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domingo, 28 de febrero de 2021

ELECCIONES

 

         Estamos en una fase distinta de la pandemia. Hoy sabemos algunas cosas sobre ella, cómo se extiende, las medidas más eficaces para protegernos de ella y, desde el 29 de diciembre de 2020 sobre las vacunas. Araceli significó un símbolo vivo a sus 96 años de que la vacuna era una realidad y de que disponíamos de una medida eficaz para pararle los pies a este bicho que, hasta ese momento, nos tenía en sus manos por completo. Lo más que podíamos hacer hasta entonces era cuidar lo mejor posible a los enfermos acompañarlos en las UCIS con respiradores pero, a fin de cuentas, quienes no tenían defensas suficientes, llevarlos a la muerte de la manera más suave posible y solos, sin un familiar cerca que les mirara a los ojos en el último momento. La vacuna no es dios, como no lo es nada creado por las personas, pero desde que se están inyectando hemos visto cómo en aquellos colectivos que han sido los primeros en vacunarse, los infectados han caído sustancialmente. Ahora somos capaces de mirar al virus a la cara e influir en su capacidad de infectar hasta hacerlo clavar la cerviz si llega el caso.



         Lamentablemente no hemos sido capaces hasta el momento de suprimir, o disminuir al menos, las miserables guerras políticas intestinas que nos llevan a desenvolvernos dentro del drama de la pandemia en condiciones de la mayor desesperación posible. No digo que pudiéramos tocar palmas con lo que sabemos, pero ciertamente podríamos suavizar en alguna medida los efectos de esta plaga que hasta el momento se ha llevado a cerca de 3000 000 de personas en el mundo y veremos hasta dónde alcanzan las cifras todavía. Hay países, Gran Bretaña, por ejemplo, que han decidido poner una primera dosis a sus ciudadanos y aprovechar la capacidad de inmunización que una sola dosis tiene de por sí y otros, como España, que han guardado parte de las primeras dosis para terminar inmunizando por completo a todos los que fueran posibles. Hoy nos encontramos con un nivel de inmunizados totales de algo más del 2 por ciento aunque la inmensa mayoría no tiene ninguna dosis todavía.



         Gran Bretaña tiene cerca del 20 por ciento de sus ciudadanos con alguna dosis inyectada pero sin  garantáis de poder completar las segundas dosis, que requieren un plazo de inyección para completar los efectos de inmunidad que las vacunas alcanzan. En el caso de España, pese a tener inmunizado a una cantidad de personas pequeña con relación al total, tiene un efecto muy significativo porque esas primeras vacunas han ido a los más vulnerables y a los que más posibilidades de infección tenían, de modo que se nota de manera palpable el efecto de la inmunidad en las curvas estadísticas. Yo hoy no sé decir cuál de los dos caminos me parece más acertado. En realidad, cada uno tiene ventajas y los inconvenientes, en ambos casos, están relacionados con las deficiencias del servicio,  puesto que la realidad es que teníamos unas previsiones de servicio  que se han visto mermadas porque las posibilidades de producción no han estado a la altura de las previsiones iniciales.



         Muy alegremente, a mi modo de ver, se dijo que para final del verano podría estar vacunada hasta un 70% de la población, con lo que alcanzaríamos la inmunidad de rebaño y con ella la progresiva vuelta a una cierta forma de normalidad. Un poco optimista veo yo la previsión pero si se cumple a lo largo del presente año ya me parece un resultado satisfactorio. Creo que es aquí en donde deberíamos estar centrando nuestros esfuerzos, los de todos, dejar a un lado las discrepancias de puntos de vista, que todos pueden ser legítimos y suavizar lo más posible la creciente angustia que la pandemia está dejando en nosotros después de un larguísimo año sin perspectivas. Deberíamos ser capaces de bajar nuestra capacidad de enfrentamiento, que ya ha dado sobradas muestras de hasta dónde podemos llegar para amargarnos la vida unos a otros y dedicarnos, lo que nos quede, a comprendernos un poco mejor y, si es posible, que lo es, a facilitarnos la vida.  

    

domingo, 21 de febrero de 2021

IMPACIENCIA

 

         El cansancio de la pandemia se nota ya de manera ostensible. Estamos cerca del año de angustias y hemos visto la curva de incidencias subir y bajar por tres veces. La conclusión ante las bajadas siempre ha sido la misma: aprender de lo vivido, pero la experiencia nos ha dicho que nada de nada. En el verano la primera bajada alcanzó casi el cero absoluto, pero la añoranza del turismo pudo más que la prudencia y volvimos a subir. Al comienzo de las fiestas del invierno: Constitución, Inmaculada, Navidades…, no pudimos contenernos y desde los 184/100000 nos consideramos los reyes del mambo porque había que salvar la navidad al precio que fuera y volvimos a las alturas con casi 900/100000 como precio a las grandes fiestas. Ahora nos encontramos de nuevo con la esperanza entre las manos porque bajamos hasta 294/100000, razón por la cual deberíamos sentirnos satisfechos y redoblar los esfuerzos porque, aunque con dificultades, el efecto de las primeras vacunas se empieza a notar, aunque no con el ritmo que quisiéramos. Pues ya suenan los tambores de la impaciencia y veremos si somos capaces de poner cordura y no volvernos locos de nuevo, antes de tiempo.



         En medio de todo ese marasmo de curvas que suben y que bajan, lo que no han faltado en ningún momento han sido las pugnas políticas. En determinados momentos hasta niveles de verdadera angustia. La reflexión siempre nos dijo que los acuerdos eran la mejor medicina para superar las dificultades, pero la realidad nos deja un rastro de miseria en las relaciones bastante poco edificante. La lógica más elemental nos dice que no debería ser asumible iniciar una cuarta curva de subida y la angustia vivida debería habernos enseñado cómo comportarnos, pero la fe en la sensatez se encuentra en cotas bien bajas y no hay mucha en que seamos capaces de aguantar la presión de las cifras y comencemos de nuevo antes de tiempo a festejar los éxitos y volvamos a entrar en este sube y baja endemoniado e insoportable.



         A estas alturas sabemos algunas cosas, pocas todavía, pero suficientes para ser capaces de aguantar la endiablada curva, ahora que nos empieza a nublar la vista porque la vemos bajar y la imprudencia nos ciega y nos hace ver que la realidad no es como es, sino como deseamos que sea. Ya estamos hablando de agotamiento, de hartazgo porque lo que al principio veíamos como experimento vital insólito y más o menos soportable, después de diez larguísimos  meses se convierte en una estela de desmoralización, de miseria y de deterioro social creciente que, no por sabido nos lleva a comportarnos con los aprendizajes correspondientes. Tampoco diré que más bien al contrario, pero sí que las dificultades que trae consigo aprender no son sencillas de poner en marcha y los intereses coyunturales se meten en medio de las lecciones y nos llevan a tirar por la calle de en medio como si fuera posible una salida en falso.



         Pues no. Una vez más estamos al borde del precipicio. Hemos vivido tres picos y tenemos lecciones suficientes como para haber aprendido. Todas las veces hemos dicho que podíamos aprender y que deberíamos hacerlo pero, hasta el momento la impaciencia ha podido con nosotros y hemos vuelto a caer. A estas alturas ya no es cuestión de ser optimista o pesimista. Sabemos cómo hay que hacer para librarnos de esta lacra en la que estamos sumidos. Sabemos que nadie unilateralmente se va a poder colgar las medallas de esta guerra contra el virus. Solo hace falta un pequeño detalle…, que actuemos en consecuencia y soportemos la impaciencia ahora que se encuentra cerca del final y nos afiancemos en los últimos pasos. Sabemos cuáles son, los hemos visto cerca en las dos bajadas anteriores y sabemos lo que cuesta sufrir las decepciones. Con estos argumentos, una vez más, la solución está en nuestra mano. Ánimo para todos y a ver si de está logramos salir en su momento.  


domingo, 14 de febrero de 2021

PICARESCA

 


         Cerca de 2500000 personas en España han recibido hasta el momento la primera dosis de la vacuna y superan ya el millón los que tienen las dos dosis, lo que quiere decir que se encuentran inmunizados frente al virus. Si se tiene en cuenta que se trata de los colectivos más vulnerables, ancianos de residencias y personal sanitario de primera línea, no es de extrañar que los efectos beneficiosos se noten ya en las cifras totales de infectados. Bien es verdad que los incumplimientos comprometidos por las empresas farmacéuticas han  echado un jarro de agua fría a las expectativas iniciales, que se han topado con la realidad del mercado que está suponiendo que las empresas desvíen parte de su producción hacia países terceros, como Israel por ejemplo, sencillamente porque les pagan más por cada dosis que reciben. Israel va a la cabeza de vacunaciones mientras Europa ralentiza su ritmo pese a tener los compromisos de servicio comprometidos y pagados con antelación. Al margen, los países emergentes, África sobre todo, que sabe dios cuando podrán contar con la posibilidad de inmunizar a su gente.



         Una vez más en la historia los pobres cuentan poco. Los privilegiados europeos,  que teníamos millones de dosis comprometidas y pagadas, nos quejamos porque no nos están llegando con la velocidad prevista y empezamos a probar de nuestra medicina consumista, sencillamente porque hay quien paga más que nosotros y se nos pone por delante en el servicio. Si recordamos, una vez más conviene recurrir a la memoria, esto mismo pasó al principio de la pandemia con el servicio de mascarillas y de equipos de protección. Tuvimos que pagar por adelantado para que China nos sirviera y llegamos a ver en los mismos aeropuertos cómo llegaba el material y allí mismo era desviado a otros países, sencillamente porque allí mismo abonaban dos y hasta tres veces el precio que habíamos pagado nosotros. Una vez más la fábula del cazador cazado. Los principales defensores del mercado, nosotros, sufríamos las consecuencias de nuestro propio modelo, justo en el momento en que más lo necesitábamos. O sea, la ley de la selva.



         Con este ejemplo mundial no podemos escandalizarnos que estemos en España con el pin, pan, pun de los aprovechados. Se estableció un baremo de prioridades para recibir las vacunas y ya estamos elaborando una lista pública de personas que se saltan las normas y se ponen las vacunas antes de que les llegue su turno. Una situación muy cruel pero no nueva. En España la picaresca forma parte de nuestra historia de siglos y lo que hace tiempo era sencillamente que las prioridades se establecían según las estructuras de poder establecidas, hoy, que afortunadamente hemos podido hacer una jerarquía en función de la vulnerabilidad para recibir las vacunas, vemos cómo desde aquí y desde allá, salen aprovechados como chinches que valiéndose de su cargo, se ponen por delante manifestando una vez más que quien puede, puede. Es verdad que no son muchos y están en boca de todos para su escarnio, pero la lección que ofrecen es de abuso y de humillación para quien cumple las normas.



         Es importante que se sigan aplicando los criterios de vulnerabilidad para que las vacunas se destinen primero a quien más lo necesita. Lo de seguir alerta para desenmascarar a los aprovechados que se saltan la cola, sencillamente por la cara, me parece un ejercicio de decencia social que ojalá fuéramos capaces de aplicar a todos los órdenes de la vida. Visto el relativo incumplimiento en los plazos del servicio, nos queda el consuelo, eso se está diciendo al menos, de que a partir de marzo vamos a disponer de unidades suficiente como para vacunar masivamente a toda la población hasta alcanzar para el verano la inmunidad de rebaño, una vez que se logre vacunar al 70% de la población como espera el gobierno y nos hace esperar a todos. Quizá sea excesivo destacar la lección de los aprovechados por lo que quiero finalizar destacando el cumplimiento de una amplia mayoría social, que respeta las normas y que espera que le llegue su turno.



domingo, 7 de febrero de 2021

ESPECTATIVAS

 


         Con desesperante lentitud va pasando el tiempo. Estos días se cumplen diez meses de que empezó este suplicio. En el comienzo se planteó una medida muy restrictiva y para todos, que el Presidente del Gobierno anunció para 15 días. En lotes de 15 en 15 fue alargando la medida, pasando por el calvario de que el congreso le aprobara las ampliaciones, hasta alcanzar los tres primeros meses en los que, dejando en el camino la ignorancia general de lo que teníamos encima y con un buen repertorio de muertos en el camino, se logró doblegar la curva de contagios casi hasta cero. Llegamos a creer que el asunto se daba por concluido. Una experiencia nueva que a trancas y barrancas habíamos logrado superar y nos encontrábamos a las puertas de un verano en el que, una vez recuperados los distintos poderes territoriales, en vez de mantener el pulso al virus cuando estábamos cerca de doblegarlo por completo, a los gobernantes territoriales les faltó tiempo para relajar las medidas todo lo que se pudo y un poco más. Es cierto que se decía que ojo, que el virus seguía presente y que hacía falta mantener la precaución pero…



         Le llamamos nueva normalidad a la recuperación de la calle con el condicionante de las mascarillas, de la higiene de manos y de la distancia de seguridad pero el estilo de vida anterior estaba demasiado cerca y la tentación de los políticos por quedar como artífices de nuestra recuperación era demasiado fuerte. El largo y cálido verano vino a demostrarnos que no, que no habíamos aprendido gran cosa y que seguíamos siendo unos arrogantes irresponsables que no teníamos conciencia de lo que nos había caído encima. Y la curva de contagios volvió a subir de manera descontrolada y el juego político se enseñoreó entre nosotros y en vez de centrar nuestra mirada en que la situación no mejoraba, optamos por tirarnos los trastos a la cabeza argumentando cada uno lo buenas que eran la medidas que habían dispuesto y lo malas que eran las de los demás, hasta que a final del verano nos habíamos vuelto a infectar tanto o más que en la primera ola.



         Hubo que volver a confinar de nuevo a la gente, cerrar los bares,  los comercios…, aunque el gobierno central ya no se atrevió a seguir solo dirigiendo la estructura de comportamiento social de los tres primeros meses. Lo llamó cogobernanza y vino a significar cada uno de los poderes territoriales, 17 en España, iban a tomar las riendas de sus respectivas comunidades y la curva de contagios se convirtió en 17 centros de poder y de argumentación, cada uno más preocupado por ir salvando su culo a base de volcar responsabilidades sobre el gobierno central y el gobierno central defendiéndose con el argumento de que había compartido el poder de decisión y, por tanto, la responsabilidad. De nuevo con todo el esfuerzo del mundo y con una desazón creciente, declinaba el verano, la curva de contagio volvía a bajar, cada vez con más esfuerzo y lo que en la primera ola bajó hasta 25/100000, o sea, casi a 0, se empezó a relajar cuando todavía andábamos por lo 400/100000, lo que significa una barbaridad muy superior a la primera.



         El total es que nos encontramos en plena tercera ola, que se han alcanzado más contagios y más muertes que en  la primera, que hemos tocado la media de 1000/100000 y que, con los ánimos por los suelos, nos agarramos a la esperanza de las vacunas para encontrar alguna luz en este largo túnel. Apenas hemos comenzado a vacunar y empiezan los retrasos en la distribución de vacunas y la guerra política, que nunca cesa, sigue empeñada en que no levantemos cabeza y mantengamos la antorcha del desánimo y de la amargura bien alta. A trancas y barrancas la tercera ola empieza a bajar de nuevo, el país cada vez más arruinado y, por más que a día de hoy hay ya cerca de 700000 ciudadanos vacunados con las dos dosis preceptivas y seguimos recibiendo nuevas vacunas, no faltan las luchas intestinas y ya se oyen voces de que hay que ir abriendo las restricciones cuando estamos en una media de infección de 750/100000 y yo me digo…¿aprenderemos alguna vez?.