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sábado, 12 de julio de 2025

ORGULLO Y PUNTO

 


 

        Pretendí terminar la secuencia del ORGULLO  con un recuerdo entrañable a Federico García Lorca, paisano genial y víctima inocente de nuestra guerra incivil, como tantos, Me acordé de su ODA A WALT WHITMAN  de su hermoso poemario POETA EN NUEVA YORK, y lo puse. Pero hablando con Julia, me refirió unos versos de Walt que incluí  en una de sus fotos de las que puse acompañando el poema de Federico. He seguido pensando y he decidido alargar un poco más el ORGULLO  y que termine hoy con esta especie de respuesta del poema 24 del CANTO A MÍ MISMO del viejo Walt.        

 


                       24

 

Yo soy Walt Whitman…

Un cosmos. ¡Miradme!

El hijo de Manhattan.

Turbulento, fuerte y sensual;

como, bebo y engendro…

no soy sentimental.

Ni por encima ni separado de nadie,

ni orgulloso ni humilde.

Desclavad las cerraduras de las puertas.

Sacad las puertas mismas de sus goznes.

Quien humilla a otro

me humilla a mí.

Y todo lo que se dice y lo que se hace repercute en mí.



De mí surge la inspiración:

y lo corriente y lo vulgar.

Yo digo la palabra mágica y primera

y doy el santo y seña de la democracia.

Y digo que no aceptaré nada que no tenga una réplica inmediata y

numerosa.

De mi garganta salen voces largo tiempo calladas,

voces de largas generaciones de prisioneros y de esclavos,

voces de ciclos de preparación y crecimiento,

voces de desesperados y de enfermos,

voces de ladrones y de enanos,

voces de cuerdas que conectan las estrellas,

voces de matrices y de gérmenes paternos…



Voces de odio:

la voz del deformado,

del trivial,

del estúpido,

del loco,

del resentido;

la voz de la niebla en el aire,

la voz de los escarabajos que ruedan su bola de estiércol…

De mi garganta salen voces olvidadas;

voces de sexo y de lujuria,

voces veladas que yo desgarro,

voces indecentes que yo clarifico y transfiguro…

Yo no me tapo la boca

ni pongo el índice sobre los labios.

Me estremezco ante el vientre lo mismo que ante el corazón y la cabeza.

La cópula tiene el mismo rango que la muerte.

Creo en la carne y en los apetitos.



La vista,

el oído,

el tacto…

son milagros.

Y cada partícula,

cada apéndice mío

es un milagro.

Soy divino por dentro y por fuera

y santifico todo lo que toco

y todo lo que me toca:

el olor de mis axilas es tan fino como el de una plegaria;

y esta cabeza mía

vale más que las iglesias,

las biblias

y los credos.

Cuando adoro una cosa más que otra, adoro tan sólo la extensión de mi

cuero o de una parte de mi cuerpo.

Tú no eres más que la réplica deslumbrante de mí mismo.



Surcos y tierra húmeda, eso eres tú;

la reja firme y masculina del arado,

todo cuanto en mí se cultiva y se labra;

eres mi sangre fecunda

y tus corrientes pálidas de leche, las ordeñas en mi vida;

eres el pecho que se aprieta a otro pecho

y en mi cerebro están tus circunvoluciones ocultas;

raíces lavadas del cáñamo,

tímida alondra,

nido oculto de huevos duplicados… eso eres tú;

heno mezclado y tundido de la cabeza, de las barbas y de la carne dura…



eso eres tú;

jugo fermentado de manzanas,

fibras de trigo viril,

sol generoso… eso eres tú;

vapores que iluminan

y apagan mi rostro… eso eres tú;

arroyos de sudor y de rocío… eso eres tú;

viento que acaricia mi carne con el cosquilleo de los genitales en celo,

amplios campos vigorosos,

ramas de roble vivo,

amante compañero en mi vagar sin rumbo… eso eres tú;

manos que yo he apretado,

rostro que yo he besado,

hermana criatura a quien mis brazos estrechan sin cesar… ¡eso eres tú!

Me asombro de mí mismo.





Chocheo ante mi ser.

¡Hay en él tantas cosas admirables!

Cada momento de mi vida

y cuanto sucede en mí

me estremece de júbilo.

¿Por qué se doblan mis tobillos

y cuál es la causa de mis más insignificantes deseos?

¿Por qué irradio amistad…

y por qué la recibo?

Cuando subo las escaleras de mi casa me detengo y digo de pronto: pero

¿es esto cierto?

La enredadera que trepa por mi ventana me satisface más que toda la

metafísica de los libros.

¡Oh, maravilla del alba!

Una tenue luz allá lejos deslíe las sombras diáfanas e inmensas.

El aire es un manjar para mi lengua.



Del mundo movible

saltan en silencio

brincan inocentes,

rezuman frescas

masas que cruzan oblicuas

hacia arriba y hacia abajo.

Algo que no puedo ver eriza púas libidinosas,

y mares de jugos resplandecientes

inundan la bóveda celeste.

La tierra y el cielo se juntan.

Y de esta diaria conjunción llega por el oriente un reto que se posa un

instante sobre mi cabeza para decirme agresivo y burlón:

¿Serás tú el amo de todo esto?

 



 

sábado, 5 de julio de 2025

¡QUÉ ORGULLO!

 




 

ODA A WALT WHITMAN

Por el East River y el Bronx

los muchachos cantaban enseñando sus cinturas,

con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.

Noventa mil mineros sacaban la plata de las

rocas

y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.

Pero ninguno se dormía,



ninguno quería ser el río,

ninguno amaba las hojas grandes,

ninguno la lengua azul de la playa.

Por el East River y el Queensborough

los muchachos luchaban con la industria,

y los judíos vendían al fauno del río

la rosa de la circuncisión

y el cielo desembocaba por los puentes y los

tejados

manadas de bisontes empujadas por el viento.



Pero ninguno se detenía,

ninguno quería ser nube,

ninguno buscaba los helechos

ni la rueda amarilla del tamboril.

Cuando la luna salga

las poleas rodarán para tumbar el cielo;

un límite de agujas cercará la memoria

y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.



Nueva York de cieno,

Nueva York de alambres y de muerte.

¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?

¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?

¿Quién el sueño terrible de sus anémonas

manchadas?

Ni un solo momento, viejo hermoso Walt

Whitman,

he dejado de ver tu barba llena de mariposas,

ni tus hombros de pana gastados por la luna,

ni tus muslos de Apolo virginal,

ni tu voz como una columna de ceniza;

anciano hermoso como la niebla

que gemías igual que un pájaro

con el sexo atravesado por una aguja,

enemigo del sátiro,

enemigo de la vid

y amante de los cuerpos bajo la burda tela.



Ni un solo momento, hermosura viril

que en montes de carbón, anuncios y

ferrocarriles,

soñabas ser un río y dormir como un río

con aquel camarada que pondría en tu pecho

un pequeño dolor de ignorante leopardo.



Ni un solo momento, Adán de sangre, macho,

hombre solo en el mar, viejo hermoso

Walt Whitman,

porque por las azoteas,

ag

rupados en los bares,

saliendo en racimos de las alcantarillas,

temblando entre las piernas de los chauffeurs

o girando en las plataformas del ajenjo,

los maricas, Walt Whitman, te señalan.

¡También ése! ¡También! Y se despeñan

sobre tu barba luminosa y casta,

rubios del norte, negros de la arena,

muchedumbres de gritos y ademanes,

como gatos y como las serpientes,

los maricas, Walt Whitman, los maricas

turbios de lágrimas, carne para fusta,

bota o mordisco de los domadores.

¡También ése! ¡También! Dedos teñidos

apuntan a la orilla de tu sueño

cuando el amigo come tu manzana

con un leve sabor de gasolina

y el sol canta por los ombligos

de los muchachos que juegan bajo los puentes.



Pero tú no buscabas los ojos arañados,

ni el pantano oscurísimo donde sumergen

a los niños,

ni la saliva helada,

ni las curvas heridas como panza de sapo

que llevan los maricas en coches y terrazas

mientras la luna los azota por las esquinas

del terror.

Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,

toro y sueño que junte la rueda con el alga,

padre de tu agonía, camelia de tu muerte,

y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.




Porque es justo que el hombre no busque su

deleite

en la selva de sangre de la mañana próxima.

El cielo tiene playas donde evitar la vida

y hay cuerpos que no deben repetirse en la

aurora.

Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.

Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.

Los muertos se descomponen bajo el reloj de

las ciudades,

la guerra pasa llorando con un millón de

ratas grises,

los ricos dan a sus queridas

pequeños moribundos iluminados,

y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.

Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo

por vena de coral o celeste desnudo.

Mañana los amores serán rocas y el Tiempo

una brisa que viene dormida por las ramas.

Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whitman,

contra el niño que escribe

nombre de niña en su almohada,

ni contra el muchacho que se viste de novia

en la oscuridad del ropero,

ni contra los solitarios de los casinos

que beben con asco el agua de la prostitución,

ni contra los hombres de mirada verde

que aman al hombre y queman sus labios en

silencio.

Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades,

de carne tumefacta y pensamiento inmundo,

madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño

del Amor que reparte coronas de alegría.

Contra vosotros siempre, que dais a los

muchachos

gotas de sucia muerte con amargo veneno.

Contra vosotros siempre,

Faeries de Norteamérica,

Pájaros de la Habana,

Jotos de Méjico,

Sarasas de Cádiz,

Apios de Sevilla,

Cancos de Madrid,

Floras de Alicante,

Adelaidas de Portugal.



¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!

Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,

abiertos en las plazas con fiebre de abanico

o emboscados en yertos paisajes de cicuta.

¡No haya cuartel! La muerte

mana de vuestros ojos

y agrupa flores grises en la orilla del cieno.

¡No haya cuartel! ¡Alerta!

Que los confundidos, los puros,

los clásicos, los señalados, los suplicantes

os cierren las puertas de la bacanal.

Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del

Hudson

con la barba hacia el polo y las manos abiertas.

Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando

camaradas que velen tu gacela sin cuerpo.

Duerme, no queda nada.

Una danza de muros agita las praderas

y América se anega de máquinas y llanto.

Quiero que el aire fuerte de la noche más honda

quite flores y letras del arco donde duermes

y un niño negro anuncie a los blancos del oro

la llegada del reino de la espiga.