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domingo, 26 de mayo de 2019

PLACER


         Tantos siglos escuchando que esta vida es un valle de lágrimas nos ha marcado hasta el punto de que todo lo que nos gusta, o es malo o engorda. Llevamos la causa del sufrimiento imprescindible para todo tan profunda que cuando gozamos miramos para un lado y para otro a ver si alguien nos mira, para disimular y que no se nos note demasiado. Esta época en la escuela se está imponiendo de nuevo esta corriente de que nada es posible  sin que haya que sufrir. Hemos tenido unos años, siempre demasiado pocos, en los que no era sacrilegio hablar de gozo y de placer en la escuela para conseguir los objetivos propuestos. Hemos comprobado que esta corriente dichosa tampoco hacía milagros, porque más de uno estuvo al acecho de que esto ocurriera, para volver a las andadas de que todo requiere sufrimiento y lo que se consigue sin dolor no merece la pena o no es bueno y parece que necesita, cuando menos, una segunda mirada que nos deje ver las dudas que lleva adheridas al costado. Apenas ha sido un suspiro y ya andamos endemoniados aquellos que defendemos el placer como fuente de conocimiento.

         Qué mente perversa se habrá sacado de la manga que el gozo es comodón, insolidario y no busca sino la ligereza y huye del esfuerzo como de la peste. De qué lógica habrá salido la idea de que todo lo que me hace gozar yo lo abandono a la primera de cambio. Eso tiene de cualquier intención menos de la lógica de la vida que no dice otra cosa que aquello que me hace gozar lo busco desesperadamente porque me reconcilia conmigo mismo y con el mundo que me rodea y me hace pegarme al gozo con uñas y dientes y mato y muero por no separarme en jamás de los jamases. Alguien que conozca la lógica de la vida debe encontrar este argumento impecable porque es así como se produce. Intentar minusvalorarlo o pervertirlo para que diga lo que no dice, no digo que no se pueda hacer, lo que digo es que quien defienda la tesis del sufrimiento como motor de la educación, sencillamente no sabe cómo funciona esto. Es como pretender que la mejor dirección para avanzar en un río es contracorriente.

         Lo que más ha impresionado siempre a cualquiera que ha visto a nuestros pequeños ha sido la vida que se les salía por los ojos. No se podía pensar en argumentos desincentivadores cuando lo que se les salía por las pupilas era ni más ni menos que las ganas de comerse el mundo por los cuatro costados. Precisamente el problema más frecuente que hemos tenido en cada jornada ha sido el de estar a la altura de tanto deseo de vivir para que no se les fuera a  ensombrecer a base de desengaño. Ciertamente no es fácil responder a tanga gana de todo en permanente ebullición. Esto sí es verdad y no han faltado el momentos de  autocrítica en los que hemos reconocido no estar a la altura de lo que se esperaba de nosotros. Pero esto no nos ha desanimado. Lo que ha hecho ha sido impulsarnos de nuevo para saltar a la arena de cada día con nuevos bríos, no ya por nosotros sino por tanta espectativa como llevábamos en la mochila.

         Es el miedo el que nos domina. Son tantos siglos de infamia los que nos han hecho dudar de que si estoy disfrutando de la vida es que algo estoy haciendo mal. Tenemos que luchar con tantos inconvenientes históricos que por más que cada expectativa que estamos viendo en los ojos con que nos encontramos cada mañana,  no tarda en llegar una telaraña que nos difumina lo que vemos y nos hace dudar. No es verdad que el sufrimiento sea fuente de ningún conocimiento positivo. Es cierto, eso sí, que el sufrimiento existe y que todos, en algún momento de la vida, vivimos desgarros que nos intentan paralizar porque mil cosas no salen como esperamos y se convierten en rémoras que nos dificultan el movimiento. Pero no hay fuerza mayor que el gozo para superar todas las dificultades que la vida nos pone delante y tenemos que luchar lo que sea necesario para no regodearnos en el sufrimiento y sí saltar siempre adelante en busca de la dicha porque no hay más mundo que este que tenemos entre las manos y no debemos escuchar a los agoreros que nos hablan de futuros imposibles cuando lo que pretenden es quitarnos la alegría de cada mañana.

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