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domingo, 28 de enero de 2024

CLIMA


         Este invierno hemos podido vivir en el norte de Europa, Suecia por ejemplo, hasta 42 grados bajo cero mientras en el Mediterráneo sur alcanzábamos los 28 grados positivos. La distancia entre los dos puntos no alcanza los 4000 kilómetros, Las opiniones más autorizadas afirman, cada vez con más rotundidad, que la mala intervención humana está detrás de estas diferencias abismales entre formas de vida tan dispares y, a juzgar por la tibia toma de conciencia sobre las medidas que tendríamos que tomar a gran escala y no tomamos, no parece que podamos corregir con medidas eficaces, determinadas anomalías que ya estamos viendo y que nos van llevando a situaciones desconocidas hasta el momento y para las que no tenemos defensas a nuestro alcance. Cada día parece más claro que los cambios a los que tendríamos que hacer frente, pueden llegar a ser tan profundos que nos resistimos a asumir los esfuerzos que necesitaríamos incorporar. También debemos asumir nuestra ignorancia sobre los movimientos de la tierra y las repercusiones que traen aparejados, el de balanceo sin ir más lejos.



         Conozco a una familia de dos padres suecos, profesionales liberales, que viven en su país 60 días ejerciendo sus profesiones médicas con normalidad y luego se vienen a nuestro sur para pasar 20 días de descanso en la casa que han adquirido. La pareja y sus tres hijos adoptados  podríamos decir que están viviendo dos vidas, intercalando periodos de frío polar, que nosotros no conocemos, con otras que a ellos les resultarán veraniegas, sólo con la posibilidad de coger un vuelo y desplazarse tres o cuatro horas en dirección sur. Repiten semejante fórmula de vida, aparte de que porque la consideren buena para ellos y para sus hijos, también porque sus posibilidades económicas se lo permiten. No sé si esta forma se podría ampliar a muchas más personas. Tampoco si semejante forma de vida pueda ser apetecible, pero me temo que las condiciones económicas no permitirían ampliar la fórmula demasiado.



         No puedo presenciar las monumentales nevadas que vemos por el norte, con la consiguiente paralización de la vida social, casi por completo, sin que seamos capaces de imaginar alguna forma de intercomunicación entre el norte y el sur para compensar la exasperante deficiencia de agua, unos miles de kilómetros más abajo. Para colmo de nuestra vergüenza, sabemos que existen instalaciones que permiten trasvasar ingentes cantidades de petróleo a través de inmensos oleoductos, desde lugares donde se produce hasta donde se necesita y estamos mirando como panolis ingentes almacenes de agua que podrían realizar un viaje parecido para servir como elemento de compensación de un elemento como tan esencial como el agua. En honor a la verdad he de decir que me faltan conocimientos para verificar si tal solución es aconsejable o no, pero no puedo dejar de pensar  en una solución parecida cuando contemplo ciudades y aeropuertos paralizados por las bajísimas temperaturas y los nevazos monumentales, mientas en pleno enero estamos rozando los calores veraniegos y empezamos con restricciones importantes para disponer de agua para beber.



         Claro que tampoco conviene olvidar que en el mismo lugar donde las sequías se van generalizando, nos enteramos que se instalan enormes campos de golf o importantes superficies de regadíos de naranjos o de frutos rojos, que se han puesto tan de modas en los últimos años, utilizando para su cultivo cientos de pozos ilegales, de los que se roba agua subterránea, que resulta que es de todos y que significa una reserva estratégica de primer orden para garantizar la supervivencia general en tiempo de vacas flacas, siempre y cuando los poderes públicos dispongan los mecanismos de vigilancia suficientes para evitar que unos pocos se permitan el lujo de disponer a su criterio de los recursos de todos. Ponerse a pensar soluciones a las necesidades que sufrimos nos producen sorpresas que se encuentran al alcance de nuestras manos y que se pueden poner en funcionamiento, casi de un día para otro.   


  

domingo, 21 de enero de 2024

CARNAVAL

 

         Es seguramente el primer gran acontecimiento del nuevo año. Si hubiera que asociarlo a un sustantivo conocido, hablaríamos de jolgorio, por sintetizar. La principal idea es la de disfrazarse, salir a la calle y lograr pasar desapercibidos. Es más, uno intenta molestar de broma, siempre de broma, a cualquiera, al grito de ¡no me conoces!. Y antes de que alguien pueda identificar al que hace la gracia, desaparece en busca del próximo vecino, al que seguir molestando. Cuando yo era pequeño, antes de ayer, como quien dice, guardábamos la vejiga de los cerdos, que en este tiempo eran las matanzas, la inflábamos y, como un globo andábamos dándonos vejigazos unos a otros a modo de gracias. Lo que hoy destaca como característico es la idea de ridiculizar, utilizando músicas muy conocidas, expresiones que hayan sido compartidas en el año que pasó, como forma de reírse de situaciones que en su momento se tomaron en serio pero que con la excusa de que estamos en Carnaval y vamos disfrazados, se acepta la licencia de que terminemos riéndonos los unos de los otros como si la vida no mereciera la pena tomarla tan en serio.



         Si nos centramos en Cádiz como ejemplo masivo de vivencia carnavalesca, termina por ser un alarde de humor y de graciosa sabiduría en la que los acontecimientos más destacados del país aparecerán en alguna comparsa o chirigota para que todos podamos recordar acontecimientos que sucedieron y que tuvieron su importancia, pero que terminamos ridiculizando como si, al final, no fuera para tanto y se viera como saludable terminar haciendo gracietas de algunos acontecimientos que, en su momento, tuvieron su seriedad, pero que podemos terminar tomándonos a broma casi todo lo que nos acontece, aprovechando que estamos en un nuevo año y, con lo pasado podemos hacer pelillos a la mar. El trasfondo de terminar ridiculizándonos a nosotros mismos, suele ser una medida saludable que lava reacciones que, en su momento pudieron tomarse demasiado en serio.



         A título de prueba, no hay más que recurrir al lenguaje político. Cualquier reacción a las que estamos acostumbrados cada día, se manifiesta como si fuera el no va más. Así, hemos entrado en una espiral de exageraciones que terminan por devaluar la parte de verdad que encierra lo que nos pasa, sencillamente porque todo no puede ser lo más de lo más. Seguramente a muchas de las exageraciones que hemos vivido y estamos viviendo, no le vendría mal un toque de humor y tomarnos a broma lo que creíamos este mundo y el otro cuando en realidad, con un poco de guasa de por medio, podríamos aprender que la mayoría de lo que nos pasa, se puede quedar en bastante menos. Una pedorreta de por medio puede poner los argumentos en su justa medida y una invitación a calificar las reacciones como si no tuvieran tanta importancia porque con la política de las exageraciones permanentes, lo que termina pasando es que el propio lenguaje se nos queda vacío de contenido porque todo no puede ser tan extraordinario como lo ponemos.



         La Constitución que todos tenemos en la boca para descalificar al vecino y quedárnosla sólo para nosotros, parece que hemos hecho una obra de moros porque, después de muchos años, hemos logrado cambiar la palabra  disminuidos por la de  personas con discapacidad. El nivel de incomunicación había llegado hasta tal punto que parece que hemos logrado una heroicidad por cambiar una palabra que hoy resultaba hasta humillante para los afectados, por una frase más acorde al respeto debido a tantas personas. Cuando, una vez votado el cambio, casi por unanimidad, uno miraba los prolongados aplausos no podía sino sonreír con cierta sorna porque…, la verdad, ya era hora. Que el cambio se haya producido me parece bien, pero no dejo de ver con un cierto rubor que haya habido que esperar años para conseguirlo. Un poco más de Carnaval en nuestra vida no estaría de más.  



domingo, 14 de enero de 2024

SÍSIFO

 

         Antes de entrar de lleno en  el tema de hoy, quiero completar los tumultos  de la semana anterior añadiendo el de las rebajas, a propuesta de uno de los comentarios recibidos, que agradezco de corazón. En cierto modo, el hecho de decidir introducirse en los avatares de la vida, significa que estrujas tu interior para trasmitir todo lo que llevas dentro, pero sabiendo que todo ese bolo  que comunicas no se ha formado sólo por tu propio esfuerzo, sino que una buena parte de su contenido lo has recogido de tu capacidad de ver lo que sucede a tu alrededor. Una vez debidamente batido, lo que uno extrae de su interior y la mezcla con todo lo que va recogiendo de lo que pasa fuera de sí mismo, es como se justifica lo que termina aportando y comunica finalmente. Asumo, por tanto las rebajas  como uno de los tumultos que debió ser aludido la semana anterior y cuya ausencia sólo me explico porque comenzaron el mismo domingo en que se elaboró el texto y su repercusión estará vigente, como cada año, hasta final de febrero. Su función, como siempre, no es beneficiar al usuario, sino desalojar los almacenes para dar paso a la campaña de primavera, que está a las puertas y que necesita todos los espacios disponibles.



         Una vez terminado el ciclo que cierra el año comercial, sin solución de continuidad nos enfrentamos de nuevo a Sísifo, el dios preso de los ciclos de la vida, que vuelve a cargar a sus espaldas la nueva piedra de lo desconocido y reinicia su ascensión, sin otro sentido que llevar su contenido hasta la cima, a sabiendas de que en cuanto finalice su escalada, la piedra eterna volverá a caer hasta el fondo del abismo y esperará que el propio Sísifo la vuelva a echar a sus espaldas para iniciar un nuevo ascenso. En ese empeño de sube y baja sin fin, se va escribiendo la historia, en la que algunos ilusos intentamos interpretar contenidos que se ajusten a nuestros miedos y a nuestras dudas, cuando lo que acontece, en sentido estricto, no es otra cosa que un devenir repetitivo, al que llamamos vida, que un día nos introdujo y que otro no sacará de la escena.



         Como nuestro aprendizaje no es muy elaborado, a las puertas se nos aparece el primer boom universal que hemos dado en llamar Carnaval, que como un irresistible impulso de energía, nos mueve a que inundemos las calles bailando. Así podemos mirar a Río y aprender de su fuerza y su imaginación para hacernos aparecer con su incansable samba, nuestra capacidad de movernos nos confunde con la vida, una vez más. Cada grupo humano manifiesta su nuevo impulso a su modo, según ha ido aprendiendo de su historia. Cómo olvidar, estando en España, la particularidad y el brillo de Cádiz, emblema nuestro por excelencia, sin pretender menospreciar a nadie. Seguramente es el Carnaval, el primer ciclo masivo del año, el que antes de que finalice enero, nos hace mostrar esa fuerza inagotable que tal vez deseamos y que no nos cansamos de exhibir a través del movimiento callejero. Quizá sea, en nuestro espacio, la mejor forma de conjurar el frío, que se nos mete en los huesos y que ese baile que no nos cansamos de mostrar mientras nos disfrazamos de las figuras más cómicas e insólitas, como si nuestro poder no tuviera límite.



         Mientras contemplamos a Sísifo con su piedra a las espaldas iniciando la primera subida del año, bien cabe reflexionar sobre el sentido de la vida que solo se fundamente en ascender hasta el punto más alto de la más alta montaña, hasta que la piedra vuelva a rodar montaña abajo y allí espere a que el Sísifo incansable vuela a cargarla en sus hombros, para iniciar una nueva subida. A partir de esa realidad incontrovertible, cada uno somos muy quienes para asociar ese esfuerzo a un conjunto de creencias, que podemos llamar religiones y que no son otra cosa que intentos de encontrar un sentido a comportamientos que, si los miramos así, en frío, lo único que muestran, son maneras de asociar nuestros distintos momentos vitales a los momentos del año en los que la vida se define. A partir de ahí, que cada uno los llame como quiera. 



domingo, 7 de enero de 2024

¡CHIN PUN!


         Con la traca final de la Cabalgata y sus consecuencias más el epílogo de roscones a tutiplén, damos por concluido el proceso navideño de 2023 y 2024. A la espera de haber aprendido, como la prudencia sugiere, yo no voy a pontificar desde más púlpito que la modestia de este señor mayor que os escribe. Seguramente este proceso de ¡Felices Pascuas y Próspero Año Nuevo! que acaba de concluir, no tiene mucha más lección que la de cualquiera de los anteriores que en el mundo han sido. Desde mi posición de venerable espectador de lo que acontece, que poco más doy a estas alturas por mis propias limitaciones físicas, no he podido resistirme a nombrar, por fin, la palabra que llevo en la punta de la lengua, casi desde el principio del jolgorio y no la he querido sacar por si mi apreciación no se cumplía. Pero los días han ido pasando implacables y, según mi criterio, ni un solo paso se ha producido, que pudiera modificar su contenido. La llamé tumulto, cuando apenas era un pensamiento imberbe que no se atrevía a ver la luz pero han ido pasando los días y la incipiente bola ha ido tomando forma y hoy, que ojalá sea el fin, se manifiesta como tal tumulto de cuerpo entero.



         La Academia dice que tumulto es un alboroto producido por una multitud, una confusión agitada o un desorden ruidoso. Pues todo eso, elevado a una potencia importante, es lo que espero que hayamos terminado de vivir en el día de hoy, a ver si recuperamos algo de salud física y mental, que buena falta nos hace. El tumulto tuvo su origen en la razón comercial de montar un buen agosto trayendo y llevando artículos de cualquier pelaje que animaran el conveniente trapicheo que justifique el proceso de soltar toda la guita posible por los posibles compradores y llenar los bolsillos de los principales instigadores del tumulto, que resulta ser el destino final de semejante animación y exacerbada locura. No es el de la Navidad el único tumulto destacable, que el año nos reserva variedad suficiente como para perder la cabeza en más de una ocasión y, si se tercia, olvidarse de encontrarla sine díe.



         En medio del proceso, este año hemos podido competir sobre si el rey Baltasar debía ser un señor pintado de negro o un negro autóctono, que ya tenemos suficiente a nuestro alrededor, de los que se cuelan desde las pateras, para tener que seguir con unas tradiciones que nos recuerdan miserias pasadas, de cuando nos impactaba cruzarnos con un negro, por si mordían. Es un litigio como otro cualquiera, una manera bastante inútil de pasar el tiempo sin que tengamos que ver cómo saltan en pedazos por miles los palestinos de Gaza, mientras el señor Netanyahu aparece en la tele con su impecable traje de guerrero valiente, para informarnos que todavía no es momento de parar la guerra porque hay que seguir esquilmando palestinos, que sobran demasiados. Me gustaría que los pequeños confundan lo que de verdad pasa con lo que ellos pueden hacer con sus juguetes porque si de verdad están viendo lo que pasa, no quiero pensar dónde vamos a poder escondernos antes que mirarlos a los ojos para decirles que este es el mundo que decidimos dejarles.



         Me interesa volver a la idea del tumulto porque a medida que voy hablando, me voy dando cuenta de tal vez el tumulto en el que nos intentamos desenvolver pueda estar relacionado con pasar y cruzar por situaciones tan dramáticas sin que se nos caiga la cara. A fin de cuentas, no parece que haya mucha diferencia entre una calle bombardeada en Gaza, con una imagen del destrozo del terremoto de Japón, el volcán de Islandia, la cola de la lotería nacional o la puerta de entrada y salida que cualquiera de los grandes almacenes que nos acosan con sus, cada vez más depurados, mensajes publicitarios. En medio de semejante vorágine, lo que importa es que terminemos por no distinguir, dónde está la verdad y dónde la mentira o si, al final, todo es verdad y nosotros, lo que de verdad somos, apenas simples polichinelas, bailando al son que nos tocan y con el sentido de realidad cada vez más lejos de nuestras vidas. Queridos pequeños, qué dolor tener que miraros a la cara.