuelve nuestro desarrollo como
personas, lleno de interrogantes
siempre, de contradicciones, de dudas, de trampas y también de hallazgos.
La
verdad es que no hay un aspecto que sea especialmente significativo para
afrontar el tema del que hablamos. Quizás, eso sí, se pueda insistir más que en
un aspecto, en una actitud que puede llevarnos a recibir los avatares de la
vida con serenidad y, por tanto, con mayor y mejor equilibrio para afrontarlos,
para encajarlos y para encarar una posible respuesta en el caso de que haya que
producirla, de la mejor manera posible. Podemos defender con cierta seguridad
que lo mejor que podemos hacer con la vida que nos llega a cada momento es
adoptar una actitud de escucha. Por supuesto pienso en nuestra respuesta a los
interrogantes para los más pequeños pero también pienso en los que nos llegan
para nuestras circunstancias personales, que en ninguna medida me parecen
distintas. Pueden ser distintas las respuestas concretas que requieran pero no
tienen por qué serlo, y de hecho creo que no lo es para nada, nuestra manera de
recibir los mensajes que la vida nos transmite en cada ocasión.
Con
bastante frecuencia he respondido a demandas de familias o de personas que han
hecho prácticas conmigo cuando me han demandado respuestas concretas a
situaciones que aparentemente requerían una intervención inmediata que, si no
tenían claro lo que tenían que hacer, la respuesta podía ser mirar para arriba
y silbar para dar tiempo a pensar un poco antes de responder. Tengo conciencia
de que era una exageración y lo que intentaba transmitirles era la inutilidad y
hasta el perjuicio de una respuesta inmediata y sin pensar. No digo que no
pueda haber una urgencia que la requiera. Es posible. Pero lo normal es que
nuestra respuesta inminente se vea desbordada por la urgencia y se convierta
más en un desahogo nuestro para mitigar
nuestra angustia que una propuesta eficaz que resuelva de verdad la demanda que
tenemos entre manos. Parecería ridículo dedicarse ahora a señalar la enorme
diversidad de situaciones en las que se nos demanda una respuesta, bien por los
propios menores, por nuestra propia apreciación o por razones objetivas y
evidentes. Por tanto, no quiero hoy entrar en detalles. Más bien me interesa
insistir en la actitud más conveniente que la compleja y diversa realidad nos
pide.
La
mejor respuesta en al menos la mitad de las situaciones y estoy seguro de que
me quedo corto, es la de no hacer nada. Ojo que no estoy hablando de
desentendernos. Eso es otra cosa muy distinta y censurable a mi modo de ver.
No. Yo lo que digo es que, desde dentro de la situación o del conflicto,
probablemente con nuestra sola presencia basta para resolverlo o encauzarlo de
manera satisfactoria porque todas las variables que no son nosotros mismos, con
nuestra sola presencia intervienen y lo resuelven. En general eso es lo mejor
que nos puede pasar y de lo que podemos sentirnos más satisfechos. Un pequeño
porcentaje, por desgracia, ni con nuestra intervención ni sin ella podremos
resolverlos. En ese caso nuestra intervención cuanto más serena se manifieste,
menos daño hará al conjunto. Bastante habrá con el dramatismo de la situación
en sí. Y luego puede quedar un porcentaje variable de alrededor de un treinta
por ciento más o menos en los que nuestra intervención puede ser necesaria. En
ese caso, siempre es mejor que vayamos despacio al problema y tratemos de encararlo
a través del diálogo que sacándonos una respuesta de nuestra manga sin contar
con nadie. Por mal que lo hagamos, dialogando y haciendo partícipes a los
pequeños, siempre será una respuesta más global y más equilibrada que la que
seamos capaces de ofrecer nosotros solos en un momento de urgencia.
Buenos días Antonio.
ResponderEliminarEl saber escuchar lo veo muy importante y a veces difícil.
Aún más responder correctamente. Pero cuando se pone voluntad y se hace lo mejor que se puede, creo que el resultado puede ser muy positivo, por el sólo hecho de que la persona sea mayor o pequeña, se sienta atendida y acogida.
Recibe un abrazo a las 6,45 de la mañana desde Valencia, Montserrat
Hoy me voy por las ramas: veo tu serie de libros (alguno no lo conocía), y echo en falta uno al que le tengo mucho cariño: "El tranvía de la Sierra", que hiciste con Rubén Garrido para repartir en esa aventura del tranvía-biblioteca del paseo de la Bomba en la que tuve el placer de participar.
ResponderEliminarYa ves lo poco que he tardado en responder. Tengo en mi poder todavía, y espero que para siempre, algunos ejemplares de aquella maravilla. Lo que no caí es en que fuiste tú precisamente el que más y mejor los manejaste y probablemente el que más rentabilidad personal sacaste a aquella hermosa biblioteca. Un abrazo
EliminarExcelente manera de plantearlo...
ResponderEliminarUn cordial saludo
Mark de Zabaleta
P.S.: Una música muy apropiada...
Hola, Antonio.
ResponderEliminarInteresante tema. Saber escuchar es imprescindible para establecer la necesaria complicidad con quienes nos piden opinión.Aunque nuestra respuesta no solucione su inquietud, conversar, abrir vías de reflexión para que el sujeto se replantee su punto de vista, o encuentre razones para seguir adelante, es ya muy bueno. La palabra restaura la esperanza perdida y abre caminos.
Un abrazo.
Obviamente escuchar prestando mucha atención suele ser lo mas difícil, pero es lo mas importante. Bueno tu escrito Antonio. ¡saludos!
ResponderEliminartan difícil o más se torna escuchar cuanto permitir QUE TE ESCUCHEN.
ResponderEliminarAmbas propuestas, en absoluto excluyentes, son la clave de la comunicación, si en todo caso lo que perseguimos honestamente es franquear el paso a dicho proceso comunicativo.
De no ser esa la meta, escuchar como desoir son mera entelequia que no conduce a nada.
En educación, obviamente que no.
Un abrazo