Tantos
siglos escuchando que esta vida es un valle de lágrimas nos ha marcado hasta el
punto de que todo lo que nos gusta, o es malo o engorda. Llevamos la causa del
sufrimiento imprescindible para todo tan profunda que cuando gozamos miramos
para un lado y para otro a ver si alguien nos mira, para disimular y que no se
nos note demasiado. Esta época en la escuela se está imponiendo de nuevo esta
corriente de que nada es posible sin que
haya que sufrir. Hemos tenido unos años, siempre demasiado pocos, en los que no
era sacrilegio hablar de gozo y de placer en la escuela para conseguir los
objetivos propuestos. Hemos comprobado que esta corriente dichosa tampoco hacía
milagros, porque más de uno estuvo al acecho de que esto ocurriera, para volver
a las andadas de que todo requiere sufrimiento y lo que se consigue sin dolor
no merece la pena o no es bueno y parece que necesita, cuando menos, una
segunda mirada que nos deje ver las dudas que lleva adheridas al costado.
Apenas ha sido un suspiro y ya andamos endemoniados aquellos que defendemos el
placer como fuente de conocimiento.
Qué
mente perversa se habrá sacado de la manga que el gozo es comodón, insolidario
y no busca sino la ligereza y huye del esfuerzo como de la peste. De qué lógica
habrá salido la idea de que todo lo que me hace gozar yo lo abandono a la
primera de cambio. Eso tiene de cualquier intención menos de la lógica de la
vida que no dice otra cosa que aquello que me hace gozar lo busco
desesperadamente porque me reconcilia conmigo mismo y con el mundo que me rodea
y me hace pegarme al gozo con uñas y dientes y mato y muero por no separarme en
jamás de los jamases. Alguien que conozca la lógica de la vida debe encontrar
este argumento impecable porque es así como se produce. Intentar minusvalorarlo
o pervertirlo para que diga lo que no dice, no digo que no se pueda hacer, lo
que digo es que quien defienda la tesis del sufrimiento como motor de la
educación, sencillamente no sabe cómo funciona esto. Es como pretender que la
mejor dirección para avanzar en un río es contracorriente.
Lo que
más ha impresionado siempre a cualquiera que ha visto a nuestros pequeños ha
sido la vida que se les salía por los ojos. No se podía pensar en argumentos
desincentivadores cuando lo que se les salía por las pupilas era ni más ni
menos que las ganas de comerse el mundo por los cuatro costados. Precisamente
el problema más frecuente que hemos tenido en cada jornada ha sido el de estar
a la altura de tanto deseo de vivir para que no se les fuera a ensombrecer a base de desengaño. Ciertamente
no es fácil responder a tanga gana de todo en permanente ebullición. Esto sí es
verdad y no han faltado el momentos de
autocrítica en los que hemos reconocido no estar a la altura de lo que
se esperaba de nosotros. Pero esto no nos ha desanimado. Lo que ha hecho ha
sido impulsarnos de nuevo para saltar a la arena de cada día con nuevos bríos,
no ya por nosotros sino por tanta espectativa como llevábamos en la mochila.