Estamos
en una fase distinta de la pandemia. Hoy sabemos algunas cosas sobre ella, cómo
se extiende, las medidas más eficaces para protegernos de ella y, desde el 29
de diciembre de 2020 sobre las vacunas. Araceli significó un símbolo vivo a sus
96 años de que la vacuna era una realidad y de que disponíamos de una medida
eficaz para pararle los pies a este bicho que, hasta ese momento, nos tenía en
sus manos por completo. Lo más que podíamos hacer hasta entonces era cuidar lo
mejor posible a los enfermos acompañarlos en las UCIS con respiradores pero, a
fin de cuentas, quienes no tenían defensas suficientes, llevarlos a la muerte
de la manera más suave posible y solos, sin un familiar cerca que les mirara a
los ojos en el último momento. La vacuna no es dios, como no lo es nada creado
por las personas, pero desde que se están inyectando hemos visto cómo en
aquellos colectivos que han sido los primeros en vacunarse, los infectados han
caído sustancialmente. Ahora somos capaces de mirar al virus a la cara e
influir en su capacidad de infectar hasta hacerlo clavar la cerviz si llega el
caso.
Lamentablemente
no hemos sido capaces hasta el momento de suprimir, o disminuir al menos, las
miserables guerras políticas intestinas que nos llevan a desenvolvernos dentro
del drama de la pandemia en condiciones de la mayor desesperación posible. No
digo que pudiéramos tocar palmas con lo que sabemos, pero ciertamente podríamos
suavizar en alguna medida los efectos de esta plaga que hasta el momento se ha
llevado a cerca de 3000 000 de personas en el mundo y veremos hasta dónde
alcanzan las cifras todavía. Hay países, Gran Bretaña, por ejemplo, que han
decidido poner una primera dosis a sus ciudadanos y aprovechar la capacidad de
inmunización que una sola dosis tiene de por sí y otros, como España, que han
guardado parte de las primeras dosis para terminar inmunizando por completo a
todos los que fueran posibles. Hoy nos encontramos con un nivel de inmunizados
totales de algo más del 2 por ciento aunque la inmensa mayoría no tiene ninguna
dosis todavía.
Gran
Bretaña tiene cerca del 20 por ciento de sus ciudadanos con alguna dosis
inyectada pero sin garantáis de poder
completar las segundas dosis, que requieren un plazo de inyección para
completar los efectos de inmunidad que las vacunas alcanzan. En el caso de
España, pese a tener inmunizado a una cantidad de personas pequeña con relación
al total, tiene un efecto muy significativo porque esas primeras vacunas han
ido a los más vulnerables y a los que más posibilidades de infección tenían, de
modo que se nota de manera palpable el efecto de la inmunidad en las curvas
estadísticas. Yo hoy no sé decir cuál de los dos caminos me parece más
acertado. En realidad, cada uno tiene ventajas y los inconvenientes, en ambos casos,
están relacionados con las deficiencias del servicio, puesto que la realidad es que teníamos unas
previsiones de servicio que se han visto
mermadas porque las posibilidades de producción no han estado a la altura de
las previsiones iniciales.
Muy alegremente, a mi modo de ver, se dijo que para final del verano podría estar vacunada hasta un 70% de la población, con lo que alcanzaríamos la inmunidad de rebaño y con ella la progresiva vuelta a una cierta forma de normalidad. Un poco optimista veo yo la previsión pero si se cumple a lo largo del presente año ya me parece un resultado satisfactorio. Creo que es aquí en donde deberíamos estar centrando nuestros esfuerzos, los de todos, dejar a un lado las discrepancias de puntos de vista, que todos pueden ser legítimos y suavizar lo más posible la creciente angustia que la pandemia está dejando en nosotros después de un larguísimo año sin perspectivas. Deberíamos ser capaces de bajar nuestra capacidad de enfrentamiento, que ya ha dado sobradas muestras de hasta dónde podemos llegar para amargarnos la vida unos a otros y dedicarnos, lo que nos quede, a comprendernos un poco mejor y, si es posible, que lo es, a facilitarnos la vida.
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