La
semana pasada terminamos con la parodia del desfile en el que delante va un
corneta con el ritmo distinto al del resto de la formación y su madre que lo
contempla desde el público exclama admirada: ¡Miradlo, todos llevan el paso
cambiado menos él! Lo dijimos como ejemplo de empecinamiento y a la espera de
que una anomalía tan clara fuera subsanada a la primera de cambio, tanto más
cuanto que todo el mundo confirma como primer valor de la lucha contra el virus
el hecho de remar en la misma dirección. Pues este es el tiempo en el que, no
solo no se ha resuelto semejante anomalía, sino que el consejero de justicia de
esa comunidad, de Madrid por más señas y magistrado de amplia experiencia
jurídica a sus espaldas, ha salido a la prensa con unas declaraciones en las
que manifiesta que su comunidad está sirviendo para España y para el mundo como
modelo de buen hacer en el que unos y
otros pueden y deben mirarse y tomar ejemplo. Y se queda tan pancho. En medio
de esta maraña no seré yo el que disponga de una solución que ofrecer porque no
la tengo pero sí me atrevo a decir que aquí hay gato encerrado y que detrás de
una actitud tan cerril no estamos hablando de salud sino de otra cosa.
Tradicionalmente
cuando los conservadores han intentado
implantar en la sociedad sus tesis, han procurado no llamar al pan pan ni al
vivo vino. Por el contrario han ido acuñando argumentos sucedáneos, tipo como
dios manda, es de sentido común…, o similares para que la gente termine
asumiéndolos como propios cuando detrás de ellos no hay otra cosa que una
opción política enmascarada que intenta imponerse, seguramente con su derecho
legítimo a defender sus postulados, pero con una manera espuria de introducirse
en el corpus social a base de subterfugios, argumentos equívocos y salidas de
emergencia que esconden que detrás de sus postulados no se encuentra la consecución
del bien común sino la toma del poder. Eso se podría aceptar como derecho si
detrás no estuviéramos hablando de salud pública y de muerte, de muchas muertes
de los más vulnerables que están siendo los verdaderos paganos de esta y de
todas las pandemias que en el mundo han sido.
Lo
cierto es que en este momento estamos en alturas de infección de niveles
desconocidos hasta el momento, si bien con la mortandad, dramática siempre,
mucho más moderada que en la primera ola debido al mejor conocimiento de los
procesos infecciosos, mayor dotación de equipamientos protectores y cuidados
más certeros que, si bien no son capaces de eliminar todas las consecuencias de
la infección, sí que logran que la mortandad haya bajado sustancialmente y que
las disponibilidades clínicas estén mejor dispuestas para quien las pueda
necesitar, siempre teniendo en cuenta que el resto de las enfermedades siguen
presentes como siempre y que los enfermos tradicionales siguen necesitando
servicios médicos al margen de la pandemia. Podríamos decir que la sociedad
dispone de unos servicios más equilibrados para encarar este drama coyuntural y
desconocido sin desatender sus obligaciones que le dan sentido.
No quiero terminar sin señalar un elemento diferenciador, los colegios están abiertos, cosa que no pasaba en la primera ola, porque al margen de la incomodidad que origine el cuidado de las mascarillas, la higiene de manos, la toma de temperatura, la adecuada ventilación o la distancia de seguridad, los inconvenientes que el confinamiento de los pequeños en espacios cerrados produciría es muy superior al de ver que de vez en cuando hay que cerrar un aula o incluso todo un centro por causa de contagio. El confinamiento general de la infancia es un drama muy superior a todo este tipo de cambios en el comportamiento al que no vemos abocados para enfrentar este drama desconocido, hasta ver si logramos acceder a alguna vacuna o vacunas que nos permita sentirnos protegidos. La protección de la segunda ola, a pesar del inmenso drama que origina y del hartazgo social que produce en la medida en que se dilata en el tiempo, tiene una lógica mayor que la inicial que eran palos de ciego producto del desconcierto y de la ignorancia.
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