Es
seguramente el primer gran acontecimiento del nuevo año. Si hubiera que
asociarlo a un sustantivo conocido, hablaríamos de jolgorio, por sintetizar. La principal idea es la de disfrazarse,
salir a la calle y lograr pasar desapercibidos. Es más, uno intenta molestar de
broma, siempre de broma, a cualquiera, al grito de ¡no me conoces!. Y antes de que alguien pueda identificar al que
hace la gracia, desaparece en busca del próximo vecino, al que seguir
molestando. Cuando yo era pequeño, antes de ayer, como quien dice, guardábamos
la vejiga de los cerdos, que en este tiempo eran las matanzas, la inflábamos y,
como un globo andábamos dándonos vejigazos unos a otros a modo de gracias. Lo
que hoy destaca como característico es la idea de ridiculizar, utilizando
músicas muy conocidas, expresiones que hayan sido compartidas en el año que
pasó, como forma de reírse de situaciones que en su momento se tomaron en serio
pero que con la excusa de que estamos en Carnaval y vamos disfrazados, se
acepta la licencia de que terminemos riéndonos los unos de los otros como si la
vida no mereciera la pena tomarla tan en serio.
Si nos
centramos en Cádiz como ejemplo masivo de vivencia carnavalesca, termina por
ser un alarde de humor y de graciosa sabiduría en la que los acontecimientos
más destacados del país aparecerán en alguna comparsa o chirigota para
que todos podamos recordar acontecimientos que sucedieron y que tuvieron su
importancia, pero que terminamos ridiculizando como si, al final, no fuera para
tanto y se viera como saludable terminar haciendo gracietas de algunos
acontecimientos que, en su momento, tuvieron su seriedad, pero que podemos
terminar tomándonos a broma casi todo lo que nos acontece, aprovechando que
estamos en un nuevo año y, con lo pasado podemos hacer pelillos a la mar. El
trasfondo de terminar ridiculizándonos a nosotros mismos, suele ser una medida
saludable que lava reacciones que, en su momento pudieron tomarse demasiado en
serio.
A
título de prueba, no hay más que recurrir al lenguaje político. Cualquier
reacción a las que estamos acostumbrados cada día, se manifiesta como si fuera
el no va más. Así, hemos entrado en una espiral de exageraciones que terminan
por devaluar la parte de verdad que encierra lo que nos pasa, sencillamente
porque todo no puede ser lo más de lo más. Seguramente a muchas de las
exageraciones que hemos vivido y estamos viviendo, no le vendría mal un toque
de humor y tomarnos a broma lo que creíamos este mundo y el otro cuando en
realidad, con un poco de guasa de por medio, podríamos aprender que la mayoría
de lo que nos pasa, se puede quedar en bastante menos. Una pedorreta de por
medio puede poner los argumentos en su justa medida y una invitación a
calificar las reacciones como si no tuvieran tanta importancia porque con la
política de las exageraciones permanentes, lo que termina pasando es que el
propio lenguaje se nos queda vacío de contenido porque todo no puede ser tan
extraordinario como lo ponemos.
La Constitución que todos tenemos en la boca para descalificar al vecino y quedárnosla sólo para nosotros, parece que hemos hecho una obra de moros porque, después de muchos años, hemos logrado cambiar la palabra disminuidos por la de personas con discapacidad. El nivel de incomunicación había llegado hasta tal punto que parece que hemos logrado una heroicidad por cambiar una palabra que hoy resultaba hasta humillante para los afectados, por una frase más acorde al respeto debido a tantas personas. Cuando, una vez votado el cambio, casi por unanimidad, uno miraba los prolongados aplausos no podía sino sonreír con cierta sorna porque…, la verdad, ya era hora. Que el cambio se haya producido me parece bien, pero no dejo de ver con un cierto rubor que haya habido que esperar años para conseguirlo. Un poco más de Carnaval en nuestra vida no estaría de más.
Otro buen artículo.
ResponderEliminarGracias 😌
Felicidades.
Besos 😘
Cada artículo significa un desgarro de lo que uno lleva dentro y duele sacarlo a la luz. Un beso.
Eliminar