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domingo, 29 de noviembre de 2020

REVUELTA

 

         Definitivamente vemos que la curva de infectados vuelve a bajar. Parece como si no hubiera pasado el tiempo y nos encontráramos de nuevo en junio. Pero no estamos en  junio sino que vamos a entrar en diciembre, seis meses después, el doble de ruina que en junio a las espaldas y a la espera de que los jueguecitos de quien lo hace mejor se logren superar. Hoy sabemos que la motivación de salvemos el verano pudo ser un incentivo entonces pero la prisa nos devolvió al punto de partida, no se salvó el verano sino que hemos sufrido una segunda ola de contagio que, aunque no ha sido tan furibunda como la primera, debería habernos enseñado que no hay trochas para resolver este COVIT 19. Más muertos y más miseria social sí que hemos conseguido. Dramáticamente estamos ante un nuevo comienzo en el que la curva de contagio baja de nuevo. Ahora lo que nos angustia es la lentitud de bajada por lo que significa de nuevos muertos, nuevo gasto y más impaciencia por el tiempo que pasa.  Aparece el discurso de salvemos la navidad y algunos nos ponemos a temblar porque huele a repetición de errores.



         Sabemos que se puede controlar porque ya lo hemos hecho. Hemos aprendido algunas cosas aunque nos quede mucho por aprender sobre esta pandemia, sobre todo que pese a haber tenido en la segunda ola más infectados que en la primera, las consecuencias no han sido tan mortíferas pero no hemos medido el precio de que ya llevamos siete meses con el peso de la impotencia sobre nosotros. Pensamos que aprenderíamos y parece que no hemos aprendido mucho. El peligro de que de nuevo la carrera por ser los primeros y los que más es un peligro real aunque sabemos mejor que en junio a donde no lleva. En los últimos días se está escuchando un silencio sobre el tema de la navidad y quiero pensar que es que algunos de los entusiastas de la prisa puede que estén aprendiendo que puede haber sido suficiente con una repetición por ignorantes y por pretenciosos. Puede que la presencia de las primeras vacunas, que ya está detrás de la puerta, sea un nuevo muro de contención.



         No paran de salir técnicos en los medios de comunicación y en las redes sociales afirmando por activa y por pasiva que las prisas no son buenas consejeras y que ya ha habido suficiente con un tropezón que nos ha costado seis meses de tiempo y más pobreza como para reiniciar otra aventura de competición por ganar esta nueva desescalada y otros miles de muertos más. No estoy muy seguro de que la sensatez nos haya abierto los oídos de escuchar. Ojalá seamos capaces de entender que ciertamente es posible doblegar la curva del todo de nuevo y llegar a las vacunas, que pueden llegar en diciembre o en enero, pero pronto. En esta ocasión no estaría mal que aprendiéramos aquello de vísteme despacio, que tengo prisa y lográramos ponernos de acuerdo en que no hay por qué elegir entre soluciones de salud y soluciones sociales porque podríamos haber aprendido que sin las soluciones sanitarias no hay soluciones sociales posibles.



         Visto desde la pantalla del ordenador reconozco que es bastante fácil y que uno no se explica cómo puede ser que no nos entre en la mollera. Pero la realidad con todos sus matices se termina imponiendo y soluciones que en principio se ven al alcance de la mano terminan por ocultarse envueltas en disquisiciones de un sigo o de otro, hasta tapar los cauces de salida. No asumir hoy lo que parece evidente por segunda vez puede significar que siga la guerra y la incomunicación, otros seis meses más o menos de desaliento y de hartazgo, más muertos que ya no podrán vivir ninguna navidad más, cuando el camino se ve cada vez más claro y más cerca. Quisiera ser de nuevo optimista como tantas veces aunque la realidad me ensombrezca la mirada. Pero…, ¿es que no vamos a ser capaces de aprender?..., ¿por qué la experiencia no puede servirnos para todo lo que decimos que sirve?. Voy a cerrar los ojos y espero ver que ahora sí vamos a ser capaces de tocar la solución sin mirar quién rompe primero la cinta de meta.


domingo, 22 de noviembre de 2020

PREPARATIVOS

 


         Se llegó a decir con todas sus letras, lo comentamos aquí en su día: No vamos a sacrificar al 99% para salvar al 1%. Quienes lo dijeron entonces siguen en la línea de que son los guías mundiales de las mejores medidas posibles para combatir la pandemia y buscan una especie de cartilla, tipo Catón, en la que se recojan las principales indicaciones para que todos terminemos grabándonoslas a fuego para no olvidarlas jamás. En un caso como el que vivimos no se puede dudar ni nos puede temblar el pulso. Se sacrifica lo que haya que sacrificar para que el circo social siga en pie y funcionando. Lo voy escribiendo y me va dando escalofríos de lo que digo. Sobre todo porque no es un chiste, que podría serlo, sino que es verdad. Sólo recojo palabras que salen de sus bocas cualquier día, hoy por ejemplo. Lo último que han decidido ellos, que dicen ser los adalides de la libertad y lo proclaman con todo cinismo a los cuatro vientos, es que van a cerrar a cal y canto Madrid el puente de la Constitución porque no pueden soportar la idea de que las navidades no se celebren como dios, su Dios, manda.



         Ya pasó en verano cuando después de tres meses de durísimo confinamiento se venció la primera curva de contagios y el gobierno, criticado hasta el delirio durante todo el proceso, decidió soltar el mando del estado de confinamiento para compartir la dirección de la pandemia con las comunidades autónomas. A casi todas les faltó tiempo entonces para abrir la mano de playas y de turismo en general como manera desesperada de que no se nos fuera a escapar la gallina de los huevos de oro que, por lo visto, nos pertenecía como derecho divino y que el malvado gobierno central nos lo estaba secuestrando y llevándonos a la ruina, como si la pandemia universal tuviera como único destino España. Hoy estamos sudando la gota gorda para aplacar la segunda curva sin que nadie haya entonado el mea culpa de habernos traído de nuevo a donde estamos, después de otros tres meses de suplicio y de ruina que pudieron haberse evitado si hubiéramos aprendido entonces y actuado en consecuencia.



         Lo de aprender se vendió en verano como algo al alcance de la mano, pero una vez que la primera curva mordió el polvo y bastantes miles de muertos, sobre todo abuelos, se instalaron definitivamente en los cementerios y en la responsabilidad de nuestra ignorancia. Se nos cayó la venda que nos había hecho creer que nuestra sanidad era sólida y competía con las mejores del mundo y nos vimos de la noche a la mañana con los hospitales a rebosar de enfermos, con el personal sanitario sin material adecuado y enfrentando una situación de calamidad para la que no estábamos preparados. Íbamos a aprender entonces porque las lagunas se habían manifestado en toda su crudeza. Pues ahora estamos torciendo de nuevo una curva de contagios que ha llegado más alto que la primera aunque, en honor a la verdad, con algo más de conocimiento y con varios puntos menos de mortandad afortunadamente pero con el mismo nivel de arrogancia para seguir enfrentando una situación que era y que sigue siendo desconocida, si bien con algunos conocimientos que no teníamos al principio.



         Si logramos doblegar la segunda curva, cosa que parece probable, lo lógico sería que con toda humildad pusiéramos en marcha los conocimientos que hemos obtenido de los dos fracasos anteriores hasta ver si, por fin, terminan de llegar las ansiadas vacunas, que ya se dejan ver en lontananza, y nos permiten volver a la normalidad en la que nos hemos criado y de la que no parábamos de echar sapos y culebras cuando la teníamos entre manos. Todo pinta a que la secuencia del verano y su desmadre correspondiente puede aparecer de nuevo entre turrones y peladillas navideños para iniciar una tercera ola, con lo que podríamos tener una nueva demostración de lo cerriles que somos y de lo que nos cuesta ver dónde está la piedra con la que tropezamos una y otra vez, en vez de sortearla discretamente y darnos cuenta, por fin, que hay muchos caminos para sortear las dificultades que esta vida nos presenta.



domingo, 15 de noviembre de 2020

COMUNICAR

 

         Parece que el mundo, en los últimos ocho meses no ha tenido otro tema que el COVIT 19 porque ha inundado los noticiarios de arriba abajo. Hay emisoras que lo han tomado como asunto monográfico. Mi hijo me comentaba ayer que escuchaba las informaciones y tenía la sensación de oír los deportes, con su propio formato escueto y referido a números. Unas provincias competían con otras sobre cuál era capaz de presentar mejores números de infectados y las pantallas se llenaban de gráficos para que los televidentes no se perdieran el más mínimo detalle sobre los entresijos de la pandemia. Anoche resulta que el tema estrella era que las organizaciones médicas colegiadas exigían la dimisión irrevocable del responsable de comunicación, Fernando Simón porque una de las frases de su información del día anterior aludía al cuerpo médico y a su poco ejemplar comportamiento al margen de su trabajo y eso no se podía permitir. La guerra por los relatos trae a la prensa endemoniada porque lo que en principio era pura ignorancia general, en este momento los grandes medios se han convertido en catedráticos que, sin pudor alguno, exponen diagnósticos, veredictos sobre el pasado y prospecciones de futuro a placer.



         Recordamos que los más altos niveles de eficacia para combatir la pandemia estaban en que todas las fuerzas concernidas se pusieran a remar en la misma dirección. La realidad de cada día, si nos deja constancia de algo es que todo aquello que se pueda convertir en desacuerdo, en pugna, en disparidad de criterios, en enfrentamientos estériles por conseguir primeras páginas para cualquiera de las opciones políticas, eso es justamente lo que nos llega por tierra, mar y aire en cada noticiario, en cada tertulia, mientras los ciudadanos de a pie dirigimos nuestra mirada aquí o allá siguiendo la dirección de la pelota del discurso en pugna y cada día más tristes, mas resabiados y más lejos de la esperanza por más que los anuncios nos repitan que justo detrás de la puerta del tiempo se empieza a tocar la primera vacuna de la salvación.



         A estas alturas de la edad lo que nos va quedando claro es que la solución del problema interesa un comino y cada uno no tiene más preocupación que hacer que sus ideas penetren en el cuerpo social con  la fuerza que puedan. El mundo acumula 1300000 muertos por COVIT 19 y no se habla de otra cosa. Cada año la misma muerte se lleva a 5 millones de personas por causa del alcohol y a otros 8 millones por causa del tabaco, ambas sustancias perfectamente legales y de las que no se habla ni se estudian tratamientos porque no se las consideran pandemias, por más que sus efectos asesinos se dejan sentir de manera inexorable. Lejos de mí tratar de quitar importancia a la pandemia del COVIT 19 que está sobre nuestras cabezas y dentro de ellas en este momento. Mi reflexión va dirigida a no dejarnos llevar con tanta ligereza sobre los últimos acontecimientos del último minuto, a lo que somos muy dados y a contemplar nuestras miserias, que son unas cuantas y no sólo el COVIT 19, para que de camino que buscamos soluciones para la última, no olvidemos las que llevamos de la mano sin resolver cada día que pasa.



         No me puedo olvidar de la pandemia del hambre y la pobreza, para la que no hay vacuna y no para de aumentar, las guerras localizadas, que mantienen en la angustia y en la muerte a millones de personas cuando la vacuna se encuentra en nuestras manos  hoy mismo, mientras miramos con angustia justificada solo al COVIT 19, como si fuera la única. Yo no sé si la cacareada vacuna Pfizer va a ser la primera ni la más eficaz de las muchas anunciadas y varias de ellas en los últimos niveles de comprobación, de modo que el próximo año es posible que podamos disponer de varias. Lo que sí digo es que Pfizer ha subido en Bolsa millones y millones de euros su cotización sin que hayamos visto todavía la primera persona en el mundo con el pinchazo milagroso en su brazo. 

 

domingo, 8 de noviembre de 2020

POLÍTICA

 

         La semana pasada terminamos con la parodia del desfile en el que delante va un corneta con el ritmo distinto al del resto de la formación y su madre que lo contempla desde el público exclama admirada: ¡Miradlo, todos llevan el paso cambiado menos él! Lo dijimos como ejemplo de empecinamiento y a la espera de que una anomalía tan clara fuera subsanada a la primera de cambio, tanto más cuanto que todo el mundo confirma como primer valor de la lucha contra el virus el hecho de remar en la misma dirección. Pues este es el tiempo en el que, no solo no se ha resuelto semejante anomalía, sino que el consejero de justicia de esa comunidad, de Madrid por más señas y magistrado de amplia experiencia jurídica a sus espaldas, ha salido a la prensa con unas declaraciones en las que manifiesta que su comunidad está sirviendo para España y para el mundo como modelo de buen hacer en el  que unos y otros pueden y deben mirarse y tomar ejemplo. Y se queda tan pancho. En medio de esta maraña no seré yo el que disponga de una solución que ofrecer porque no la tengo pero sí me atrevo a decir que aquí hay gato encerrado y que detrás de una actitud tan cerril no estamos hablando de salud sino de otra cosa.



         Tradicionalmente cuando los conservadores  han intentado implantar en la sociedad sus tesis, han procurado no llamar al pan pan ni al vivo vino. Por el contrario han ido acuñando argumentos sucedáneos, tipo como dios manda, es de sentido común…, o similares para que la gente termine asumiéndolos como propios cuando detrás de ellos no hay otra cosa que una opción política enmascarada que intenta imponerse, seguramente con su derecho legítimo a defender sus postulados, pero con una manera espuria de introducirse en el corpus social a base de subterfugios, argumentos equívocos y salidas de emergencia que esconden que detrás de sus postulados no se encuentra la consecución del bien común sino la toma del poder. Eso se podría aceptar como derecho si detrás no estuviéramos hablando de salud pública y de muerte, de muchas muertes de los más vulnerables que están siendo los verdaderos paganos de esta y de todas las pandemias que en el mundo han sido.



         Lo cierto es que en este momento estamos en alturas de infección de niveles desconocidos hasta el momento, si bien con la mortandad, dramática siempre, mucho más moderada que en la primera ola debido al mejor conocimiento de los procesos infecciosos, mayor dotación de equipamientos protectores y cuidados más certeros que, si bien no son capaces de eliminar todas las consecuencias de la infección, sí que logran que la mortandad haya bajado sustancialmente y que las disponibilidades clínicas estén mejor dispuestas para quien las pueda necesitar, siempre teniendo en cuenta que el resto de las enfermedades siguen presentes como siempre y que los enfermos tradicionales siguen necesitando servicios médicos al margen de la pandemia. Podríamos decir que la sociedad dispone de unos servicios más equilibrados para encarar este drama coyuntural y desconocido sin desatender sus obligaciones que le dan sentido.



         No quiero terminar sin señalar un elemento diferenciador, los colegios están abiertos, cosa que no pasaba en la primera ola, porque al margen de la incomodidad que origine el cuidado de las mascarillas, la higiene de manos, la toma de temperatura, la adecuada ventilación o la distancia de seguridad, los inconvenientes que el confinamiento de los pequeños en espacios cerrados produciría es muy superior al de ver que de vez en cuando hay que cerrar un aula o incluso todo un centro por causa de contagio. El confinamiento general de la infancia es un drama muy superior a todo este tipo de cambios en el comportamiento al que no vemos abocados para enfrentar este drama desconocido, hasta ver si logramos acceder a alguna vacuna o vacunas que nos permita sentirnos protegidos. La protección de la segunda ola, a pesar del inmenso drama que origina y del hartazgo social que produce en la medida en que se dilata en el tiempo, tiene una lógica mayor que la inicial que eran palos de ciego producto del desconcierto y de la ignorancia.   


domingo, 1 de noviembre de 2020

ARROGANCIA

 

         A día de hoy, 45 millones de infectados en todo el mundo y 1200000 muertos. Hace unos meses el virus se había centrado en América pero en este momento la capacidad de infección está centrada en Europa de nuevo con una fuerza que supera los 50000 casos cada día. La letalidad no es tan alta por el momento como lo fue en marzo pero ya supera con creces los 200000 muertos y el frío no ha hecho más que empezar. La mayoría de los países europeos estaban razonablemente satisfechos de la evolución de los contagios porque tenían unas cifras que, salvo España, no superaban los 100/100000. Pero este mes de octubre la intensidad se ha dado un vuelco y, aunque España sigue empeorando de las malas cifras que arrastraba, el resto de los países han crecido de manera exponencial. Las medidas de urgencia no se han hecho esperar. Se comenzó con los toques de queda, nomenclatura que España nunca se había atrevido a proponer por las implicaciones bélicas que tradicionalmente traía aparejadas. Hoy ya está perfectamente asumido y en cuestión de días hasta se ha quedado obsoleto.



         Entramos en el mes de noviembre con el alma en un hilo porque los números nos asustan y no paramos de mirar la curva que sube y sube con un nivel de infección superior incluso a la de marzo, si bien la cifra de muertos no llega a tanto por el momento. Ahora los ojos se vuelven a los hospitales porque empezamos a ver cómo las disponibilidades se van llenando de enfermos de COVIT 19, lo que quiere decir que el resto de las enfermedades se van quedando sin espacio para diagnósticos y tratamientos. Algo así pasó ya en marzo y nos dimos cuenta de que las personas no sólo necesitaban cuidados para la pandemia recién llegada sino que seguían enfermando de las enfermedades tradicionales y no teníamos capacidad para hacer frente a tantas necesidades. Durante todo el verano se ha venido insistiendo que necesitábamos reforzar nuestra atención primaria y contratar grupos de rastreadores para que el virus no se desmadrara pero los resultados han sido en general decepcionantes. La euforia de la desescalada nos hizo pensar que todo había pasado y que la cosa tampoco era para tanto.



           Después de haber dominado la primera curva las infecciones no han parado de subir, si bien de manera más relajada en el tiempo. Los expertos seguían diciendo que era en ese momento precisamente cuando había que aprender de nuestras lagunas sanitarias, que habían quedado claramente al descubierto pese a lo que veníamos pensando tradicionalmente, y dotarnos de suficiente personal que detectara los focos de contagio y los siguiera paso a paso para que las cadenas nunca se nos fueran de las manos. El resultado ha sido irregular. Así como ha habido comunidades que se han esforzado en seguir las indicaciones y se ha visto que, si los contagios se mantenían, el virus no ganaba terreno, tampoco han faltado los gobernantes que han considerado que el 1% de la población no podían estar tiranizando al 99% restante y que había que pensar en los problemas económicos y sociales que la pandemia seguía dejando y dejar de insistir tanto en los aspectos sanitarios.



         Estamos en plena ebullición de la segunda ola, con España confinada en pleno fin de semana de todos los santos y pensando que hay que profundizar este confinamiento porque los hospitales  están dando señales de agotamiento y las camas disponibles no pueden de nuevo emplearse sólo en los enfermos de COVIT, como si el resto de enfermos fueran  menos importantes. Pues, aunque parezca imposible, todavía está Madrid, completamente sola y al margen de todos los acuerdos que semanalmente toman las comunidades autónomas con el gobierno central, inventándose confinamientos de fines de semana con el argumentos de que hay que abrir los establecimientos y no pensar sólo en la salud. Y se quedan tan panchos. Me recuerdan a aquel desfile militar en el que el corneta que iba en cabeza llevaba el paso distinto al resto y su madre, que lo miraba desde el público decía arrobada: Qué listo es mi hijo, el único que no lleva el paso cambiado.