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domingo, 25 de octubre de 2015

HILO


         El afecto es como un hilo que recorre los cuatro puntos cardinales. Me vais a permitir que hoy me sienta dueño del mundo, sencillamente porque una vez más el juego de afectos en el que me siento envuelto me ha llevado a sentirme vivo y útil. Ivonne me manda desde  Bogotá un largo mensaje de voz de ocho minutos y medio en el que me cuenta su peripecia de ayer con su nieto Josef a propósito del desencuentro que había detectado días atrás con su hijo Leonardo. No entendía la distancia impuesta por él ni el que se negara a hablar con ella. Se sentía herida y creo que también desconcertada, perdida.





         Ya di cuenta en su momento de mi visita a Bogotá a conocerla, después de una larga relación de varios años a través de este blog, que había producido un progresivo proceso de acercamiento. El contacto certificó la acumulación de indicios favorables y en este momento tenemos la relación formalizada y a la espera de que a final de Enero se produzca un nuevo encuentro, esta vez de ella a Granada, donde yo vivo. Mientras,  no paramos de profundizar en nuestras vidas a través de la enorme riqueza de caminos de comunicación que el mundo de hoy pone a nuestro alcance, aunque siempre con la limitación del Océano Atlántico como hándicap insalvable. El resultado de su maraña afectiva, que yo no termino de entender pero que me esfuerzo en respetar  lo que puedo, me abre la mente y me hace ver que, efectivamente el mundo es grande y variopinto,  que alberga miles de juegos afectivos, unos más conocidos que otros para mi, pero todos reales y, por tanto, susceptibles de unir a las personas en el ovillo 
misterioso de los encuentros si somos capaces de seguir el hilo hasta dar con la tecla.




         El trabajo con los más pequeños me ha enseñado que nada en la vida se arregla sólo,  que hay que tomar decisiones asumiendo el riesgo permanente de equivocarnos. Le sugerí a Ivonne que tomara el toro de sus desencuentros afectivos por los cuernos y que se arriesgara y pasara un día con su nieto Josef para unir los lazos con su hijo Leo, cuyo silencio y hostilidad le dolían en el alma. Mira por donde decidió hacerme caso y el encuentro se produjo ayer después de algunos conatos de contacto que me hicieron suponer que igual la relación no estaba tan deteriorada como yo había supuesto en un principio. Con buen criterio decidió usar como vehículo transaccional a su nieta Daniela, su ojito derecho desde siempre ya que ella sólo ha tenido cuatro varones, y que vive cerca de Josef. Ayer fue, por tanto la explosión afectiva en la que abuela y nieto se fundieron en afectos a través de un encuentro querido y complementado con la impagable colaboración de Daniela que ejerció de anfitriona dándole al encuentro intensidad, intimidad y alegría de vivir. Josef a sus cuatro años no pudo reprimir la inyección de afecto que a través de su abuela y de su prima de ocho años y se derramó en entusiasmo y sucumbió por completo al calor afectivo en el que se vio envuelto. Yo lo presencié por Skype y fui investido de Papá Noël ante los niños. Esto me pasa por ser tan descreído y tan iconoclasta.

         Le pedí a Ivonne que lo contara ella en primera persona y que yo lo incluía en el blog tal cual para darle la fuerza de testimonio. Lo que he recibido ha sido ese mensaje de voz en el que ella me explica su agotamiento físico después de tantas horas de explosión afectiva, su plenitud de abuela perdida en el vacío del desamor que se encuentra de lleno con el torbellino del afecto que la envuelve y la reconcilia con la vida, su agradecimiento a mi persona a quien pretende hacer responsable de lo que ayer vivió, cosa que yo agradezco sin duda pero que asumo sólo en calidad de colaborador necesario pero en ningún momento protagonista. Lo que no le he dicho y ahora confieso con humildad es mi agradecimiento a la vida que todavía me permite sentirme vivo y participar de manera activa en procesos en los que el hilo del afecto busca por los caminos más variopintos su verdadero ovillo del encuentro de seres que se buscan y no paran hasta fundirse en su maraña.  

   

domingo, 18 de octubre de 2015

ABANDONO


         Ya hemos dejado a Andrea que descanse en paz, le hemos ofrecido unas lágrimas de sentimiento y hemos respetado la voluntad de su familia de despedirla en la intimidad. Son varias cosas importantes juntas y creo que buenas todas. Me llena de ternura comprobar que siendo humanos seamos capaces de conseguirlo. Me alegro por nosotros. Ya sé que las guerras y las hambres siguen, que el mar se sigue tragando criaturas y que las desigualdades, al menos en este país en el que vivo, siguen creciendo. Quiero, de todas formas, alegrarme hoy por estas íntimas secuencias que también son verdad y que hacen que uno tenga también argumentos para reconciliarse con el género humano y con la vida.

         En un momento de mi desarrollo profesional, no sé si por influencia de Rouseau o por qué razón, se puso de moda la idea de que los niños cuanto más libres mejor y que ¡quién pudiera vivir sin que los adultos estuvieran encima de nosotros a todas horas, marcándonos el ritmo!. Uno se sentía un poco carca si defendía otra cosa. Los discursos dominantes son así. También se impuso la idea de que el aceite de girasol era mejor que el de oliva y mucha gente se lo creía. O que en el momento en que te dolían las anginas, lo mejor era cortártelas directamente y se acabó el problema. Y muchos se dejaban llevar y adoptaron determinaciones con la mejor intención que luego habrían de estar lamentando toda la vida. Seguramente en esta época puede estar pasando algo parecido y no nos damos cuenta en el momento en que se produce. Como entonces, cuando uno quiere acordar resulta que ya la cosa no tiene remedio y te encuentras metido  en el problema hasta del corvejón. De la misma reacción contra el autoritarismo paterno imperante por entonces llegamos a pensar que los padres, cuanto más lejos mejor y que la vida por sí misma encontraba su armonía y terminaba resolviendo todos los problemas. Una cosa parecida a lo que se dice hoy del mercado, que por sí solo termina regulándose.

         El tiempo pasa y el propio proceso de aprendizaje nos va haciendo conscientes de que las cosas no son tan simples como parecen y que hace falta pararse y profundizar en algunas de nuestras alegres ideas de un momento para comprender que la vida es algo más compleja y no avanza sino por medio de un proceso de reflexión intenso y permanente a través del cual nos vamos curtiendo los criterios y adoptando conclusiones laboriosamente acordadas y siempre provisionales, susceptibles de ser modificadas en el momento en que el devenir de la realidad nos lo indique. La libertad en los pequeños es un valor determinante, enormemente constructivo para su desarrollo personal, pero nunca se puede confundir con el abandono porque el cuidado del adulto y su significado de ley para el pequeño resulta ser indispensable para la consolidación de los hallazgos a los que por sí mismo va llegando mientras que el abandono es disperso, caprichoso y solo hace de la vida un conflicto permanente sin otra referencia que no sea la tragedia irremediable del hecho consumado en cualquier momento.

         La escuela puede ser un instrumento muy valioso para que los pequeños evolucionen y superen los conflictos permanentes que su propio desarrollo les va poniendo delante cada día con niveles aceptables de seguridad. Es justamente ese nivel de seguridad el que les va a permitir que asuman riesgos controlados para evolucionar. Parece que no es significativo pero el simple hecho de que un pequeño que está asumiendo un riesgo vuelva la cabeza y se encuentre con que su adulto de referencia lo está mirando, es suficiente para que pueda seguir evolucionando y manteniendo el riesgo asumido porque la ley, representada por esa mirada, se lo permite. O no. Puede ser también que la mirada le indique que se está pasando y que debe rectificar. La presencia del adulto, por tanto, se hace indispensable siempre que todo el mundo asuma que la evolución de cada uno tiene que hacerse en primera persona porque no hay nadie que pueda vivir por otro. Esto lo tiene que entender el adulto para que su papel en el proceso tenga la importancia que precisa pero en ningún momento ahogue la iniciativa del menor.


domingo, 11 de octubre de 2015

ANDREA


         Andrea no es un nombre concreto. Era una niña de 12 años que hace unos días acaba de morir, una vez que su familia había logrado, después de cuatro meses de tortura médica, que el hospital le quitara la sonda gástrica que la mantenía con vida a base de sufrimiento y le administrara sedantes adecuados para que se fuera de este mundo con dignidad y en paz. Pero podía llamarse Gonzalito, que dejó este mundo a los 11,  después de que su madre, mi amiga Dori que en paz descanse también, quedara destrozada de la columna de traerlo y llevarlo a cuestas a todos los sitios del mundo donde creía encontrar una pista de mejora para su hijo que nunca pudo aportarle una palabra, un beso, un gesto de alivio más allá de su presencia. La muerte de la madre fue por causas ajenas a su hijo pero en los 11 años que compartieron juntos no faltaron penalidades que influyeran en su salud.

         No sé por qué estoy llorando. No siento pena por Andrea que ha vivido 12 años dentro de una familia que la ha tratado con dignidad  hasta el punto de luchar por permitirle irse de este mundo en paz cuando han entendido que la niña había tirado la toalla y estaba sufriendo innecesariamente. Será porque los viejos nos volvemos muy sentimentales y abrimos las compuertas de las lágrimas mezclando sentimientos. Se me cuela en la mente el pequeño ahogado en la playa o tantos pequeños y mayores como vemos buscando un lugar en el mundo que los acoja, o los miles que todavía mueren por una simple diarrea,  en el mismo mundo que derrocha millones a manos llenas para encontrar el arma más mortífera posible y se justifica por ello. Quizá deseo para todos  la dignidad de trato que ha tenido Andrea con familiares mirando por ella hasta en la hora y defendiéndola hasta su último aliento. Todos tenemos que morir. Lo sabemos desde el principio pero no valen lo mismo unas muertes que otras. Yo deseo morir como Andrea y que todos tengamos  una  muerte  amiga como la que ha tenido Andrea. A lo mejor lloro por eso.

         En España hubo un ministro de justicia que defendió en el parlamento que no se podían tolerar los abortos legales ni siquiera cuando se tuviera la certeza de malformaciones en el feto. Hoy ya no está pero porque se fue él. Pensé en aquel momento que los niños que hubieran nacido con malformaciones en aquellos días se les podían haber dejado en la puerta de su casa para permitirle que hiciera todos los méritos del mundo cuidándolos y ofreciéndoles el amor al que sin duda tienen derecho ya que según su opinión las familias preferían abortar antes que pasarse como Victoria con su Víctor va para 30 años lavándolo cada mañana, poniéndole la bolsa de los excrementos, inyectándole su alimentación a través de la sonda gástrica y cargándolo de la cama a la silla de ruedas y viviendo para él. Ya se me han quitado las lágrimas y ahora siento mucho cabreo de pensar que un señor ministro desde su tribuna del parlamento se atreva a condicionar hasta este punto la vida de una familia mientras él va y viene, ajeno a las consecuencias de sus decisiones.


         La defensa de la vida es una idea noble pero se pervierte si no precisamos primero lo que entendemos por vida. Vivir a cualquier precio muchos no estaríamos de acuerdo. Desde el más escrupuloso respeto a quien pueda pensar de otra manera es también exigible el mismo a los que pensamos que en el hecho de vivir debe haber límites porque existen estados de vida en los que la propia dignidad de las personas se queda en evidencia y se debe tener derecho a decidir los límites que ni la ciencia ni el ministro más atrevido o temerario es quien para involucrar a terceras personas. Es el respeto a la conciencia de cada uno el que debe regir los límites en los que podemos decir basta y aceptar que la ciencia se debe poner a nuestro servicio para mantener nuestra dignidad hasta el final a través de medios paliativos, que los hay, antes que empecinarse en prolongar la vida a cualquier precio manteniendo sufrimientos innecesarios  para los enfermos y para los familiares que los cuidan.


domingo, 4 de octubre de 2015

APRENDER

      
         Al hacer referencia al otoño, la semana anterior cargaba las tintas a propósito sobre la importancia de que los pequeños manipularan las cosas, refiriéndome a la abundancia de  frutos en esta época del año, para que los aprendizajes cogieran la profundidad debida y se adhirieran al cuerpo de los pequeños para siempre. En la vida las vivencias se acumulan y es imposible mantener todos los impactos importantes con el valor que tuvieron en el momento de producirse. Pero la memoria es sabia y sabe poner cada recuerdo en su lugar. Desplaza a segundos términos un montón de vivencias y deja espacio al presente en la primera línea. Sólo en momentos especiales algún recuerdo se hará presente para mostrarnos lo ya aprendido en el pasado.

         Debo haberlo dicho miles de veces pero no me voy a cansar de hacerlo hoy una vez más. La escuela no debe ser el lugar a donde vayan los pequeños a que se les enseñe nada o casi nada. Los maestros pueden sentir justificado su trabajo cuando han explicado los conocimientos albergados en las distintas lecciones de cualquier libro de texto al uso pero eso no garantiza en absoluto que el aprendizaje se haya producido porque el aprendizaje es un acto individual y voluntario en el que seguramente puede intervenir el maestro, la familia, la calle, la tele y tantos otros agentes de influencia posibles pero que sólo el niño hace que se produzca cuando su actitud se encuentra dispuesta. Podríamos mencionar tantos procesos en la vida que tienen el mismo recorrido… En realidad cualquier situación que signifique trasvase de un individuo a otro requiere el mismo camino. Podemos desgañitarnos con otra persona explicándole cualquier cosa que nos interese contarle pero como la persona que nos escucha no esté dispuesta a entendernos no hay manera de que la explicación se transmita y alcance su destino.

         Parece insólito que conociendo la trasmisión del conocimiento no seamos capaces de salir de ese sin sentido que sistemáticamente choca en el vacío. La escuela debe ser el lugar ideal para que en los pequeños se produzcan los aprendizajes pero en ningún caso el aprendizaje se puede imponer porque no hay nadie que aprenda a la fuerza. Se aprende por voluntad propia y cuando uno quiere. Lo que debe, por tanto, hacer la escuela o cualquiera que desee promover un aprendizaje en quien le escucha es encontrar el modo, el momento o el punto en el que quien escucha desee que lo que le ofrecemos le interese y quiera hacerlo suyo. La enseñanza solo necesita esfuerzo de quien muestra lo que quiere que conozcan los que le escuchan mientras que el aprendizaje es necesariamente un acto individual y voluntario que depende de cada persona en exclusiva y en ningún caso de quien enseña por el hecho de enseñar sino por el impacto o no que lo se enseña motiva a quien lo recibe. Quien enseña debe saber que su lección despertará el deseo de aprender en quien le escucha si logra seducirlo y motivar su voluntad con el contenido de lo que le muestra o con el modo de mostrarlo.

         Es verdad que durante mucho tiempo se ha ejercido la docencia bajo el supuesto de la letra, con sangre entra. Y ha tenido resultados sin duda, muchas veces justamente los contrarios de lo que se pretendían porque el miedo no es precisamente el mejor mecanismo de seducción. Tampoco debe entenderse la seducción como el embaucamiento por el que los maestros provoquen en los menores deseos de satisfacer sus deseos, que de todo hay. Lo suyo, lo honesto es que el profesional sea capaz de ponerse a favor de las capacidades de los alumnos en cada momento de sus vidas, cosa que conoce a través de su formación profesional y provoque en los alumnos el deseo de crecimiento y comunicación usando como vehículo la interacción con los procesos y combinaciones que se encuentran en la naturaleza y que provocan el conocimiento. Teóricamente puede resultar teórico pero en la práctica es la mar de sencillo. No me des pan, ponme donde haya dice un refrán muy sabio y muy elemental. Mucho testimonio personal de los maestros y poca teoría es lo que los pequeños necesitan.