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domingo, 31 de diciembre de 2023

RUTINA

 


         He crecido menospreciando la rutina. Supongo que el sentimiento habrá sido parecido en casi todos casos, hasta el punto de que se trata de una palabra degradada, demasiado conocida de tan elemental y tan básica. Archisabida incluso, como sin mérito. Se da por supuesto que casi todo el mundo la sabe y la practica. No parece tener un mérito especial su conocimiento ni su aplicación. Está presente en cualquier estructura de comportamiento y no existe un solo esquema de vida que no lleve aparejada su rutina correspondiente, razón por la cual, ni su conocimiento ni su aplicación en cada caso tiene un mérito social reconocido. Es más, comentar que cualquier comportamiento es rutinario, lleva implícito un punto de degradación o, sencillamente, de poco valor, de algo que lo conoce y practica cualquiera y su cumplimiento no tiene apenas valor alguno, hasta el punto que conocer a alguien que cumple sus rutinas de comportamiento de manera habitual puede llegar a desenvolverse socialmente y pasar casi desapercibido porque su comportamiento no destaca y pasa desapercibido.



         Cuando me enfrenté profesionalmente al primer grupo de menores, ya llevaba a mis espaldas unos diez años de ejercicio profesional como maestro. Recuerdo con toda claridad la angustia de la noche antes. Me sentía desnudo de recursos ante los 20 menores de tres años con los que había de enfrentarme a la mañana siguiente y no sabía qué podía hacer con ellos. Con el recuerdo tan lejano como lo veo en este momento y lo mucho que ha pasado desde entonces, tanto bueno como malo, soy capaz de ponerme delante de los ojos la angustia de aquella madrugada de insomnio ante lo desconocido, cuando me consideraba un profesional de reconocido prestigio y de larga trayectoria. Fue uno de esos momentos en la vida, en que te ves sin recursos suficientes para afrontar una situación que sabes que es nueva y te sientes indefenso para afrontarla. En esos momentos quisieras desaparecer del mapa y que te tragara la tierra o, das un paso adelante, asumiendo el riesgo de lo nuevo, y que salga el sol por Antequera.



         En esa situación tan angustiosa conocí el verdadero valor de la rutina y, a partir de entonces, la valoro cada día más. Cuando tuve conciencia de que mis códigos de vida y los de aquellos pequeños que me miraban de frente eran tan distintos, ofrecerles un esquema de comportamiento que fuera capaz de ocupar el tiempo que teníamos que compartir, significó interiorizar que con aquellas estructuras elementales de comportamiento: sentarnos en círculo, hablar por turnos, decir nuestros nombres, comernos la fruta, lavarnos las manos, salir al patio, jugar en grupo…, en realidad eran recursos que yo había utilizado poco, porque mi experiencia anterior había sido con mayores, 13 0 14 años que ya tenían asumidos esos recursos elementales, o eso creían ellos. A partir de esos primeros días de aprendizaje profesional, cada vez me he ido reafirmando en la importancia tan decisiva de la rutina. Algo así como los pilares que sustentan una casa, un bloque de pisos o los esquemas de comportamiento básicos para resolver cualquier situación nueva que la vida nos depara.



         La rutina es como el esqueleto del comportamiento, Si la tienes, eres capaz de afrontar cualquier situación de manera ordenada, entrando y saliendo cuando los momentos lo requieren. Si no dispones de una rutina previa, tu comportamiento se parece a un blandiblú, que te mueves sin orden, que no sabes si entras o si sales de las situaciones que atraviesas y que pasas de una a otra sin orden ni concierto. Creo que la pista para el tema de hoy me la ha ofrecido una novela, La librería y la diosa, que acabo de leer y que termina con el nacimiento del hijo de la protagonista, Valentín. Una vez superado el magma del nacimiento la madre se encuentra desnuda frente al hijo desnudo…, y ahora qué. Esa secuencia creo que es la que me ha llevado a mi momento de desnudez profesional por el que pasé el primer día que me enfrenté a un grupo de pequeños sin conciencia de sus rutinas básicas. La vida puede ser un continuo aprendizaje. 




domingo, 24 de diciembre de 2023

ALEGRÍA


         Hace tres días alcanzamos el solsticio de invierno, o sea, el día más corto del año. A partir de entonces la luz vuelve a crecer cada día hasta llegar a su cenit el 21 de junio, que será el solsticio de verano. Bien entendido que esto pasa en nuestra zona terrestre, porque cada zona tiene sus particularidades. Mientras en el hemisferio sur, por ejemplo, están en pleno verano y tienen que sudar la gota gorda con los densos disfraces navideños, mientras refrescan sus cuerpos en las playas, en el norte y el sur del planeta atraviesan sus correspondientes meses de oscuridad en los que apenas hay  luz, del mismo modo que después tendrán sus correspondientes meses de luz, a la altura de nuestro verano, durante los que podrán contemplar su sol de medianoche y apenas saborearán la oscuridad. Su vida no se parece mucho a la nuestra, a pesar de que compartimos planeta y nacemos y morimos todos en él, aunque distemos unos miles de kilómetros del mismo espacio que nos sustenta. Esta noche es Noche Buena y mañana es Navidad, sencillamente porque practicamos la religión católica, una pequeña parte del género humano.



Las otras religiones monoteístas, judíos y musulmanes, no sólo no comparten sus días de fiesta con los nuestros, sino que a lo largo de la Historia nos hemos matado entre nosotros por defender a nuestro Dios y en contra de las otras formas de nombrarlo: Alá o Yahvé. Cada una de las tres religiones monoteístas, también llamadas del Libro, fundamentamos nuestra mitología en la Biblia y compartimos las enseñanzas en sus textos, haciendo hincapié en unos pasajes o en otros en función de lo que ordenan nuestros clérigos, que son, por lo visto, los legítimos dueños de las interpretaciones correctas. Así hemos compartido la historia matándonos y odiándonos unos a otros, con el resultado que nos ha traído hasta hoy y que habla bien poco en nuestro favor.



No entro siquiera a mencionar las miles de religiones que comparten más de la mitad de las criaturas que viven con nosotros y que disponen de otras creencias completamente distintas a las nuestras y que muchos de ellos han vivido durante siglos enormes matanzas y dominación por el simple hecho de creer en otros dioses, seguramente tan respetables como los nuestros. Hemos intentado imponer nuestras creencias a fuego y a sangre y seguimos hoy con los mismos procedimientos, no hay más que mirar a Gaza, por ejemplo y da la sensación de que no tenemos remedio ni sabemos convivir si no es matándonos los unos a los otros o dominándonos los unos a los otros, dejando cadáveres e injusticias allá por donde hemos pisado. Con esa lección nos atrevemos aun a dar lecciones a nuestros hijos como si estuviéramos en condiciones de mostrarnos como ejemplos de algo. No paramos de hablar de humildad y de comprensión pero nuestros ejemplos no dicen más que lo contario. Parece que no aprendemos.



De todas formas, esta noche no puede haber en nuestras casas otra cosa que alegría y cánticos de júbilo porque según nuestras creencias, va a nacer un niño que nos va a salvar a todos. Y estoy seguro que habrá quien se lo crea y yo me alegro sinceramente de quien comparta estas ideas y cante esta noche y trate de compartir su alegría con los que le rodeen. Otros andamos un poco más discretos en sentimientos. Nos reuniremos con nuestros familiares, si nos apetece, o con nuestros amigos, que tampoco está mal y podemos celebrar que hoy es hoy, que no es poco. Cenaremos lo que podamos y nos daremos por satisfechos. Si podemos prescindir del alcohol, pues mejor para nuestra salud. Podemos echar mano del agua, mientras dispongamos de ella, que es más barata, y hablar un buen rato de lo que queramos, que no hace  falta tantos aspavientos para compartir una comida, ni tenemos que competir los unos con los otros, para ver quién come más y mejor. La alegría, que ojalá esté presente, no necesita de tantas alharacas. Puede estar al alcance de cualquiera y es gratis. Ese es mi deseo para esta noche…, y para mañana…, y…, si puede ser más…, pues mejor. ¡Ojalá para siempre!    



domingo, 17 de diciembre de 2023

AÑORANZAS


         Ahora le está tocando a España pero, en realidad, toda Europa está, en estos momentos, enfrentando como puede, la invasión de los aparatos electrónicos, sobre todo teléfonos móviles con acceso a internet, en manos de los niños de manera discrecional. Algunos han tomado ya la determinación de prohibir su uso en el horario lectivo. Otros, España sin ir más lejos, acaba de adoptar, una determinación parecida con carácter general, y parece que los distintos poderes están de acuerdo en asumir semejante medida. La revolución electrónica, en toda su amplitud, se nos ha colado en nuestra vida en muy poco tiempo y estamos conviviendo con ella sin disponer de las armas necesarias para integrarla. Estamos adoptando la determinación de prohibir su uso en los tiempos académicos, como defensa de la imposibilidad de integrarlos en la cotidianeidad que conocemos ya que no podemos negar las posibilidades positivas que tales medios nos aportan para el hoy y, sobre todo, para el mañana.



         Lo diré con la boca pequeña por prudencia, creo que por primera vez. La integración de los móviles en nuestras vidas se produce a pesar de las estructuras dominantes y somos conscientes que los alumnos asumen el dominio de estos nuevos elementos con bastante más rapidez y dominio que los adultos. La prohibición de su uso en el tiempo escolar es más una medida de defensa ante lo desconocido, al menos por ahora, que la negación de todas las aportaciones que traen consigo los dispositivos electrónicos que habremos de ir integrando con el tiempo y que los pequeños tendrán que ir asociando a sus vidas sin nuestro concurso, al menos durante el tiempo que necesitemos para encontrar las claves de integración a una vida que, hoy por hoy, nos viene grande. Se trata, por tanto, de una medida de defensa que no debiera llevarnos a defender aquello de que cualquiera tiempo pasado fue mejor, cosa radicalmente falsa, sino que nos permita ganar tiempo para conocer, valorar e integrar los aportes que los nuevos medios traen consigo.



         Yo acepto la prohibición, por ahora, porque es verdad que el cuerpo docente y las familias se sienten desbordadas y sin respuestas ante los medios que los pequeños manejan cotidianamente. Pero no podemos olvidar que estos medios han llegado para quedarse y poner puertas al campo, que es en definitiva lo que pretenden las prohibiciones, no puede convertirse en una solución permanente porque también significa un reto para que el cuerpo docente entre de lleno en el contenido que estos nuevos elementos traen consigo y profundicen en sus contenidos para liderar una vida que incluya los nuevos aportes. No podemos olvidar que mientras dure la prohibición, la soledad de los pequeños frente a estos nuevos medios, va a ser total porque no van a desaparecer sino que van a estar presentes como un reto más de los muchos que cada tiempo aporta. Los adultos tendremos la responsabilidad de enfrentar los nuevos retos y encontrar maneras de integrar en la nueva vida unas respuestas integradoras porque los pequeños se van a sentir demasiado solos, jugando con fuego sin nadie que los acompañe.



         Son nuevos los artilugios que la tecnología ha puesto en nuestras manos, pero el fenómeno de que la vida se mueve disponiendo nuevos retos que tenemos que integrar en nuestro quehacer de cada día no es nuevo. Ya estamos viendo compañeros que se quedan en el camino y que se van convirtiendo en analfabetos funcionales a los que, cualquier menor que pase a su lado puede darle lecciones de los nuevos medios, lo cual es un drama si se alarga en el tiempo. También estamos viendo algunos efectos de la soledad de los pequeños, acceso a la pornografía como bandera visible, para lo que no tenemos una defensa eficaz por ahora, que nos está exigiendo un compromiso para encontrar respuestas que nos integren a los nuevos tiempos sin que nos convirtamos en los abuelos cebolletas que solo saben decir no. Nuestro papel tiene que estar a la cabeza de cada nuevo reto y este no es pequeño.  


     

domingo, 10 de diciembre de 2023

JUGAR

 


         En el año 1984, creo, me habían pedido que diera un curso en el antiguo ICE, Instituto de Ciencias de la Educación, en el Edificio Almirante, muy cerca de donde hoy vivo. Rosario, la madre de mi hija Elvira y maestra de Educación Infantil, contó una vez, que asistió a un curso en el que un señor con  barbas andaba explicando que los pequeños lo que tenían que hacer era jugar porque la mejor manera de aprender era jugando, que no debíamos de preocuparnos tanto por enseñar a los pequeños sino que lo mejor que podíamos hacer en  clase era disponer espacios y tiempos en los que ellos se relacionaran entre sí y compartieran intereses, tanto en el interior de las aulas como en los patios. Sin darle mucha importancia dije en voz alta: -¡Sería Yo!. -Sí, claro. ¡Tú ibas a ser!, respondió ella. Y la cosa no llegó a más. Si acaso, aclarar que nos habíamos casado y la secuencia en cuestión se desarrollaba en la casa que compartíamos. Años después, ya estaba en el mundo nuestra hija Elvira que nació en el 2000, estaba Rosario recopilando certificados de todos sus cursos para facilitar un traslado que deseaba pero que, al final, por circunstancias que no vienen al caso, no se produjo.



         Lo que sí se produjo es que apareció en el salón con un impreso, de los varios que había encontrado y me lo mostró para que viera la firma, y era la mía. Recordamos que desde el viejo 1984 ya andaba yo dando cursos, siempre esgrimiendo la bandera del juego como el mejor medio de aprendizaje y ha seguido siendo mi santo y seña hasta hoy, cuando hace bastantes años que terminé mi docencia y sólo esgrimo ese medio educativo a través de este humilde blog, por si alguien interesado en el trabajo con  los menores de 6 años lo lee y se interesa con esta fórmula tan simple pero tan profunda, que se encuentra al alcance de casi todos los pequeños y, por supuesto, de la inmensa mayoría de quienen se responsabilizan de su educación. No se trata de un método al uso sino de proponer una fórmula de vida que signifique que los menores se hagan protagonistas de su propio comportamiento y, a través de las relaciones entre ellos, vayan interiorizando el mundo que les rodea y obteniendo los aprendizajes que necesitan de las secuencias de vida cotidiana compartidas.



         En los primeros años de docencia con estas edades, reconozco la tosquedad de la fórmula y la inexperiencia para encontrar matices que enriquecieran el desenvolvimiento natural de las energías que unos y otras sacaban de su interior, sencillamente porque todos están cargados de potencialidades que a lo largo de cada jornada y de las miles de situaciones que cada un encierra, se hace incesante el desarrollo de las capacidades que la evolución natural lleva consigo y buscan salida a través de la relación, mientras diseñan su propio mundo y el que logran compartir con sus compañeros más cercanos. Como punto de partida, este impulso de permitirles que se expresen es suficiente para hacer que cada persona se vaya expresando como si de una fuente se tratara y por medio de esa expresión a la que le empuja su propia energía vital y de la interacción de unas energías con otras, van construyendo redes mucho más elaboradas, reflejos sin duda de las propias complejidades de la vida.



         Lo que sí puedo decir es que con ese primer impulso docente que partiera de sus propias necesidades, sumado al trabajo cooperativo permanente con los compañeros y compañeras que compartían estas fórmulas de trabajo, hemos llegado a estructurar los distintos espacios, tanto interiores como exteriores, así como la distribución de los tiempos de que hemos ido disponiendo, de forma que las jornadas de trabajo hayan estado protagonizadas por los propios niños en casi todos los momentos del día. Las enormes capacidades energéticas que cada individuo almacena y pugna por ofrecer a los demás, son la mejor guía para los que estamos encargados de su cuidado y nuestra labor, encauzarlos de la mejor manera posible. Como sé que Rosario me leerá, siempre lo hace, se me ocurre proponerle que confíe siempre en la vida, que encierra sorpresas suficientes para colmar nuestras necesidades. Jugar es vivir.     



     

domingo, 3 de diciembre de 2023

SIEMPRE APRENDIENDO

 

         Hace dos semanas os hablé del encargo que se me había pedido desde la Facultad de Educación para una sesión de dos horas contando a las alumnas del Máster de Educación, varones no llegaban a 10 de los 100 asistentes. La sesión se celebró el jueves pasado, 30 de noviembre. Os comenté que mi compañera Mercedes me pidió asistir. Yo acepté y me pareció un honor. Su discreción fue total, como siempre. Espero que su presencia le resultara tan útil como me resultó a mí. Significó una garantía de que tantos años de colaboración entre nosotros, todavía seguían vivos. En el cafelillo, previo al acto, se me acercó una profesora y nos dimos un abrazo afectuoso porque en mis últimos años de trabajo, antes de 2010, yo había sido maestro de sus dos mellizas. María y Victoria, y nuestra relación muy estrecha. Me contó que ambas habían terminado Magisterio y andaban preparando oposiciones. Quiso también asistir un rato hasta que empezara su clase y lo celebré muy honrado. La última sorpresa previa fue la aparición sorpresiva de mi hijo mayor, Nino, con mi nieta, África. Cuando inicié mi explicación me sentía muy seguro con esos refuerzos no previstos.



         Los organizadores me habían preguntado si necesitaba algún medio técnico y les dije que no. Me parecía que en este tiempo supertecnológico podía estar bien que viviéramos una sesión en la que alguien, yo en este caso, les contara algunos aspectos de mi experiencia profesional como se cuenta una película, una historia, un testimonio en definitiva. Los libros que ellos usan, seguro que podrían ser más técnicos y más rigurosos, pero yo quería aportarles una secuencia directa de muchos años de trabajo, cosa que seguramente no les iban a aportar los libros. Una secuencia diferenciada en definitiva, con un valor diferente al de una clase normal. A lo largo del tiempo de que disponía hice referencia a la evolución cerebral  y a la integración del proceso simbólico que tenían que integrar, desde una visión casi mágica a los tres años, hasta un sentido de realidad casi completo hacia los ocho años.



         Me pareció oportuno explicar la composición física de un aula: perchas, lavabos, mesas por equipos… así como un esquema de un día con las distintas secuencias que se viven. Quiero pensar que pude ofrecerles una distribución alternativa de escuela, coherente con la fundamentación teórica con la que había iniciado la sesión. No estaba preocupado por el contenido de mi explicación, apenas un boceto, en el poco tiempo con el que podía contar. Pretendía, sobre todo, que resultara un discurso grato y atractivo que les hiciera pasar un buen rato hablando de educación. El aplauso final a mi intervención me despertó el pudor, pero comprendí que de alguna manera estaban ofreciendo una respuesta colectiva y corta, y lo tomé con humildad, aunque me resultó extraño y ajeno a mí manera de ser. Sí me gustó, mientras salían del aula, que notaba que se acercaban a donde estaba y, con sonrisas que interpreté francas, me daban las gracias, aunque no me explico por qué. Interpreté que el resultado había sido gozoso y me alegré.



         En el contenido de un máster de educación me parece que resulta apropiado ofrecer como complemento de los contenidos globales, para lo que no faltan manuales de donde obtenerlos, y enriquecer el conjunto con una serie de experiencias significativas, que signifiquen para las personas que se están formando, una serie de ejemplos de realidad complementarios. Seguro que, por más que se intente, no va a ser suficiente para quienes tendrán que formarse su propia experiencia por sí mismos, pero seguro que esos aportes sí pueden ser indicadores que les acerquen a la realidad de cada día, esa que se van a encontrar cuando se enfrenten a su experiencia laboral. Hacía ya algunos años que las conferencias estaban aparcadas en mi mente, que ahora está plena de libros y de un gozo nuevo. Estaba inquieto por esa lejanía, pero en cuanto conecté con algunos ojos de la sala y con mis sorpresas presenciales, me sentí seguro y sí puedo decir que terminé gozoso. Ojalá quienes me oyeron puedan decir lo mismo, que es lo que deseo.