Con
desesperante lentitud va pasando el tiempo. Estos días se cumplen diez meses de
que empezó este suplicio. En el comienzo se planteó una medida muy restrictiva
y para todos, que el Presidente del Gobierno anunció para 15 días. En lotes de
15 en 15 fue alargando la medida, pasando por el calvario de que el congreso le
aprobara las ampliaciones, hasta alcanzar los tres primeros meses en los que,
dejando en el camino la ignorancia general de lo que teníamos encima y con un
buen repertorio de muertos en el camino, se logró doblegar la curva de
contagios casi hasta cero. Llegamos a creer que el asunto se daba por concluido.
Una experiencia nueva que a trancas y barrancas habíamos logrado superar y nos
encontrábamos a las puertas de un verano en el que, una vez recuperados los
distintos poderes territoriales, en vez de mantener el pulso al virus cuando
estábamos cerca de doblegarlo por completo, a los gobernantes territoriales les
faltó tiempo para relajar las medidas todo lo que se pudo y un poco más. Es
cierto que se decía que ojo, que el virus seguía presente y que hacía falta mantener
la precaución pero…
Le
llamamos nueva normalidad a la
recuperación de la calle con el condicionante de las mascarillas, de la higiene
de manos y de la distancia de seguridad pero el estilo de vida anterior estaba
demasiado cerca y la tentación de los políticos por quedar como artífices de
nuestra recuperación era demasiado fuerte. El largo y cálido verano vino a
demostrarnos que no, que no habíamos aprendido gran cosa y que seguíamos siendo
unos arrogantes irresponsables que no teníamos conciencia de lo que nos había
caído encima. Y la curva de contagios volvió a subir de manera descontrolada y
el juego político se enseñoreó entre nosotros y en vez de centrar nuestra
mirada en que la situación no mejoraba, optamos por tirarnos los trastos a la
cabeza argumentando cada uno lo buenas que eran la medidas que habían dispuesto
y lo malas que eran las de los demás, hasta que a final del verano nos habíamos
vuelto a infectar tanto o más que en la primera ola.
Hubo
que volver a confinar de nuevo a la gente, cerrar los bares, los comercios…, aunque el gobierno central ya
no se atrevió a seguir solo dirigiendo la estructura de comportamiento social
de los tres primeros meses. Lo llamó cogobernanza
y vino a significar cada uno de los poderes territoriales, 17 en España, iban a
tomar las riendas de sus respectivas comunidades y la curva de contagios se
convirtió en 17 centros de poder y de argumentación, cada uno más preocupado
por ir salvando su culo a base de volcar responsabilidades sobre el gobierno
central y el gobierno central defendiéndose con el argumento de que había
compartido el poder de decisión y, por tanto, la responsabilidad. De nuevo con
todo el esfuerzo del mundo y con una desazón creciente, declinaba el verano, la
curva de contagio volvía a bajar, cada vez con más esfuerzo y lo que en la
primera ola bajó hasta 25/100000, o sea, casi a 0, se empezó a relajar cuando
todavía andábamos por lo 400/100000, lo que significa una barbaridad muy
superior a la primera.
El
total es que nos encontramos en plena tercera ola, que se han alcanzado más
contagios y más muertes que en la
primera, que hemos tocado la media de 1000/100000 y que, con los ánimos por los
suelos, nos agarramos a la esperanza de las vacunas para encontrar alguna luz
en este largo túnel. Apenas hemos comenzado a vacunar y empiezan los retrasos
en la distribución de vacunas y la guerra política, que nunca cesa, sigue empeñada
en que no levantemos cabeza y mantengamos la antorcha del desánimo y de la
amargura bien alta. A trancas y barrancas la tercera ola empieza a bajar de
nuevo, el país cada vez más arruinado y, por más que a día de hoy hay ya cerca de 700000 ciudadanos vacunados con las dos dosis preceptivas y seguimos recibiendo nuevas vacunas, no faltan las luchas intestinas y ya se oyen voces de
que hay que ir abriendo las restricciones cuando estamos en una media de
infección de 750/100000 y yo me digo…¿aprenderemos alguna vez?.
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