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domingo, 8 de noviembre de 2020

POLÍTICA

 

         La semana pasada terminamos con la parodia del desfile en el que delante va un corneta con el ritmo distinto al del resto de la formación y su madre que lo contempla desde el público exclama admirada: ¡Miradlo, todos llevan el paso cambiado menos él! Lo dijimos como ejemplo de empecinamiento y a la espera de que una anomalía tan clara fuera subsanada a la primera de cambio, tanto más cuanto que todo el mundo confirma como primer valor de la lucha contra el virus el hecho de remar en la misma dirección. Pues este es el tiempo en el que, no solo no se ha resuelto semejante anomalía, sino que el consejero de justicia de esa comunidad, de Madrid por más señas y magistrado de amplia experiencia jurídica a sus espaldas, ha salido a la prensa con unas declaraciones en las que manifiesta que su comunidad está sirviendo para España y para el mundo como modelo de buen hacer en el  que unos y otros pueden y deben mirarse y tomar ejemplo. Y se queda tan pancho. En medio de esta maraña no seré yo el que disponga de una solución que ofrecer porque no la tengo pero sí me atrevo a decir que aquí hay gato encerrado y que detrás de una actitud tan cerril no estamos hablando de salud sino de otra cosa.



         Tradicionalmente cuando los conservadores  han intentado implantar en la sociedad sus tesis, han procurado no llamar al pan pan ni al vivo vino. Por el contrario han ido acuñando argumentos sucedáneos, tipo como dios manda, es de sentido común…, o similares para que la gente termine asumiéndolos como propios cuando detrás de ellos no hay otra cosa que una opción política enmascarada que intenta imponerse, seguramente con su derecho legítimo a defender sus postulados, pero con una manera espuria de introducirse en el corpus social a base de subterfugios, argumentos equívocos y salidas de emergencia que esconden que detrás de sus postulados no se encuentra la consecución del bien común sino la toma del poder. Eso se podría aceptar como derecho si detrás no estuviéramos hablando de salud pública y de muerte, de muchas muertes de los más vulnerables que están siendo los verdaderos paganos de esta y de todas las pandemias que en el mundo han sido.



         Lo cierto es que en este momento estamos en alturas de infección de niveles desconocidos hasta el momento, si bien con la mortandad, dramática siempre, mucho más moderada que en la primera ola debido al mejor conocimiento de los procesos infecciosos, mayor dotación de equipamientos protectores y cuidados más certeros que, si bien no son capaces de eliminar todas las consecuencias de la infección, sí que logran que la mortandad haya bajado sustancialmente y que las disponibilidades clínicas estén mejor dispuestas para quien las pueda necesitar, siempre teniendo en cuenta que el resto de las enfermedades siguen presentes como siempre y que los enfermos tradicionales siguen necesitando servicios médicos al margen de la pandemia. Podríamos decir que la sociedad dispone de unos servicios más equilibrados para encarar este drama coyuntural y desconocido sin desatender sus obligaciones que le dan sentido.



         No quiero terminar sin señalar un elemento diferenciador, los colegios están abiertos, cosa que no pasaba en la primera ola, porque al margen de la incomodidad que origine el cuidado de las mascarillas, la higiene de manos, la toma de temperatura, la adecuada ventilación o la distancia de seguridad, los inconvenientes que el confinamiento de los pequeños en espacios cerrados produciría es muy superior al de ver que de vez en cuando hay que cerrar un aula o incluso todo un centro por causa de contagio. El confinamiento general de la infancia es un drama muy superior a todo este tipo de cambios en el comportamiento al que no vemos abocados para enfrentar este drama desconocido, hasta ver si logramos acceder a alguna vacuna o vacunas que nos permita sentirnos protegidos. La protección de la segunda ola, a pesar del inmenso drama que origina y del hartazgo social que produce en la medida en que se dilata en el tiempo, tiene una lógica mayor que la inicial que eran palos de ciego producto del desconcierto y de la ignorancia.   


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