Hemos
cubierto en semanas anteriores aspectos ligados a nuestra historia educativa
pero que estaban de palpitante actualidad. Creo que haberlos ignorado nos hubiera
sacado de la realidad de aquí y de hoy y nuestra idea no es esa. Es verdad que
nos gustaría hacer un recorrido, lo más completo posible, de lo que significan
los seis primeros años de la vida en particularidades, en posibilidades y
siempre en relación con las personas adultas que se ligadas estrechamente con
los menores y que, a la vez que los van acompañando en su crecimiento, se ven
también implicados personalmente en ese proceso de desarrollo.
Creo
que hemos dicho ya en alguna ocasión que la historia de un menor hacia los tres
años de la vida ya es larga y compleja. Ha puesto en desarrollo una gran parte
de sus capacidades. Los datos nos indican que hasta el cincuenta por ciento al
menos y hacia los cinco años, hasta el setenta por ciento, lo que quiere decir
que nuestra relación con personas de esta edad se va a encontrar con pocas
diferencias de comprensión con relación a los mayores. Lo que sí va a ser casi
completamente diferente es la manera de interpretar el mundo. En los pequeños
se van a encontrar mezclados casi indisolublemente la realidad y la fantasía,
sencillamente porque el proceso evolutivo funciona de ese modo. En la
interrelación con los mayores y con la realidad, los pequeños habrán de madurar
hasta que a los ocho años más o menos, sean capaces, si todo ha ido normal, de
discernir con un criterio muy parecido al adulto, lo que es de verdad en lo que
piensan y lo que no. Todo este espacio de desarrollo lo vamos a denominar para
aclararnos PROCESO DE SIMBOLIZACIÓN.
Será
en la elaboración de la información que les va llegando en donde vamos a tener
importantes diferencias porque en la capacidad de conocer y sobre todo en el
desarrollo físico, sin negar que estas existan, sí podemos decir que no son tan
notorias y que ya no es fácil que las vivencias que los niños comparten con
nosotros sean muy acusadas. Hay todo un bagaje de madurez en una persona de
tres o cuatro años que, independientemente de que le falten referentes de
realidad para interiorizar un conocimiento, sin embargo no le faltan aspectos
del conocimiento para asumir lecciones importantes de la vida, desde las más
cotidianas hasta las más complejas. Por poner un ejemplo que se repite con
mucha frecuencia se me ocurre pensar en lo que sucede cuando muere un familiar
cercano: abuelo, hermano, tío….. Suponemos que los niños no van a sufrir si los
quitamos de en medio y no nos damos cuenta de que es mucho peor el mensaje de
incertidumbre que les trasmitimos a través de la falta de información que el
enfrentamiento directo, por ejemplo con la información de que “ha muerto el
abuelo”.
Cuando
estaba hablando de madurez me refería a estas vivencias. Seguramente un pequeño
de tres o cuatro años es capaz de asumir la idea de la muerte, con toda la
carga de crueldad que lleva consigo, de manera más limpia y más contundente que
nosotros los adultos, que junto a la verdad indiscutible de los hechos no
podemos olvidar todos los condicionantes sociales que llevan consigo y que son
capaces, incluso, de hacer que los hechos mismos pasen a un segundo lugar en importancia
para que todo el entramado social que llevan aparejados sea el que resulte
fundamental. Siguiendo con el ejemplo del abuelo muerto es perfectamente
posible que nos sintamos más preocupados de que todo el ceremonial del
velatorio, del entierro, de las honras fúnebres se desarrolle con la ceremonia
debida que el sentimiento de pérdida del ser querido en ese momento. Es verdad
que pasarán todas las ceremonias y que el tiempo nos llevará al sentimiento de
ausencia, una vez que se haya cubierto el ceremonial y el tributo social que
esté estipulado. Esta segunda parte es lo que los niños tienen que asumir con
el tiempo y con el contacto con la realidad, pero están perfectamente
capacitados para encajar cualquier vivencia por dura que sea.