Nos
hemos pasado años y años viendo y usando expendedores de chuches y de bollos
industriales en lugares bien visibles de los colegios de modo que cualquiera,
introduciendo una simple moneda por la ranura correspondiente tenía a su
alcance un importante chute de azúcar y de hidratos para animar la mañana.
Ahora esas mismas máquinas se están transformando en expendedoras de piezas de
fruta y creo que debemos alegrarnos por eso porque afecta directamente a la
salud de nuestros pequeños. Lo que pasa es que todo ha llegado de la noche a la
mañana, así, de golpe y nadie ha pedido perdón ni ha cantado un mea culpa para
que quienes hemos visto el fenómeno anterior como de lejos podamos hacernos una
idea más o menos real de por qué antes fue lo que fue. Es verdad que se han
explicado las causas de este cambio actual y los beneficios que produce a todo
el mundo la ingesta de frutas y eso es de agradecer pero uno no puede dejar de
preguntarse: y si esto era tan bueno,
por qué no nos lo pusieron desde el principio.
No se trata de hacer
sangre ni de regodearse en el castigo. Celebramos sin reparos esta nueva deriva
de viva la fruta, que ya era hora. Lo que no podemos ignorar es que todas las
chuches y las bollerías industriales no llegaron a los centros ni a las tiendas
de los barrios por generación espontanea ni de la noche a la mañana. Se
instalaron en nuestras vidas por todo un proceso cultural de vida fácil y
rápida en la que no había tiempo para nada y era más cómodo comprar un
concentrado muy dulce para el desayuno y que el pequeño se lo fuera comiendo
por el camino antes que sentarse con ellos tranquilamente, cortarles trozos de
fruta y un poco de pan con aceite de oliva y tomate, por ejemplo y emplear el
tiempo necesario para desayunar porque desayunar bien es fundamental para la
salud, para el estudio y para las relaciones entre pequeños y adultos. Es tanto
como aprender que las cosas vienen a nuestra vida por razones concretas y no
por gusto.
Está
muy bien, quiero repetir, que ahora en los centros educativos se pueda comprar
una fruta fresca con introducir una moneda por la ranura. Repito que está muy
bien y que ya era hora. Lo que quiero que entendamos es que tenemos que
averiguar con detalle porqué llegamos donde habíamos llegado, porque fue por unas
razones concretas y no porque sí. No. Las cosas no pasan porque sí y
necesitamos profundizar las razones que nos llevaron a alcanzar las cotas de
desvarío que habíamos alcanzado para que entendamos que hoy no hemos puesto
frutas por gusto sino por unas razones muy profundas que van mucho más allá de
cambiar una fruta por un pelotazo de azúcares concentrados que, si me apuras,
están mucho más dulces que cualquier fruta y son mucho más fáciles de comer.
Las frutas en las máquinas son una maravilla pero la verdadera maravilla está
en que entendamos por qué debemos comer más frutas y menos concentrados
azucarados.
Estos
pequeños que veis están trabajando un trozo de masa con sus propias manos y la
van a transformar en un panecillo que se va a cocer en el horno que está al
lado y que ellos lo van a ver en directo y cuando salgan los panecillos y se
enfríen un poco porque del horno salen quemando, ellos se los van a comer con
todo el gusto del mundo porque han salido de sus manos. Han empleado toda una
mañana para visitar una panadería de Alfacar, mi pueblo, que hace muchas
generaciones que vive del pan y que abastece a miles de familias de Granada,
que está a ocho kilómetros, de este
exquisito alimento y que por eso las noches no se dedican exactamente a dormir
sino a fabricar el pan que tendrá que salir a su destino con las primeras luces
del día. Hay mucha gente que trabaja en el pan y en el pueblo apenas hay paro
pero todo ese proceso se produce a base de muchos esfuerzo y de muchas horas de
dedicación y de que todos los miembros de la familia aporten su granito de
arena. Los pequeños no habrán perdido la mañana sino que habrán conocido todo
el proceso que hay delante de un rico bocado de pan recién salido del horno.
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